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De forenses y viejas chismosas

por Pablo Moar*

 

En ocasión de la trivia semanal del TCyC, Marcelo di Marco nos desafió a desarrollar un texto ilustrativo de la siguiente sentencia de León Surmelian: “Ni siquiera un ligero incidente puede verterse en su totalidad, y si se lo hiciera resultaría confuso e incoherente. El escritor sólo puede recrear una mínima parte de él, y en la ficción la parte representa al todo. Es un retrato simbólico, una metáfora”.
Lo que sigue a continuación es lo que volqué en el papel aquella vez, y cuyos méritos hicieron posible esta publicación.

leon

Los médicos forenses y las viejas chismosas comparten una extraordinaria capacidad de observación. Los ojos del forense recorren la piel y penetran las vísceras muertas. Toman nota de cada centímetro, registran el mínimo hematoma, se detienen en la sangre seca alrededor del orificio de bala, inspeccionan la pútrida degradación de los órganos. Por su parte, la mirada de la chismosa disecciona sin escrúpulos cada rincón del barrio, saltando del vientre sospechosamente hinchado de la jovencita del 2º B a la nueva camioneta del sucio del verdulero, pasando por esas visitas nocturnas que recibe el señor Gutiérrez.

Esta similitud en la captura de la realidad, desaparece, se derrumba al momento de comunicar al mundo aquello que ha sido observado.

El informe del médico forense calla lo que a la muerte le sobra. Un puñado de datos  (sexo, edad, peso, altura) nos introducen en materia. Luego despliega con morbosa precisión los olores que sugieren venenos, la carne desgarrada de un navajazo, la hinchazón azul del ahogado. Renglón tras renglón, va enhebrando tiempos, impactos, agonías. Nos convierte en admiradores de la muerte, y —¡oh, vergüenza!— nos deja con sed de más sangre.

La chismosa nos abruma con su verborragia. Se le atropellan sus noticias, mezcla los martes con los jueves, confunde los personajes. Es Gutiérrez quien ha sido preñado, y la del 2º B parece que anda con el verdulero. Nos escupe la misma historia una y otra vez, ora solitaria, ora envuelta en un nuevo chisme. Queremos escapar. Escapamos de ella sin haber entendido nada.

Detrás de cada historia del forense descubrimos, imaginamos una segunda historia. Las cien historias de la chismosa se desangran y terminan sin ser siquiera una.

«La Caligrafía de Roldán», uno de mis primeros cuentos, trata sobre un fraude al seguro. En los primeros borradores me comporté como la más chismosa de las viejas chismosas. Incluí cuanto detalle pude sobre el funcionamiento de una aseguradora: ida y vuelta de las pólizas, cobros, pagos, denuncias de robo, hasta un par de secretarias voluptuosas  y totalmente prescindibles (al menos, para el cuento). Creía que todo eso era necesario para que la historia se entendiera, para otorgar el mejor marco al nudo del cuento.

La verdad era diametralmente distinta: la historia se diluía, el texto rebosaba de párrafos enteros sin propósito alguno. Así presentada, lo mejor que el lector habría podido hacer era salir corriendo. En caso, claro, de no haber sido vencido por el sueño.

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Me concentré en elegir —cual forense— un puñado de datos para ilustrar el día a día de una empresa de seguros. Escogí, además, aquellos datos que colaboraban para entender el fraude que buscaba relatar. Volaron varias páginas. Lo que el texto adelgazó en palabras, lo ganó en precisión y potencia.

A la hora de volcar al papel nuestras historias, por pequeñas o grandes que sean, abrevemos en la parquedad del forense y huyamos de la incontinencia de la chismosa.

Siguiendo el modelo del primero, seguramente tendremos muchas posibilidades de capturar y retener al lector.  Copiando a las viejas chismosas, bueno…, a lo sumo podremos aspirar a redactar algo parecido a la guía telefónica.

 

PABLO MOAR

* Pablo Andrés Moar (Capital Federal, 1971) es miembro del Taller de Corte y Corrección, y combina la literatura con su profesión de actuario.

Se ha destacado con varios premios literarios: Primer Premio Concurso de Cuentos Consejo Profesional Ciencias Económicas, Segundo Premio Concurso Narrativa Editorial Algazul, y Mención Especial Certamen Literario de narrativa breve, organizado por la Federación de Asociaciones Gallegas de la República Argentina.

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