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Agujeros negros

Por Lucho Lázara *

 

 

Recién después de que el mozo apoyó el pocillo, el tipo pudo sentarse frente a ella. La tarde caía sobre la vereda del Cafecito.

—¿Por qué volvés, Susana? —dijo, al tiempo que tanteaba algo en el bolsillo de su saco.

Ni una palabra pudo escuchar. Por su espalda serpenteó un escalofrío. Ella lo traspasaba desde lo profundo de sus ojos. Esos ojos que, con los años, habían dejado de ser sólo para él, y lo habían desafiado, entregándose a otro hombre.

—Susana, ¿qué venís a buscar?

Ni una palabra.

Él bajó la mirada. Probó un sorbo de café. En su boca un ácido helado coaguló su lengua. Lo escupió.

¿Cuánto tiempo habría pasado desde que le sirvieron el ristretto?

¿Cuánto tiempo había pasado desde que los ojos de Susana le pertenecían? ¿Diez años ya? Fue un otoño en que se había aventurado a viajar a Taco Ralo, buscando las aguas termales que aliviaran la lumbalgia. Pero nunca llegó a las termas. En una casilla extraviada, sobre un colchón de humillación, esos ojos de sol habían ofrendado su piedad ante él. Un puñado de billetes, una promesa, y aquella niña, en la que descargaría los dolores que hasta hoy lo atormentan, fue suya.

Ahora, decide levantar la mirada, y para evitar los ojos de ella estira un poco más el cuello. Reconoce el interior del local. Un LG de 50 pulgadas da cátedra a unas pocas mesas y al ventanal. En directo, la pantalla enseña el frente del edificio donde, hasta anoche, ella vivía con él. El zócalo rojo sangre tiene escrito:

SUSANA TENÍA 24 AÑOS – LE HABRÍAN ARRANCADO LOS OJOS

A lo lejos, las sirenas ya doblan por Juncal. Todavía está a tiempo de huir. No puede: los ojos de Susana, restos fríos de antiguas estrellas, comprimen su voluntad.

Ya ni siquiera parece importarle cuando el oficial lo alza del brazo, le dice su nombre y que tiene derecho a un abogado.

Desde su mano ruedan hacia la vereda dos esferas gelatinosas.

El tipo sólo siente un vacío que aspira su alma hacia la oscuridad eterna en los ojos de ella.

 

 

 * Lucho Lázara (Ciudad de Buenos Aires, 1958). De pibe lo deslumbraron la literatura y la electricidad. Sin dejar la ficción y la poesía, las encrucijadas de la vida lo llevaron a ser ingeniero electricista, recibido en la UTN.

Entre 1999 y 2002 participó del Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco, y desde junio de 2020, del TCyC de Literatura Fantástica coordinado por Nomi Pendzik. Algunos de sus autores preferidos son: Roberto Arlt, Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Alejandra Pizarnik, Abelardo Castillo, Edgar Allan Poe, Stephen King.

Actualmente trabaja en el desarrollo de perfiles profesionales, normas de competencia y diseños curriculares para la industria de la construcción, a la par que participa de una Comunidad de oración y servicio del Movimiento de la Palabra de Dios.

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