En reiteradas ocasiones me pregunto qué es lo que hace diferente a un escritor. No sólo porque escribir sea un profundo deseo mío, sino porque también disfruto enormemente de leer. Y en esto pensaba cuando recibí la recomendación sobre el cuento “Matar a un niño” de Stig Dagerman (http://lamaquinadeltiempo.com/prosas/dagerman.htm). El autor, nacido cerca de Estocolmo en 1923, escribe entre los 21 y 26 años la mayor parte de sus obras: cuatro novelas, cuatro piezas de teatro, algunas nouvelles y una gran cantidad de artículos, crónicas y reportajes. Un hombre con una lucidez notable, pero que parece no haber encontrado respuestas a todas sus angustias, pues en 1954 se suicida con apenas 31 años y siendo plenamente reconocido. Entiendo que si Dagerman eligió ponerle fin a sus días, esto no es un dato menor: nadie que pudiera tolerar las dificultades en las que la vida nos pone a prueba, tomaría semejante decisión. Releo el cuento, entonces, con otra mirada. Y, por momentos, tengo la sensación de descifrar alguno de los misterios del ser humano y su forma de vivir. Porque tal vez no se necesiten hojas y hojas ni extrañas palabras para explicar algo tan terrible, tan tormentoso, como la muerte de un niño.
“¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad?”, se pregunta el narrador en un pasaje del cuento. Y yo me pregunto cómo puede ser esta vida tan fría y atroz y transformarse, en un instante, en una pesadilla sin vuelta atrás. Entonces, ¿cómo es que no logramos valorar nuestros afectos con la intensidad que se merecen, y cuando ya no están lloramos por ellos?
Inmersos en un mundo plagado de sueños efímeros, vivimos a un ritmo acelerado, siempre insatisfechos, corriendo tras objetivos impuestos, seducidos constantemente por modelos de vidas que reparan sólo en cosas materiales. Cuando lo cierto es que, alcanzados por dramas como el de este relato, todo ese mundo artificial se desmorona abruptamente. Y nos deja inmersos en el vacío más absoluto.
Como dice Dagerman, “no es verdad que el tiempo cure todas las heridas”. Y ya lo creo que no es verdad: la muerte de un hijo no es una herida que pueda cerrar jamás, aún cuando el ser humano se adapte a vivir con tal descomunal dolor. La vida, por lo tanto, ya no es un camino de búsqueda y satisfacciones, sino un sobrevivir doloroso y cruel. Y en este perdurar el único anhelo será, según las creencias de cada uno, reencontrarse en algún lugar con ese hijo perdido.
En el cuento que mencionamos no hay malas personas, ni asesinos, ni degenerados: sólo gente común, con una vida común, atravesando un domingo común. Pero que termina en tragedia.
Y es esto, quizá, lo que me perturba tanto de Dagerman. Después de leer otro de sus brillantes escritos, el ensayo titulado Nuestra necesidad de consuelo es insaciable (1952), descubro a un hombre sin fe, desprovisto de toda creencia religiosa. Un ser muy sensible, en la búsqueda constante. Un autor que no sólo me conmueve hasta lo más profundo, sino que también me ayuda a pensar que está en uno la capacidad de darle el valor apropiado a la vida que haya construido.
Vivimos en un mundo en donde los grandes ideales están olvidados, como dice Discépolo en su visionario tango «Cambalache» (1935): “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador./ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!”
Pese a todo esto, entiendo que no todo es igual y que sí hay algo mejor. Un camino en el que la vida tiene un valor en general, y la esencia del ser humano, un valor particular.
Pues la vida es una, y de nosotros depende cómo la vivamos y el valor que le demos. Pero es importante saber que estamos expuestos a cualquier tragedia como la de este cuento, sobre todo en la desalmada realidad que nos está tocando vivir.
Comprendo así la frase de Bertolt Brecht: “La cuerda cortada puede volver a anudarse, vuelve a aguantar, pero está cortada”.
Y por fin descubro qué es lo que hace diferente a un escritor. Es diferente aquel que, al menos por un rato y desde su escritura, logra “cortar la cuerda” con un golpe seco y certero. Un golpe seco y certero a las emociones de quienes lo estén leyendo.
Y es esto lo que provoca Stig Dagerman con “Matar a un niño”.
Son exacta y dolorosamente ciertas tus reflexiones, Vicky. También leí dos veces el desolador cuento y sentí algo muy parecido. Y doy fe que, de repente, nuestro mundo puede estallar y parecerse a una piñata llena de chucherías sin valor. Ése es el momento preciso para abrir el paracaídas que llevamos en nuestras espaldas sin darnos cuenta y cuya tela está hecha de afectos y, sobre todo, fe.
Felicitaciones a Dagerman por cortarnos la cuerda de manera tan contundente, y a vos por interpretarlo y anudarla con tanta sensibilidad y firmeza.
Un beso.
Gracias, Jorge, realmente me emocionó tu comentario. Este cuento toca algo muy profundo, porque todo lo que sucede podría pasarnos en cualquier momento.
Gracias, otra vez.
Un beso grande!