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Visita

Por Marcelo D’ Angelo *

 

Se prenden los veladores —primero el de mi mesita de luz, después el de la mesita de Isabel—, y las gemelas se meten de nuevo en nuestra cama. Mi mujer se despierta gruñendo, muerde la almohada y se acurruca en el borde: es claro que este último no es un gesto para darles lugar a las gemelas, sino para alejarse de ellas.

Desde que las visitas nocturnas se volvieron más frecuentes, Isabel se mueve en espasmos de rabia.

—Pura rabia —murmuró hace unos días, mordiendo cada sílaba.

—¿Cómo, Isabel?

—Me da pura rabia lo que hacen las gemelas.

—Qué decís.

—Venirse así a nuestra cama, en mitad de la noche —dijo entre dientes, y se arrancó un mechón de pelo—. No es justo.

Y aquella rabia es tan cierta como que hoy ya no llora. Ni una lágrima. Nada. Y, así de furiosa, Isabel ahora nos da la espalda al tiempo que apaga su velador. Y, así de furiosa, Isabel pronto se vuelve a dormir.

¿Será este —la furia— el sentimiento que la salvará de la incipiente locura?

Claro que me gustaría preguntárselo. De un tirón de orejas arrancarla de ese sueño egoísta, y entonces, frente a las gemelas, hacerle aquella pregunta, y quizás otra más: ¿Tanto te joden, Isabel?

Pero no abro la boca: ante el rechazo de la madre, ahora soy yo a quien buscan las niñas, ya sus pies intentan calentarse con los míos. Batientes, las piernas desatan un pequeño torbellino de sábanas: filosas y largas uñas —uñitas que aún seguirán creciendo— me lastiman la piel. Pero yo no me alejo ni apago mi luz. Un tajo se me abre en la rodilla. Dos tajos, tres, y no lo haré: no moveré un músculo. Qué difícil es ponerles límites. Ellas me miran, con las mejillas juntas y abrazándose como siamesas.

Y esos ojitos que no miran nada. O que miran lejos, no sé.

De lo que sí estoy seguro es de que por las noches nos extrañan demasiado.

No bien me levante, les compraré flores. Intensas flores. Flores blancas, moradas y azules. Y, sosteniendo firmemente en un ramo aquellos colores que en tiempos más felices les encendían las pupilas, iré directo a visitarlas.

Y lo estoy viendo. Poco antes de la hora de apertura, el cuidador me verá llegar: siempre me espera aquel pan de Dios. Y yo le agradeceré su trabajo, la dedicación y el esmero que pone tanto en los pasillos como en los jardines. Y entonces caminaré por aquellos pasillos y cruzaré aquellos jardines, hasta llegar al mármol tallado. Sí, me estoy viendo: mañana les dejaré siemprevivas a mis pequeñas.

 

 

* Marcelo D’ Angelo (Mar del Plata, 1976) es Ingeniero en Informática, y actualmente trabaja como desarrollador web. El gusto por la lectura le llegó de grande: como expiación, trabajó de librero durante tres años. Fanático de lo macabro, sus escritores favoritos son Borges, Clive Barker y Stephen King. Desde abril de 2021 asiste al Taller de Corte y Corrección, coordinado por Marcelo di Marco.

 

Créditos de las ilustraciones:
http://www.labarradecasal.com.ar/noticia.php?id=10921
 https://www.medicalnewstoday.com/articles/321569#_noHeaderPrefixedContent

 

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