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De talleres y talentos

Quizá les suene a autobombo, pero no lo es: simplemente quiero describir una realidad. Porque voy a hablar del hombre que amo.

Ustedes dirán: ¿qué tienen que ver tus cuestiones personales y sentimentales con la cultura, con la literatura —que es de lo que se ocupa este periódico—? Y les responderé: tienen mucho que ver. Porque el hombre al que me refiero es Marcelo di Marco.

Marcelo di Marco, cofundador de este periódico junto con Diego Ruiz, nuestro webmaster. Marcelo di Marco, autor del célebre Taller de corte y corrección. Guía para la creación literaria, que Sudamericana lanzó en 1997, y ya en su quinta edición lleva vendidos varios miles de ejemplares. Marcelo di Marco (mi marido, y excelente padre de mis mellizas, para más datos), que el jueves pasado presidió el vigésimocuarto asado del Taller literario que coordina desde hace muchos años.

Y ese día, mientras Marcelo presentaba el libro de poemas La rosa líquida, de Javier Rodríguez, yo lo miraba (les juro que con la mayor objetividad posible), y miraba a las casi setenta personas que compartían con nosotros sus alegrías y sus logros (publicaciones, concursos, premios…), y pensaba. Pensaba cuántos años llevaba Marcelo construyendo tesoneramente este TCyC que hoy tiene tantos integrantes, en el país y en el exterior. Pensaba con cuánto ahínco, seriedad, rigor y calidez trabaja Marcelo los textos de todos esos escritores, cuánto empuje les brinda para dar a conocer sus obras, con qué dedicación los ayuda (aun en cuestiones extraliterarias, desde conseguir dadores de sangre a regalar gatitos). Y pensaba cómo se nota eso en el cariño que todos le tienen y en los agradecimientos que manifiestan, y también en cómo se aprecian entre sí estas personas que quizá sólo se ven un par de veces al año, precisamente en estos asados. Pensaba que talleres literarios hay muchos, pero no sé cuántos son tan pujantes, tan vitales, tan emprendedores, con tanta gente que publica, concursa y gana premios.

Y por eso pensaba también que el TCyC ya no es solamente un taller literario: es una comunidad. Es decir, un “conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes”, como reza la definición del DRAE. El primer vínculo de esta comunidad (comunidad de escritores) es la pasión por la literatura, por la buena escritura, por aprender cada día. Y el eslabón que los une a todos es un coordinador que ha logrado esto gracias a su perseverancia, a su empeño, a su laboriosidad (¡qué palabras y qué virtudes tan lamentablemente fuera de moda!). Un coordinador que se ofrece como punto de encuentro para tantas individualidades y estilos diversos y que, respetando a cada uno de ellos, no olvida el bien común. Un coordinador que, como pide Cristo, enseña a no esconder los talentos sino que los hace fulgurar a la luz del sol para que iluminen la tierra. Es decir, en todo el alcance que tiene el término, un verdadero maestro.

One Comment

  1. Jorge Nieva dice:

    Como «autobombo» está muy cerca de «autobomba», a mi me suena muy bien. Y el clima que el tipo, o sea, tu marido, sabe generar en el quincho, es tal cual lo dijiste. Bien podría entonces aplicarse un viejo dicho, pero no en forma peyorativa, como usualmente se hace: «Dios los cria y ellos se juntan».

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