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Mejor no decirle nada

por Nolberto Malacalza*

 

Hombre de pocas palabras, don Justiniano.  Todos lo apreciamos mucho y creo que soy su mejor amigo, pese a que me lleva más de veinte años. Por eso entendí su pena  cuando se le fue también Rosita, la menor. El hombre dejó de conversar con la gente y empezó a saludar con una mueca, acompañada por el movimiento casi imperceptible de la mano. Desde entonces no hubo quien le sacara una respuesta que no fuese “Ajá” o “No sé, no tengo noticias”.
Su hijo varón, después de cumplir con el servicio militar, se había enganchado en el ejército. Por allá andaba el cabo Sosa, de un destino en otro. “Mejor así, después de todo”, me confió el viejo. Las malas juntas  habían sido la peor escuela para Juanju: esos muchachos mal entretenidos se lo pasaban visteando de manos, para divertirse, y a veces se agarraban en serio. Tendrían trece o catorce cuando ya todos andaban calzados. Pensaba que, de no haberse ido, Juanju habría terminado mal.
Ahora lo preocupaban las hijas. Don Sosa desconfiaba del novio de Erlinda, la mayor, un barbudo que llegaba siempre con papeles y a cualquier hora. Me confió que le advertía una y otra vez a la hija sobre los peligros del momento, que había que cuidarse hasta de hablar con desconocidos.  “Mucho no leo pero algo escucho —le decía—, y me parece que la situación está fea.  Ni sabés quién es ese hombre. No es de acá. A ver si está metido en cosas sucias y caés en la volteada”. Sin embargo, la única respuesta de Erlinda era“Y vos qué sabés”.
Con ganas de seguir descargando el entripado, también me dijo que alcanzó a ver una revista medio desparramada debajo del aparador. La levantó, leyó poco y entendió menos. “Había fotos de gente armada —me contó—; se decían cosas sobre un tal Mao y también nombraban a otro, de apellido Santucho, que había sido asesinado por los militares. Volví a poner la revista donde la había encontrado y no pregunté nada”.
Una noche le pareció que habían llamado a la ventana de Erlinda.  No estaba seguro y se quedó en la cama, escuchando. Al notar un débil ruido proveniente de la cocina, un ruido de picaporte, se levantó y alcanzó a ver que ella tenía un bolso en la mano, cerraba despacio y se iba, una vez más, con el barbudo. No volvería a verla. A veces la sueña así, como tapiada por la puerta.
Por entonces Rosita, la única hija que había quedado en la casa, parecía estar conforme viviendo con su padre. O eso  creía don Justiniano. A los trece la chica ya cocinaba, lavaba la ropa, barría el piso de ladrillos. Casi no recordaba a su mamá: no tenía tres años cuando ocurrió la desgracia. “Entonces la Rosita fue mi consuelo”, recordaba don Sosa. “Ella se reía mucho cuando mis dedos le caminaban por el bracito, le subían a la cabeza y le revolvían el pelo.”
Pasado cierto tiempo, Rosita empezó a cambiar. De eso se daban cuenta todos. Las formas de mujer, cada vez más insinuadas, parecían apagarle el candor y la alegría. De vez en cuando salía para el lado de la  estafeta  y volvía con  sobres que el viejo nunca podía ver. Ella se negaba a mostrárselos y a decirle quién se los enviaba. Han de ser cartas de Erlinda, sospechaba don Justiniano, pero Rosita respondía con un  no,  a veces seguido por algún reproche como  “Olvidate de ella, ¿querés?” o “No jodas más, papá”.
Ya se imaginaba en soledad, don Sosa. También él se daba cuenta de que la hija había cambiado, que podría levantar vuelo en cualquier momento. Solía despertar sobresaltado, sospechando la fuga. Hasta que un lunes, cerca de las nueve de la mañana, Rosita le dijo algo que le cayó como un sopapo:
—Me voy, papá. Esta porquería de tapera que tanto te gusta es toda tuya. Ah… son los recuerdos. Decime qué carajos hago yo con los recuerdos. El mundo es otra cosa, papá. Otra cosa que vos no entendés.

"Anciano en pena (En el umbral de eternidad)", Van Gogh, óleo sobre lienzo.

«Anciano en pena (En el umbral de eternidad)», Van Gogh, óleo sobre lienzo.

“No supe si pegarle o llorar”, me contó el viejo. Sin un beso, sin un gesto de cariño, Rosita había dado media vuelta y se había ido. Desde entonces don Justiniano quedó solo, hablando con el perro. Ninguna risa en la casa, ninguna voz. Extrañaba hasta los agravios de las hijas. Contemplaba el  almanaque de Molina Campos,  encendía leña fina en el brasero… El brasero y la pava fueron para él una cuerda de salvación. Lo he visto  debajo del paraíso, ensimismado, probando la temperatura del agua con el dedo, sin notar que me tenía a mí enfrente. Muchas veces lo encontré aferrado al mate, como si esa calabaza fuese la vida, mientras con la otra mano le rascaba la cabeza al perro. Decía que eso le traía recuerdos de tiempos  mejores.

En qué andarán las muchachas de don Sosa, se preguntaba la gente. Las dos eran muy lindas y no faltaban comentarios zumbones. En el vecindario nadie entendía de política, aunque desde el golpe militar las cosas parecían estar mal o, peor aún,  no se sabía cómo estaban. Habían matado a pobres vigilantes y a soldados de guardia. Más que por las chicas, don Sosa estaba preocupado por el hijo militar. Para que el hombre no entrase en la desesperación si le ocurría algo a Juanju, yo le hacía comentarios como al pasar. Le decía que los jefes militares no se quedaban atrás. Que en las ciudades grandes, la gente buscaba familiares que habían desaparecido. Algunos —se comentaba—  fueron sacados de sus casas en paños menores. ¿Las chicas? No, don Sosa, no se preocupe. Ellas se fueron por su voluntad, en busca de algo mejor. Hay que entenderlas. No, seguro que no se han olvidado de usted. Pienso que le han escrito más de una vez,  pero dicen que ahora los de Inteligencia abren las cartas y dejan llegar unas pocas. Tarjetas de navidad, esas tonterías. ¿Por qué se llevaron a esas personas? Y… vaya a saber en qué andarían. ¿Mujeres? No creo que hayan arrestado mujeres, don Justiniano. Alguna puede ser, alguna intelectual de esas que quieren poner al mundo patas arriba. ¿Qué hacen los familiares? Preguntan en las comisarías, pero siempre les dicen que no saben nada.  Los mandan a los cuarteles y allí los jefes los reciben, se disculpan por la amansadora y los invitan con café, pero lo único que hacen es tenerlos en vueltas hasta que se cansan. Menos mal, don Justiniano, que en este pobrerío nunca pasa nada…

Tiempo después, llegó a mis manos algo que lo haría sentir orgulloso. Allí estaba la foto de Juan Justiniano Sosa, ya cabo primero y ahora ascendido a sargento “por la profesionalidad y valor demostrados en defensa de los altos intereses de la patria”. Los subversivos, responsables de la muerte de un militar de alto rango, ya escapaban por la boca de un túnel. Pero el valiente suboficial había pateado la puerta y, rodando sobre sí mismo, los había ametrallado.
Lo que supe hace pocos meses, de muy buena fuente, morirá conmigo. O lo callaré hasta que muera don Sosa. Me aseguraron que  el capitán  hizo llamar a Juanju para que viese las primeras fotos de esos enemigos abatidos por él. Y que al reconocer a dos de los cadáveres, el suboficial se metió el caño del arma en la boca y apretó el gatillo.

 

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*Nolberto Malacalza ha obtenido, en los últimos once años, setenta y dos primeros premios: diez de ellos son internacionales, incluyendo el premio Platero de Poesía 2008. Publicó Otra sangre, poesía (premio publicación JUNINPAÍS 2006), y el libro de cuentos Rompecabezas, con contratapa de Marcelo di Marco. Tiene en preparación otros dos libros, uno de cada género. En su región ha obtenido distinciones por trayectoria literaria.
El presente cuento fue premiado por la Fundación Victoria Ocampo.

 

4 Comments

  1. Eduardo Poggi dice:

    Escribiste un cuento que corta la respiración, Nolberto. ¡Excelente! Felicitaciones.

  2. Jorge Nieva dice:

    Coincido con Eduardo, Coco… ¡excelente! Seguro que tu imaginación trabajó de punta a punta, pero historias como ésta hubieron de verdad. Un abrazo.

  3. Norberto Dinota dice:

    ¡Excelente, estimado tocayo! ¡Me encantó! Felicitaciones! Un fuerte abrazo!

  4. […] El presente poema fue ganador del JUNINPAÍS, edición 2006. En FIN ya hemos publicado sus cuentos “Mejor no decirle nada” y “Hay […]

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