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Jornada de pesca

Por Juan Esteban Bassagaisteguy *

 

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Rodríguez respiraba agitado. La noche le pesaba sobre los hombros, calurosa y oscura. Cielo sin luna, cubierto de nubes. Sentado en el suelo, junto al arroyo, descansaba su espalda contra el tronco de un sauce. Y la herida en su vientre no paraba de sangrar.

¿De dónde había sacado las fuerzas para llegar hasta allí? No lo sabía. Pero, con seguridad, no había sido gracias a las seis cervezas que se había tomado. ¿Del pánico? Probablemente. Molina y Silvera estaban muertos. Lagrimeó al recordarlos, y rememoró el momento en que la jornada de pesca junto al arroyo Los Huesos se transformó en su peor pesadilla.

Los tres dormían —abatidos por el alcohol—, cada uno en su carpa iglú. Y fueron unos alaridos agudos, intensos, los que despertaron a Rodríguez. Encendió la linterna, salió de la pequeña carpa, y dirigió el haz de luz hacia el agua.

Las tres líneas de pesca seguían inmóviles.

Oyó un nuevo grito, y alumbró los iglús de sus compadres. Grandes manchas rojas ensuciaban el color azul de la lona de las carpas.

Algo reptaba entre los pajonales.

Algo grande.

Algo muuuy grande, y con la velocidad de una yarará.

Temblando, alumbró el suelo. Lo último que alcanzó a ver, antes de que la linterna se le cayera, fue una cabeza sin ojos y con una enorme y anómala dentadura. Al instante, la cosa se despegó del suelo y saltó hacia él.

Sintió el impacto en el estómago y, enseguida, el roer de los dientes ahí abajo. Aulló de dolor y golpeó con sus manos a la cosa; sus dedos se hundieron en algo gelatinoso, espeso, y que olía como la bosta bovina acumulada en un feed lot. La cosa gruñó, dejó de masticar y se despegó de su cuerpo. Rodríguez huyó, a ciegas y sin mirar atrás.

Sólo se detuvo cuando sus piernas no pudieron más. Y allí estaba ahora, apoyado contra el sauce. Le dolía mucho la herida. Intentaba no imaginar el desastre que aquello —que parecía medir varios metros— había causado a sus tripas. Pero no podía dejar de hacerlo.

Cavilaba sobre eso cuando, de buenas a primeras, el olor a bosta acumulada atravesó como una daga su nariz. Y no hubo tiempo para más.

 

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*Motivado por sus ganas de contar historias y de tranquilizar los fantasmas que habitan en su interior, Juan Esteban Bassagaisteguy (1973) comenzó a escribir cuentos durante sus años de vida universitaria.
Ha participado en concursos y selecciones literarias nacionales e internacionales, obteniendo diversos galardones.
Publicó el e-book Historias en la azotea (2013), y participó con sus relatos en los e-books Historias en La Azotea. Edición especial. Tetralogía (2015) y Los papeles perdidos de Stephen King (2015), todos editados por James Crawford Publishing. Historias suyas han aparecido también en revistas literarias de Argentina, Colombia y España.
Posee su propio sitio web, «The Juanito’s Blog», donde pueden leerse sus cuentos y microcuentos (www.thejuanitosblog.blogspot.com.ar).
Es coadministrador del blog y página de Facebook «El Edén De Los Novelistas Brutos», sitio web destinado a la divulgación de relatos de escritores noveles.
Actualmente se encuentra trabajando en la edición y corrección de trece de sus relatos, con el objetivo de que, en formato de antología, sean publicados a la brevedad.
Contador público egresado en 1997 de la UNICEN, casado y con tres hijos, reside en Rauch, provincia de Buenos Aires, donde desarrolla su actividad profesional en el ámbito independiente.

 

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