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Ojos tristes

por Rubén Martínez *

 

Sixto lo ha estado haciendo una y otra vez, pero de nuevo le echa un vistazo al reloj del celu. Sí, ya es mediodía. Ya es hora de salir para el cole. Ya es hora de emprender la misión.

Sale de su cuarto, pero enseguida vuelve. Total, una última miradita al espejo no viene mal. A sus trece años, adoptando una postura de macho valiente, agarra la botella de tequila del tocador, y vuelve a tomar un buen trago.

—¡Guácala, en serio qué horrible sabe esto!

Nunca había tomado, pero ahora lo necesita.

Hoy es un día decisivo: Sixto ha decidido declarársele a Mara, esa chica a la que vio por primera vez hace meses, cuando ella recorrió todos los grupos, junto con la tutora escolar, por el tema de la colecta. Pobre Mara: con esos pesos pagaría algo del funeral de los padres, muertos en un accidente automovilístico.

Mara tiene menos carne que las quesadillas del mercado, pero su cabello rizado es espectacular. Y lo que hechiza a Sixto son esos inexpresivos ojos tristes, esos ojos de rara belleza: siempre resaltan sobre el maquillaje que intenta ocultar aquellas ojeras tan marcadas.

Sixto y Mara se han topado infinidad de veces en el colegio, y más últimamente. No es que el destino haga de las suyas: Sixto se ha dado a la tarea de vigilar los movimientos de Ojos Tristes. Claro, seguirla a todos lados no le ha servido de mucho, pues la timidez le impide cualquier avance. Y perseguirla de cerca le ha ocasionado problemas. Como la semana pasada, en el patio del colegio, cuando alguien le había tocado el hombro, y él al darse vuelta se dio cuenta de que era Mara, y se atragantó con el sándwich.

—Traes desamarrada la agujeta ―le dijo Ojos Tristes. Y eso fue todo.

Pero el aroma a algodón de azúcar y esa voz angelical despertaron las mariposas que a Sixto le ardían en el estómago, y esta vez revolotearon de más. Un escalofrío lo paralizó, la fuerza de las piernas se le esfumaba.

—¿Cómo te sientes?

Sixto notó el calor de esa mano que le rozaba la muñeca. Aun aturdido, vio de manera borrosa el rostro de Ojos Tristes, muy cercano al de él. Y él intentó darle un beso, pero ella lo apartó con la otra mano. Y volvió a preguntarle:

—¿Cómo te sientes?

Pero no era Mara quien le estaba hablando, sino… ¡un hombre!

Sixto entrecerró los ojos y distinguió al enfermero escolar, quien ahora lo sujetaba de la muñeca valorándole el pulso.

―¿Qué pasó? ―Él se descubrió panza arriba en el damero del patio, rodeado por chicos que lo miraban, medio burlándose. El resto del sándwich yacía desparramado por las baldosas.

―Lipotimia ―dijo el enfermero―. A tu edad no es para nada raro. Alguna bajada de la glucemia. Pasa a menudo.

Sixto vio que Ojos Tristes le echaba una mirada indiferente. Sin decir nada, la chica pegó media vuelta y se marchó. Y eso lo hirió más que las risas de los curiosos que andaban por el patio a esas horas.

Pero no por sentirse herido perdió el interés. Más bien sucedió todo lo contrario.

 

Sixto se volvió más cauteloso. Empezó a tomar notas acerca de la rutina de Ojos Tristes: dónde pasaba el receso, en qué momento se separaba de su única amiga, los salones en los que tomaba cada una de sus asignaturas. Platicando con uno de los compañeros de clase de ella, se enteró de que aquel cuarentón que la recogía a la salida de la escuela, y que la jalaba para darle un estrujón, era el padrino.

Tras varios días de husmear en la vida de Ojos Tristes, bien a lo zorro, Sixto abre su cuaderno secreto, en la soledad de su cuarto. Por fin cuenta con un resumen de la rutina de su amada. Ojos Tristes llega al colegio a la 1:30 pm, con su típico andar desmayado, apenas despegando la suela del piso. Siempre se la ve como cansada, muy cansada. Recorre todo el pasillo hasta llegar al baño del fondo del edificio C, y sale maquillada ligeramente, con una falda más corta que con la que entró en la escuela: es claro que necesita mostrarse de un modo distinto a como es en realidad.

Como debe de ser en realidad, se dice Sixto, repasando el cuaderno: para él ―que de la vida conoce poco y nada―, esa chica es un misterio.

Mara sube entre la 1:45 y la 1:50 pm por las escaleras y recorre todo el pasillo hasta llegar al edificio B, donde toma la clase de las dos. Él sabe que a esa hora la zona es poco transitada por los alumnos y los tutores. Sin vigilancia, es el lugar ideal para abordarla.

Sixto decide que hoy, martes, es el día perfecto para la misión. Incluso horoscoponet.com lo confirma: “Te sucederán cosas que nunca pensaste, ocurrirán grandes cambios en la vida de un ser amado”. Está seguro de su éxito. Cómo no estarlo, si ha cuidado cada detalle.

Llega a la escuela a la 1:25. Se despega de un par de pendejos que pretenden molestarlo con la tarea de Química, y enseguida va al descanso de la escalera, por donde sabe que ella pasará. Se recarga en el barandal, y mientras espera apaga el celu: no quiere que entre un mensaje o llamada inoportuna. La desgastada uña del pulgar derecho vuelve a ser repasada por sus filosos dientes. Sixto relee una y otra vez las palabras que se escribió en la mano, no debe olvidarlas. El corazón le palpita muy fuerte, y trata de distraerse echando un vistazo al interior de la mochila. Verifica que el osito de peluche sigue impecable: los chocolates no se han derretido.

1:45.

El sudor inunda las manos de Sixto, y al restregárselas contra el pantalón le queda una mancha azul. Ya siente aquel malestar del día del desmayo. Pero no, esta vez no hay marcha atrás: está decidido a declarar su amor.

―No ―dice―. No hay marcha atrás.

 

Sixto espía por enésima vez el reloj: la 1:54. Baja un par de escalones para ver si viene Ojos Tristes.

Nada.

Vuelve a su lugar con la esperanza de que aparezca a último momento.

 

1:59.

Oye pasos aproximándose, se asoma presuroso.

Falsa alarma: son un par de compañeros que pasan a prisa, ya van tarde esos estúpidos.

 

2:15. Se sienta en un peldaño, no entiende qué sucedió: todo estaba planeado al detalle. Perdido en sus pensamientos, una voz de mujer lo interrumpe. Pero no es la voz de Mara, maldita sea.

—Jovencito, ya debería estar en clase. ―La tutora frunce el ceño―. ¿Qué hace aquí?

—¡A usted qué le importa, vieja metiche!

La tutora no se altera, sólo se limita a responder:

—Debo dar un aviso importante a un grupo, así que espéreme en mi oficina: lo voy a suspender por tres días.

En cuanto entra en la oficina, Sixto tira la mochila a un lado del único sillón que hay, y se deja caer sobre él. Con los codos sobre las rodillas y las manos apretándose la cabeza, no deja de preguntarse por qué Mara hizo lo que hizo: ¿Acaso descubrió mi plan?

O, tal vez, algo de él la espantó, o a lo mejor le parezca a ella absolutamente insignificante.

Entre lágrimas, Sixto abre con violencia la mochila, y saca la caja de chocolates y la destroza, y el odio le hace volver la mirada al maldito osito chotito que lo vigila asomado por el borde de la mochila:

—¡Sigues tú!

Ese mismo martes, bien de mañana, agradecida por el viaje de trabajo de dos días al que habían enviado a su padrino, Mara se levantó antes de lo habitual. Esta es la segunda noche que ha podido dormir, sin la angustia de oír que aquel le abre la puerta del cuarto.

En menos de una hora, va a volver.

Pero a ella qué le importa: ya ha puesto en acción un plan infalible.

Descorre las cortinas, y el sol la penetra. Mara se acuesta, y se deja consentir por la calidez de los rayos. Envía un audio, con la voz ya aletargada, a su única amiga. Apaga el celular. Lo deja caer sobre el buró, junto al frasco ya vacío. Le echa un vistazo al póster pegado en la pared, donde aparece con mamá y papá.

Entre la pesadez que va ganándola, apenas puede mantener abiertos los ojos. Y no se resiste más, y entra en un sueño de abismo.

 

 

*  Rubén Martínez nació en México en 1974. Cursó estudios en Economía en la Universidad Autónoma Metropolitana – Unidad Azcapotzalco (UAM-A) y un posgrado en Educación. Actualmente imparte clases en el nivel licenciatura y posgrado.

Es aficionado a la escritura, y ha desarrollado artículos académicos, contenido para pódcast, así como una columna de opinión en el periódico Síntesis. Pero, durante la pandemia, por exceso de tiempo libre, retomó la escritura de un hecho que vivió de cerca —la experiencia de una niña de seis años, que tuvo contacto con un ente que aquejaba su existencia—, de lo cual surgió la publicación independiente del libro Amanecer (2021).

Alentado por lo anterior, decidió escribir cuentos; entre ellos “El intruso”, que resultó premiado con una mención honorífica, y fue publicado en una antología por editorial Ariadna. Desde ese momento decidió prepararse en diversos cursos y talleres, y llegó de esta manera al Taller de Corte y Corrección, donde su primer cuento trabajado fue “Ojos tristes”.

 

Este cuento ha sido leído por Luis Moretti en su canal de YouTube y podcast Noches de Pluma y Tinta.

One Comment

  1. Susana Lires dice:

    ¡Excelente, Rubén! ¡Felicitaciones!

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