Por Susana Lires *
El domingo 9 de junio, al mediodía, en La Montagnola (asociación de ciudadanos de la región del Molise, Italia), se celebró un acto conmemorativo. El encuentro comenzó con los himnos patrios. Pero, una vez más, el que puso los corazones a fuego y lágrima fue el “Va pensiero” (coro del tercer acto de la ópera Nabucco, de Giusseppe Verdi y Temistocle Solera, 1842). Es que, indudablemente, los autores plasmaron en esa obra un sentimiento que se ha tornado universal:
Va, pensiero, sull’ali dorate;
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano tepide e molli
l’aure dolci del suolo natal!
(Vuela, pensamiento, con alas doradas,
pósate en las praderas y en las cimas,
donde exhala su suave fragancia
el dulce aire de la tierra natal)
Y allá se fueron los pensamientos de quienes consideran al “Va pensiero” como el segundo himno italiano, un canto contra la opresión que vivían bajo la dominación del imperio austro-húngaro.
La finalidad del encuentro fue celebrar con miembros y amigos de esta entidad (creada hace veintiún años en El Palomar), dos fechas significativas: el 2 de junio, Día de la República Italiana, que conmemora el referéndum de 1946, en virtud del cual los ciudadanos italianos optaron por la forma republicana de gobierno; y el 3 de junio, Día del Inmigrante Italiano en Argentina. La fecha se estableció en 1995 gracias a la Ley 24.561. Se eligió, como homenaje, el día del nacimiento de Manuel Belgrano, que era hijo de un inmigrante genovés llegado al país a fines del siglo XVIII.
El encuentro fue un caleidoscopio de música, canciones, baile, poesía, memorias compartidas. Cada quien atrapó un recuerdo, y las emociones emergieron sin permiso, dejando una estela de ternura y de nostalgia.
En un momento se leyó el poema “El tren de los emigrantes” (“Il treno degli emigranti”, de Gianni Rodari). Los versos dan cuenta del sentir de quienes tuvieron que elegir dejar su tierra y sus afectos. Un sentir que se activó con el encanto de esa lengua tan querida.
El tren de los emigrantes
No es grande, ni pesada
la maleta del emigrante…
Contiene un poco de tierra de mi pueblo,
para no quedarme solo en el viaje…
Una muda, un pan, una fruta
y esto es todo.
Pero mi corazón no, no lo he traído:
en la maleta no cabía.
Demasiado dolor él tenía de partir,
al otro lado del mar no quiere venir.
Él se queda, fiel como un perro,
en la tierra que no me da pan:
un pequeño campo, justo por allí…
pero el tren corre: ya no se alcanza a ver…
Tras la emotiva lectura del poema, le pregunté a una compañera de mesa, visiblemente emocionada, qué recuerdos le había traído. “Es que me acordé muchísimo de mi mamá y de mi papá. De mi mamá porque allá dejó a toda su familia. Se vino sola a empezar una nueva vida, y fue duro para ella. Tuvo que enfrentar el cambio de idioma. Por suerte, los vecinos la ayudaron muchísimo. Y ella siempre nos contaba todas sus historias de vida de allá.”
“Dicen que los hijos de inmigrantes no tenemos patria, porque tenemos medio corazón allá y medio corazón acá”.
Claro que sí, el corazón quedó allá, en el terruño, en la patria natal. Es lo que testimonian muchísimos inmigrantes. Del mismo modo, los estudios psicosociales de las migraciones dan cuenta de los procesos de duelos no tramitados, de las dificultades para adaptarse a los nuevos contextos, del desarraigo, y de cómo todo ello afecta a las siguientes generaciones. No en vano muchos sueñan con poder visitar aquellos sitios donde los ancestros dejaron sus corazones.
El que emigra se va por distintas causas, pero lo cierto es que nadie toma esa decisión para dañarse a sí mismo, tampoco para hacerle mal a alguien. La toma porque no se le ocurren otras alternativas más que las que ya puso en acto, y no le resultaron satisfactorias. La toma porque teme por su vida, la de los suyos y las de sus futuros hijos. Y lo hace con incertidumbre, con miedo, con culpa y con un profundo dolor cuando deja a su familia, a su gente; personas que quizás no vuelva a ver. Eso ocurrió con los que emigraron a América a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, obligados por las guerras mundiales y sus tremendas consecuencias.
Sin embargo, a cualquier emigrante lo mueve la esperanza.
Los que vinieron a la Argentina lo hicieron entusiasmados por las promisorias noticias que les llegaban de otros, familiares o amigos, que habían podido conseguir trabajo, vivienda, lazos nutritivos.
Hay que decir que no siempre obtuvieron lo que esperaban, pero las carencias, las frustraciones, no fueron sólo obstáculos: se convirtieron en un motor para emprender. Y los inmigrantes no le hicieron asco a ningún trabajo honesto. Hubo quienes fueron explotados por los inescrupulosos que existen en todos los tiempos y lugares, y que sacan provecho de la necesidad del otro. Aun así, inmigrantes como gladiadores en el nuevo mundo, supieron aprender a pararse en sus propios pies, y a mantener sus valores, a toda costa.
Ahora como antes, el emigrante puede saber que alguien lo espera en su destino para darle un techo, un hogar, hasta que se asiente. En ocasiones —pocas, muy pocas— hay quienes van con trabajo garantido.
Por otra parte, hay quienes sólo portan ilusiones, fantasías sin un sustento lógico. Y esos sí que están aceptando un gran desafío: el de atreverse a buscar una nueva vida en contextos que no siempre son amigables.
Seguramente podemos escuchar muchos testimonios de los protagonistas de la inmigración. Y en La Montagnola lo hacemos. Si bien la experiencia es intransferible, capitalizar los recursos que ellos aportan puede ser de mucha utilidad para quienes estén pensando en emigrar de la Argentina.
Formar asociaciones sigue siendo un recurso de excelencia para ofrecer una red sostenedora. Red que amortigüe las vicisitudes que se les presentan en ese mundo nuevo al que se decidió emigrar. Una de sus funciones esenciales es acompañar a los inmigrantes en sus necesidades sociales, educativas, sanitarias. Asimismo, las propuestas educativas cumplen con la misión de conservar lo querido, de no perder todo, de seguir vinculados con la cultura de origen. Y con ese propósito es fundamental ejercitar la lengua materna, que se suele ir desdibujando ante la necesidad de incorporar la del país al que se haya emigrado. Es innegable que la lengua muchas veces se constituye en una barrera para la inclusión.
Un objetivo importante también es difundir la música, el arte, las tradiciones, las comidas, todo aquello que no se quiere perder, y que se desea transmitir a los descendientes.
Y todas estas acciones reparadoras ayudan a que ese corazón, dividido a la fuerza, logre ensamblarse y construir esa interculturalidad que posibilite el desarrollo de todos con una identidad más plena. Una identidad potenciada con las fortalezas de cada cultura, de cada lengua, de cada saber generosamente legado.
* Susana Lires es argentina. Nació en 1950. Pertenece a una generación en la cual la lectura significaba placer, y se valoraba como hábito necesario fomentándose tanto en la escuela como en casa. Alrededor de los ocho años, durante la siesta familiar y clandestinamente, la curiosidad la impulsó a leer los libros de su padre. Ahí nació su vocación de escritora, aunque al optar por una profesión eligió la Psicología. Se dedicó a ella incluyendo a la escritura en su caja de herramientas terapéuticas.
Participa desde 2021 en varios talleres del TCyC: en el de Narrativa de ficción, coordinado por Marcelo di Marco; en el de Poesía, a cargo de Analía Pinto y en el de Narrativa de no ficción que coordina Dante Galdona. Ha tomado el curso Gramática para escritores, que dio Nomi Pendzik y el curso de Crónica periodística, dictado por Dante Galdona.
Considera que “el espacio nutritivo de los talleres, y su extensión en los grupos de WhatsApp, se constituyen en una red sostenedora en múltiples sentidos. Entre otras cuestiones se promueven los buenos hábitos que todo escritor debiera tener: la lectura y la escritura continuas. Pasión creadora y cultura del trabajo se ensamblan en cada escritor brindando una base ineludible. Sobre ella las clases actúan como la llovizna: nutriendo las raíces. De esta manera las creaciones literarias pueden prosperar, socializarse y trascender”.
Ha publicado “Dama de hierro” (aquí en Fin), leído luego en el canal y pódcast Noches de Pluma y Tinta, por Luis Moretti. Allí también se pueden encontrar sus textos “¡Weeck Weeck!” y “Requiescant in pace”.
Imagen: Bruno Catalano