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Crítica de crítica

por Ivan Guede Santos*

 

Hoy sábado a la mañana sucedió un imprevisto.

Me desperté alrededor de las diez y media y me quedé paveando con el iPad en la cama. Dando vueltas por Twitter, me detuve en una nota del suplemento Cultura del diario Perfil, a cargo del escritor y crítico argentino Damián Tabarovsky. La nota era más bien una crítica sobre otra nota publicada en ese mismo suplemento a cargo de Betina González. González hace una crítica sobre una novela, y Tabarovsky la cuestiona diciendo lo siguiente:

Algo de eso ocurre en un párrafo crucial de la reseña de González cuando, para justificar su valoración negativa de la novela, escribe: “El problema es que los episodios se acumulan en la vida de Roque, pero Roque sigue siempre igual, como si nunca creciera (…) No hay relato porque no hay verdadera transformación del personaje ni verdaderos conflictos que hagan avanzar la trama”. Cada una de esas frases está cargada de la más convencional ideología literaria.

Quiero resaltar esta parte: «Cada una de esas frases está cargada de la más convencional ideología literaria».

Es evidente que, para Tabarovsky, el hecho de que una historia avance es convencional y, por lo tanto, malo.

Tabarovsky refuerza entonces su adhesión a la corriente literaria, muy de moda en estos días, que prefiere novelas donde no pase absolutamente nada. Esta corriente, amante de la historias donde los personajes «son» en vez de «hacen», es por demás hiriente al sentido fundamental y primario de la literatura, que es, en definitiva, contar una historia. Tabarovsky tal vez prefiera los relatos donde un tipo se sienta en la ventana a barruntar sobre la vida y la insignificancia del ser y luego… Y luego, nada.
Quizá Tabarovsky hubiera preferido que en Moby Dick Ismael se pasara tres años arriba del Pequod observando el océano y pensando cómo sería cazar una ballena. O que nuestro amigo Raskólnikov en Crimen y castigo se pasara las 900 páginas pensando en cómo se sentiría al matar a la vieja usurera Aliona Ivánovna. O que el intrépido detective Philip Marlowe, de Chandler, se quedara en su estudio analizando la crueldad de la psiquis de los sospechosos a los que debería salir a investigar.
Esta forma de pensar la literatura no hace más que alejar al lector de los libros. Pero no estoy hablando del lector entrenado que, como yo, puede fumarse tranquilamente un Proust, autor que Tabarovsky usa como referencia de novelas famosas en las que no pasa nada (aunque tampoco estoy de acuerdo con esto: si bien los siete tomos de En busca del tiempo perdido son pensados por el narrador, la historia avanza y el personaje crece dentro de ese pensamiento). No. Me refiero a que la corriente defensora del «no pasa nada» aleja al lector medio, el que quiere sentarse a leer una novela que lo atrape, que lo haga pasar página tras página y le despierte las ganas de ir a comprar otro libro del autor que tanto lo atrapó y del cual quiere conocer más.
En definitiva, aleja al lector que compra.
Si Tabarovsky quiere que lo lean él y su selecto grupo de amigos entendidos, perfecto.
¿Yo? Yo prefiero que cualquiera pueda leerme.

 La nota de Tabarovsky en Perfil

 

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Ilustración de Jacek Yerka

 

 

10583140_10204401243693758_909346632_n*Ivan Guede Santos es novelista y cuentista, y miembro del círculo de escritores «La abadía de Carfax». Ha publicado en Perfil y revistas zonales, y también en publicaciones de concursos en los que ha ganado y obtenido menciones; entre ellos, el concurso nacional de Tres de Febrero, el concurso literario de UPCN y Metrovías. Su primera novela, aun inédita, se titula Memorias del derrotero. La nota que aquí publicamos pertenece a su blog http://www.loqueivanpiensa.blogspot.com.ar.

 

 

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