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Una visita al Salón de la Indiferencia

por Martín Miguel Monedero*

 

La semana pasada —exactamente el martes 14 de agosto de 2012— fui al Congreso a hablar.

El gobierno quiere un nuevo Código Civil. El que tenemos ahora —y hasta ahora—, escrito por Dalmacio Vélez Sarsfield en 1870, resistió todos estos años sin que algún jurista lo haya querido sacar. Se lo fue adaptando, claro, pero nadie se animó a sacarlo y poner uno nuevo. Ni Borda, ni Llambías, ni ningún otro Maestro.

Cristina sí.

En la secundaria me dijeron que había tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. El primero gobernaba, el segundo hacía leyes y el tercero impartía justicia. En la facultad (primer año de Abogacía), aprendí que los jueces podían determinar si una ley estaba bien o mal —si era “constitucional” o “inconstitucional”—. Y que los jueces más grandes eran los de la Corte Suprema. Lo que ellos resolviesen sería indiscutible.

La semana pasada fui a hablar al Congreso, como decía, porque se quiere un nuevo Código Civil… pero afirman que antes necesitan escuchar la opinión de la sociedad. Abrieron una lista de oradores, y Frente Joven solicitó hablar. Sebastián —el encargado de la Mesa Política de nuestra agrupación— se me acercó y me dijo:

—Mone, ¿te animás a hablar en el Congreso?

—Sí —le respondí sin pensarlo. Después se me ocurrió preguntar sobre qué.

—Es sobre la Reforma del Código Civil.

Y me puse muy contento, porque había que ir a hablar, porque alguien tenía que ir a hablar.

—¿Me van a preguntar algo? ¿O es leer nomás?

—Y… mirá: vas a leerles a los diputados y senadores lo que preparamos. Seguro que al terminar te preguntan algo, tenés que ir preparado.

Leer a diputados y senadores, uau. Este Sebastián es un rayado total. Me manda a leer una ponencia en el Congreso como si fuera a comprar leche al chino, así de fácil.

Los chicos del FJ en el Congreso

Nos asignaron diez minutos. Mi amiga Inés escribió la ponencia, y con los papeles bajo el brazo me fui para el Congreso. Entré solo, por Irigoyen.

—¿Señor? —me preguntó la gente de Seguridad.

—Vengo porque tengo que hablar en una audiencia —dije yo, solemne, ceremonioso: sería la única vez en la vida que diría esa frase, así que disfruté el momento.

—Ah, sí, por acá —me dijo el tipo. Claro, ese día habían pasado a hablar más de veinte personas. Lo que para mí significaba un momento único, para él era un hecho más—. A la derecha están las escaleras, después doblá a la derecha de nuevo, y después en el pasillo a la izquierda hasta el fondo. Salón Azul.

Me había puesto mi corbata de la suerte. Me abroché los botones del saco. Llevaba la ponencia en mis manos, prendida con apenas un ganchito, sin carpeta ni nada. Toda subrayada y con anotaciones.

—Martín Monedero —les dije a los de Mesa de Entradas.

—¿Frente Joven? —me preguntó la mujer… y qué lindo fue escuchar eso—. Bueno, pase.

Y entré al Salón Azul.

Mi primera decepción fue la cantidad de sillas vacías. Casi dos tercios, vacías. Vi a la diputada Conti en la mesa que presidía la sesión. ¡Qué cara de víbora! Recorrí en un paneo a la gente sentada, y no reconocí a ningún otro político. Debe haber legisladores que no les sé la cara, pensé.

—Disculpame —le dije a una chica que sostenía una cámara—, ¿sabés dónde están los legisladores?

La chica me sonrió, como diciendo qué ingenuo.

—Acá hay dos —dijo—. Conti, ahí en la mesa, y Filmus en primera fila.

Daniel Filmus en primera fila.

—¿Y el resto?

—No están.

—¿Pero esto no es una audiencia para escuchar a la sociedad? ¿Cómo hacen para escuchar a la sociedad si no están cuando la sociedad habla?

Nueva sonrisa cínica.

—Lo pueden seguir desde sus despachos, por tele.

Se notaba que la gente sentada era, en su mayoría, gente que iba a hinchar por su ponente favorito. Terminaba la representante de los indígenas, y todos los indígenas se levantaban y se iban. Terminaba el abogado comercial, y sus colegas se levantaban y se iban. En fin: la sociedad escuchándose a sí misma… y levantándose y yéndose. Del gobierno, la Conti nomás, que más que escuchar te miraba mal, con odio. A todos.

Llegó la muchachada de Frente Joven, a apoyarme. Qué grandes los pibes. Se escaparon de la facultad, del laburo, de sus compromisos, para venir a escucharme diez minutos. No por mí, sino porque yo hablaba por Frente Joven. Qué extraordinario que es esto de la militancia.

—Martín Monedero, Frente Joven —dijo un burócrata por micrófono.

Y pasé a hablar.

Apenas empecé, el senador Daniel Fernando Filmus se levantó y se fue. O sea, Frente Joven, Diana Conti y algún otro perejil.

Antes de leer, me saqué las ganas de decirles la decepción que significaban ellos para todos nosotros. La decepción que es saber que quieren hacer un nuevo Código Civil en el que se convierte a los embriones en cosas, en el que los argentinos concebidos artificialmente pasarán a ser congelados, manipulados, comprados, vendidos, en el que los vientres serán alquilados. Qué decepción que el proyecto lo presente la Presidente de la Nación, lo haya escrito el Presidente de la Corte, y se plantee en un Congreso en donde el oficialismo tiene mayoría automática en ambas cámaras.

Mientras decía todo eso miraba las sillas vacías, y ahí caí en la cuenta: ¡desde un principio era obvio que no vendría nadie! Si justamente lo que no les interesa es discutir. Quieren fingir que proponen, fingir que discuten, fingir que escuchan, cuando en realidad imponen, gritan, aturden.

Eso sí: a los diez minutos, el burócrata me interrumpió con un

—¡Concluya!

Al terminar, no hubo preguntas. Claro que no, no les interesa preguntar. Por poco el burócrata grita “¡Siguiente!” cuando me bajé del atril. Así de horrendo, así de cínico fue ese día de audiencias en que se escuchaba a la sociedad.

Nos fuimos del Salón y nos sacamos fotos con los chicos, festejando la ponencia. Vino gente a felicitarnos por el testimonio, por lo juvenil de lo nuestro, por la claridad.

Y yo miraba las cortinas del Congreso, los pasillos… Miraba toda esa historia, y pensaba qué mentiras, qué mentira que es todo. Qué sucios que son estos tipos, qué ganas de mandarlos a todos a la mierda y colgar los botines.

Pero me acordé de Frente Joven. Y me fui contento, porque tengo amigos con ideales. ¿Qué sentido tiene la vida sin ellos?

 

Martín tiene 25 años y le gusta mucho alternar sus escritos como abogado con la literatura. Formó sus gustos por la lectura entre Lewis, Dumas, Hugo Wast, Chesterton, Papini, Tolkien, John Grisham, Guareschi, Juan Luis Gallardo, José María Pemán, Francisco Luis Bernárdez, Louis de Whol y Santo Tomás de Aquino.
Espera que lo que escribe sirva a los hombres para ser mejores y para conocer y querer más a Dios y al prójimo.

 

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