Por Jorgelina Etze *
No he viajado mucho. Pero tuve la suerte de haber visitado Notre Dame, y la Gracia de haber percibido el poder sagrado de ese lugar.
En mi único viaje a Europa visité varias basílicas y catedrales. Estuve en la Sagrada Familia, que es impactante. Estuve en San Marcos, que es sagrada y decadente al mismo tiempo. Estuve en San Pedro, que es monumental. Pero en ninguno de estos templos tuve la sensación que sí tuve en Notre Dame.
Notre Dame no es, no era, tan monumental como San Pedro ni tan extraña como La Sagrada Familia. No sé, no recuerdo, si es tan antigua como San Marcos, pero ─y esto desde mi total subjetividad─ es, era, la catedral más bella.
Y la belleza no solo se percibía en su estética, en sus obras de arte, en sus deslumbrantes rosetones (una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida). La belleza de Notre Dame, en mi caso, está anclada en lo que sentí al entrar, y no solo en su magnífica arquitectura.
En Notre Dame yo sentí paz. Una paz que no percibí en ningún otro lugar. Porque es verdad que el templo estaba lleno de turistas, pero había silencio. Recogimiento. Era un lugar turístico, sí. Pero, sobre todo, yo percibí ─y es en el único lugar donde lo hice─, toda la potencia de un lugar Sagrado.
Cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, se me encogió el corazón al ver a las personas saltando por las ventanas de las torres. Pero cuando ayer, Lunes Santo, vi caer la cruz en las fauces de ese fuego, sentí que todo lo trascendente, todo lo poderoso, todo lo sobrenatural que tiene mi Fe, se ponía en juego.
En esa imagen y en otra que vi después, en la que se veía a Notre Dame como una enorme pileta de fuego, tuve la sensación de que el Infierno se estaba mostrando dentro de la Iglesia. Y no lo digo en términos metafóricos.
En ese momento los medios decían que no podían garantizar que Notre Dame se salvara. Decían, sí, que estaba –casi– perdida. Y yo pensaba en la belleza consumida por el fuego. En la cultura, claro. Pero también, y sobre todo, en la otra belleza. Esa que había sentido en mi corazón y que no puedo transmitir en palabras.
Y entonces vi a los fieles reunirse y rezar. Los vi pedir por Notre Dame. Y se me ocurrió que, tal vez, no solo yo había sentido esa belleza. Y claro que no la sentí solo yo, es soberbio de mi parte pensarlo.
Y entonces, al ratito, dijeron que podían salvar la estructura. Y lograron preservar al Santísimo.
Se había ganado una batalla: no tuve dudas.
Y la oración de los fieles había hecho su trabajo.
Yo soy una persona creyente. Soy católica. Pero no suelo escribir en Facebook al respecto. Facebook es un lugar frívolo, un lugar para hablar pavadas, hacer humor, compartir cosas más bien intrascendentes. Sobre todo porque, cuando se expone lo trascendente, suele generar reacciones exageradas. El fanatismo, el odio y el maniqueísmo han hallado en Facebook un terreno fértil para crecer y reproducirse. Y yo no quiero exponer mi religión a ese escarnio. Y, como soy cobarde, tampoco quiero exponerme yo.
Pero hoy, al ver la imagen de la Cruz intacta elevándose sobre los escombros, sentí que no podía callarme. Que si en Semana Santa ocurrió lo que ocurrió, y la Cruz siguió en pie, mi obligación era decir algo.
No soy tan inteligente ni tan importante como para decir algo trascendente. Tampoco tengo una formación teológica que me permita hacer un análisis de lo que pasó.
Soy, simplemente, una piba que perdió a su mamá hace dos meses, justo hoy, y que únicamente puede seguir adelante gracias a la esperanza de la Resurrección que Cristo nos regaló en la Pascua que celebraremos este Domingo.
Sólo soy una católica que está conmovida, no sabe muy bien por qué. Que vio una Cruz derrumbarse al fuego y salir indemne y luminosa entre las cenizas.
No hay mayor mensaje que ese. Ni mayor esperanza.
* Jorgelina Etze nació en Lomas de Zamora en 1974. Forma parte de La Abadía de Carfax, círculo de escritores de horror y fantasía coordinado por Marcelo di Marco.
Algunos de sus cuentos han sido publicados en los sitios Breves no tan Breves, Químicamente impuro, Ficciones argentinas, en las revistas Axxón y Seguros, y en el diario Perfil.
Obtuvo el Segundo Premio en el Concurso literario Organizado por AAPAS en 2009 con el cuento “El Pago”, y el Primer Premio en el mismo concurso del año 2016 con “Café solo”. Fue finalista por el voto del público en el 7º certamen de Narrativa Breve organizado por Canal Literatura con el relato “Mensajes”; también resultó finalista en el concurso de Editorial Ruinas Circulares 2009 con el cuento “Epílogo y prólogo de una noche de insomnio”, y en el organizado por Editorial Nuevo Ser 2010 con “Epidemia”. Su cuento “Paria” obtuvo la Primera Mención de Honor en el 9º Certamen Internacional de Narrativa “Leopoldo Lugones” organizado por la Biblioteca Popular y Centro Cultural El Talar, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación. En 2015, Cosas de chicos fue finalista del III Concurso de Novela de Ediciones Altazor, en Perú.
En 2013 publicó su primer libro de cuentos, No hay una sola forma de morir (Buenos Aires, Paso Borgo), y en 2016 Editorial Altazor publicó en Perú su novela Cosas de chicos.
Ha participado de las antologías Cuentos con todo (Buenos Aires, La letra Eme, 2013) y Cuentos de la Abadía de Carfax IV (Buenos Aires, Paso Borgo, 2015), y del homenaje narrativo a Soda Stéreo, Gracias totales (Lima, Altazor, 2017).