por Sebastián Campanello*
The Walking Dead es una serie de terror y ciencia ficción, y a la vez una metáfora acerca de la humanidad. Mejor dicho, una metáfora acerca de cómo conservar la humanidad cuando las circunstancias nos ponen a prueba.
Una tarde como cualquier otra, el alguacil Rick Grimes es internado de urgencia luego de haberse agarrado a corchazos con unos gratas, quienes lo hieren de gravedad. Cae en un coma profundo, del cual sale bastante después. Lo que encuentra al despertar es tan horrible que más le valdría haber muerto.
Una plaga de zombies asuela el país y, tal vez ―toda red ha caído―, al mundo. Los muertos vivos andan de acá para allá morfándose a la gente. Interviene el Ejército, se declara la ley marcial. Y con la catástrofe se instala el caos, el sálvese quien pueda. Y, desde luego, el tema que nos ocupa en este artículo: el imperio del más fuerte. Todo esto supone un retorno a la naturaleza en su estado puro.
Fabián Casas suele decir que la naturaleza es de derecha: el que no se adapta, el que no evoluciona, el que no camina al ritmo de los demás, desaparece. Como definición, no sé si es acertada, pero al menos resulta interesante. Yo más bien diría que la naturaleza es cruel por la sencilla razón de que en ella no hay tregua ni compasión por el débil. No hay un orden humano ―aunque sí, obviamente, hay uno natural―, no hay valores, no hay ética. No hay nada, salvo el paso inexorable de los ciclos. La naturaleza es inhumana, y lo que es inhumano jamás puede ser bueno. No para el hombre.
Sin embargo tenemos la capacidad de amoldarnos a lo que sea, y en el proceso descripto en la serie podemos convertirnos en criaturas rapaces y sanguinarias. Es lo que ocurre con Shane Walsh, coprotagonista ―y antagonista― de Rick Grimes.
Cuando el hombre se ve enfrentado a una situación límite, tiene ante sí dos alternativas: o se vuelve uno con la naturaleza, o se aferra a su parte humana. Shane elige lo primero: entiende que la única manera de sobrevivir es siendo duro e implacable, indiferente al dolor y al sufrimiento ―a los ajenos, por supuesto―. Rick intuye que, si pierde su humanidad, dejará de ser quien es; esa misma intuición le dice que, sin símbolos, ninguna sociedad es posible. De ahí su empecinamiento en seguir invistiendo su viejo uniforme de policía.
Pero.. ¿qué es, exactamente, la “humanidad”? ¿Qué se entiende por “parte humana”?
Ernesto Sabato afirmaba que el hombre tiende al mal. De lo contrario, decía, no habría necesidad de predicar el bien.
No comparto esa visión pesimista.
Pienso que, si bien el hombre es un ser dual, hay en él una cualidad innata que sale a relucir cuando las papas queman. Un impulso hacia el bien, una tozudez por hacer lo correcto. Ese impulso, esa tozudez, eso, para mí, es “la humanidad”. La “parte humana”.
Parte que en TWD se asume en varias facetas: encarnar la ley en una tierra devastada, criar a un hijo, enseñarle que no está bien cagarse en el prójimo ni abandonarlo a su suerte, permitirnos apreciar la belleza que nos rodea, acariciar un ciervo, cantar una canción. No dejar de ser nunca los portadores de la llama, los que traen la luz a un mundo en tinieblas. Esto es, los buenos.
Si nos despojamos de nuestra humanidad, terminaremos devorándonos los unos a los otros. Y valga la aclaración: llegado el caso, podemos convertirnos en monstruos mucho más jodidos que un tambaleante zombie.
* Sebastián Oscar Campanello tiene 40 años y escribe desde los 11. Actualmente cursa la carrera de Traductor en Inglés en el Lenguas Vivas. Su primera experiencia fue reescribir la trama de una película de Roman Polansky, The Fearless Vampire Killers. Para él, ver este film fue como presenciar el descenso del hombre en la Luna.
En FIN ya hemos publicado su artículo «La ceguera de Montresor».