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Cómo convertirnos en mejores espectadores de adaptaciones

Por Florencia di Marco *

¿A quién no le ha pasado alguna vez? Vas al cine a disfrutar de una película inspirada en una novela. Y personalmente la estás disfrutando. Pero entonces caés en la cuenta de que se te ocurrió ir con ese amigo. Sí, ese cuyo mayor deleite durante dos horas consistirá en denunciar en voz alta cada ínfima diferencia entre el film y el libro. Es una lástima: ese amigo se estará perdiendo la magia de lo audiovisual. Y todo por culpa de la tan difundida farsa de que una película nunca es mejor que la novela en que se inspira.

Algunas consideraciones sobre la trasposición entre un lenguaje artístico y otro ayudarán a derribar dicha patraña. Además, a todo lector y cinéfilo que se precie le conviene revisar estos puntos.

En primer lugar, he dicho “trasposición entre un lenguaje artístico y otro”. Eso implica que sí, el cine es un arte. Y una brillante película puede considerarse una obra de arte. Hoy parecería que no hace falta aclararlo. Pero lo menciono por las dudas: vivimos en un mundo que constantemente menosprecia el verdadero arte, mientras endiosa en los museos a la primera pila de basura con la que tropieza. Para comprobar el estatus artístico del cine, bastará, por ejemplo, con disfrutar de alguno de los videos de ZEPFilms en los que Nicolás Amelio Ortiz explica cómo determinadas películas de determinados directores se han convertido en obras maestras de la iluminación, el montaje, el guion. Mi favorito es este.

Una vez aclarado que el cine es un arte, aparece una cuestión fundamental en el tema de las adaptaciones: el criterio de fidelidad / infidelidad para juzgarlas. Se reduce a creer, como aquel amigo de mi introducción, que si la película no es exactamente igual al libro, necesariamente es pésima. Muchas veces este no es un criterio válido, sino un cómodo cliché para quien juzga sin conocimiento del lenguaje fílmico. En otras palabras: nunca comprenderemos si una traducción del Quijote al inglés es buena o no, si no conocemos al menos algo del castellano del Siglo de Oro y algo de inglés. Lo mismo pasa con las adaptaciones: para entender la trasposición de un lenguaje artístico a otro, necesitamos entender bien los códigos que maneja cada uno de ellos. Cuanto mejor se los conozca, más profundo y fructífero será nuestro análisis.

Otro punto a considerar es la libertad del artista. El director crea una obra autónoma. Merece que sea considerada como tal, con sus propias virtudes y desaciertos. Adaptar un libro a otro lenguaje necesariamente implica reescribirlo desde los códigos propios de ese lenguaje. Lo importante es que la tarea se encare desde una delicada combinación entre humildad y grandeza. Humildad para saber que —sobre todo si se está adaptando un excelente libro— se camina sobre hombros de gigantes. Grandeza para animarse a recorrer un camino nuevo. Sólo así el cineasta logrará darnos en su obra aquello que como espectadores sí podemos pedirle a una adaptación.

¿Y qué es eso que podemos —e incluso debemos— pedirle a una adaptación? Que comprenda y conserve, en el fondo, y más allá de los cambios —necesarios siempre, y a veces geniales— el espíritu propio de la obra original. Sobre esto fallan muchas versiones modernas de los clásicos. Por ejemplo, Troya (Wolfang Petersen, 2004) barre con desprecio las intervenciones de los dioses, vitales en la Ilíada de Homero. A mi entender, cuando una adaptación no le atina al corazón de la obra original, es porque el autor ha decidido imponerles a los maltratados personajes su propia visión del mundo. O incluso su “propio” criterio políticamente correcto. (Apuesto a que muchos amantes del animé y el manga quisieran tirarles este párrafo por la cabeza a ciertos muchachos de Netflix…) 

Otros directores y guionistas, en cambio, dan en la tecla. La maravillosa Matilda de Danny DeVito (1996) saca a relucir el humor, la intensidad, los personajes bien construidos y la profundidad de la novela homónima de Roald Dahl. La película Una serie de eventos desafortunados, con Jim Carrey (Brad Silberling, 2004), combina en poco más de una hora y media los tres primeros libros de la saga de Lemony Snicket (Un mal principio, La habitación de los reptiles y El ventanal). Pero consigue reflejar de manera brillante todos los matices del villano y la lucha solitaria de los niños protagonistas, en un mundo en el que los adultos son o malvados o estúpidos. En estos últimos dos ejemplos se nota bien que hay muchos cambios argumentales, pero el espíritu permanece. 

¿Qué sucede con la adaptación de libros a otros lenguajes artísticos, aparte del cine? Hagamos un breve paseo por las adaptaciones musicales. No debemos olvidar que antes del cine —y mucho antes de Netflix—, estaba la ópera. Y en la ópera, la onda solía ser tomar grandes obras de teatro, o novelas best-sellers, y transformarlas en un libreto y una partitura. Tal vez, al tratarse de obras no contemporáneas, nos resulta más sencillo aceptar los cambios entre la obra original y el libreto. Pero hay óperas que resultan buenos ejemplos para reflexionar sobre cómo la genialidad y la autonomía del compositor y el libretista lograron llevar a algunos personajes mucho más allá de las obras en las que nacieron. Apuesto a que ni un uno por ciento de los que escuchamos hablar de Fígaro hemos leído las obra de Pierre-Agustín de Beaumarchais en la que se basaron tanto Rossini (El barbero de Sevilla) como Mozart (Las bodas de Fígaro). Sin embargo, Fígaro para nosotros ya es la creación de Rossini y su libretista. Fígaro para nosotros es directamente una melodía, que hemos oído hasta interpretada por Tom y Jerry.


La bohème es otro ejemplo: varios años tardaron los libretistas Giacosa e Illica en seleccionar, de entre los múltiples personajes de Escenas de la vida bohemia (Henri Murger), a Rodolfo como personaje principal. Y en la novela él tenía muchas amantes. Pero la ópera necesitó elegir a una sola mujer, Mimi, para convertir las andanzas de aquel pobre poeta en una historia de amor completamente inmortal. Por cierto, el director Robert Dornhelm se animó a dar un paso más en el camino de la adaptación, y filmó La Bohème (2004), película de la ópera. Allí se destacan las actuaciones de esa icónica pareja escénica que supieron formar la soprano Anna Netrebko y el tenor Rolando Villazón. Pero, además, el cineasta nos regala una obra nueva, en la que el color, la luz y los movimientos de cámara están al servicio del drama.

Apenas arranca la novela La dama de las camelias (Alejandro Dumas hijo), ya sabemos que Margarita murió. Pero el genio de Verdi transforma esa muerte en el emocionante final de su obra La traviata. ¿Como se las ingenió para que eso resultara conmovedor incluso para un público que ya había leído la novela y conocía perfectamente el desenlace? Creando un juego de esperanza y desilusión a través de la música.
En todos estos casos se ve cómo el paso a otro lenguaje, con otras posibilidades expresivas, llevó a algunos personajes a su más acabada realización. ¿Por qué no pensar ciertas películas desde ese mismo lugar? No he leído las novelas de Mario Puzzo, pero se me ocurre que seguramente Michael Corleone necesitaba encontrarse con Al Pacino. Y Vito, con Brando.

Les dejo dos ideas fundamentales para concluir:

1.- El maravilloso mundo de las adaptaciones nos ofrece inmensas posibilidades, tanto a los artistas como a su público. Es necesario apreciar y valorar y disfrutar de esa libertad.

2.- Si realmente queremos ser lectores, espectadores y oyentes cada día más capaces, debemos dejar de lado el falso criterio de fidelidad/infidelidad. Debemos tomarnos el trabajo de encontrar el alma de cada libro, para compararla con la adaptación. El mejor camino será animarnos a profundizar en nuestros conocimientos de los distintos lenguajes artísticos.

 

 

 *Florencia di Marco (Buenos Aires, 1990) es profesora en Letras por la UCA, y está preparando su tesis de licenciatura sobre Amadís de Gaula. Actualmente procura contagiar su amor por la literatura en colegios secundarios. Aprovechando que solía vivir en la sede del TCyC, disfrutó de cuatro años de taller. Su obra de teatro Tierra, flores y sangre mereció en 2008 una mención del Instituto Nacional Sanmartiniano. Y Alguna joyita fue representada en 2011 en la UCA, y en 2013 en el Espacio cultural Carlos Gardel, con gran éxito. Es autora del blog de poesía L’ anima ho milionaria. Su pasión por la música y su escritura de poemas desmbocaron en la composición de varias canciones, que viene puliendo gozosamente hace un año en Cítrica Estudio.

One Comment

  1. MaximilianoMangold dice:

    Lo que vos decís es cierto, sobre respetar la libertad del artista para hacer algo autónomo que tiene ese límite de respetar el espíritu propio de la obra. Y ahí es cuando yo me inflo, me enoja mucho, cuando le cambian el final por algo que es 180° todo lo contrario. Como ejemplos están Soy leyenda (I Am Legend, 2007, Dir. Francis Lawrence y protagonizada por Will Smith), Ghost in the shell (2017, Dir. Rupert Sanders) y El resplandor (The Shining, 1980, Dir. Stanley Kubrick).

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