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Iletradas gentes de letras

Entrevista de Adriana Santa Cruz, del Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea, a Marcelo di Marco.

¿Qué opinás de lo que se suele llamar «coma de sentido», es decir,  esa que aparece en ubicaciones no recomendadas por la normativa de la lengua? El autor suele argumentar que esa coma “es necesaria» y, muchas veces, tiene razón.  El problema es que, en una novela, por ejemplo, puede haber cientos de comas «necesarias» (un ejemplo muy común es el de la coma que separa el verbo del circunstancial que queda pospuesto a dicho verbo). ¿Cuál dirías que es el límite? ¿Podrías hacernos alguna recomendación para revisar este tipo de puntuación?

La aplicación del sentido común marca la diferencia. El escritor siempre va a optar por lo adecuado antes que por lo correcto, y de ahí los problemas con que se topa el corrector, profesional que debe de tener muy aguzado dicho sentido común.  Mi recomendación general es evitar las comas en oraciones brevísimas (salvo las necesarias y obligatorias comas del vocativo, por ejemplo). Pero lo que más conviene es que el corrector se ponga en la piel del autor y tenga en cuenta la acción que se está describiendo. Me explico mejor con un caso. Si yo digo “Rápidamente agarró las llaves, y con ímpetu salió de la casa”, la norma dice que debo escribirlo así: “Rápidamente, agarró las llaves, y, con ímpetu, salió de la casa”. Pero, ante esa invasión ocular de comas obligatorias, el sentido común del corrector debe prevalecer, y proponer: “Rápidamente agarró las llaves, y con ímpetu salió de la casa”. Eso sí: noten que tal corrector ideal conserva la coma obligatoria que debe ir sí o sí después de “llaves”, pues marca la flexión natural entre las dos acciones, y de paso convirtiéndolas en una sola para transmitir mayor rapidez. Es el caso de la segunda oración de la pregunta: “El autor suele argumentar que esa coma ‘es necesaria’ y, muchas veces, tiene razón”, podría escribirse así: “El autor suele argumentar que esa coma  ‘es necesaria’, y muchas veces tiene razón”, que le confiere a la frase un ritmo más fluido. Insisto con lo del sentido común: conviene que la corrección sea rápida, pero no atolondrada. La coma de sentido debe respetarse sólo si ayuda al escritor a evitar una ambigüedad. Recuerden la coma de sentido de Güiraldes en las memorables palabras del final de Don Segundo Sombra: tal vez un correcto corrector le eliminaría esa milagrosa coma de “Me fui, como quien se desangra”. Pero sabemos que lamentablemente la gente que se desangra no se va; por lo general se queda muy quieta, desangrándose sin remedio hasta pasar al otro barrio. Hay todo un efecto sentimental en esa pausa propuesta por la coma. Un efecto soberbio que un corrector con poca sensibilidad artística echaría a perder.

Por naturaleza,  la literatura trasciende la normativa, pero,  actualmente, parecería que se ha vuelto más “transgresora” que nunca. ¿Pensás que los correctores deberíamos flexibilizarnos en algún aspecto en especial? ¿Creés que hay nuevas tendencias “de ruptura” a las que deberíamos adaptarnos? Si es así, ¿cuáles serían?

Buena pregunta. Ante la actual, dolorosa y paradójica invasión de iletradas gentes de letras que estamos padeciendo (valga la anfibología), el corrector debe plantarse frente al editor y decirle, con la mayor de las franquezas: “Sinceramente, no sé qué quiso decir este señor”. O bien: “Simplemente, no puedo trabajar si no es reuniéndome con el autor, a ver qué cazzo quiso decir”. Eso, cuando fallan esos dos infalibles instrumentos que son el contexto y el sentido común. Se ha visto últimamente alguna voz alzándose contra la pobrecita y humilde hache intermedia, que nunca le pegó a nadie. De triunfar la tendencia a eliminar la hache, los poetas ya no podrían hacer que el lector diferencie “álamos deshojados” de “álamos desojados” (esto es, álamos sin ojos). Como siempre digo en mis libros sobre escritura, el contexto manda. En mi perfil de autor de ficciones, en esta etapa de mi carrera tengo un estilo muy “conservador”, que mis lectores agradecen. El tono general del libro y mis actuales características de estilo tienen que ser tenidas en cuenta por el corrector cuando se tope con un cuento como este, por ejemplo, que les dejo como primicia e instrumento de reflexión. El relato, absolutamente inédito, se titula “Papilla”, y pertenece a un libro de cuentos que estoy escribiendo: Nunca la soledad fue tan oscura ©, en el que todos los cuentos (menos este, desde luego) están escritos respetando las normativas del caso, tanto desde lo correcto como de lo adecuado. Aquí va:

Papilla

Por Marcelo di Marco *

ahora que me dieron en brazos a la beba ya van a ver cómo soy capaz yo de cuidarla desde este sofá yo la loca de la familia yo la separada sin tener ni el secundario yo ganando un sueldo de mierda yo la que hace mil años tuvo un marido que se estaba cogiendo a la vecina durante dos años enteros delante de sus propias narices yo a la que el hermano vivía tocándole el culo cada vez que pasaba al lado el hijo de puta que él se casó bien y se recibió de arquitecto y vive en este departamentazo y tuvieron con la cheta de la mujer un hijo precioso que les dio esta primera nieta preciosa que tiene olor a bebita preciosa como todas las bebitas preciosas yo que no me pesa nada en estos brazos de laburanta que jamás llega a fin de mes mientras estos mierdas me están refregando en la cara su reputísima guita y yo se me ocurre levantarme despacio entre los parientes que ya están brindando en esta fecha inolvidable del Año Nuevo que será más inolvidable todavía gracias a yo que ahora me decido a levantarme del sofá con la beba en brazos yo que no le doy bola a la mujer de mi sobrino que se me cruza y me dice viste tía Elena qué linda gordita y yo que no pude tener ni un puto hijo por el aborto que me hicieron de pendeja yo no le contesto un carajo a la madre de la beba y yo saliendo ahora al balcón con la beba en brazos y en el aire ya la beba y doce pisos

*Marcelo di Marco (Buenos Aires, 1957) es un escritor, poeta, cuentista y ensayista argentino. En 1979 comenzó a coordinar grupos de escritura. Fue cofundador de la Escuela Literaria del Teatro IFT. En 1994 lanzó su primer libro de cuentos, El fantasma del Reich, con el que ganó el concurso de la Fundación Antorchas. Entre 1996 y 1997 coordinó talleres de literatura fantástica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, dirigió el taller literario de la Universidad de Belgrano durante varios años. En 1997 publicó el best-seller Taller de corte y corrección, ameno ensayo sobre técnicas de escritura literaria. En 1999 le siguió Hacer el verso, enfocado en la poesía. En 2002, en colaboración con la profesora Nomi Pendzik, Di Marco sintetizó su experiencia en la formación de escritores en dos libros destinados al trabajo en aulas: Atreverse a escribir y Atreverse a corregir.

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