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Endiosemos a Dios

Por Pablo Grossi *

 

La era poscristiana tiene todavía muchos ecos de la civilización que le dio origen. Siguen flotando aún en nuestro mundo secularizado y neopagano resabios de la cristiandad: se celebra algo llamado “Navidad”, pero como una cáscara vacía. Un mero nombre sin el contenido Verdadero. ¡Qué lamentable es elegir el sinsentido! ¡Qué suicidio no tener por meta a la Meta más alta de todos! Alejémonos bien lejos de esa autopista al vacío. Y choquemos las copas hasta la embriaguez porque la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió la materialidad de la carne. Brindemos porque Dios Padre es nuestra Meta, porque el Niño que hoy nació es nuestro camino, y porque el Espíritu nos conduce.

Hoy quiero hacer plegaria mis deseos de paz, amor y felicidad para todos ustedes. Pero no como lo hace el mundo secularizado, que también habla mucho de amor y paz. Ojo: paz, amor y felicidad son realidades bien pero bien cristianas.

En primer lugar, le pido al Niño Dios que sus vidas se llenen de tranquilidad en el orden, como definía San Agustín a la paz. Una tranquilidad sin orden puede ser modorra, desinterés, conformismo. Un orden sin tranquilidad puede ser rigidez, puede ser rigorismo o puede ser imprudencia. “Paz a los hombres de buena voluntad”, cantan los ángeles. “Yo les doy mi paz, pero no como la da el mundo”, dice el Señor. Recibamos su paz y obremos en consecuencia, viviendo la tranquilidad en el orden.

También le pido a Cristo que su amor difusivo llegue a nosotros y nos desborde, para así alcanzar a quienes nos rodean. Que todas nuestras acciones estén movidas por el amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. No nos olvidemos que el amor a Dios sin el amor al prójimo es fariseísmo puro, y que el amor al prójimo sin el amor a Dios es estéril, pues no echa raíces en la eternidad, no fructifica, se desvanece en el humo de la contingencia temporal. Señor, que seamos siempre en el mundo un reflejo del amor de tu amor. Que todo lo que hagamos sea para glorificar tu nombre y para acercar a ti las almas de quienes nos rodean.

Por último, ruego que Dios nos permita ir anticipando en esta vida la Felicidad Celestial. Que la virtud teologal de la esperanza acreciente en nosotros el gozo de sabernos creados, redimidos y santificados por la Santísima Trinidad. Que sepamos, en medio de los dolores de la vida presente, tener los ojos puestos siempre en el Cielo.

Señor, Dios nuestro, que te endiosemos. O, mejor dicho, que nunca dejemos de darte el lugar que te corresponde. Que nunca nos avergoncemos de proclamar tu primacía sobre todas las cosas. Que sepamos responder con generosidad a la enorme cantidad de gracias con las que nos honraste gratuitamente desde el principio de los tiempos. También te damos gracias porque las mortificaciones que sufrimos este año nos recuerdan que la Felicidad en esta tierra es parcial. Gracias, Señor, porque en esos momentos estuviste siempre con nosotros, sosteniéndonos.

 

 

 * Pablo Grossi nació en Buenos Aires en 1986. Es maestro de nivel primario, catequista, y está terminando el profesorado y la licenciatura en Filosofía en la Pontifica Universidad Católica. Desde muy chico se apasiona por los relatos de aventuras. Participa del TC&C desde 2012, escribiendo (y corrigiendo) cuentos. Disfruta mucho de la música y la gastronomía, con una amplia variedad de gustos en ambos campos. Su principal interés académico pasa por la apologética de la fe católica, la relación entre la ciencia y la fe, y el pensamiento medieval.

 

 

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