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ResurrectionMachine®

Por Mario Zegarra *

 

Fue en 2017.

El despertar de los muertos.

El principio del fin.

 

Sufría una arcada tras otra, la consumían las convulsiones. Sobre la mesa del quirófano, se arqueaba en formas imposibles.

—¡Apresúrense, activen el sistema! —dijo atropelladamente uno de los científicos—. Contamos con apenas segundos.

Y ResurrectionMachine® fue activada: por el conducto que la unía a la moribunda, una solución magenta se escurrió rumbo a la carótida.

El maltrecho cuerpo de la mujer se retorcía en sacudidas estrepitosas, y la garganta exhaló un estertor final.

—Rápido —ordenó otra de las eminencias—, oprime ese condenado botón. Si todo sale como lo planificamos, resultará.

Cuando el fluido terminó de ingresar del todo, sin que mediase otra cosa, el cadáver se agitó.

Pero los científicos no pudieron asimilar el éxito que implicaba aquel prodigio.

Porque la no-muerta hizo algo más, algo impensado: después de incorporarse y saltar de la camilla, levitó. Levitó a medio metro del piso.

Y abrió la boca, y sin moverla pronunció un extraño bisbiseo:

N’gai, n’gha’ghaa, bugg-shoggog, y’hah; Yog-Sothoth, Yog-Sothoth…

Los científicos no podían comprender qué salía de la boca del cadáver, qué significaba todo eso. ¿Un conjuro, maldiciones? ¿Vestigios de vida inteligente de otro planeta? ¿La puerta hacia otra dimensión? ¿O simplemente, ni más ni menos, la resucitada acababa de proferir en su lengua la palabra “mamá”, esa universal demanda de amor, de protección? Ellos no podían saberlo, ni siquiera imaginar que ese cuerpo inerte había reproducido decenas de dialectos antiguos. Dialectos tan antiquísimos, olvidados hace siglos por el hombre. Dialectos tan desconocidos, quizá recitados por los primeros dioses. Dialectos tan funestos, que tan sólo oírlos presagiaban un maldito final.

Un destello amatista encandiló a los científicos. Después del intenso esplendor, y frente a ellos, apareció una criatura envuelta con un manto hecho de harapos. Un fulgor blanco mortecino rodeaba a tanta negrura. Los observó con sus miles de ojos. Sonrió, mostrando sus millares de lenguas. Dejó caer el pesado volumen que reposaba contra su pecho. El libro de la vida cayó abierto. Se entrevieron garabatos en lugar de nombres: un presagio de finales sin final.

Y la Muerte miró el cadáver de la joven, esperando… Y ella terminó de abrir los ojos.

Y al advertir el voraz apetito del cadáver andante de la mujer, la Muerte la tomó de la mano y desapareció como había aparecido.

Los científicos habían liberado de su eterna labor a la Muerte: ella jamás volvería a segar una vida.

Y los muertos se aprestaron a abandonar sus tumbas.

 

 

 * Mario Zegarra (Lima, 1982) estudió Literatura Hispánica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Entre 2017 y 2019 tuvo un intenso entrenamiento como narrador y poeta en el Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco. Reseñas de libros suyas han aparecido en Fin (Buenos Aires) y Lienzo (Lima). A partir de anotaciones tomadas cuando aún cursaba la carrera de Literatura y trabajaba como librero, publicó el thriller Tan ignorado como aquí (Bärenhaus, 2019), novela muy bien recibida por la crítica y los lectores. Su segunda novela, el hardboiled Un maníaco homicida a la vez (Bärenhaus, 2021) acaba de publicarse. Ahora se encuentra corrigiendo su tercera novela: La maldad es un mandamiento en tierra de nadie.

Más información:

mariozegarra.com

https://www.editorialbarenhaus.com/authors/mario-zegarra/

https://youtu.be/L6_YC9vafrg

(Pueden ver también su participación en algunos programas del Canal TCyC en los siguientes enlaces:

https://www.youtube.com/watch?v=O9oDUYOlzBI&t=52s

https://www.youtube.com/watch?v=J7gsVLkky2M&t=1364s

https://www.youtube.com/watch?v=piFd045bqOc&t=2s)

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