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Sobre el lenguaje inclusivo

 Por Agustín Del Vecchio *

 

Aquí trato de transcribir un monólogo íntimo, un discurso a medias que repito una y otra vez a oyentes imaginarios, con la esperanza de lograr —de una vez por todas— esclarecer mi opinión acerca del lenguaje inclusivo. Una idea que forma parte de un discurso aún más grande, oculto en los programas de chimentos, las aulas universitarias y, si se tiene mala suerte, también en las cenas familiares.

No me malentiendan: no digo que el lenguaje sea algo estático y que debería permanecer inalterable siempre. Lo que digo es que sus cambios se dan, y deben darse, naturalmente. Cualquier modificación artificial —no importa si es con motivos nobles o intereses egoístas— será nefasta para el pensamiento. Porque las palabras no sólo son herramientas que nos posibilitan comunicarnos: también son los átomos que conforman lo que llamamos mundo interior. Ustedes saben a lo que me refiero: el eterno enemigo de las señoras gordas y los perros ladrando a las tres de la mañana. Un espacio nuestro y sólo nuestro, donde evaluamos las decisiones, y donde nuestras personalidades se ensamblan. Un espacio que el arte intenta exponer en galerías o cuadrados de papel, quizá inútilmente.

Lo que trato de decirles, y escúchenme bien, es que dejar el lenguaje en manos del oficialismo, o deformarlo según la ideología de moda, no es un acto rebelde: los rebeldes nunca fueron apoyados por el establishment. Porque el rebelde nace de la disidencia, y, si el lenguaje no es libre, la disidencia será tan real como un sueño.

Y no me vengan con la excusa de la libertad de expresión. Los usuarios del lenguaje inclusivo son libres de utilizarlo, sí, pero los demás no tienen la obligación de entenderlos, y mucho menos tienen la obligación de contestarles del mismo modo. Aclaro esto último porque nos lo presentan como un deber moral incuestionable, pero los sistemas morales son cuestionables, y ninguno puede imponerse.

El lenguaje, amigos míos, es libre por naturaleza. Y debe permanecer así.

 

 

  * Agustín Nicolás Del Vecchio nació el 1 de marzo de 2002. Desde muy chico se interesó por toda actividad intelectual que se le cruzara por delante, hasta hoy sigue teniendo esa obsesión. Para él, la lectura no es solo una pasión: es una necesidad, necesidad que crece a lo largo de los años. Comenzó a escribir en 2017, gracias a la recomendación de un amigo, y desde entonces trabaja muy duro para perfeccionar su estilo. Una tarea en la que es fundamental la influencia del Taller de Corte y Corrección. En la actualidad, se encuentra cursando la Licenciatura en Ciencias Físicas, mientras sigue formándose en literatura.

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