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Manual para convertirse en un escritor independiente: entrevista a Graciela Amalfi

Graciela “Boticaria” Amalfi es autora de varios libros con historias atrapantes y hermosas ilustraciones, que les gustan tanto a los chicos como a los grandes. Y no sólo los escribe: también gestiona –y muy exitosamente– todos los detalles del proceso de la publicación, incluyendo la distribución y la difusión de su buena literatura. En esta entrevista realizada por Luis Lezama Bárcenas, nuestro Secretario de Redacción, Graciela nos cuenta sus secretos.

 

Qué decís si empezamos por el nombre que aparece en tus libros: Graciela “Boticaria” Amalfi. Yo sé que sos farmacéutica, pero me inclino a creer que no sólo es eso, que no puede ser tan simple como eso. ¿Cómo funciona para vos lo de “Boticaria”?

Diría que La Boticaria, con su sombrero, me transforma un poco en un personaje que me hace desinhibirme y deja atrás a la farmacéutica de todos los días, o mejor, de toda la vida.

En todas mis apariciones en público –ferias, presentaciones de mis libros, entrevistas, y demás– nunca olvido mi sombrero gardeliano.  Sin mi sombrero, paso a ser sólo Graciela Amalfi, con el sombrero soy además la Boticaria. Ese seudónimo le gusta a la gente, por eso lo sigo usando: mi página de la red social Facebook se llama: Boticaria Club de Cuentos. Mi blog: boticaria-graciela.blogspot.com. Graciela Amalfi y la Boticaria nacen juntas en el mundo literario.

 

Graciela, me gustó mucho esa dedicatoria que ponés en Las madrugadas de Agustín. Dice: “A esos inevitables amores de la escuela primaria”. ¿Nos podrías contar cómo surgió esa dedicatoria?

En realidad, con mi editor (Matías Reck, de Milena Caserola) habíamos escrito aquellos inolvidables amores…, por error tipeamos «inevitables». En ese momento le dije a Matías: me gusta más así.

Porque son verdaderamente inevitables los amores de la escuela primaria. Se podrán olvidar, pero no creo que evitar. ¿Quién no estuvo tremendamente enamorado en la escuela, como nos relata Agustín al escribir su diario personal?

Mis amores de la escuela primaria, claro que no los olvido: los recuerdo con una sonrisa. Son amores sanos, inocentes. De hecho, me identifico con la abuela de Agustín, que juega un papel importante en la vida del preadolescente (aunque yo tuve más de dos amores en esos siete años, ¡ja, ja!).

Me pareció que la dedicatoria ampliaba el público al que va dirigida la novela. Muchos adultos me dijeron que disfrutaron de su lectura porque los llevó a recordar lindos momentos de esa época.

¿Qué más nos podés contar de Las madrugadas de Agustín

Las madrugadas de Agustín es una obra que no deja de sorprenderme. En Argentina, los preadolescentes que la leyeron me buscan en las ferias (ellos o sus padres), porque quieren otra historia parecida. Se sienten muy identificados. Fue mi primera experiencia de escritura para esa edad: 9 a 13 años, y la verdad es que tuve y tengo una devolución gratificante por parte de los lectores.

Esta historia también la publica una editorial de Bogotá (Enlace editorial). Se elije como material de lectura para los alumnos de innumerables colegios de ese país: recibo muchos mails y comentarios de alumnos colombianos en mi blog.

Me pasó también en Argentina. Una maestra de una escuela pública de Haedo (Provincia de Buenos Aires) lo adoptó como libro para sus sesenta alumnos. Me contó que la Directora no podía creer al ver que los chicos, en lugar de estar jugando en el recreo, leían la historia de Agustín.

Agustín es un personaje ingenuo, inocente, impulsivo, de corazón grande. Como verás, es uno de mis personajes preferidos. Disfruté mucho el escribir esta historia.

En realidad, disfruto al meterme en un montón de lugares a los que ellos (los personajes) me van llevando. Y me dejo llevar…

¿Cuándo y cómo empezaste a escribir?

Desde que aprendí a escribir, escribía historias. A los 6, 7, 8 años me inventaba charlas entre las flores y los animales, y las escribía.

Como siempre me gustó la radio, un poco de más grande, me inventaba guiones de programas radiales.

Cuando estaba en la facultad escribía cuentos, bueno eso era lo que yo pensaba, que eran cuentos. Terminé mi carrera universitaria, siempre con esa cuenta pendiente de ir a algún taller literario. Pasaron muchos años hasta que me organicé para comenzar.

Al principio, participé con otros autores en muchas antologías de impresión autogestiva.

Pasé por varios coordinadores de talleres literarios (no más de seis meses en cada uno). De cada coordinador aprendí varias cosas, pero en 2014 llegué al TCyC coordinado por mi maestro Marcelo di Marco. Los seis meses se fueron sumando: del TCyC no me voy nunca, ¡ja, ja!

 

Uno de mis autores favoritos, Roald Dahl, era sumamente criticado por muchos escritores; pero, sobre todo, por los padres de sus lectores (los niños), a quienes no les gustaba nada la forma en que Dahl hablaba de los adultos en sus libros. ¿Pensás vos, que al escribir para niños, te estás —por decirlo así— poniendo del lado de los niños y en contra del mundo adulto?

Comparto con vos la admiración por Roald Dahl.

No, no creo ponerme en contra de los adultos. A propósito, mi objetivo en la escritura infanto-juvenil es que la familia se reúna a leer mis historias. Que los reúna y los una, que las compartan, las debatan y se lleven una enseñanza de cada uno de los cuentos. Por ejemplo, en cuentos como «Renzo, el perro mochilero» o «La sopa mágica de piedra», hay un valor en cada uno: respeto y solidaridad, respectivamente. En estos libros, elaboré actividades para que los niños puedan realizar en forma escrita u oral con los adultos (familia, maestras).

 

¿Escribís para otro público? ¿Qué diferencia ves entre escribir para niños y para adultos?

Mis primeros cuentos y novelas los escribí pensando en el público adulto. Pero, me sorprendí cuando en Colombia publicaron estos libros para trabajar con los estudiantes de 10 a 13 años.

También leí algunos de estos cuentos en sexto y séptimo grado de las escuelas de Argentina. Me refiero a Des palabras armando, Kumiko, Amaneceres y Baúl de cuentos de la abuela.

A nivel literario no hay diferencias: hay que conocer las herramientas que nos enseña en su taller el maestro Marcelo di Marco. Son las mismas para la escritura infantil que para la de adultos.

Los personajes te van llevando a recorrer sus mundos, entonces no importa a la hora de escribir para qué edad sea. El narrador puede tener siete años (Las aventuras de Cata y su abuela Lili), doce años (Las madrugadas de Agustín) o ser un adulto (Kumiko): escribo con las mismas técnicas y compromiso. Esa es mi experiencia, lo que me pasa a mí.

Sí, habrá diferencia al pensar en la edición del libro: tipografía, ilustraciones, tapa. Pero ese no es un tema solamente mío, sino que lo comparto con el editor. Cuido la estética de mis libros, tanto los que están dirigidos al lector infanto-juvenil como al lector adulto.

 

Veo que te la pasás mucho en ferias, ¿dónde disfrutás más, con tus lectores o escribiendo?

Las ferias no tendrían razón de ser sin las historias que escribo. Escribir es lo que me apasiona. No me imagino mi vida sin escribir, sin pensar en mis personajes.

A propósito de las ferias,  escribí el boceto de varios cuentos en algunas ferias. Si son al aire libre, me sirven para observar la naturaleza, y también el comportamiento de la gente que circula por ahí. Siempre estoy a la pesca de conversaciones, gestos, apariencia física del público: ellos pueden ser personajes de mis relatos.

Las ferias también hacen que me relacione con mis compañeros feriantes, algunos de los cuales me cuentan su historia de vida, y hay muchas que son apasionantes.

El intercambio con los lectores me llena el alma; soy receptiva a sus comentarios, y por qué negarlo, también alimenta mi ego.

Salgo a mostrar lo que hago porque siento que es un granito de arena para cultivar la lectura, es por ese motivo que me encanta cuando son niños o adolescentes los que eligen mis libros.

 

¿Cuál pensás vos, desde tu experiencia, que es la mejor forma de tratar con los niños? Me imagino que más de alguna vez has leído para ellos. ¿Qué sorpresa te has llevado?

Con los niños hay que ser muy genuinos. Mi experiencia me dice que hay que saber escucharlos en medio del relato, dejarlos participar. Cuando leés o narras a niños ya sabés que ellos te pueden interrumpir: es parte del juego. Es como leerle un cuento a tus hijos antes de dormir. No se nos ocurría decirles que escuchen sin interrumpir. Ellos son parte de la historia y quieren ayudarte a armarla. Y que se involucren me da la pauta de que están atentos.

Los niños son muy sinceros, si tienen que decir algo lo van a hacer en el momento que se les ocurra. La diferencia con el público adulto es que por ahí los adultos están en silencio mientras leés, pero no están prestando atención. En la carita de los chicos notás si están interesados por la historia o no, son muy demostrativos.

Sé que hay algo que les interesa mucho a nuestros lectores, que es la autopublicación y autopromoción que te has dado y –es justo decirlo–, te ha funcionado de maravilla. Contanos de eso.

Con respecto a la autopublicación es algo que se dio a partir de conocer a editoriales independientes en la FLIA (Feria del libro independiente y autogestiva).

En mi caso particular, conocí Milena Caserola (Matías Reck) y con él autopubliqué mi primer libro a fines de 2010. Sigo editando e imprimiendo con MC. Matías me manda a imprimir la cantidad de libros que yo quiero, y cuando los voy vendiendo le digo que me imprima 12, 24, 36 ejemplares más.

En 2010 me animé sólo a 50 ejemplares de Des palabras armando. Era mi primer libro (lo presentamos en «La Libre», en San Telmo): vinieron muchos familiares y amigos a la presentación, así que a la semana ya le estaba pidiendo 50 más.

Con los otros títulos me animé a imprimir más cantidad en la primera tirada: 100, 200, 300, 400…, y de La sopa mágica de piedra hice una tirada de 500 ejemplares.

Desde que arranqué llevo casi 4000 libros impresos (ocho títulos).

 

¿Y la distribución, la publicidad…?

Participo en ferias (como dijimos antes), en centros culturales, y por supuesto, en las redes sociales. En 2017 vendí 512 libros (sumando de uno en uno), y en 2018 llegué a 605 ejemplares.

En Colombia venden alrededor de 2000 ejemplares por semestre, pero eso es otro tema, ya que no es autogestión propiamente dicha. Pero la editorial Enlace me permitió hacer que mi obra se conozca en Colombia y también en otros países (Perú y Ecuador). En 2019 tienen proyectado llegar a México.

La verdad es que ando con mi literatura por todos lados. Como ven que me muevo, me invitan a participar en distintas ciudades y eventos, y no sé decir que no.

No todo es color de rosa, y a veces sucede que vengo de algunas ferias (después de estar 8 o 10 horas) y no vendí mucho, pero sigo. Al final del año, la cuenta es positiva. Y logro mi objetivo: llegar a muchas bibliotecas de cientos de familias.

 

El mundo editorial es injusto casi por definición, pero yo creo que con los escritores de narrativa infantil es doblemente injusto. ¿Coincidís? ¿Alguna experiencia que puedas contarnos?

Creo que el mundo editorial marcha al compás del resto del mundo. Es un negocio, y sólo van a publicar aquello que les resulte rentable, aunque no sea lo que más les guste. Como en la televisión: hay mucha porquería, pero se muestra lo que el público consume.

Con respecto a mi experiencia… hummm… no sé si tengo tanta, siempre hice la mía.

¿Qué es lo más difícil de la autopublicación?

Si algún escritor quiere autopublicarse, sólo necesita el dinero para hacerlo. Es tan simple como eso. Depende de lo que proyecte cada uno con su obra. Si quiere que la obra circule, tendrá que moverse, andar, difundir. Esa es mi experiencia. Por ahí, un escritor se autopublica y vende 1000 ejemplares de una. No lo sé, a mí me cuesta vender literatura en este país. Es como que los libros pasaron a ser un objeto de lujo. Pero hay que seguir adelante. Hay mucha gente que disfruta de la lectura.

 

¿Estás en algún nuevo proyecto de escritura?

Sí, tengo un proyecto inimaginable dos años atrás. Mejor dicho, dos meses atrás. Por medio de mi maestro de escritura, Marcelo di Marco, logré que la editorial Barenhaus me propusiera editar, publicar y difundir mi próxima obra. Marcelo me contactó con Barenhaus, hablamos, y a los pocos días firmamos el contrato.

Es una novela que se mete en lo sobrenatural, está dirigida al público juvenil, y también al adulto. Una novela que será parte de una saga. En mayo de este año estará en todas las librerías de Argentina.

Empecé a escribirla en noviembre de 2014 en el Taller de Corte y Corrección. Es bien «dimarquiana», ja, ja. Como te decía antes, si está supervisada por mi Maestro, la novela es una garantía de calidad. Estoy muy entusiasmada con la saga (idea de Marcelo), sé que a los lectores les va a gustar.

Ya les voy sugiriendo a los lectores que andan por acá que no se la pierdan.

Ese es mi gran proyecto para 2019, y espero seguir en 2020. 2021 y más.

Igualmente seguiré con la publicación de algunos cuentos infantiles en forma autogestiva, y con los títulos de siempre.

 

¿Dónde o cómo se pueden comprar tus libros?

Mis libros autopublicados se pueden adquirir enviándome un mail, o comunicándose por las redes:

Instagram: @gracielaamalfi

Facebook: Boticaria Club de Cuentos o Graciela Amalfi.

Pueden pasar por mi blog: www.boticaria-graciela.blogspot.com

Mail: gracielaamalfi@gmail.com

Pueden pasar por las ferias, a las que voy casi todos los fines de semana.

La novela que publicará Barenhaus estará disponible (a partir de mayo) en las cadenas Yenny y Cúspide de todo el país, y también en la editorial. Yo también voy a tener ejemplares para vender y entregarlos con una dedicatoria.

Gracias, Luis, por la entrevista.

Gracias a los lectores que andan por acá.

Gracias a vos, Graciela, por estas clarísimas respuestas.

 

«El álbum y la joven madre» —25 noches de insomnio #2, el nuevo libro de Marcelo di Marco

Nota escrita por Luis Lezama Bárcenas 

Hoy traemos dos cuentos que son uno. Pertenecen al segundo tomo de 25 noches de insomnio, la colección de cuentos fantásticos, de horror psicológico y sobrenatural escrita por Marcelo di Marco y editada por Editorial Bärenhaus en diciembre de 2018.

Recuerdo cuando Marcelo nos leyó este cuento en el taller. Recién salía el primer tomo de 25 noches de insomnio —“el de la calavera” como le decimos, haciendo alusión a la portada—. Lo primero que me sorprendió fue que Marcelo ya estuviera escribiendo el tomo dos cuando todavía ni se había presentado el uno. Como si ese primer libro no fuera a ser lo suficientemente bueno —y vaya que lo fue— para darse un respiro de un año y dedicarse, como un boxeador, a vivir de la gloria de esos veinticinco K.O. mientras el cinturón se empolvase. No, Marcelo ya estaba en otra. Y así nos prometió que el próximo libro estaría en menos de un año. “¿Quieren leer uno de los cuentos?” preguntó, con una sonrisa que decía: el horror es inminente. Y salió con nada menos que con esto que van a leer. Entonces me pregunté cómo se podían escribir tantos y tan buenos cuentos en menos de doce meses. Se lo iba a preguntar a Marcelo, pero no lo hice; porque me convencí a mí mismo de que era una pregunta que no valía la pena, y que correspondía más a la aritmética que a la literatura. Lo que nadie debe perderse son este y los restantes veinticuatro cuentos de 25 noches de insomnio #2.

Leerán primero el cuento en su última versión –la versión mejorada–, y así después podrán compararla con la primera: el making-off del cuento, que se encuentra en la Marginalia del libro, es sencillamente una breve y brillante lección de escritura.

 

El álbum y la joven madre

Por Marcelo di Marco*

Trataba de avanzar con el cuento “Cordero asado”, de Roald Dahl, pero no podía concentrarme en leer los planes de aquella embarazada que acababa de partirle el cráneo a su cruel marido. Porque me llamaba la atención esta otra madre. La había visto subir en Papagayos, mientras uno de los choferes la ayudaba cargándole el bolso. La chica ocupaba con su bebé dormido un asiento doble, a dos filas adelante de la mía, y desde mi asiento, ubicado sobre una especie de pedestal, podía ver cómo se entretenía con su smartphone pasando foto tras foto.

Me dije que no estaba bien espiar a la gente, y menos en una situación tan personal. ¿Qué me importaba a mí la vida de una extraña? Aunque… al ver las fotos que ibapasando a cada desplazamiento del pulgar me guardé mis escrúpulos. Al principio pensé que eran de su bebé, obviamente, porque en todas había un único tema: un bebé de días, en blanco y negro. Y después me di cuenta de que en las fotos —no eran fotos, comprobé aguzando la vista, sino típicos daguerrotipos del siglo XIX— aparecían personas de toda edad. También me di cuenta de otra cosa, que me puso piel de gallina: los daguerrotipos representaban escenas mortuorias, de la época en que los destrozados deudos trataban de inmortalizar en actitudes cotidianas a sus queridos familiares. Yo ya había visto en Google imágenes semejantes, y estas me parecieron mucho más tenebrosas al contrastarcon el verdor del paisaje serrano, hecho de pura luz.

Con la cortina de la ventanilla protegiéndome del sol, al rato me quedé dormido.

 

Me despertó una voz de hombre: el chofer anunciaba una parada de cinco minutos. Al abrir del todo los ojos, reconocí la terminal de Río IV.

Vi que la joven madre se bajaba del micro. Me acerqué a la ventanilla y descorrí discretamente la cortina.

La chica ya dejaba la estación. Nadie había ido a recibirla. El bebé, en sus brazos y de cara a mí, seguía absolutamente quieto.

 

 

El álbum y la joven madre (Marginalia) 

 

Bien dice Julio Cortázar en su jugosa conferencia “Algunos aspectos del cuento”: “A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana”.

Este relato tan elíptico ni siquiera partió de una “anécdota perfectamente trivial y cotidiana”, sino de una situación, una escena absolutamente intrascendente. Volviendo con Nomi desde el pueblo de Nono, en Córdoba, nuestro micro paró en algún rincón de San Luis. Y subió una madre con su hijo dormido, en brazos. Ya ubicada en el asiento―yo la tenía adelante, a un par de butacas―, la madre empezó a recorrer en el celu, pulgar mediante, su álbum de fotos; de fotos normales, entiéndase. Y se ve que rondaba en mi cabeza el tenebroso asunto de aquellas fotografías post mortem que están tupiendo la web ―escalofriantes para la sensibilidad de hoy, tan distinta a la del romanticismo que les dio origen―, porque el tema coaguló enseguida en mi ánimo. En medio del viaje, saqué de la mochila mi MacBook y escribí de un tirón el cuento. Por supuesto, después vino todo el proceso de consulta y consecuente corrección: había tantos indicios acerca de un “olor intenso”, y hedía tanto la pertinente descripción, que los pocos lectores a quienes se los di a oler anticipaban el final.

Si quieren comparar una versión con otra, acá les dejo entonces la primera, la apestosa, la que me salió de un saque entre los traqueteos del micro. Las diferencias conla inodora son muy notables, y ojalá que el experimento de contrastar las dos les sirva a los escritores noveles. Y también a quienes ya están tan avanzados ―tan consagrados― que dejan las cosas como les salieron en primera instancia.

 

El álbum y la joven madre (primera versión)

 

¿Desde cuándo ese olor intenso iba y venía por el interior del micro? No podía precisarlo, y tampoco podía acostumbrarme a él. No se trataba precisamente de un hedor, pero se le acercaba. De todas maneras, soy consciente de que tengo un olfato muy agudo, y es muy posible que yo fuese el único pasajero que lo advertía.

Trataba de seguir con la relectura de “Cordero asado”, uno de los deliciosos cuentos de Roald Dahl, pero me era imposible concentrarme en los planes de la embarazada que acababa de ejecutar a su cruel esposo. Tal vez el olor ya flotaba en el lugar —el pasaje de abajo del micro— desde que nos habíamos subido con mi mujer en el parador de la Chevallier, en Nono, unas tres horas antes. Y no se trataba de algún gas o cosa parecida: el olor era muy distinto al que podría provenir del baño, que teníamos ahí nomás aunque ocupásemos el asiento doble del fondo. Más me recordaba remotamente, aunque no era tan intenso, a las emanaciones que debimos soportar con Nomi un par de días antes, mientras bordeábamos a pie el camino que llevaba al Museo Rocsen, una de las atracciones de aquel pueblo serrano: arañando con sus raíces el asfalto de la ruta, el bosque impenetrable de los costados exhalaba como un monstruo enfermo los olores característicos de la muerte. Estoy seguro: de poder adentrarnos entre la fronda, pronto nos encontraríamos, de tramo en tramo, con cadáveres de cuises o de zorros. Ese era el olor, repito, aunque bastante sutil.

Y estaba por preguntarle a Nomi si ella también lo advertía, cuando me llamó la atención la joven madre que había visto subir al micro, con su bebé en brazos, en Papagayos, mientras uno de los choferes la ayudaba con el bolso. La chica ocupaba un asiento doble, a dos filas adelante de la nuestra —la reconocí por el pañuelo a lunares morados con que se cubría el pelo rubio—, y desde mi asiento, ubicado sobre una especie de pedestal, pude ver cómo se entretenía con su smartphone pasando fotos con el dedo. Entre los cabezales de los asientos se asomaba la blanquísima peladita del bebé dormido, que ella sostenía con el brazo libre.

Me dije que no estaba bien espiar a la gente, y menos en una situación tan íntima. ¿Qué me importaban a mí las fotos de una desconocida? Aunque… al ver las fotos que la madre iba pasando a cada desplazamiento del pulgar me guardé mis escrúpulos. Al principio pensé que las fotos eran de su bebé, obviamente, porque en todas había un único tema: un bebé de meses. Pero después me di cuenta de que en las fotos —no eran fotos, comprobé aguzando la vista, sino típicos daguerrotipos del siglo xix— no aparecía el mismo bebé. Y también me di cuenta de otra cosa, que me puso piel de gallina: los daguerrotipos representaban imagenes mortuorias, de cuando los destrozados padres trataban de soportar lo insoportable inmortalizando en actitudes cotidianas, con la tecnología de aquellos lejanos tiempos, a sus queridos angelitos. Yo ya había visto, en la pantalla de mi Mac, más de una de esas demenciales puestas en escena. Pero, en el presente contexto, aquellas imágenes tenebrosas me parecieron mucho más tenebrosas: una joven madre debía celebrar la vida, no la muerte.

Y el olor serrano persistía. Nadie más que yo parecía notarlo.

Nomi dormía con la cortina de la ventanilla protegiéndola del sol. ¿Para qué molestarla? Al rato, yo también me quedé dormido.

Me despertó una voz de hombre: uno de nuestros choferes anunciaba que haríamos una parada de cinco minutos.

Al abrir del todo los ojos, reconocí la terminal de Río IV.

Vi que la joven madre se bajaba del micro. Me acerqué a la ventanilla, por encima de Nomi, y descorrí discretamente la cortina.

La chica ya dejaba la estación. Nadie había ido a recibirla. El bebé, en sus brazos y de cara a mí, seguía muy quieto.

 

 

*Marcelo di Marco (Buenos Aires, 1957) es uno de los autores más representativos de su generación. Ha publicado seis libros de poesía, cinco de ensayo, y estos cuatro títulos de narrativa de horror psicológico y sobrenatural: El fantasma del Reich (relatos, 1995), Victoria entre las sombras (novela, 2011), La mayor astucia del demonio (relatos, 2016), y 25 noches de insomnio (relatos, 2017). En 2005 fundó La Abadía de Carfax, círculo de escritores de horror y fantasía. Amante del cine, la ópera, los gatos, los viajes y la literatura intensa, vive con su esposa, Nomi Pendzik, en una caserón de Palermo Viejo.

Las tres dificultades de la Navidad

Queridos amigos, lectores y seguidores de FIN y del Taller de Corte y Corrección: este año ha sido maravilloso para nuestra escudería y para nuestros proyectos editoriales. Muchas gracias por habernos acompañado.

Les deseamos un excelente 2019, y  les dejamos como regalo este texto que nos recuerda el verdadero sentido de la Navidad.

 

Por Pablo Grossi *

 

No es fácil vivir consciente y plenamente la noche de Navidad. Es una noche mágica, si es que entendemos cristianamente a la magia. Pero vivirla en todo su esplendor, vivirla en serio, demanda un esfuerzo de nuestra parte. Y ello es por tres motivos: en primer lugar, porque no es fácil asumir lo que hoy festejamos; en segundo lugar, porque vivimos en un mundo antinavideño; en tercer lugar, porque la Navidad exige renunciar a nosotros mismos.

Decimos que no es fácil asumir lo que hoy festejamos, porque el misterio de la Encarnación del Verbo es un desafío contra nuestra inteligencia. Decía el padre Leonardo Castellani: Cristo quiso nacer en la mayor pobreza, quiso hacernos ese obsequio a los pobres. La piedad cristiana se enternece sobre ese rasgo, y hace muy bien; pero ese rasgo no es lo esencial de ese misterio: no es el misterio. El misterio inconmensurable es que Dios haya nacido. Aunque haya nacido en el Palatino, en local de mármoles y cuna de seda, con la guardia pretoriana rindiendo honores y Augusto postrado ante Él, el misterio era el mismo. El Dios invisible e incorpóreo, que no cabe en el Universo, tomó cuerpo y alma de hombre, y apareció entre los hombres, lleno de gracia y de verdad; ése es el misterio de la Encarnación, la suma de todos los misterios de la Fe. Bueno es que los niños se enternezcan ante las pajas del pesebre, la mula y el buey…, y que los predicadores derramen lágrimas sobre la pobreza del Verbo Encarnado; pero los adultos han de hacerse capaces de la grandeza del misterio y han de espantarse no tanto de que Dios sea un niño pobre, sino simplemente de que sea un niño.

En segundo lugar, nuestros días son contrarios a la Navidad. La Encarnación fue la mayor intervención de Dios en la Historia. Tanto es así que, pese a siglos y siglos de embates al cristianismo, seguimos diviendo el tiempo en antes y en después de Cristo. Pero la cultura, las leyes, las modas, el lenguje, las normas –o sea, lo normal hoy– van decidida y sistemáticamente en contra de todo orden establecido por el Creador. La Navidad es suprema humildad, y hoy reina la soberbia. El non serviam original caló hasta el tuétano de una estructura social otrora católica. Vivir la Navidad exige postrarse ante el Niño Dios. Un acto tan sencillo, empero, implica darle la espalda al mundo y remar contra una corriente que quiere llevarse puesto todo. Reclama la valentía de decir “sí” a Dios, de decirle “Hágase en mí según tu Palabra”, según tu Verbo. La Navidad es valentía, y además, una alegría inmensa. Sin embargo, el mundo de hoy atenta contra la alegría: el mal se muestra enquistado en cada rincón. A nivel sociedad, nos han arrebatado casi todo lo que era cultura cristiana. Pero el origen, el fundamento de esa cultura es un hecho histórico sin el cual la cultura cristiana no tendría sentido. Es decir, la sociedad cristiana sin la Encarnación del Verbo no tendría sentido alguno. Dios hecho hombre es el motivo último de nuestra alegría y es, precisamente, lo único que no nos pueden arrebatar: pueden instalar modas funestas, pudrir las almas, cambiar los nombres, borrar los vestigios de nuestro origen cristiano. Pueden cerrar iglesias y matar cristianos. Pero lo que no pueden hacer es cambiar lo acontecido. Dios ya se encarnó, ya nació, ya habitó entre nosotros, ya murió para el perdón de los pecados y ya resucitó. En eso nos regocijamos todos los días, pero especialmente hoy.

En tercer lugar, vivir en serio la Natividad del Señor es vivir cristianamente. Es hacer presente ese hecho pasado en el interior de nuestro corazón, en la fibra más íntima de nuestro ser. Asumir que el Niño que ha nacido es el Mesías, el Señor, no es solo un acto de la inteligencia, sino que reclama una vida acorde. La Navidad es la plenitud del sí de María. Pero la plenitud no es la culminación. Porque hay un camino que va desde la Anunciación hasta el Portal de Belén. De allí, salta al Huerto de los Olivos. Y sigue en la tiniebla de cada estación del Vía Crucis. Y culmina, finalmente con el sepulcro vacío, en el Domingo de Gloria. Vivir la Navidad a fondo es renovar nuestro compromiso de una vida acorde a la revelación. Es difícil, porque nuestra naturaleza está herida por el pecado y nuestras pasiones están desordenadas. Menos mal que no nos toca a nosotros llevar a cabo la restauración de nosotros mismos. El grueso del trabajo lo hace este Niño. Nuestra tarea consiste en no entorpecer su acción en nuestra vida. En la actitud de los personajes del pesebre encontramos una receta para lograr esto: adorar y contemplar al Niño. Esa es la clave para dejarlo obrar en nosotros.

Recapitulando un poco: Navidad es una dificultad para la inteligencia por todo lo que implica el misterio de la Encarnación, es una dificultad por todo lo triste y lo gris del mundo de hoy, y es una dificultad porque exige una vida acorde, pero nuestra voluntad es débil. A la dificultad de la inteligencia, la suple la fe. A la dificultad por lo triste del mundo de hoy, la suple la esperanza. A la dificultad por nuestras pasiones desordenadas, la suple la caridad.

 Por eso, por la contemplación del misterio de la Encarnación, pedimos al Niño que la melodía de su voz acreciente en nuestros corazones la fe. Creemos, Niño, creemos en Ti. Creemos en tu naturaleza, divina y humana. Creemos en tu Madre, que nos manda a hacer todo lo que Tú nos dices. Creemos en tu pasión, tu muerte y tu resurrección. Creemos en tu Reino y en tu triunfo final. Creemos en tu Iglesia, en tu Padre y en el Santo Espíritu. Creemos. Pero te pedimos que aumentes nuestra fe.

Por la contemplación del Misterio de la Encarnación pedimos al Niño que su resplandor aumente en nostros la esperanza. Esperamos, oh Niño, que tu reinado social vuelva a levantarse. Que el mundo que hoy nos toca ver arda y se derrumbe. Y que sobre sus ruinas brote una nueva Cristiandad. Pero si ese espectáculo no está reservado para nuestros ojos, esperamos ver tu Gloria en la Otra Vida, donde reinarás eternamente junto al Padre y al Espíritu Santo. Esperamos, Niño Jesús, el reino que no tiene fin. Pero te pedimos que aumentes nuestra esperanza.

Por último, pequeño Niño de Belén, te pedimos que con una caricia de tu divina mano hagas crecer en nosotros el fuego de la caridad. Que nos esmeremos en ser cada vez mejores cristianos, por amor a ti. Que nos amemos cada vez más entre nosotros. Que la salvación de todas las almas nunca nos sea indiferente. Te amamos, Niño, y amamos al prójimo por amor a ti. Pero te pedimos que hagas crecer nuestro amor.

 

 * Pablo Grossi nació en Buenos Aires en 1986. Es maestro de nivel primario, catequista y profesor de filosofía. Se dedica a la docencia en escuela primaria, a la formación de docentes y está escribiendo su tesis de licenciatura. Desde muy chico se apasiona por los relatos de aventuras. Participa del TC&C desde 2012, escribiendo (y corrigiendo) cuentos. Disfruta mucho de la música y la gastronomía, con una amplia variedad de gustos en ambos campos. Su principal interés académico pasa por la apologética de la fe católica, la relación entre la ciencia y la fe, el pensamiento medieval y la educación.

Galería de espanto

Por Alejandro Baravalle*

Mi primera intención fue seleccionar, para esta nota, los que yo considero los mejores cuentos fantásticos. Pero no me animé. Disfruto del género desde chico, y creo que me hubiese dolido dejar muchos grandes relatos afuera.

Opté, entonces, por modificar mi criterio y así reducir el corpus. Me limitaré a recomendar cuentos sobrenaturales de terror, pero no necesariamente los mejores —aunque todos son buenísimos— sino los que han llegado a inquietarme más. Dicho de otro modo: no listaré necesariamente los más “literarios” o profundos, sino los más terroríficos.

Empecemos:

“El arte de echar las runas”, de M. R. James. Los asiduos al género conocerán la película basada en este relato. Me refiero a La noche del demonio (Night of the Demon, 1957)de Jack Tourneur, maestro del terror “atmosférico” y sutil, y director también de otras maravillas como La mujer Pantera(Cat People, 1942).

Si bien la adaptación de Tourneur sigue siendo excelente, salvo por algunos efectos especiales mal envejecidos, al cuento de James lo considero más aterrador. En pocas líneas, este maestro decimonónico del cuento de fantasmas nos somete a una tensión angustiante y creciente. “El arte de echar las runas”puede encontrarse —así lo encontré yo— en una también recomendable antología: Siete relatos góticos, del papel a la pantalla(España, Ediciones Jaguar, 2006, disponible en https://ddd.uab.cat/pub/llibres/2006/116808/sierelgot_a2006.pdf). Como sugiere su nombre, el volumen recopila algunos cuentos de terror que han sido adaptados al cine. Incluye comentarios que detallan y discuten las diferencias entre las versiones literarias y las cinematográficas.

http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2009/03/el-maleficio-de-las-runas-mr-james.html

“La araña negra”, de Jeremías Gotthelf. Debido a su extensión, “La araña negra” podría considerarse una nouvelle. A esta escalofriante historia también la conocí por una antología (La araña negra y otros cuentos aracnofóbicos, editada por Terramar en 2005). Lo curioso es que el autor intentaba componer una alegoría que advirtiese a los cristianos sobre el peligro de la modernización de las costumbres. Lo extraordinario es que aquel esfuerzo devino en una narración estremecedora y vertiginosamente repulsiva. Las intenciones del autor, como bien decía Borges, importan muy poco en literatura.

Esta antología incluye otro cuento memorable, que me resisto a no mencionar en este listado, a modo de bonus track: “La araña”, de Ewers Hanns Heinz (todo indica que estos autores no se rompían la cabeza a la hora de poner títulos).

https://literaturaalemanaunlp.files.wordpress.com/2010/04/la-arana-negra.pdf

http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2010/06/la-arana-hanns-heinz-ewers.html

(Hay un artículo de Claudia Cortalezzi que publicamos en FIN hace unos años, sobre las arañas en la literatura, que menciona el relato de Ewers: http://fin.elaleph.com/scriptorium/aranas-en-la-literatura.)

 

“La caída de la casa Usher”, de Edgar Allan Poe. Es Poe. Nada más que decir. http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/poe/la_caida_de_la_casa_usher.htm

 

“El blues de la sangre de cerdo”, de Clive Barker. Aunque por un margen muy escaso, este no es mi relato preferido del maestro Barker —ese puesto quizás se lo daría a “Jacqueline Ess: Últimas voluntades y testamento”—. Sí es el que más miedo me provocó. A los que desconocen el nombre de Barker, acaso los oriente saber que hablo del escritor de la novela en la que se basó Heillraiser, película que dirigió él mismo.

En manos de un escritor menos hábil, la premisa de “El blues de la sangre de cerdo” hubiese derrapado hacia el más absoluto de los ridículos. Pero, aunque se mueve en la cornisa de lo grotesco y lo absurdo, el autor nunca cae en el abismo de la comedia inintencionada.

Este cuento aparece en el primer tomo de Libros de Sangre, y es una joya. (Hay una nota de Matías Orta sobre Barker en FIN: http://www.elaleph.com/fin/2005/07/57-simplemente-sangre-la-literatu.html. )

“El hombre del traje negro”, de Stephen King. El tío Stephen, infaltable en este tipo de listas, nunca me pareció un cuentista excepcional. Aunque debo aceptar que, cuando la pega, la pega justo en el blanco. Este cuento es aterrador: una anécdota simple, pero escrita con la precisión, la eficacia y la capacidad hipnótica de un talentoso artesano del género. King vuelve a demostrar su brillante manejo del punto de vista infantil.

Cabe mencionar que con “El hombre del traje negro”el autor ganó el premio O’Henry, quizás el primer gran reconocimiento crítico de su carrera.

http://aax21.blogspot.com.ar/2010/04/el-hombre-del-traje-negro-por-stephen.html

“La aparición”, de Robert Aickman. Un cuento magistral narrado por un autor exquisito y sutil, en la línea de Henry James. Este relato da miedo. Créanme: da mucho miedo.

Está incluido en una antología titulada, precisamente, La aparición y otros cuentos, publicada por la editorial Edhasa en 2011. Por desgracia, no está en internet.

 

“El alquiler espectral”, de Henry James. También puede encontrarse como “El inquilino espectral/fantasma” (el original se titula The Ghostly Rental). James es un clásico, y su producción terrorífica abarca mucho más que la célebre Otra vuelta de tuerca. Este extenso relato quizá no pueda alardear de las sutilezas y matices de aquella obra, pero sí abunda en momentos inquietantes.

http://cursodearteyliteraturafantastica.blogspot.com.ar/2012/09/el-alquiler-espectral-henry-james.html

 

“El Wendigo”, de Algernon Blackwood. Un relato de esos que mantienen la tensión y juegan con “lo que no se ve”. Blackwood suele ser citado como una de las influencias de Lovecraft, aunque acaso se deba más a ciertas temáticas que al estilo. http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_blackwood03.htm

 

“El signo amarillo”, de Robert Chambers. Chambers también ha influido en Lovecraft con su colección de cuentos El Rey de amarillo. Sus relatos tratan acerca de un libro que destruye y enloquece a sus sucesivos poseedores. ¿Les suena?

Lovecraft aparte, este cuento de Chambers —que inicia la colección de El Rey...— es garantía de desasosiego.

http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2009/09/el-signo-amarillo-rw-chambers.html

 

“En la noche de los tiempos”, de H. P. Lovecraft. No podía faltar el propio Lovecraft, claro. Este relato —más bien una nouvelle— es el que más me inquietó de los tantos que salieron de su pluma. https://horaahora.files.wordpress.com/…/h-p-lovecraft-en-la-noche-de-los-tiempos.pdf.

 

“La pata de mono”, de W. W. Jacobs. Un clásico que ya es parte de la cultura popular, a tal punto que ha sido parodiado en Los Simpsons.

“El caso Vicky”, de Marcelo di Marco. Aparte de panegíricos setentistas y eyaculaciones infértiles de vanguardistas póstumos, en nuestro país existe buena literatura. Existe, incluso, buena literatura de terror. Di Marco es uno de los maestros del género.

http://axxon.com.ar/rev/2013/01/el-caso-vicky-marcelo-di-marco/

 

“El río Estigia fluye corriente arriba”, de Dan Simmons. Este autor ha escrito sagas célebres de ciencia ficción y brillantes novelas “de miedo”. Tampoco desentona en el cuento breve. Este que les propongo hará que el helado río del título les fluya por dentro.

https://estoespurocuento.wordpress.com/2013/05/17/dan-simmons-el-rio-estigia-fluye-corriente-arriba-cuento/

 

“Euménides en el lavabo del cuarto piso”, de Orson Scott Card.Deliciosamente repugnante. http://www.cuentocuentos.net/cuento/1040/eumenides-en-el-lavabo-del-4o-piso.html

 

“La muñeca menor”, de Rosario Ferré. Breve, siniestro y efectivo. Antes de leerlo, recomiendo averiguar por Google qué demonios es una chágara —aunque, durante la lectura, lo adivinemos por contexto.

http://faculty.washington.edu/petersen/303/munecamenor.htm

 

 “La muñeca reina”, de Carlos Fuentes.

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/la_muneca_reina.htm

 

“La primera vez”, de David Kuehls. Mezcla terror, erotismo y ciencia ficción. El final es una trompada de Mike Tyson… con manopla.

https://laemboscadailustrada.wordpress.com/2009/10/27/la-primera-vez-por-david-kuehls/

 

“El ojo sin párpado”, de Philarète Chasles.Publicado en 1832. El autor se sirve del folklore de Escocia para construir un clima escalofriante.

http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2009/12/el-ojo-sin-parpado-philarete-chasles.html

 

Decido parar acá. Sé que, apenas esta nota sea publicada, lamentaré no haber incluido tal o cual relato (ya estoy lamentándome por no haber listado ningún cuento de vampiros…). De todos modos, tengo la conciencia tranquila: me tomé mi tiempo para revisar mi biblioteca y mi frágil memoria, en busca de los cuentos más aterradores que leí.

Acuerde o no el lector con mi lista, lo indudable es que al escritor de terror hay que ayudarlo. Me refiero a que estos cuentos deben ser leídos en el más sugestivo de los ambientes. La única ventaja de leer en la computadora es que uno puede apagar todas las luces. Si llueve y estamos solos en casa, mejor. Si se oye un grito en la calle, mejor todavía. Y si, durante el clímax de una historia, sentimos el frío de una mano esquelética que nos acaban de apoyar sobre el hombro… Bueno, olvidemos esto último: mejor llegar vivo para el próximo cuento.

Según Oscar Wilde, lo más hiriente de las tragedias cotidianas es su falta de estilo, su absoluta vulgaridad estética. La selección de pesadillas que modestamente presento ha sido transcripta para nosotros por plumas calificadas. Sugiero su lectura al ciudadano harto de las cacofonías radiales, de los balbuceos televisivos, de los vómitos tipográficos de la prensa escrita, del incesante rumor imbécil al que llamamos “actualidad”.

Después de todo, nos merecemos un espanto más digno.

 

*A Alejandro Baravalle lo engendraron en Lanús, un domingo de 1981. Desde su niñez ha venerado los libros, con una negligente predilección por el terror fantástico que incluye también al cine. Ha publicado en revistas online, entre ellas la mítica Axxón. Un cuento suyo forma parte de Sangre Fría, antología editada por Pelos de Punta en marzo de 2016. En noviembre de ese mismo año, la editorial Letras Cascabeleras lanzó en España un libro con tres de sus cuentos: Utopía (y otros encierros oscuros). Es miembro de La Abadía de Carfax. Hace un tiempo, inspirado por su experiencia en el TCyC y la obra de Marcelo di Marco, comenzó su propio taller y lanzó su canal de Youtube: “El sur, taller literario”:

Canal: https://www.youtube.com/Elsurtallerliterarioyalgom%C3%A1s%20?sub_confirmation=1.
Facebook del taller (ideal para gente de zona sur): https://www.facebook.com/tallerliterariolanus/

 

Quién es quién en el TCyC

Hoy responde…

 

  Rochi S. Iaizzo

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cuáles son tus autores preferidos en literatura, cine y música?
La verdad es que no sabría decir cuáles son mis autores preferidos en literatura, pero tuve la suerte de tener profesores en el colegio que me hicieron leer obras de grandes autores, como Mientras agonizo (William Faulkner), Madame Bovary (Gustave Flaubert), A puerta cerrada (Jean-Paul Sartre), El extranjero (Albert Camus), Una cuestión personal (Kensaburö Öe), Frankestein (Mary Shelley), Coplas a la muerte de su padre (Jorge Manrique), Matilda (Roal Dahl), entre otros.

También me interesan los libros de psicología, especialmente los de Rafael Santandreu. En música, siempre me gustaron mucho The Beatles.



¿Qué libro/s estás leyendo en este momento?

Terminé hace poco con La naranja mecánica, de Anthony Burgess. En estos momentos estoy leyendo El poder del Ahora, de Eckhart Tolle. Y tengo pendiente El Quijote de la Mancha, de Cervantes. Es uno de los libros que mis profesores siempre mencionaban pero no nos hicieron leer.

 

¿Qué cinco títulos creés necesarios para la formación del escritor?

Creo que depende del gusto y estilo de cada uno, pero si tuviera que elegir cinco, diría: Bestiario (Julio Cortázar), Animal Farm (George Orwell), Cuentos de la selva (Horacio Quiroga), Ficciones (Jorge Luis Borges), y Romeo y Julieta (William Shakespare).



¿Qué publicaste ya en medios electrónicos y/o en papel?

No publiqué nada todavía. Bah, sólo trabajos científicos, porque soy bióloga, pero espero poder publicar algo de literatura algún día.

 

 ¿En qué te está ayudando más tu participación en el Taller de Corte y Corrección?

Le estoy dando forma a mi novela y trabajando el estilo. Como si a un esqueleto le estuviéramos agregando órganos, carne, ropa y maquillaje. La idea es que dentro de poco empiece a cantar y a bailar: o sea, que tome vida propia y tenga, además, el poder de emocionar a quien lo lea.


  ¡Muchas gracias, Rochi!

 

 

 

 

 

 

 

 

Pequeño homenaje

Hoy se celebra en Argentina el Día del Padre; hace poco, conmemoramos el Día del Escritor. Por eso también en FIN recordamos ambos acontecimientos, en la figura del gran amigo escritor Pablo Martínez (1969 – 2009)**, con este homenaje de su hija.

 

 

Por Miranda Martínez *

 

Todos conocemos a Borges, Galeano, Verne, Dumas, Doyle o Pablo Neruda; lo que voy a compartir es un acto de admiración, pero no a ellos, no es para los famosos sino que es una ofrenda para los desconocidos.

Esta sencilla distinción es para el escritor oculto, ese que no se sabe de su existencia pero que está disfrazado de un tipo común camuflado en la sociedad.

Parece un hombre cualquiera, con esposa e hija, rodeado de amigos de toda la vida y un trabajo estable. Es alto –al menos así lo recuerdo– , de tez clara y pelo oscuro, ojos verdes –diría– y una hermosa sonrisa. Tiene una marca distintiva: una mancha peculiar color café con leche en la mano izquierda. Todas las noches me leía. Lástima que no logro retener su voz.

Había un lugar donde se quitaba el antifaz y solo se veía su verdadera profesión; como dijo su maestro, “era un escritor de raza, nervio y garra creadora”.

Quizás para la mayor parte del mundo este hombre pasó inadvertido, tal vez pocos tuvieron la posibilidad de conocerlo; y sin embargo, en esa pequeña multitud, su vestigio es indeleble.

Dos frases que este misterioso escritor deja entre ver en un mensaje a su mentor son las que caracterizan a todo literato: “…el proceso en sí es un placer, al margen del resultado” y “desde ya que quiero encontrar mi voz, pero una voz que le dé placer a alguien más”.

La pluma es el arma más peligrosa, y son pocos los héroes que la portan. Algunos de ellos son reconocidos. Pero para mí, sólo hay uno…

Con el mayor de los respetos, nuevamente tomo una frase del maestro Di Marco: “Y que nuestro principal homenaje sea leerlo y disfrutar con sus historias, pues así es como mejor se le rinde tributo a un escritor”.

 

 

* Miranda Martínez nació el 9 de noviembre de 2001, en Misiones, Argentina. Hija de Pablo Martínez y Paula Barrios, desde muy pequeña se introdujo, de la mano de su padre, en el fantástico mundo de la literatura.

A partir de 2014 comenzó a escribir cuentos, y en 2017 se consagró campeona, en prosa, del Certamen Nacional “Cuentos con Cuentas” llevado a cabo por O.M.A (Olimpiada Matemática Argentina).

 

 

* * Para conocer más acerca de Pablo Martínez, los invitamos a leerlo en http://foro.elaleph.com/viewtopic.php?t=40991&start=0&postdays=0&postorder=asc&highlight= y en http://fin.elaleph.com/los-fabuladores/cucu

 

 

 

Sztajnszrajber, el metafísico reprimido.

Por Pablo Grossi*

Darío Sztajnszrajber habló en el Congreso, en el marco de las audiencias sobre el proyecto de ley para legalizar el aborto. Quienes llevamos un tiempo leyendo y escuchando a este personaje estamos habituados a sus alocuciones marketineras y contradictorias. A lo largo de todo un programa, estas contradicciones quedan un tanto diluidas; pero los siete minutos que tienen los oradores del Congreso lograron algutinarlas y, por tanto, exponerlas de manera más patente. Es una pena, en verdad, porque a veces me sorprendo encontrando cosas interesantes en los numerosos capítulos de su libraco, o en sus programas. No fue el caso. Un detenido análisis de este discurso y una reflexión más profunda en torno a él justifican lo que digo. Allá vamos:

“Cuando estudié filosofía en la facultad, di con un libro de un pensador norteamericano, cercano a la tradición liberal, llamado John Rawls, un libro denominado «Justicia como imparcialidad», y el subtítulo decía «Política, no metafísica». Siempre me resultó intrigante la segunda parte del título. ¿Qué significa la expresión «Política, no metafísica»? ¿Y qué significa en relación a la justicia de una sociedad? Significa que para ciertas cuestiones que atañen a la vida social en común, y sobre todo a las inequidades y desigualdades del orden social, no sirve discutir posiciones metafísicas, ya que nunca nos vamos a poner de acuerdo”.

En la historia de la filosofía vamos a encontrar montones de acuerdos. Incluso los podemos encontrar entre pensadores y líneas que presentan posturas aparentemente antagónicas. Por ejemplo, un Descartes, que tanto va a criticar y renegar de la escolástica en un montón de asuntos, va a seguir en continuidad con ella, a veces consiente, otras veces no —como en el caso del concepto de causalidad—. Siguiendo con la búsqueda de ejemplos, pienso en el empirismo y en el racionalismo, tan antagónicos ellos, que van a desembocar en Kant. Un Schopenhauer ateo, nihilista y angustiado frente a la existencia va a descubrir, a su manera, que el hombre tiene sed de absoluto. Lo mismo, lo mismo que más de diez siglos atrás habían dicho San Agustín o Boecio. Cada uno por caminos distintos, y sacando conclusiones totalmente contrarias. Pero coincidiendo en el hecho de que hay algo que impulsa al ser humano a buscar algo, y que existe en el interior de la persona un anhelo de satisfacción plena que nos mueve a hacer todo lo que hacemos. Por otro lado, el neoplatonismo, pagano y panteísta del siglo II d. C. será una gran influencia de la metafísica de Santo Tomás en el siglo XIII. Y así podemos estar un largo rato. Perdón, pero yo no me pongo de acuerdo con los que dicen que no nos podemos poner de acuerdo. Ojo: tampoco pretendo caer en el facilismo eclético de asegurar que “todo es conciliable con todo”. No. Lejos de mí semejante disparate. Ni un extremo (“no es posible ponerse de acuerdo en cuestiones metafísicas”), ni el otro (“todo es conciliable con todo”). El equilibrio está en la búsqueda de una sabiduría perenne, que rescate lo valioso de cada uno.
“¿Qué es una posición metafísica? Metafísica es una palabra que viene del griego, y que quiere decir: aquello que está más allá de la física. O sea, de la naturaleza”.

Definir a la metafísica solamente como aquello que está más allá de la física es quedarse en una anécdota del siglo primero (Andrónico de Rodas compiló los apuntes de las clases de Aristóteles acerca de la “proton philosophia” y los ubicó “más allá de los libros de la física”). Esta disciplina va mucho más allá de ese aspecto etimológico. La metafísica estudia la totalidad de lo que es. Estudia el todo. Metafísica es la filosofía propiamente dicha. En ese todo está incluido el ser humano. Eso significa que la metafísica sirve de base a la antropología filosófica. A su vez, de la antropología filosófica se desprende la ética. Y de la ética nace la política. Hagamos el camino inverso: toda teoría política parte de una determinada noción del bien y del mal, es decir, de una ética. Incluso la teoría política de aquellos que niegan la existencia del bien y del mal va a considerar a algunas acciones como aceptables, y a otras como repudiables. Pero esta noción del bien y del mal va a surgir de una determinada idea sobre el ser humano. Porque el único capaz de obrar bien u obrar mal es el hombre. Y, por fin, el hombre se descubre inserto en la totalidad de lo que es. El hombre es parte de la totalidad. Recapitulamos: de la metafísica se desprende una antropología filosófica; de la antropología filosófica se desprende la ética; y la ética es la que va a dar marco conceptual a la política. Es falso, por tanto, pretender una política desligada de la metafísica. Ahora bien, a la hora de legislar, a la hora de dictar leyes y de hacerlas cumplir, siempre —querámoslo o no, reconozcámoslo o no, de manera implícita o explícita—, siempre vamos a estar partiendo de un supuesto sobre qué es la totalidad de lo real. Sobre qué es el ser humano. Sobre qué es el bien y el mal. Ciertamente, no son los políticos los encargados de dirimir en torno a estas cuestiones (de lo contrario, serían filósofos, y no políticos). Pero los políticos van a apoyarse en lo que dicen los filósofos: toda concepción política supone una concepción metafísica. Incluso la concepción política de aquellos que niegan la metafísica. Pues negar la metafísica es, de alguna manera, dar una respuesta a la pregunta por el todo. Negar la metafísica implica plantear una postura sobre el ser humano. Y, por tanto, sobre el bien y el mal.
Pensemos en la vida cotidiana. Incluso aquellos que niegan la existencia del bien y el mal, parten de una idea sobre el bien y el mal, y esto se pone de manifiesto en la conducta diaria: hay cosas que hacemos todos los días y hay cosas que rechazamos; hay cosas con las que estamos de acuerdo y cosas con la que no; hay cosas que buscamos y hay cosas que combatimos. Y en este obrar se esconde una determinada postura acerca de lo que está bien o está mal.
Es cierto que el debate metafísico no lo van a dar los diputados ni los senadores. Pero la idea de que la metafísica no tiene nada que ver con el debate es insostenible. Y es triste que el que la manifieste sea un filósofo. Porque si esta idea fuera cierta, ¿qué hace un filósofo hablando sobre el tema? Si es coherente con su postulado, debería hacerse a un lado y dejar que sólo hablen los políticos…

“La metafísica es una concepción de las cosas que excede toda posibilidad de comprobación última y que, por ello, termina siempre autojustificándose a sí misma”.

Ya advertimos sobre la falsedad de decir que nunca podría haber acuerdo entre posturas metafísicas. Otro ejemplo que me viene a la mente: los manuales clásicos de historia de la filosofía antigua nos plantean en dos esquinas antagónicas al pensamiento de Parménides y al pensamiento de Heráclito. Ahora bien, estos dos pilares de la metafísica occidental, aparentemente irreconciliables, van a ser el fundamento del pensamiento de Aristóteles: aquello que aparecía contrapuesto termina siendo la base de la teoría hilemórfica.
Como ya dijimos, negar la posibilidad de la metafísica es una forma de metafísica. Quien cierra las puertas a la posibilidad de acceder a la estructura de la realidad está diciendo mucho, muchísimo, sobre la totalidad de lo que existe. O sobre las posibilidades del ser humano de acceder con certeza y verdad a esa totalidad.
La metafísica sí puede tener comprobación. Si no, sería teología en lugar de metafísica. En la vida diaria, por ejemplo, se nos presenta una y otra vez el principio de causalidad: cuando pongo los fideos en el agua hirviendo, estos se cocinan; cuando un colectivo frena de golpe, los pasajeros se van para adelante, etc. El principio de causalidad nos dice que “todo efecto tiene una causa”. Otro ejemplo: los conceptos de acto y potencia, medulares de la metafísica realista. Todo lo que es, en tanto que es, es algo en acto. El agua fría es agua fría en acto. El niño es niño en acto. Pero, el agua fría es agua caliente en potencia. El niño es adulto en potencia.
Esto no nos exime del hecho de que cada metafísica parta de ciertos supuestos. Pero en el peor de los casos, si se desconfía de estos, habría que decir que el asunto es discutible. Por más que los siete minutos te apuren, no resulta admisible —ni honesto— decir con tanta liviandad que no se puede justificar a la metafísica. Pues esa misma afirmación es, en cierto sentido, una afirmación de índole metafísica. Y no se puede comprobar sino autojustificándose: el mismo procedimiento que el autor impugna.

“Por eso nunca podría haber acuerdo entre posturas metafísicas. Por ejemplo, jamás un creyente y un ateo se pondrían de acuerdo en temas como la existencia de Dios, o la existencia del alma o el origen del universo. Pero, para peor, tampoco podría haber acuerdo sobre los criterios que posibilitarían un acuerdo. ¿Qué quiero decir? La discusión entre un ateo y un creyente no se dirime sacándole una fotografía a Dios, o llevando a un médico para que revise la espalda de los ángeles.

Por definición, el creyente y el ateo van a discrepar en temas como la existencia de Dios. No obstante, pueden llegar a un montón de acuerdos en otras cuestiones. No hay que ver a las oposiciones como rivalidades insuperables. De hecho, un ateo puede tranquilamente ser ateo y aceptar la existencia del alma. O aceptar preceptos morales básicos, compartidos con el creyente.
El debate acerca de la existencia de Dios no se puede resolver sacando una fotografía a Dios, ciertamente. Pero para el debate sobre el aborto aporta mucho una ecografía.

“Es clarísimo el ejemplo del juicio de Galileo, cuando el cardenal Belarmino lo interroga y le saca el telescopio con el que Galileo pretendía probar sus teorías, y mirándolo a los ojos y con el telescopio en la mano le dice: «¿Usted me va a decir que hay más verdad en este pedazo de lata que en la Palabra de Dios?»”.

El caso de Galileo es un clásico caballito de batalla para atacar a la Iglesia de distintas maneras: ya sea para condenar al nunca suficientemente maléfico tribunal inquisitorio, como para hablar sobre la supuesta contradicción entre la religión y las ciencias. No me detendré en ello acá, pues es largo y otros ya han zanjado ambas cuestiones muchísimo mejor de lo que yo podría haberlo hecho (Recomiendo para este asunto y tantos otros el siguiente sitio: http://www.quenotelacuenten.org/2014/08/02/el-caso-galileo/). Lo que sí nos interesa para este caso es que la teoría de Galileo pudo ser aceptada años más tarde de su incidente con el cardenal Bellarmino, y se encontró la manera de llegar a un acuerdo entre lo que decían las Sagradas Escrituras y lo que decía la ciencia. Lo que nos deja esto como enseñanza es que puede haber acuerdo, y que de hecho lo hubo, y que hasta el día de hoy lo hay, y lo seguirá habiendo, necesariamente.
“Claro”, nos diría un biempensante moderno, “cuando la religión se ve acorralada, no le queda más remedio que ceder y aceptar”. En realidad no es ese el asunto. Porque la Iglesia que aceptó la teoría heliocéntrica tenía tanto o más poder que la que condenó a Galileo. En realidad, la filosofía es la que obra como mediadora en este caso —como en tantos otros—, para armonizar lo que se dice de un lado y del otro. Lo hace de dos maneras: en primer lugar, a través de la delimitación epistemológica. ¿Qué significa esto? Que cada grupo de saberes tiene sus propios objetos de estudio. Así pues, a la ciencia le corresponde hablar del mundo físico, y a la teología de aquello que Dios reveló, y que resulta indispensable para la salvación del hombre. Y va hablar del mundo material, en cuanto es creado por Dios. Y en cuanto constituye el escenario desde el cual el hombre se salvará. Pero si la Tierra gira o es el Sol el que lo hace, no cambia en nada a lo esencial de la doctrina cristiana. Y ahí está el segundo papel de la filosofía en la colaboración para superar estos conflictos entre la fe y la razón: ¿qué es lo esencial? Si bien constituye un tema teológico decir qué es lo esencial de la teología, es una actitud filosófica la que nos permite dirimir la cuestión.
Volviendo al caso del heliocentrismo, se empezó a aceptar la teoría gracias a la evidencia científica: la demostración que no supo dar Galileo en su momento la dieron otros un par de años más tarde. Cuando hay evidencias, solo la terquedad y la falta de honestidad intelectual pueden conducir a un rechazo de la verdad. Así pues, es la ciencia la que demuestra hoy que hay vida humana desde la concepción. Resulta muy contradictorio desgarrarse las vestiduras frente al cardenal Belarmino por no aceptar los avances de Galileo hace quinientos años, y luego rechazar las evidencias que hoy nos dan la genética y la embriología acerca del inicio de la vida.

“¿Cómo podríamos ponernos de acuerdo si ni siquiera hay acuerdo sobre lo que es un acuerdo?”.

Decía San Agustín: sé lo que es el tiempo, hasta que alguien me lo pregunta. De la misma manera, cuando hablamos de llegar a un acuerdo todos entendemos muy bien a que nos estamos refiriendo. La logomaquia recurrente es uno de los motivos por los cuales a veces odian a los filósofos. Y con razón. En la vida cotidiana, en el Derecho, en las relaciones interpersonales se efectúan permanentemente acuerdos, sin que haya que definir qué es un acuerdo. La palabras “que” también es utilizada siempre, hasta inconscientemente, y a nadie se le ocurre definir a ese “que” para poder usarlo. Ojo: van a surgir las discrepancias en los acuerdos. Incluso pueden fracasar: a nivel personal, a nivel país, a nivel internacional… Pero si fallan los acuerdos no es necesariamente por la ausencia de la definición de lo que es un acuerdo, sino por sus condiciones, por sus particularidades, por su cumplimiento o incumplimiento.

“Hasta incluso me atrevo a decir que hay posiciones cientificistas que también suponen u ocultan una metafísica”.

¡Epa! ¡Qué atrevido! Chocolate por la noticia, Darío: sin duda, hay posiciones cientificistas que también suponen u ocultan una metafísica. El mecanicismo, por ejemplo, que nació con Demócrito y Leucipo allá en la antigua Grecia es, de alguna, manera el germen primitivo del actual cientificismo y del actual mecanicismo. Una metafísica —aplicando la terminología aristotélica— que omite las causas formal y final, y que explica el todo a partir de la pura materia y de aquellas energías que la mueven. Es decir, que limita la metafísica a las causas eficiente y material. Eunuca, pero hay una metafísica.
También hay posiciones psicológicas que ocultan una metafísica. La Logoterapia, por ejemplo. Fue fundada por Viktor Frankl, un psiquiatra de origen judío que sobrevivió al campo de concentración. Su experiencia lo hizo desarrollar una teoría y praxis psicológica que plantea al paciente una búsqueda de sentido a la vida (logos significa “sentido”). Pero el concepto de sentido es un concepto de la metafísica, vinculado a la ya mencionada causa final.
También hay teorías políticas que suponen una metafísica. Así, el concepto de dialéctica, presente en la teoría marxista, es un término de la filosofía platónica, al cual Hegel le dará toda una resignificación, que será luego recogida por Marx. Marx, el mismo que hizo su tesis de licenciatura en Demócrito y Leucipo. Marx, quien caerá en una metafísica mecanicista. Marx, héroe de algunos posmodernos (de algunos, no de todos).
¿Ciencias, psicología y política suponen una metafísica? ¡Voilà! ¡Sí! Todo supone una metafísica. Porque la metafísica estudia el TODO.
Ahora bien, el problema no está en que una ciencia parta de una metafísica. Según dijimos, eso no es un problema, sino algo inevitable. El problema aparece cuando desde la metafísica se hacen afirmaciones que exceden su ámbito (quizás a esto se refiera Sztajnszrajber), o cuando, por el contrario, las ciencias se salen de su objeto de estudio y pretenden hacer metafísica. El inicio, al menos el inicio material, de la vida humana es un tema estrictamente científico. La presencia de ADN nuevo en el cigoto lo establecen las ciencias. No hay nada de cientificista ni de metafísico en esto.

“De hecho, la misma experiencia empírica (esto es, lo que vemos con nuestros ojos de modo inobjetable) supone confiar (la palabra «confianza» tiene en su raíz la palabra «fe») en la transparencia de los sentidos. ¿Por qué admito, en última instancia, que lo que veo es lo que veo y que mis ojos acceden a la realidad tal como es?”.

Un termómetro para saber si una filosofía vale la pena o no es la bajada que tiene a nuestra vida cotidiana, con todas las decisiones que nos exige tomar. La filosofía es verdadera filosofía cuando, al olvidarnos de que estamos filosofando, tratamos de vivir según esa filosofía. ¿A qué me refiero con esto? En la vida cotidiana todos creemos en los sentidos. Ahora mismo, para leer, estamos usando la vista. Confiamos irremediablemente en ellos: no nos queda otra. En el obrar espontáneo creemos en los sentidos. Y el confiar en los sentidos es lo que nos permite (entre otras cosas, claro está) llevar a cabo nuestra existencia. Y no me refiero a vivir bien, sino a vivir a secas. Sin la confianza en los sentidos no hay vida humana posible. Cuando yo voy a cruzar la calle y veo que el semáforo está en verde para los autos, les creo a los sentidos. Y el que no les cree termina mal. Cuando voy a comer algo y los sentidos me alertan que está en mal estado, les creo. Por algo se enciende una alerta, y eso no se come. Y si yo desconfío de los sentidos, procedo y lo como, tendré que asumir las consecuencias. Todos hemos pasado alguna vez por la experiencia de creer que nuestros sentidos nos engañaron. Pero, en realidad, no son los sentidos los que engañan: es la inteligencia la que falla al interpretar los datos de los sentidos. Y, si descubrimos que hay errores, es porque justamente existe un acierto. Podemos estar horas poniendo ejemplos sobre hasta qué punto el dinamismo vital es inviable sin confiar en los sentidos: cuando un sujeto, en la vía pública, le dice obscenidades a una señorita, la señorita reacciona en función de sus sentidos. Cuando una mamá ve a un hijo lastimado, cree en sus sentidos. Cuando una mujer encuentra a su amado con otra, cree. ¿Horas? ¡Días y días poniendo ejemplos! Dudar de los sentidos es una pose pseudointelectual que sirve muy bien para los discursos y los juegos retóricos, pero que no sirve para la vida. Y una filosofía que no sirve para la vida termina siendo un artilugio lingüístico, puro onanismo intelectual. Pero no es verdadera filosofía. La verdadera filosofía es aquella que nosotros podemos hacer carne y llevarla a nuestra vida: en un sentido amplio, profundo y trascendente, o en algo tan sencillo como cruzaron la calle o comer un pedazo de pan.
Ciertamente, la palabra “confiar” tiene en su raíz a la palabra fides (“fe”). Es una burda contradicción decir que, en sentido estricto, “se hace un acto de fe” en los sentidos. Pues lo que nos muestran los sentidos se nos hace evidente. La fe, en cambio, versa sobre lo no evidente. Por definición, no se puede hacer un acto de fe en los sentidos. Yo creo en aquellas cosas que mis sentidos no me muestran. Desde este punto de vista, todos hacen actos de fe, nadie puede quedar fuera de ellos. Incluso aquel que es irreligioso o ateo hace actos de fe permanentemente. Cree, por ejemplo, en la calidad de los alimentos que le venden. Pues la calidad va mucho más allá de lo que me muestran los sentidos: un pedazo de pan puede tener buen aspecto, aroma, incluso sabor, y estar envenenado. O cuando va al hospital, allí cree que el médico es médico. Y cuando va a la farmacia, cree que el remedio que le dieron es exactamente aquel que el médico le recetó. Por supuesto: cree que el tipo al cual llamó “papá” durante toda la vida es, efectivamente, su padre. Cree en lo que le dicen los diarios: cree que por año se practican quinientos mil abortos ilegales, cree que el aborto es un derecho; cree, en fin, en un montón de cosas que por su propia cuenta no puede comprobar (para ampliar el tema de la fe de los escépticos, ver: https://www.sitajoven.com/single-post/La-fe-de-los-escC3A9pticos). Muchas veces los que reniegan de la palabra “fe” son los que hacen la mayor cantidad de actos de fe.

“Esta falta de acuerdo se manifiesta en este debate con la polémica acerca del origen de la vida. ¿Cuando comienza la vida? ¿Cuándo se trata de una persona? ¿Cuánto abarca la vida? ¿Hay vidas más importantes que otras? Cada posición va construyendo una red de conceptos asociados que siempre terminan justificando lo que previamente quería demostrar”.

Aquí se hace de manera explícita a un error bastante grosero que ya habíamos señalado: creer que la defensa de la vida desde la concepción es una cuestión que dirime la metafísica. La confusión epistemológica entre el ámbito de la metafísica y el ámbito de las ciencias empíricas. El siguiente relato es ficticio: en una pequeña isla del Pacífico, en un laboratorio, un grupo de científicos decreta que el centro de la Tierra está en la Galaxia Alfa Centauri. ¿Existirá por esto una polémica acerca de dónde está el centro de la Tierra?
Así como es falso decir que no hay acuerdos en temas metafísicos, y que a estos temas pertenece el origen de la vida, también es falso aseverar que no hay acuerdo sobre el origen de la vida: tan falso como asegurar que hay polémica sobre dónde queda el centro de la Tierra. Las ciencias han demostrado, cada vez con más fuerza, que a partir de que hay un óvulo fecundado hay un nuevo ADN, aquello que se usa para probar la identidad de un individuo. Es magistral, por lo claro y lo conciso, el documento con el que Tabaré Vázquez vetó la ley de aborto del Uruguay en el año 2008. Tabaré, hombre de izquierda, está libre de sospechas de pertenecer al fundamentalismo religioso. Pero vetó la ley. Es que tiene un pequeño defecto: además de ser político, es médico. Sabe bien que ahí hay un ser humano. Y, por tanto, le consta tanto la parte legal como la parte científica.
Decir que aquí hay polémica equivale a decir que hay polémica en torno a la esfericidad de la Tierra, solo porque existe gente que lo niega. La polémica será interna al grupo, pero no a la esfericidad de la Tierra considerada en sí misma.
Los que defendemos la existencia de la vida desde la concepción nos apoyamos en evidencias científicas, no en axiomas o postulados de la metafísica. Es por lo que dice la ciencia que nosotros estamos de acuerdo, que no tenemos ninguna duda sobre el inicio de la vida. Los que dudan, y los que no tienen consenso —ni siquiera entre ellos— son los que se manifiestan a favor del aborto.
Por otro lado, las preguntas que formula Sztajnszrajber pertenecen a órdenes distintos: ¿cuándo comienza la vida? Se puede responder desde las ciencias. ¿Cuándo se trata de una persona? Se requiere de la colaboración de la biología y la ética (“bioética”, le dicen). ¿Cuánto abarca la vida? ¿Hay vidas más importantes que otras? Sí son temas estrictamente filosóficos.
Acá dice también algo muy interesante: se va construyendo una red de conceptos asociados, que siempre terminan justificando lo que previamente quería demostrar. Pues bien, los que nos oponemos el aborto, lo hacemos como consecuencia de algo previo: como se demostró, científicamente, que hay vida desde la concepción, entonces nos oponemos al aborto. Nuestra oposición no es un punto de partida, sino la consecuencia de algo previo. En cambio, los que están a favor de la despenalización parten del hecho de que, o bien, no es vida humana, o bien, ese asunto no interesa —como sostiene este personaje—. En el primer caso, se busca cualquier argumento para demostrar que eso no es vida, con tal de legalizar la práctica. Así, nos encontramos con que en algunos países se puede abortar hasta las ocho semanas, en otros hasta las doce, en el caso de la ley que se está tratando en el Congreso, hasta las catorce… no hay acuerdo (¿te suena?). También se quieren poner algunas zonas que marquen el inicio de la vida: algunos dicen que es la actividad cardíaca —que aparece en la semana seis—, otros dicen que es la actividad cerebral… Pero en todos estos casos se estaría justificando el matar a una persona adulta que tienen corazón artificial o un marcapasos, o que está en estado de coma —y, por lo tanto, no tiene actividad cerebral—. Ello nos muestra que en realidad, para todos los partidarios de la legalización, el aborto es el punto de partida, y se busca cualquier escusa para justificar la práctica.

“No estamos hablando de otra cosa que de la posverdad”.
En todo caso, es él quien está hablando de la posverdad… Sobre el tema de la verdad y la pretensión de eliminarla se dirá algo más adelante.

“Por eso creo que el debate sobre el origen de la vida es un debate que no vale la pena dar, que no vale la pena priorizar, frente a las urgencias que el día a día nos depara la urgencia social del aborto”.

Es lógico que diga eso: para él no vale la pena, pues su postura tiene todas las de perder. Resulta tragicómico que se pueda cuestionar los sentidos, pero no se pueda preguntar cuándo comienza la vida. Y es sumamente irresponsable y cruel legislar a favor del aborto cuando se ignora adrede la respuesta. Sztajnszrajber, paladín de la rebeldía con y sin causa, del librepensamiento, nos está pidiendo que dejemos de lado un debate. Llamativo.
Asimismo, es absurdo dejar de lado la cuestión científica. ¿Cuántas son las leyes que parten de las evidencias y los aportes de las ciencias para poder legislar rectamente? Muchas. Muchísimas. ¿Podría haber Ley de Celiaquía sin los aportes de las ciencias? ¿O Ley de Glaciares? ¿O las leyes especiales de asistencia a la salud de los niños o los ancianos, o las madres? Es ridículo sacar los aportes de las ciencias de los debates legislativos. Es retroceder a la prehistoria —mucho antes de la tan temida “Edad Media”—.
Decir cuándo comienza la vida no es una cuestión menor: si justamente se quiere evitar muertes, lo que se busca es preservar la vida. Por lo tanto, resulta fundamental saber cuándo comienza esto. Porque, si no se sabe, se abre la posibilidad de que —tal vez— aquello que se esté eliminando en cada aborto… ¡sea un ser humano! Supongamos que hay una competencia de caza de patos en un bosque. De repente, un cazador ve algo que se mueve entre los arbustos, pero no sabe bien qué es. ¿Le dispara o no le dispara? Existiendo el lógico riesgo de que le dispare a otro cazador, lo mejor es no disparar hasta cerciorarse…
Luego, Sztajnszrajber afirma que el debate no es la prioridad. No. Que la prioridad es la acción. Hay que obrar. Ya. No importa lo que se hace: después vemos si estaba bien o no. Ese obrar ciego (“aborto legal YA”), a tontas y a locas, trae consecuencias nefastas. Y sobre todo en temas tan delicados —por las dudas, volvamos a decirlo: en realidad, no hay debate ni dudas acá, pues ya está demostrado que la vida comienza en la concepción—.
Las muertes de mujeres en abortos clandestinos, productos de pésimas decisiones personales —muchas veces alimentadas por situaciones desesperantes—, son la trágica consecuencia de una sociedad que les hizo creer a ellas que el crimen contra su hijo por nacer era una posibilidad. Discursos como el de Sztajnszrajber y el de los demás abortistas hacen que el aborto sea una opción más, dentro del abanico de posibilidades. Si está tan en contra de que mueran mujeres, deberían hacer causa común con la oposición al aborto, y trabajar en equipo para que no se practiquen abortos clandestinos. ¡Cuántas vidas, de niños por nacer y de mujeres, se salvarían se trabajáramos en equipo por salvar las dos vidas! Pero claro, según Sztajnszrajber, estos son temas metafísicos, en los que no podemos —¡ni debemos!— llegar a un acuerdo. Ni si quiera hay que debatirlos, nos dice.
Pues bien: si este “filósofo” decidió renunciar al mundo de las ideas para quedarse en la pura praxis, desligada de la teoría, vamos entonces a los hechos: en el año 2016, treintaiún mujeres murieron en abortos clandestinos. Es necesario decirlo: una sola muerte es más que lamentable. Pero, al lado de otros causales de muertes en las mujeres, la cifra es casi inexistente. ¿Cuántas vidas salvaríamos si todo el tiempo, todos los esfuerzos y todos los recursos que invertimos en este absurdo debate los enfocáramos en temas mucho más urgentes y prioritarios? Los accidentes de tránsito, el cáncer de pulmón, las cardiopatías derivadas de la mala alimentación y el pésimo ritmo de vida, por nombrar algunos, se llevan miles y miles de vidas todos los años.
Por otro lado, no se pueden fijar prioridades sin recurrir a la metafísica. No se puede saber “qué es lo más urgente” sin una mirada clara y profunda del todo, en la que se establezca el grado de “lo más” y “lo menos” urgente. ¿Qué es, en última instancia, lo que nos urge? Es esperable que, si renunciamos a la metafísica, sólo quede el puro capricho ideológico para marcar la agenda sobre “lo prioritario”.

“Creo que es mejor no discutir metafísica para dirimir cuestiones públicas. Dejemos las cuestiones metafísicas, que están buenísimas, para nuestra formación existencial, para la elección de vida que hacemos de nuestra forma de vida privada, para definir con quiénes queremos forjar amistades. Pero para construir un orden social y convivir con la diferencia del otro, hagamos política…”.

Es triste que semejante ninguneo a la metafísica venga por parte de un autoproclamado filósofo: está boicoteando su propia tarea. La pretensión de extirpar a la metafísica de los debates públicos resulta imposible, por la sencilla razón de que somos seres humanos. El hombre está permanentemente abierto a ser interpelado por la totalidad de lo real. Esa totalidad lo bombardea desde múltiples aristas, y con los ensayos de respuestas se va conformando la recámara interior desde la que se ve el mundo y desde donde se consideran los temas particulares. Entre ellos, los debates públicos.
Guarda, al menos, algo de coherencia con su elogio al libro de Rawls: han sido los liberales quienes han fogoneado hasta el cansancio la separación tajante de la esfera privada y de la esfera pública.
Acá hay un claro snobismo: la pretensión de dejar a la metafísica relegada a un hobby que poco y nada tiene que ver con las decisiones trascendentes, no solo de la vida privada, sino también de la pública. Por otro lado, habíamos dicho ya que la no metafísica es una forma de metafísica. Sztajnszrajber, el metafísico reprimido, nos reclama a nosotros una suerte de esquizofrenia moral, pero que él mismo no cumple: nos pide que asumamos la no metafísica para el debate público, porque así podremos convivir con el otro. Es decir, nos impone, caprichosamente, su visión del todo para el debate político. Pero… ¿en qué nos basaríamos para hacer eso? En la pretensión de la convivencia pacífica, dice. ¿Y cómo lo justificaríamos? O bien, argumentando por qué la negación de la metafísica es preferible a su aceptación, o bien imponiéndola. Si argumentamos, estamos de vuelta haciendo metafísica. Si la imponemos, chau, convivencia pacífica. ¿Cómo lo resolvemos? Asumiendo sin disimulos a la metafísica como tal. Y debatiéndola sin temor. Justamente, el debate metafísico, serio y bien encauzado, nos puede llevar a acuerdos con lo diferente, tal y como ha ocurrido en el pasado. No se va a dar en el Congreso, ni se va a dar en siete minutos. Pero la negación del debate sólo se puede lograr por la imposición de la fuerza, y en contra de la actitud natural del ser humano, que es la de hacer metafísica —somos animales metafísicos al decir de Schopenhauer—. No obstante, retomando algo esencial que ya se dijo, acá la cuestión no es tanto metafísica, cuanto científica. No es mucho lo que hay que debatir cuando la evidencia científica es clara. Más aún cuando la situación es, según él dice, urgente.
Otro detalle, quizás menor para el debate, pero que no quiero dejar pasar por alto: Sztajnszrajber nos dice que debemos dejar la metafísica para elegir con quiénes queremos forjar amistades: o sea, que si una persona parte de una metafísica distinta a la mía, yo no puedo ser su amigo. ¡Fundamentalista y aburrido! Propone ser amigo solamente de aquellos con los que se está de acuerdo. Y yo que lo quería invitar a él a tomar unas cervezas en casa…

“Saquemos a la verdad de la cuestión pública, pongámosla entre paréntesis. En nombre de la verdad se han cometido los más grandes exterminios de la historia”.

También se han cometido grandes crímenes en nombre de una supuesta justicia o de un supuesto bien. ¿También debemos eliminar al bien y a la justica? Uno puede tener mil causas nobles y tender hacia ellas a través de medios inapropiados. Ciertamente, el fin no justifica los medios. La verdad, así como la metafísica, es una cuestión inherente al modo de conocer y al modo de obrar humanos. En última instancia, ambas resultan inherentes a su modo tan particular de ser. Aunque Sztajnszrajber reniegue de la palabra “verdad”, todo su obrar, privado y público, se rige por un corpus de proposiciones que él considera verdaderas. Le sucede a él, nos sucede a todos: obramos en función de cómo percibimos la realidad. Estamos en la verdad cuando llegamos a captar la realidad tal cual es. Que “veamos mal” es otro asunto. Lo cierto es que todos nos movemos en base a aquello que se nos presenta como verdadero. Si analizamos sus discursos, sus clases, sus libros y videos, podremos inferir qué es lo que este personaje ve como verdadero.

“No pueden convivir nunca la democracia y los absolutos. No pueden convivir nunca la democracia y la verdad”

Pueden convivir, pero jerarquizando. La democracia no es un Dios, no es absoluta, no puede estar nunca por encima de la vida: si la mitad más uno está de acuerdo con matar a la otra mitad menos uno, ahí hay un problema con la diosa democracia. Si la democracia está por encima de todo y no tiene ningún límite, termina siendo una tiranía de la mayoría. Hitler, por poner un ejemplo, llegó al poder por el voto popular. La democracia no puede convivir con los absolutos, cuando la democracia es la que se torna absoluta. El bien, la verdad, la vida, la justicia… no pueden ser pisoteados por lo que la mayoría prefiere al día de hoy. Dos más dos seguirá siendo cuatro, aunque todos estén en desacuerdo. Las cuestiones que atañen a la ética y o las ciencias, por ejemplo, no surgen del plebiscito.
Cuando una persona quiere construir una habitación, no somete los planos a un plebiscito. Simplemente llama a un arquitecto. O, cuando se necesita sanar una enfermedad, tampoco se busca la opinión de la mitad más uno acerca de la cura. Y así podríamos seguir enumerando ejemplos: casos en los que no se requiere la voz de la mayoría, sino una sola voz autorizada. De la misma manera, el comienzo de la vida no se rige por el consenso de la mayoría. El recorrido de la sangre dentro del cuerpo, la composición química del universo, el proceso de digestión de los alimentos… Ninguno es inventado por el hombre: son descubiertos. Y la ciencia ya descubrió el momento en que se inicia la vida humana.

“Es que si hay una verdad, y alguien cree poseerla, entonces al otro se lo ningunea, se le quita entidad y automáticamente se lo convierte en un enemigo, en un ignorante o en un asesino”.

Ok. Si me considera enemigo, creo que no lo voy a poder invitar a tomar birra. Clichés como el propuesto, de tan repetidos, aburren. Si esto fuera cierto, la raza humana se hubiera extinguido hace rato. Todos los que defienden una idea creen estar defendiendo algo que consideran verdadero: los que defienden el aborto, creen que es verdad que “el aborto debe ser ley”, que “interrumpir un embarazo es un derecho”, y así tantas verdades más que ellos tienen. A veces, —mejor dicho: sobre todo— los que reniegan de la palabra verdad, como Sztajnszrajber, tienen un universo de verdades en base a las cuales obran. De allí que tuvieron que inventar el artilugio retórico de la posverdad, para poder justificar sus verdades, sin usar la palabra verdad.
¿Cuántos casos conocemos en los que, pese a estar paradas las personas en veredas distintas, pueden convivir e incluso debatir de manera respetuosa? Los contraejemplos que seguramente también conocemos no invalidan la posibilidad, e incluso la realidad, del respeto en medio del disenso.
“Se lo ningunea, se le quita entidad” ¿No es acaso esto mismo lo que Sztajnszrajber hace con los niños por nacer? ¿No se los cosifica? ¿O se los ignora por completo? ¿No se pone su vida por debajo de un hipotético derecho? Si me ningunean a mí, tengo recursos de sobra para defenderme. Pero el niño por nacer está totalmente desprotegido.
Por último: ¿cómo se hace para “sacar de en medio a la verdad”? ¿Ignorando por completo los aportes de la ciencia? ¿Con qué criterio posverdadero nos manejaremos? ¿Por qué con ese criterio… y no con otro? ¿Cómo justificamos el criterio de su posverdad, sin recurrir indirectamente a la verdad? Es válido preguntarse estas cosas. Válido, y necesario.

“El aborto es una cuestión política, hablemos entonces de política”.

Todo su discurso, hasta ahora, fue una apología de la no metafísica y de la no verdad. ¿Y la política? Ya se ha hablado suficiente, más arriba, acerca de la imposibilidad de sacar a la ética, a la antropología y a la metafísica de cualquier debate social.

“Nuestra sociedad tiene que hacerse cargo de las desigualdades sociales que condenan a muchísimas mujeres en situación de desventaja social a la práctica de abortos en condiciones infrahumanas”.

¿Cómo fijamos las prioridades, si ya descartamos de plano la posibilidad de establecer un parámetro objetivo acerca de la totalidad de lo real? Si dijimos que no puede haber acuerdo, ¿cuál es la escala que mide las urgencias? ¿Quién dice qué es lo suprahumano, lo humano, lo infrahumano? ¿Cómo asegurar todo esto, si ya descartamos a la metafísica, a los sentidos, a la ciencia y a la verdad? He aquí una de las mayores incongruencias del discurso de Sztajnszrajber: quien clama por el fin de la verdad, ya no me puede clamar más nada. Pues, luego del velatorio y del entierro de la verdad, cualquier clamor que se haga la estará trayendo de nuevo a la vida. Quieren matar a la verdad, pues mátenla. Pero luego déjenla en la tumba: háganse cargo de su crimen.

“Cada mujer que se desangra por falta de acceso exige que el estado intervenga. Política, no metafísica”.

Hay una falacia que resonó fuerte en estos días, y acá la tenemos de manera solapada. Se llama “falsa disyuntiva”. Una incorrecta aplicación del principio del tercero excluido: “¿Aborto legal o aborto clandestino? Si estás en contra del aborto legal, entonces estás a favor del aborto clandestino”. Falsa disyuntiva. Existe una tercera posibilidad. Pero los partidarios del aborto la descartan de plano. No conciben un mundo donde se respete la vida en el vientre. Al parecer, no les interesa.
La mujer no se desangra por falta de acceso. Se desangra por haber tomado una terrible decisión —a no ser que algún criminal (un padre hipócrita y desalmado que quiere “lavar” la imagen social de su hija adolescente, un novio violento que no quiere hacerse cargo de la nueva vida ya engendrada) la haya obligado a abortar—. Sin aborto, no hay muertes. Los que equiparan un aborto con una visita al dentista, por más que pidan el aborto legal, están siendo totalmente funcionales al aborto clandestino. Nosotros, en cambio, estamos en contra del aborto, sea legal o ilegal. Tercera posición.

“La sociedad tiene que hacerse cargo de acompañar el proceso de emancipación del cuerpo de la mujer, históricamente sojuzgado y naturalizada su expropiación”.

Acá por ejemplo, se le cayó al piso toda su prédica acerca de la no metafísica y de la no verdad. Se podría decir mucho sobre estos postulados. Seremos breves: ¿matar al propio hijo es un acto liberador? ¿Cuán retorcida y perversa tiene que ser una concepción sobre la totalidad de lo real para hacer un acto de fe ciega en un postulado tan nefasto?

“La naturalización del cuerpo de la mujer como receptáculo reproductor la ha condenado a la desapropiación de su propia autonomía. Una mujer que no decide sobre su propio cuerpo es una ciudadana de segunda. Política, no metafísica”.

Hay dos posturas extremistas respecto a la relación entre maternidad y mujer: en un extremo, se concibe que la mujer “solo sirve para parir”; en el otro, que “no hay relación natural entre la mujer y la maternidad”. En última instancia, se rechaza la naturaleza. El hecho de que la mujer, desde su nacimiento, tenga ovarios, óvulos, útero y progesterona no es una construcción cultural. La libertad humana supone su naturaleza. Y, justamente, es su naturaleza la que le marca la cancha a la libertad. Yo no puedo, en nombre de mi autonomía, agitar bien fuerte los brazos y levantar vuelo cual pichón en primavera ¿Quién es el ente fascista que me lo impide? Es mi naturaleza. De la misma manera, que la mujer tenga la capacidad de acoger vida en su seno es parte de la naturaleza. Y gracias a ello se perpetúa la raza humana. Eso no implica que toda mujer esté destinada a ser madre. Pero hay algo natural, en lo físico – hormonal y en lo psicológico, que la lleva hacia eso.
Ahora bien, al hablar de maternidad, se torna necesario distinguir entre maternidad biológica y maternidad efectiva. En la mayoría de los casos, ambos roles coinciden en la misma mujer. Pero en las adopciones, por ejemplo, quien da a luz a una criatura no es quien luego ejercerá la maternidad sobre esa persona. De allí que se haga la distinción entre “mamá biológica” y “mamá del corazón”. Así pues, este segundo tipo de maternidad es el que no puede ser impuesto. Pero la maternidad biológica no puede rechazarse una vez consumada la concepción, a no ser que se mate al niño concebido: desde el momento en que se está embarazada, se es madre. Y lo que se lleva en el vientre es un hijo.

“Nuestra sociedad tiene que hacerse cargo de garantizar que cada cual pueda desarrollar en su vida privada la concepción metafísica que desee. Lo único que debe resguardar la ley es que nadie ponga su propia concepción cómo razón de Estado. Cualquier cosmovisión metafísica puede ser para quien la profese muy beneficiosa en la formación del sentido de las personas. Pero se vuelve autoritaria cuando se pretende norma universal”.

Vamos una vez más: todos tienen una determinada idea acerca de la totalidad. Sztajnszrajber también la tiene. ¿Por qué él sí puede hacer de la suya razón de Estado? ¿Por qué cualquiera que no sea la suya es autoritaria, pero la suya no? Darío, dejales la política a los políticos, como vos clamás, y dale un piso más consistente a tu pensiero debole.

Si se promulgase esta ley, la interrupción voluntaria del embarazo, nadie te va a obligar a vos que abortes. No sigas vos obligando a muchísimos mujeres a no decidir por sí mismas. Política, no metafísica. El aborto es una cuestión política, hagámonos cargo”.

NADIE interpreta que a partir de la promulgación de una ley de despenalización todas las mujeres deberán abortar. Está clara la diferencia entre un supuesto derecho y una obligación. El problema está en que una sociedad que permite la muerte del indefenso se autodestruye. Es un suicidio colectivo. Y es complicidad, por inacción, con un genocidio silencioso.
Por lo dicho arriba, el niño por nacer no es el cuerpo de la mujer, sino otro ser humano. Cada uno decide lo que hace con su propio cuerpo. Pero no con el cuerpo de un tercero. Cuando una madre decide abortar, está tomando una decisión respecto de la vida de su hijo. Pero hay otro engaño en esta afirmación: nadie puede exigirle cualquier cosa a un médico: ¿se le puede pedir que nos ampute una oreja? ¿O que nos implante un dedo en la frente? ¿Por qué no, si —en última instancia— se trata de nuestro propio cuerpo? ¿Acaso no tenemos derecho a elegir? El derecho a elegir por sí mismo no nos otorga ni la potestad de decidir por la vida de los demás, ni la facultad de exigirle algo fuera de lugar a un médico. El médico tiene la noble misión de resguardar la salud de las personas. El niño por nacer no es una patología.

Consideración final:

Inconsistente. Es comprensible que siete minutos resulten escasos para poder explayarse. Pero una cosa son los discursos acotados, y otra cosa son los discursos endebles. Perlitas como “no podemos confiar en los sentidos” —ni en la metafísica, ni en las ciencias, ni en la verdad: ¡crean sólo en lo que yo digo, muchachos!— o “la metafísica sirve para forjar amistades” entran en el anecdotario. Pero la confusión de esferas epistemológicas, la pretensión absurda y reiterada de eliminar a la metafísica —con el agravante de que Sztajnszrajber es licenciado en Filosofía, y no politólogo—, o la imposición de postulados a priori —basados en el puro capricho— nos dejan mucho sabor a poco a los que esperábamos más de este personaje.

Acompaña este texto con http://fin.elaleph.com/articulos/15-razonamientos-enganosos-sobre-el-aborto-y-su-despenalizacion, del mismo autor. 

 

* Pablo Grossi nació en Buenos Aires en 1986. Es maestro de nivel primario, catequista, y está terminando el profesorado y la licenciatura en Filosofía en la Pontifica Universidad Católica. Desde muy chico se apasiona por los relatos de aventuras. Participa del TC&C desde 2012, escribiendo (y corrigiendo) cuentos. Disfruta mucho de la música y la gastronomía, con una amplia variedad de gustos en ambos campos. Su principal interés académico pasa por la apologética de la fe católica, la relación entre la ciencia y la fe, y el pensamiento medieval.

Abra la tapa y se encontrará con el animal más agresivo del mundo: el horror en «25 noches de insomnio», de Marcelo di Marco

Por Mario Zegarra *

 

Cuando leí por primera vez 25 noches de insomnio (Buenos Aires, Bärenhaus, 2017), recordé un fragmento del final de “El pozo y el péndulo”, uno de los más espeluznantes cuentos de Edgar Allan Poe:

Y, sin embargo, durante un horrible instante, mi espíritu se negó a comprender el sentido de lo que veía. Pero, al fin, ese sentido se abrió paso, avanzó poco a poco hasta mi alma, hasta arder y consumirse en mi estremecida razón. ¡Oh, poder expresarlo! ¡Oh espanto! ¡Todo… todo menos eso! Con un alarido, salté hacia atrás y hundí mi cara en las manos, sollozando amargamente.

Y es esa incertidumbre, ese “todo menos eso”, esa palpitante sensación que nos avasalla ―como un Trail Master apuntalándonos la garganta― en la lectura de cada una de las narraciones de 25 noches de insomnio. Marcelo di Marco ha eternizado ese horrible instante: estructurándolo en una amalgama de espantos, y diseccionando lo más oscuro del alma humana. Tanto es así que nos invita a sumergirnos en las profundidades de una decadente realidad, nos deja embadurnarnos en esa putrefacción, en ese negro agujero que es la obsesión y el miedo.

Narrar el horror requiere hacer hincapié en expresarse con sutileza, construir el texto a partir de insinuaciones imprecisas, pero ligadas entre sí, creando una ficción que represente lo irreal de forma verosímil. Marcelo di Marco sabe de esto. Sabe de temores y de pesadillas. Sabe de visceralidades y del pánico que contagia conciencias. Sabe de extrañamientos, y bajo el dominio de su narrativa puede ocasionar que un colifa le introduzca una púa por la oreja y le haga vomitar el contenido por la otra. Así que, incauto y querido lector, cuídese las espaldas. Pues nos encontramos frente a un escritor que deja la piel y algo más en cada uno de sus relatos: posee talento y domina las herramientas para hacernos delirar. Entre otras delicatessen, usted puede hallar: no-muertos evolucionados acechantes. Antropófagos adictos a la tecnología. Brujas cultoras de lo políticamente correcto. Un prodigioso niño. Vampiros, asesinos, fantasmas, desquiciados, confundidos, demonios, hippies new-age, tentáculos, culpables, fachos, y una eterna buscadora de quince minutos de fama. En definitiva, la locura, el sarcasmo y la incorrección habitan 25 noches de insomnio.

Nos podemos imaginar el proceso de escritura de Marcelo di Marco, el instante preciso cuando sonrió mientras escribía cada cuento del conjunto. En “El rayo de la muerte de la luna de miel”, se lee:

Mañana pruebo con el gato de los vecinos, se dijo, a ver qué pasa. Y si todo sale bien, después pruebo con los vecinos. Y con mamá y papá voy a probar.

O en el caso de “El cerebro de Kennedy”:

Y se puso a soñar con las catástrofes que podrían provocarse cuando lograra hacerse con el negro cerebro de Barack Obama.

¿Cómo asesta cuchilladas con tanta desenvoltura? La prosa de Marcelo di Marco es punzante, directa y concisa, no derrocha palabras, y tampoco consiente que ninguna sea inofensiva. Muy por el contrario, cada oración nos lleva a rastras hacia el borde del abismo. Y recién en la caída, descubrimos ―ya muy cerca de reventar nuestro cráneo contra el suelo― que no habrá misericordia. Ahí tenemos nuestros dos ejemplos citados en las líneas anteriores: un prodigioso niño y un tal doctor Gilles de la Tourette.

Los personajes de 25 noches… no se construyen desde la grandeza: se desenvuelven desde lo común, no gozan de cualidades extraordinarias ni de reconocimiento. La mediocridad de sus vidas define sus actos. Como se lee en “Al acecho”:

A veces no sé por qué hago las cosas que hago. Será porque espiar me calienta. A ellos los espiaba desde mi ventana, o desde la terraza.

Y al repasar lo antes dicho, vemos lo que los emparienta con cualquiera de nosotros: personajes arañando la locura ―si es que ya no cohabitan con ella: léase el excepcional cuento “Papilla”, que FIN ha publicado en http://fin.elaleph.com/articulos/iletradas-gentes-de-letras―, la pulsión de muerte, el descarriado deseo por el fracaso. Seducidos por la profundidad del abismo, el abismo por el que nos viene arrastrando Di Marco desde la primera línea hasta la última. Y mientras más nos hundimos en esas profundidades, más desprotegidos nos encontramos, y vislumbramos la verdad: nosotros somos ellos. Nosotros somos esos personajes. Nosotros somos esos monstruos. Y el monstruo es el otro, el ser humano: asesinamos, mentimos, acosamos, celamos, sacrificamos, deseamos sumergirnos y convivir en el horror.

Pero el texto raramente se presenta desnudo ―parafraseando a Gérard Genette en Umbrales, ese extenso y documentado ensayo sobre el paratexto y la paratextualidad―: en 25 noches… Di Marco nos ofrece la sección “Marginalia”, donde relata jugosas anécdotas del cómo y por qué de cada uno de los relatos. Estas notas y comentarios al margen ―el paratexto, donde también se incluye el paratexto icónico (gráficos, ilustraciones, figuras), pues 25 noches… presenta terroríficas ilustraciones incrustadas dentro de los cuentos― se muestran más como confidencias entre el autor y sus lectores. Un puente donde se abre el diálogo y se descubre el anecdotario del escritor.

Y en 25 noches de insomnio se enaltece lo simbólico para transfigurar su condición eminente: el lector, con un alarido, saltará hacia atrás y hundirá la cara en las manos, sollozando amargamente.

 

 

* Mario Zegarra (Lima, 1982). Estudió Literatura Hispánica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene tres bicicletas y un amor que lo sacude como una puñalada. Ahora escribe para los muertos y los vivientes.

 

 

 

 

“Adán Buenosayres es la novela de un poeta”. Entrevista a Jorge Portela

Por Germán Masserdotti *

 

 El jurista y filósofo argentino Jorge Guillermo Portela sabe que la literatura es una sobresaliente excusa para educar a los universitarios en el amor a la verdad, el bien y la belleza. Para bien de su alma y de la de sus alumnos, uno de los autores a los que frecuenta es a Leopoldo Marechal, ese gran argentino que regaló al mundo la novela Adán Buenosayres, concebida alrededor de 1930 y publicada en 1948.

Marechal nació en 1900 y falleció en 1970[1]. “Todos los veranos –refiere María de los Ángeles, una de sus hijas–, Leopoldo viajaba a Maipú, en la provincia de Buenos Aires, a la casa de sus tíos Martina y Francisco Mujica, quienes eran puesteros en el campo. Les contaba a sus amigos de Maipú que su maestro [en la Capital Federal] le decía que escribía muy bien y que iba a ser poeta. Los niños del lugar decían esto a sus padres y los papás les comentaban a sus hijos: ‘¡Habla así porque es de Buenos Aires!’. Niños y padres le pusieron el apodo ‘Buenos Aires’. Años después, descendientes maipuenses de aquellos niños contaron esta divertida historia”.

Además de Adán Buenosayres, Marechal es el autor de ensayos como Descenso y ascenso del alma por la belleza, de poemarios como Laberinto de amor, Sonetos a Sophía, de novelas como El banquete de Severo Arcángelo, Megafón, o la guerra y de piezas teatrales como Antígona Vélez y Las tres caras de Venus, entre otras obras.

 

Portela escribió “Leopoldo Marechal y la formación poética” (revista Universitas, 1982), y en 2017 pronunció una conferencia titulada “Leopoldo Marechal, escritor tradicional” en la Fundación Centro Cultural Universitario en Buenos Aires. Luego de la conferencia, aceptó una entrevista sobre Marechal y el sentido de su obra.

¿Por dónde conviene comenzar la lectura de la obra de Leopoldo Marechal? ¿Por la prosa, la poesía, el ensayo? ¿Por varias a la vez?

Si bien podría aplicarse aquí la regla matemática (“el orden de los factores no altera el producto”), esta es una pregunta difícil, máxime cuando en ningún momento, por más que Marechal esté escribiendo prosa, abandona su condición primera de poeta. De hecho, Adán Buenosayres es la novela de un poeta. Por ende, comenzaría por la lectura de esta primera gran obra del escritor.

 

Podría decirse que, tanto en la vida como en la obra de Marechal, hubo “épocas”. ¿Habría constantes temáticas en su trayectoria? ¿Hubo cambios en la comprensión de esos temas? ¿Qué podría haber influido para explicar las mutaciones?

Hubo cambios, efectivamente. Ellos se explican como consecuencia del sobredimensionamiento de posturas políticas, unido a aspectos de su vida personal que influyeron decididamente sobre su literatura. Me refiero a su unión con Elbia Rosbaco, a partir de la cual se genera lo peor de la literatura marechaliana.

Entonces, podemos hablar de una primera etapa, motivada por una influencia católica muy marcada, que se plasma sobre todo en su poética y en su participación en el Convivio de los Cursos de Cultura Católica, y la segunda, que tiene como eje central la aparición de la política y la relación con Rosbaco. En un escritor de su categoría, esto fue particularmente lamentable y resulta notorio y notable la caída o la eliminación de los grandes temas (Dios, la belleza, el orden de lo creado) en su producción literaria.

 

Los años juveniles de Marechal se relacionan estrechamente con los Cursos de Cultura Católica. ¿Qué significado tuvieron en su vida?

Los Cursos de Cultura Católica marcan a Marechal muy profundamente. Eso lo podemos advertir en su producción poética llevada a cabo hasta la década del 60, aproximadamente. Esa es la época en la que escribe su gran novela Adán Buenosayres (quizás la más importante de la literatura argentina) y en la que delinea uno de sus ensayos más importantes (Descenso y Ascenso del alma por la belleza). Este último no podría haber sido escrito sin la influencia de los Cursos. Pensemos que su primera edición es de 1939, publicada por Sol y Luna y dedicada a Mallea. Pero su primera redacción es de 1933.

En los años 40, Marechal se hizo peronista. ¿Cuáles fueron los motivos? ¿Qué encontró en el movimiento? Con el tiempo, los antiperonistas le “pasaron factura” por su opción política.

Esa es una pregunta muy personal, que sólo podría contestar Marechal. Históricamente, muchos hombres del nacionalismo argentino y del pensamiento católico, tradicional, vieron en el peronismo una opción válida. Creo que eso fue lo que le ocurrió a Marechal. Perón, en su primera presidencia, tuvo la habilidad política de rodearse de hombres de distintas extracciones. Su propuesta de “justicia social” y de protección de lo nacional, unida a un conservadurismo de base, resultaba atrayente para el intelectual católico. Quizás esos ideales hayan jugado para la opción de Marechal por el peronismo.

 

Pareciera que el afán de justicia está presente a lo largo de toda la vida de Marechal. ¿Podría explicarse así su apoyo posterior al socialismo?

No. Creo que eso no es así. En primer lugar, él mira con agrado un giro a la izquierda, pero siempre desde el peronismo. Es arriesgado decir que apoyó al socialismo, y si lo hizo fue siempre a partir del justicialismo. Por otra parte podría pensarse que para un peronista, en aquel entonces, no había demasiadas opciones. La política “pendular” fue siempre uno de los pivotes preferidos de Perón. Y sus seguidores siguieron ese vaivén.

 

¿Qué sería la Patria para Marechal? ¿Diría lo mismo sobre ella si viviera hoy?

Quizá la respuesta la encontremos en uno de sus libros de poemas más logrados: el Heptamerón. En la “Patriótica” hay muy bellas descripciones de lo que es la patria para un alma noble como la de Marechal, traducidas en hermosas metáforas (la patria como una hija, pero en consecuencia, como un miedo inevitable; la patria como un dolor que aún no tiene bautismo), hasta que finalmente el poeta se niega a seguir hablando de la patria. Al principio del poema se evoca a Chassaing: “melancólica imagen de la patria”…

 

Hoy, ¿qué le diría la obra de Leopoldo Marechal a nuestra Patria? ¿Qué lecciones podríamos rescatar para “el buen vivir”?

Podría responderte con un bello verso del “Canto segundo” del Heptamerón, de 1960: “La patria es un dolor que aún no sabe su nombre”.

 

 

* Germán Masserdotti nació en Buenos Aires en 1975. No es sabio, por cierto; filósofo, apenas. Los papeles dicen, además, que es profesor y licenciado en filosofía. Cuando goza de intervalos lúcidos, escribe trabajos con pretensión de científicos y notas periodísticas. En FIN le publicaron “Amores burgueses y súplicas de redención” (http://fin.elaleph.com/scriptorium/amores-burgueses-y-suplicas-de-redencion), “Obsesión homicida por el poder sin reglas” (http://fin.elaleph.com/acta-diurna/obsesion-homicida-por-el-poder-sin-reglas) y “In memoriam Zoltán Kodály” (http://fin.elaleph.com/general/in-memoriam-zoltan-kodaly). Como no lo conocen del todo, además le publican en otros sitios: “Hiroshima y Nagasaki en la voz de seis sobrevivientes” (http://eterdigital.com.ar/hiroshima-y-nagasaki-en-la-voz-de-seis-sobrevivientes/), “El sufrimiento del periodista” (http://www.eter.com.ar/Novedad/14841/El-sufrimiento-del-periodista), “Quién ha visto el viento que narra Carson Mccullers” (http://www.eter.com.ar/Novedad/16931/Quien-ha-visto-el-viento-que-narra-Carson-McCullers). A veces, más bien pocas, se zafa y escribe cosas como “Comunismo no es lo mismo que cristianismo” (http://www.laprensa.com.ar/458094-Comunismo-no-es-lo-mismo-que-cristianismo.note.aspx) o “Memorias de un ateo militante” (http://www.laprensa.com.ar/446943-Memorias-de-un-ateo-militante.note.aspx) . En fin, hace lo que puede con su vida y, a decir, verdad, le sale bastante mejor de lo que pensaba.

 

[1] Cf. Marechal, María de los Ángeles, Bio-cronología, en http://www.vorticelibros.com.ar/autor.php?id=36 [Fecha de consulta: 20 de febrero de 2018].

 

Tres poemas

Por Juan José Capria *

 

La mesa

 

La mesa se sienta en la cabecera.

Come lo que le sirven,

bebe lo que derraman

y manotea lo que sobra.

 

En la tabla del cosmos

quedan migas del pan estelar,

en la del océano

navegan platillos de manjares,

y en la del infierno

se ofrecen lenguas, dedos, ojos y senos.

 

La madera guarda el registro

de mi pulso,

y cuando caigo ahí dormido

sueño en mis páginas.

 

A ella se sientan

el silencio, la sombra, la soledad, el susto y el secreto,

y cada cual trabaja en lo suyo.

 

En la última noche

la mesa invita:

servida está la conciencia.

Y en cada plato se refleja nuestra cara,

que comeremos eternamente.

 

 

La oscuridad

 

Cierro los ojos

y se abre la oscuridad,

donde los muebles se desmembran

y cada parte anda por ahí.

 

Donde las cosas se relajan

y abandonan sus responsabilidades,

y siguen con sus cosas.

 

En mi oscuridad

resplandece el silencio,

oscuridad de tornasolados recuerdos,

donde los pensamientos se iluminan

y se incendian los secretos.

 

Anoche tu sombra era inconfundible

y nos fundimos sin tenernos miedo.

 

Tu oscuridad

era la verdadera piel del tiempo.

 

Una tarde

 

Una tarde textualmente duplicada,

imposible de situarla en el tiempo.

 

Una tarde en la misma esquina,

dando vueltas y vueltas al mismo café.

 

Una tarde que no puedo poner en ningún lado

porque me asaltan sus plazas,

los rostros,

la librería,

un techo y las palomas,

el cielo entre cables y ventanas,

una diligencia,

aquella juventud más idealizada que vivida.

 

Una tarde igual

a un vaso y al algua,

al cigarrillo,

a las veredas donde fue mi sombra,

al Buenos Aires de uno.

 

Tarde labrada en el olvido,

rayo de sol petrificado

en los rincones y en los ángulos

de los frentes.

 

Nada concuerda con mis recuerdos,

y sin embargo allí todo encajaba.

 

Una tarde,

yo escribiendo.

 

 

* Juan José Capria nació en Haedo, provincia de Buenos Aires, el 12 de diciembre de 1973. Aficionado a la lectura desde chico. Es profesor en Lengua y Literatura, y ahora vive en la ciudad de Tres Isletas, Chaco. Poeta y escritor, ha publicado en distintas antologías (Junín-País, UNNE, entre otras). Está casado y tiene dos hijos, trabaja en el nivel secundario y terciario dando clases de Lengua y Literatura, Comunicación y Redacción. Su relato «Fantasma por cuento» fue incluido en el manual Leer y escribir en 6º (Buenos Aires, Tinta fresca, 2016).