Fin Rotating Header Image

En la furia de un resplandor

Por Javier Rodríguez *

 

Una danza

 

A veces pienso que la soledad

es un largo y oscuro pasillo:

puertas cerradas, lamparitas

meciéndose hacia la nada.

Y una melodía o luz salvaje

donde bailan nuestras sombras.

El viejito del 5to B,

por ejemplo,

toca nocturnos de Chopin

todas las tardes. Se sumerge

en el más profundo temblor.

―fervor de las teclas―.

Yo, lentamente,

me deslizo por el pasillo

hacia el ascensor.

Me detengo frente a su puerta

donde se asoman chispazos

de melancolía aérea.

A veces finjo

que me olvidé de alguna cosa

para seguir escuchando.

 

Esta tarde

el maestro no vibró más.

Me pregunto

si se habrá suicidado

contra alguna ráfaga musical.

 

A veces pienso que la soledad

es un largo y oscuro pasillo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jardín Volcánico

 

Una mujer que llora

desde las raíces del dolor

florece: se derrama en rímel.

Acaso en claroscuros ―savia negra―

desplegándose por su cara.

A través de su oscura lava,

ella construye efigies:

un hombre con los ojos cerrados,

una selva de cuchillos, barcos sin puerto.

Tal vez alguien cortándose las venas,

fluyendo a la deriva.

Una mujer

maquillada con el furor de los abismos,

no le alcanzan las pupilas

para llorar más rosas negras.

 

Desde las raíces del dolor,

ella

ya no destila lágrimas,

sino

ojos infinitos:

noches y noches de líquida soledad.

 

 

 

Cauce del latido rojo

Desde arriba ―cualquier cielo―,

sangre: destilación

de un río morado

goteando en avenidas, carteles

herrumbrosos.

Sangre y más sangre

discurriendo calles abajo.

Sangre

entre profundos baldíos y

ramificándose en la alta noche.

Sangre

manando de su brillo la locura

desde toda ventana. Sangre

derramándose por escaleras

de auxilio. Sangre en los techos,

besando los tejados. Sangre impasible,

danzando aérea, desesperada.

Sangre líquida, sangre coagulada

de luz,

que ilumina y hace arder el asfalto

por donde va y viene más sangre.

Toda la sangre, sombras de sangre

flameando en torrentes,

en tinieblas de viscosos abismos.

Viñas de sangre, espíritus

que gotean su mar más rojo

mientras alguien se ahoga.

Sangre, sangre temblorosa

en la cima de las rosas idas.

Sangre que ya rebasa, que ya inunda

el corazón de un agrietado navío.

Sangre ―agua del dolor―

de un mundo abriéndose.

Sangre:

lluvia de mí hacia tus manos.

 

 

* Javier Rodriguez nació en Merlo, provincia de Buenos Aires, en 1975. Publicó el libro de poemas La rosa líquida (Huesos de jibia, 2011).

En el cajón del después eterno guarda tres libros inéditos de poesía, que todavía sigue corrigiendo.

También escribe cuentos. Y ahora —encima— está viviendo y escribiendo una novela.

Es propietario del blog Thebarcoebrio.blogspot.com

 

 

Deja un comentario