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Sobre el sentido de la libertad: algunas reflexiones en torno al último primer día de clases.

Por Damián Martín *

 

Eran las tres de la mañana, aunque yo aún no lo sabía. No lo sabía porque estaba durmiendo. Era la madrugada del lunes que marcaría el inicio de un nuevo ciclo lectivo. Yo dormía. Profundamente. Fue entonces cuando me sobresalté. Comencé a percibir los sonidos de algo así como un levantamiento armado o de una corrida policial. O eso intuí. Pero no. Cuando por fin logré salir de la cama, pude ver que se trataba de una cosa muy diferente: eran los festejos del último primer día de clases (UPDC).

Hace ya algunos años que los estudiantes argentinos próximos a egresar de la escuela secundaria celebran el UPDC. Dicho festejo tuvo su origen, según mis propios cálculos, aproximadamente en 2013. En un primer momento consistió en una réplica espontánea –surgida en el contexto de las redes sociales– del último día de clases. En un comienzo, se limitaba al ámbito escolar. Luego pasó a ser una actividad extramuros. Hasta que dos o tres años después mutó en una gran concentración estudiantil intercolegial, generalmente en algún espacio público de la zona. Hoy, el UPDC ha evolucionado: se ha convertido en una procesión nocturna en la que desaforados adolescentes hacen gala de su deshinibición.

Cuando desperté por el ruido de las cornetas y los bombos, mi primera reacción fue obviamente el asombro. ¿Qué los movía a deambular por la calle a las tres de la mañana?

Como era de esperar, no volví a dormirme. Eran ya las cuatro de la mañana y debía levantarme en dos horas. Pero no podía conciliar el sueño. Así que me dispuse a pasar el tiempo reflexionando sobre aquello que impulsaba a esos adolescentes. Y pronto concluí en que el motor no era otro que la idea de libertad.

¿Por qué la sociedad contemporánea parece estar obsesionada con la libertad?

Desde chicos se nos dice que la libertad es el valor supremo, que es la llave que nos abrirá las puertas a todo lo demás. “No se puede gozar de ningún derecho si antes no se es libre”, nos dice el maestro, y así la libertad viene a ser una condición y no una meta. Pero esta idea también nos la inculcan los medios de comunicación, los políticos y las marcas. Al parecer, hoy todo el mundo ha devenido en predicador de la libertad. Lo cual, inevitablemente, me hace desconfiar. ¿Qué intenciones diabólicas esconderán detrás de esto?

En primer lugar, creo que la clave del asunto tal vez pueda encontrarse en la naturaleza misma de la acepción del concepto “libertad”. El secreto, precisamente, está en que en la actualidad no existe una definición en cuanto a lo que en esencia consiste la libertad. Y es que esta modernidad reciclada en la que vivimos no acepta las definiciones. Definir es el gran pecado postmoderno.[1] Porque la acción de definir obliga a encasillar, a discriminar, es decir a distinguir, seleccionar y separar las cosas. Y al afirmar que algo es verdadero entonces nada más puede serlo. ¿Cuál es el problema en todo esto? Que la posmodernidad no admite la idea de verdad.

¿Y que es la libertad, entonces? Libertad es para el mundo actual un estado, una condición en la cual el individuo se desenvuelve sin definición alguna. Sin parámetro alguno. Sin límites ni restricciones. Porque recordémoslo: limitar es definir. La metáfora es la del pez en el agua. El individuo contemporáneo puede, al igual que el pez, moverse en cualquier dirección, hacia cualquier parte. Hacia todos lados, y hacia ninguno en particular. Pero, ¿qué valor puede tener una libertad vacía, carente de sentido, que conduce hacia la nada?

Resulta interesante que sea precisamente la adolescencia la etapa de la vida sobre la cual el capitalismo del siglo XXI pone todo su interés. Como etapa de la vida, la adolescencia se caracteriza por ser un momento de iniciación, de pasaje. El adolescente se encuentra dividido, en una etapa intermedia entre la niñez y la adultez, pues no es ni lo uno ni lo otro. ¿Es casual entonces que se idealice la etapa de la vida cuyo signo es la indefinición?

La adolescencia como etapa idealizada de la vida y la libertad como estado de permanente indefinición son dos de los valores que rigen nuestro mundo. Pero, ¿es posible vivir, y pretender vivir bien –como decía Aristóteles–, girando en torno a estos dos valores? (Cuán injusta resulta la coronación de la juventud como modelo de vida, ya que como tal no es alcanzable, pues el hombre está sujeto a la temporalidad).

Remitámonos al momento fundacional, al primer acto humano en el cual se haya puesto en juego la libertad del hombre. Pensemos en el relato de Adán y Eva. Dios pone en el paraíso un árbol y les prohibe comer de su fruto. De aquella prohibición nació la libertad humana, porque por medio de ella le fue posible al hombre decidir por vez primera.

Para que exista la posibilidad de tomar una decisión, es necesario que se presenten por lo menos dos opciones. Antes del árbol y de la prohibición divina, no existía ninguna opción. Sin árbol y sin fruto no se puede elegir entre comer y no comer. Pero, ¿en dónde habita la libertad? ¿En la posibilidad infinita de decidir entre diversas opciones o, por el contrario, en el acto mismo de decidir?

Lo primero es la libertad como potencia. Al igual que la semilla que aún no es árbol, pero puede llegar a serlo. Sin embargo, si la semilla no se convierte en árbol, pierde su razón de ser. Lo mismo ocurre con la libertad.

Sólo somos libres cuando decidimos, y al hacerlo nos convertirnos en soberanos de nuestras vidas. Para ello es necesario ser concientes y aceptar hasta las últimas consecuencias la responsabilidad que esas decisiones conllevan. Quien pretenda permanecer potencialmente libre por siempre, solo conseguirá dilatar la indefinición, pues ignora que únicamente quien “se la juega” es en verdad libre.

 

Concluyo mi reflexión, y mi mente vuelve a posarse sobre los adolescentes que me desvelaron. Acaso no imaginan lo que el mundo post-escuela les ofrece.

Aún los veo corriendo, saltando, celebrando su libertad sin preocupaciones. ¿Sabrán hacia donde van? Tal vez nosotros tampoco.

 

[1] De manera implícita, puede deducirse esta tesis a partir del libro El género en disputa, obra capital de la teórica feminista Judith Butler.

 

* Damián Martín (1988) es profesor de Historia por el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Actualmente estudia la carrera de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es alumno regular del Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco.

 

 

 

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