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Abra la tapa y se encontrará con el animal más agresivo del mundo: el horror en «25 noches de insomnio», de Marcelo di Marco

Por Mario Zegarra *

 

Cuando leí por primera vez 25 noches de insomnio (Buenos Aires, Bärenhaus, 2017), recordé un fragmento del final de “El pozo y el péndulo”, uno de los más espeluznantes cuentos de Edgar Allan Poe:

Y, sin embargo, durante un horrible instante, mi espíritu se negó a comprender el sentido de lo que veía. Pero, al fin, ese sentido se abrió paso, avanzó poco a poco hasta mi alma, hasta arder y consumirse en mi estremecida razón. ¡Oh, poder expresarlo! ¡Oh espanto! ¡Todo… todo menos eso! Con un alarido, salté hacia atrás y hundí mi cara en las manos, sollozando amargamente.

Y es esa incertidumbre, ese “todo menos eso”, esa palpitante sensación que nos avasalla ―como un Trail Master apuntalándonos la garganta― en la lectura de cada una de las narraciones de 25 noches de insomnio. Marcelo di Marco ha eternizado ese horrible instante: estructurándolo en una amalgama de espantos, y diseccionando lo más oscuro del alma humana. Tanto es así que nos invita a sumergirnos en las profundidades de una decadente realidad, nos deja embadurnarnos en esa putrefacción, en ese negro agujero que es la obsesión y el miedo.

Narrar el horror requiere hacer hincapié en expresarse con sutileza, construir el texto a partir de insinuaciones imprecisas, pero ligadas entre sí, creando una ficción que represente lo irreal de forma verosímil. Marcelo di Marco sabe de esto. Sabe de temores y de pesadillas. Sabe de visceralidades y del pánico que contagia conciencias. Sabe de extrañamientos, y bajo el dominio de su narrativa puede ocasionar que un colifa le introduzca una púa por la oreja y le haga vomitar el contenido por la otra. Así que, incauto y querido lector, cuídese las espaldas. Pues nos encontramos frente a un escritor que deja la piel y algo más en cada uno de sus relatos: posee talento y domina las herramientas para hacernos delirar. Entre otras delicatessen, usted puede hallar: no-muertos evolucionados acechantes. Antropófagos adictos a la tecnología. Brujas cultoras de lo políticamente correcto. Un prodigioso niño. Vampiros, asesinos, fantasmas, desquiciados, confundidos, demonios, hippies new-age, tentáculos, culpables, fachos, y una eterna buscadora de quince minutos de fama. En definitiva, la locura, el sarcasmo y la incorrección habitan 25 noches de insomnio.

Nos podemos imaginar el proceso de escritura de Marcelo di Marco, el instante preciso cuando sonrió mientras escribía cada cuento del conjunto. En “El rayo de la muerte de la luna de miel”, se lee:

Mañana pruebo con el gato de los vecinos, se dijo, a ver qué pasa. Y si todo sale bien, después pruebo con los vecinos. Y con mamá y papá voy a probar.

O en el caso de “El cerebro de Kennedy”:

Y se puso a soñar con las catástrofes que podrían provocarse cuando lograra hacerse con el negro cerebro de Barack Obama.

¿Cómo asesta cuchilladas con tanta desenvoltura? La prosa de Marcelo di Marco es punzante, directa y concisa, no derrocha palabras, y tampoco consiente que ninguna sea inofensiva. Muy por el contrario, cada oración nos lleva a rastras hacia el borde del abismo. Y recién en la caída, descubrimos ―ya muy cerca de reventar nuestro cráneo contra el suelo― que no habrá misericordia. Ahí tenemos nuestros dos ejemplos citados en las líneas anteriores: un prodigioso niño y un tal doctor Gilles de la Tourette.

Los personajes de 25 noches… no se construyen desde la grandeza: se desenvuelven desde lo común, no gozan de cualidades extraordinarias ni de reconocimiento. La mediocridad de sus vidas define sus actos. Como se lee en “Al acecho”:

A veces no sé por qué hago las cosas que hago. Será porque espiar me calienta. A ellos los espiaba desde mi ventana, o desde la terraza.

Y al repasar lo antes dicho, vemos lo que los emparienta con cualquiera de nosotros: personajes arañando la locura ―si es que ya no cohabitan con ella: léase el excepcional cuento “Papilla”, que FIN ha publicado en http://fin.elaleph.com/articulos/iletradas-gentes-de-letras―, la pulsión de muerte, el descarriado deseo por el fracaso. Seducidos por la profundidad del abismo, el abismo por el que nos viene arrastrando Di Marco desde la primera línea hasta la última. Y mientras más nos hundimos en esas profundidades, más desprotegidos nos encontramos, y vislumbramos la verdad: nosotros somos ellos. Nosotros somos esos personajes. Nosotros somos esos monstruos. Y el monstruo es el otro, el ser humano: asesinamos, mentimos, acosamos, celamos, sacrificamos, deseamos sumergirnos y convivir en el horror.

Pero el texto raramente se presenta desnudo ―parafraseando a Gérard Genette en Umbrales, ese extenso y documentado ensayo sobre el paratexto y la paratextualidad―: en 25 noches… Di Marco nos ofrece la sección “Marginalia”, donde relata jugosas anécdotas del cómo y por qué de cada uno de los relatos. Estas notas y comentarios al margen ―el paratexto, donde también se incluye el paratexto icónico (gráficos, ilustraciones, figuras), pues 25 noches… presenta terroríficas ilustraciones incrustadas dentro de los cuentos― se muestran más como confidencias entre el autor y sus lectores. Un puente donde se abre el diálogo y se descubre el anecdotario del escritor.

Y en 25 noches de insomnio se enaltece lo simbólico para transfigurar su condición eminente: el lector, con un alarido, saltará hacia atrás y hundirá la cara en las manos, sollozando amargamente.

 

 

* Mario Zegarra (Lima, 1982). Estudió Literatura Hispánica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene tres bicicletas y un amor que lo sacude como una puñalada. Ahora escribe para los muertos y los vivientes.

 

 

 

 

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