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Las tres dificultades de la Navidad

Queridos amigos, lectores y seguidores de FIN y del Taller de Corte y Corrección: este año ha sido maravilloso para nuestra escudería y para nuestros proyectos editoriales. Muchas gracias por habernos acompañado.

Les deseamos un excelente 2019, y  les dejamos como regalo este texto que nos recuerda el verdadero sentido de la Navidad.

 

Por Pablo Grossi *

 

No es fácil vivir consciente y plenamente la noche de Navidad. Es una noche mágica, si es que entendemos cristianamente a la magia. Pero vivirla en todo su esplendor, vivirla en serio, demanda un esfuerzo de nuestra parte. Y ello es por tres motivos: en primer lugar, porque no es fácil asumir lo que hoy festejamos; en segundo lugar, porque vivimos en un mundo antinavideño; en tercer lugar, porque la Navidad exige renunciar a nosotros mismos.

Decimos que no es fácil asumir lo que hoy festejamos, porque el misterio de la Encarnación del Verbo es un desafío contra nuestra inteligencia. Decía el padre Leonardo Castellani: Cristo quiso nacer en la mayor pobreza, quiso hacernos ese obsequio a los pobres. La piedad cristiana se enternece sobre ese rasgo, y hace muy bien; pero ese rasgo no es lo esencial de ese misterio: no es el misterio. El misterio inconmensurable es que Dios haya nacido. Aunque haya nacido en el Palatino, en local de mármoles y cuna de seda, con la guardia pretoriana rindiendo honores y Augusto postrado ante Él, el misterio era el mismo. El Dios invisible e incorpóreo, que no cabe en el Universo, tomó cuerpo y alma de hombre, y apareció entre los hombres, lleno de gracia y de verdad; ése es el misterio de la Encarnación, la suma de todos los misterios de la Fe. Bueno es que los niños se enternezcan ante las pajas del pesebre, la mula y el buey…, y que los predicadores derramen lágrimas sobre la pobreza del Verbo Encarnado; pero los adultos han de hacerse capaces de la grandeza del misterio y han de espantarse no tanto de que Dios sea un niño pobre, sino simplemente de que sea un niño.

En segundo lugar, nuestros días son contrarios a la Navidad. La Encarnación fue la mayor intervención de Dios en la Historia. Tanto es así que, pese a siglos y siglos de embates al cristianismo, seguimos diviendo el tiempo en antes y en después de Cristo. Pero la cultura, las leyes, las modas, el lenguje, las normas –o sea, lo normal hoy– van decidida y sistemáticamente en contra de todo orden establecido por el Creador. La Navidad es suprema humildad, y hoy reina la soberbia. El non serviam original caló hasta el tuétano de una estructura social otrora católica. Vivir la Navidad exige postrarse ante el Niño Dios. Un acto tan sencillo, empero, implica darle la espalda al mundo y remar contra una corriente que quiere llevarse puesto todo. Reclama la valentía de decir “sí” a Dios, de decirle “Hágase en mí según tu Palabra”, según tu Verbo. La Navidad es valentía, y además, una alegría inmensa. Sin embargo, el mundo de hoy atenta contra la alegría: el mal se muestra enquistado en cada rincón. A nivel sociedad, nos han arrebatado casi todo lo que era cultura cristiana. Pero el origen, el fundamento de esa cultura es un hecho histórico sin el cual la cultura cristiana no tendría sentido. Es decir, la sociedad cristiana sin la Encarnación del Verbo no tendría sentido alguno. Dios hecho hombre es el motivo último de nuestra alegría y es, precisamente, lo único que no nos pueden arrebatar: pueden instalar modas funestas, pudrir las almas, cambiar los nombres, borrar los vestigios de nuestro origen cristiano. Pueden cerrar iglesias y matar cristianos. Pero lo que no pueden hacer es cambiar lo acontecido. Dios ya se encarnó, ya nació, ya habitó entre nosotros, ya murió para el perdón de los pecados y ya resucitó. En eso nos regocijamos todos los días, pero especialmente hoy.

En tercer lugar, vivir en serio la Natividad del Señor es vivir cristianamente. Es hacer presente ese hecho pasado en el interior de nuestro corazón, en la fibra más íntima de nuestro ser. Asumir que el Niño que ha nacido es el Mesías, el Señor, no es solo un acto de la inteligencia, sino que reclama una vida acorde. La Navidad es la plenitud del sí de María. Pero la plenitud no es la culminación. Porque hay un camino que va desde la Anunciación hasta el Portal de Belén. De allí, salta al Huerto de los Olivos. Y sigue en la tiniebla de cada estación del Vía Crucis. Y culmina, finalmente con el sepulcro vacío, en el Domingo de Gloria. Vivir la Navidad a fondo es renovar nuestro compromiso de una vida acorde a la revelación. Es difícil, porque nuestra naturaleza está herida por el pecado y nuestras pasiones están desordenadas. Menos mal que no nos toca a nosotros llevar a cabo la restauración de nosotros mismos. El grueso del trabajo lo hace este Niño. Nuestra tarea consiste en no entorpecer su acción en nuestra vida. En la actitud de los personajes del pesebre encontramos una receta para lograr esto: adorar y contemplar al Niño. Esa es la clave para dejarlo obrar en nosotros.

Recapitulando un poco: Navidad es una dificultad para la inteligencia por todo lo que implica el misterio de la Encarnación, es una dificultad por todo lo triste y lo gris del mundo de hoy, y es una dificultad porque exige una vida acorde, pero nuestra voluntad es débil. A la dificultad de la inteligencia, la suple la fe. A la dificultad por lo triste del mundo de hoy, la suple la esperanza. A la dificultad por nuestras pasiones desordenadas, la suple la caridad.

 Por eso, por la contemplación del misterio de la Encarnación, pedimos al Niño que la melodía de su voz acreciente en nuestros corazones la fe. Creemos, Niño, creemos en Ti. Creemos en tu naturaleza, divina y humana. Creemos en tu Madre, que nos manda a hacer todo lo que Tú nos dices. Creemos en tu pasión, tu muerte y tu resurrección. Creemos en tu Reino y en tu triunfo final. Creemos en tu Iglesia, en tu Padre y en el Santo Espíritu. Creemos. Pero te pedimos que aumentes nuestra fe.

Por la contemplación del Misterio de la Encarnación pedimos al Niño que su resplandor aumente en nostros la esperanza. Esperamos, oh Niño, que tu reinado social vuelva a levantarse. Que el mundo que hoy nos toca ver arda y se derrumbe. Y que sobre sus ruinas brote una nueva Cristiandad. Pero si ese espectáculo no está reservado para nuestros ojos, esperamos ver tu Gloria en la Otra Vida, donde reinarás eternamente junto al Padre y al Espíritu Santo. Esperamos, Niño Jesús, el reino que no tiene fin. Pero te pedimos que aumentes nuestra esperanza.

Por último, pequeño Niño de Belén, te pedimos que con una caricia de tu divina mano hagas crecer en nosotros el fuego de la caridad. Que nos esmeremos en ser cada vez mejores cristianos, por amor a ti. Que nos amemos cada vez más entre nosotros. Que la salvación de todas las almas nunca nos sea indiferente. Te amamos, Niño, y amamos al prójimo por amor a ti. Pero te pedimos que hagas crecer nuestro amor.

 

 * Pablo Grossi nació en Buenos Aires en 1986. Es maestro de nivel primario, catequista y profesor de filosofía. Se dedica a la docencia en escuela primaria, a la formación de docentes y está escribiendo su tesis de licenciatura. Desde muy chico se apasiona por los relatos de aventuras. Participa del TC&C desde 2012, escribiendo (y corrigiendo) cuentos. Disfruta mucho de la música y la gastronomía, con una amplia variedad de gustos en ambos campos. Su principal interés académico pasa por la apologética de la fe católica, la relación entre la ciencia y la fe, el pensamiento medieval y la educación.

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