Fin Rotating Header Image

El archivo desnudo

por Luis Alexis Leiva*

Sobre el caso Burroughs / Vollmer, o sobre la creación de un escritor único

 

En 2013 se abrieron  los archivos sobre el juicio que sufrió William Burroughs en 1950 a causa de haber matado a su esposa de un tiro en la frente. Todo sucedió en México, dentro de un departamento del DF durante un juego de puntería.

72060-811-550

WILLIAM S. BURROUGHS, DANGER, PARIS 1959. Foto de William Burroughs tomada por su amigo y colaborador Brion Gysin (The Barry Miles Archive)

RECONSTRUCCIÓN DE UN ASESINATO

Las pruebas están sobre la mesa… o, mejor dicho, sobre el suelo.  Más específicamente en el parqué  del departamento 8, segundo piso de un edificio situado en Monterrey 122, colonia Roma, cerca de las avenidas Insurgentes y Álvaro Obregón, DF, México.

Viajemos además en el tiempo: jueves 6 de septiembre, casi a las seis de la tarde.

En dicho escenario encontramos tirado en el suelo un cuerpo, un vaso de ginebra Oso Negro, un casquillo calibre .38. Si miramos con detenimiento a nuestro alrededor, encontraremos además restos de una noche de drogas, alcohol, y sexo…  Un olor acre seguramente recorra todo el lugar.

El cuerpo es de una mujer, que a su vez tiene un nombre: Joan Vollmer. En su frente hay un orificio. El orificio es de una bala, y esta bala es del casquillo; el casquillo es de un revólver… y ese revólver pertenece al esposo de la finada: el señor William Burroughs.

Ante semejante nombre, no podemos evitar recordar quién es en el mundo literario: un fenómeno irrepetible, un revolucionario de las letras, una isla sin precedentes,  un fenómeno realmente fuera de lo normal. Sus obras hablan por él: Naked Lunch, Queer, The ticket that exploted, Yonkie, The Soft Machine

¿Y por qué Burroughs vale la pena como escritor? Porque creó un universo propio, donde lo onírico y lo real se mezclan en un pantano de miseria sin justificación más que en sí mismo. Conviven malamente en este mundo lo real, lo anecdótico y lo biográfico, con lo pesadillesco, con las alucinaciones, las historias turbias, la sordidez más abusiva. No perdona, no da concesiones. Se lo lee como a un libro sagrado y el lector casi ni participa: solo es testigo, solo observa y lee rezando. Lo más terrible del placer de la humanidad se refleja trémulo en la literatura de Burroughs donde todas las contenciones morales, sociales, legales, quedan abolidas… hasta las reglas mismas del lenguaje.

Tal calibre de figura fue forjada —como no podría ser más coherente— en un evento terriblemente doloroso y fatal.

El matrimonio Burroughs estaba en la habitación del departamento que alquilaba su amigo John Heally. Allí se desarrollaba, de manera “normal”, una fiesta de drogas, alcohol y risas. William decide (en un excesivo arranque de melancolía literaria) jugar a Guillermo Tell. Joan acepta gustosa y divertida. ¿Qué otra cosa podía ser más divertida que la rutina de Guillermo Tell? En lugar de manzana, se usó un vaso de ginebra; en lugar de arco y flecha, un revólver calibre .38, propiedad de Burroughs, quien lo portaba en un estuche de sobaquera. Y, como era de esperarse, en lugar de dar en el blanco, la bala dio en la parte izquierda de la frente de Joan.

Fin de la fiesta. Todos salieron corriendo. William quedó aturdido y perplejo. La ambulancia llegó y los trasladó al hospital. Joan Vollmer murió allí. Burroughs fue apresado por la policía en la puerta de la Cruz Roja donde, todavía borracho, contó a la prensa la trágica historia.

Dentro de las posibilidades que se abren al comenzar a escribir un artículo de estas características, podemos detenernos en lo que se llama “Enfoque”. A este elemento podríamos definirlo  como la forma de mirar y de valorar un hecho.

Un caso como el que nos ocupa hoy podría tener, entonces, varias formas de mirarlo.

Un muerto + un culpable + ningún prisionero = una obra literaria impactante y original.

Qué difícil lograr un enfoque que convenza.

¿Vale una muerte la obra de Burroughs? Yo creo que él diría que no.  Otros, menos unidos sentimentalmente a Joan, seguramente dirían que sí, y con creces. Allá ellos con su juicio de valores.

Ahora bien, según los expedientes del caso, se confirma toda la historia del mortal juego de Guillermo Tell. Se confirma también que la bala entró en la frente; se da una dirección específica y se declara culpable a William, pero no se lo encarcela sino que se le pide una fianza.

Los otros testimonios (como los de la dueña del departamento) afirman que todo sucedió en otra habitación, contigua a la que se dio por oficial.

Las declaraciones de Burroughs a los periódicos se contradicen por evidentes consejos de abogados. Primero se jugaba y William disparó con mal pulso, causado por las drogas y el alcohol. Luego se dirá que solo sacó el arma para mostrársela a sus amigos y el disparo se escapó sin querer.

Los archivos están incompletos y viejos. Más datos y declaraciones no se pudieron encontrar.

Los abogados de William Burroughs aseguran que lograron exceptuarlo de una condena en México ya que en dicho país no querían tener problemas con un ciudadano norteamericano.

Otros testimonios afirman que la fianza de 20.000 dólares, pagada por los familiares de Burroughs que viajaron para proteger a su pariente y cuidar a los niños, funcionó como coima para evitar la cárcel.

El caso es que, luego de abiertos los archivos del juicio, después de 50 años, nada quedó demasiado claro.

Podemos sacar dos conclusiones: una referente a la corrupción y deficiencia de los sistemas de justicia en países del Tercer Mundo. Estas condiciones fueron y siguen siendo apabullantes. La segunda podría estar apuntada a la creación literaria impulsada por hechos terribles.

Pero para la segunda conclusión deberíamos aclarar que para Burroughs, si bien la cárcel hubiera sido la consecuencia lógica, no le fue gratis. Su trauma por matar a su esposa (no se puede negar que la quería y que en realidad no buscaba matarla) le valió años de derrotero autodestructivo. Tuvo la extraña ventaja de ser una persona capaz de escribir ficción, y con una inventiva y una creatividad muy activas.

Según el mismo William Burroughs, dicho evento disparó su escritura y gracias a esto se convirtió en escritor. Su búsqueda literaria se basó en la teorización de que una fuerza oscura dentro del ser humano lo guía y conduce a hacer acciones en contra mismo de los propios deseos o intenciones. Las drogas desatarían esta fuerza y liberaría al propio ser en niveles aterradores. Dice en el Prólogo de Queer.

La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, el Espíritu Feo, y me embarcó en la lucha de toda la vida, en la que no he tenido más remedio que buscar la salida escribiendo…

Naked Lunch, The Ticket That Exploted, etc. son obras torturadoras, casi imposibles de abordar libremente.

La explicación de su cut up (sistema de recortes de diarios y revistas distintas, que puestos en juego forman un mensaje distinto, un subtexto formado por las cadenas asociativas que se esconden tras los discursos sociales) podría resumirse en la idea de los pintores del Paint Action: la hoja es un lienzo donde las palabras se vuelven mensajes independientes del escritor. Cortar diferentes frases de revistas, mezclarlas y encontrar en esta yuxtaposición un tercer mensaje, un cuarto mensaje, hacen a la idea de la comunicación un acto inconsciente de los emisores. El lenguaje es tan peligroso que puede decir cosas que uno no quiere decir. Este lenguaje sería esa fuerza oscura que domina nuestros actos. El invasor.

Su propio caso (en el que los testimonios, las leyendas, los hechos reales, y  ahora los archivos desclasificados que se suman) se convierte en un cut up bastante extraño. El mensaje subyacente quedaría a criterio de los propios lectores, de los propios investigadores, y de nosotros, simples curiosos que tratamos de vislumbrar un nuevo discurso en historias tan terribles.

Irresponsabilidad en el uso de las armas. Injusticia y corrupción. Literatura y vida. Morbo para poder conocer a otro escritor torturado. Aunque no cualquier escritor.

Todo queda ahora en la valoración de estos mensajes.

En definitiva, el enfoque de este artículo lo determinarán ustedes.

Yo me voy a tratar de seguir entendiendo qué me dice a mí esta historia, qué me dicen estos archivos que tanto no aclaran. Qué suman al rompecabezas de esta leyenda y qué no.

William Burroughs nos dio este pedazo de cuerpo muerto en la punta del tenedor.

La mesa está servida y el almuerzo está desnudo. Tráguenselo.

 

6*Luis Alexis Leiva (Don Torcuato, 1979) es escritor, estudiante de Literatura y docente. Publicó la novela Grietas (Ed. Argenta SARLEP, 2007). Publicó el libro de cuentos Cuentos New Age (Ed. Milena Caserola, 2013). Es columnista de FM Rock & Pop, y congresista de la A.A.E.A. (Asociación Argentina de Estudios Americanos). Forma parte del TCyC.

Una recursiva necesidad de seguir leyendo

por Diego Coppa*

 

Sobre Silbervogel y otros diez episodios de horror

 FOTOS5

Silbervogel y otros diez episodios de horror (Buenos Aires, Pasoborgo, 2013) es un libro de once cuentos escrito por Federico Buccino. Si bien este es su primer libro, sus cuentos no son nuevos en la editorial PasoBorgo: Federico pertenece a La Abadía de Carfax, círculo de escritores de horror y fantasía, y ha participado en todas las antologías que este grupo lleva publicadas.

Lector ávido, apasionado por la escritura y de una entrega total a sus lectores, Buccino es un artista completo que, además de dibujar, compone una música tan oscura como los cuentos que escribe. Tanto la tapa del libro como cada uno de los cuentos poseen ilustraciones realizadas por el mismo Federico. Estas imágenes, en ocasiones, sintetizan sus cuentos; en otras, los fortalecen aportando suspenso y horror.

Federico promete y cumple. Con influencias como Edgard Allan Poe, H. P. Lovecraft, Cordwainer Smith y W. H. Hogdson, su estilo se vuelca enteramente al horror y a lo fantástico. Y —además— probando que no todo está escrito.

Sus cuentos sorprenden por sus temáticas tan variadas, como la Segunda Guerra Mundial, las civilizaciones antiguas y los horrores extraterrestres.

La SGM, por ejemplo, es el escenario perfecto para tres de sus cuentos. “Silbervogel” provoca nostalgias de una gloriosa Vaterland. Con “El enemigo” espiamos la mente de un soldado ruso, atrincherado entre los nazis y un terror sin nombre. En “Una mancha más negra que el cielo” vemos cómo la tripulación de un bombardero descubrirá un horror impensado.

Cuento a cuento, el lector se internará en historias que lo fascinarán. Los protagonistas pelearán en desoladores campos de batalla, en otros se enfrentarán a traidores y hasta sufrirán invasiones extraterrestres. Muchas veces se encontrarán arrinconados y con pocas posibilidades de salir vivos.

Querido futuro lector de este fascinante libro, desde el primer momento te atraerá la fluidez de su escritura y los nuevos universos que se propone en cada cuento. Las vueltas de tuerca no solo serán inesperadas, sino vertiginosas. Estas cualidades lo hacen indispensable en cualquier biblioteca.

Federico Buccino logra lo que pocos escritores de su género: mantener al lector en una recursiva necesidad de seguir leyendo, saciándolo gozosamente de horrores, muerte y desesperanza.

 

20140119_161411*Diego Nahuel Coppa (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1985) es ingeniero Electrónico (UTN FRBA) y Metrólogo.
Gustoso lector de Cortázar, Terry Pratchet, Poe, Bradbury y Cordwainer Smith, entre otros. Amante del cine de Hitchcock y de la música progresiva.
Es miembro del TCyC.

Pole position

por Miguel Di Giovanni*

 

Ya no sé cuántas carreras llevo ganadas.
Al principio, me fue fácil llevar una lista mental. ¡Llegué a recordar más de cincuenta y cinco! Pero ahora… no sé. Es una locura, perdí la cuenta. Debo de ser el más campeón. ¡Y en varias categorías! Motocross, Moto GP, TC, TC2000. Y claro, mi preferida: la Fórmula 1, reina del automovilismo.
De chico era fana del Lole. Esos gestos suyos, esos rituales: confiar más en el uso de los retrovisores que en mirar para adelante. Aquel bichar moroso, a uno y otro lado: un leve cabeceo en la inminencia de la largada. O, después de un sorpasso en la recta principal, para verificar cuán lejos iba dejando al segundo.
Para ganar esas carreras aprendí a considerar varias cosas: la elección del neumático correcto. Lluvia, o piso seco. Un piloto debe saber elegirlos. Qué compuestos, para qué clima. Además hay que estar atento a las indicaciones de boxes. Y no viene mal tener listas algunas palabras para la conferencia de prensa después del podio. Una dedicatoria para los viejos ―“que ya no están, pero que nos guían desde el cielo”―les gusta a los periodistas y te humaniza frente a los fanáticos.
Otro detalle es el pelo. Hay que usarlo cortito, para cuando te sacás casco y capucha. No se debe arruinar el momento de recibir las felicitaciones de tus mecánicos peinándote. Esa suele ser la foto imaginada. De tapa para la revista Corsa.
Y ni hablar del relato del comentarista de la tele; de solo repetirlo, se me eriza la piel: ¡En una maniobra milimétrica, impecable, lo pasó al inglés en la última vueltaaa! ¡Otra vez el argentino ondeando el pabellón nacional en la vieja Europa!
Pero―siempre hay un pero― tanto triunfo genera resentimiento y envidia, según se verá muy pronto.
Tengo la suerte de ganarme la vida desarrollando esta pasión. Sé que no soy el único que adereza un trabajo monótono. Y eso algunos lo critican. Ciertos estamentos del poder dentro de las empresas se ven amenazados por lo que llaman “locura”.
No importa: nadie me quita la gloria fugaz del vestuario, ese instante en que todo se hace real; ese instante en que me cambio de ropa para salir a correr. Como en la cámara lenta de un documental, me visto con el imaginario buzo antiflama, me calzo el imaginario casco, los imaginarios guantes. Ya esa ceremonia, algún compañero sin segundas intenciones la glosa así: “El más campeón se está concentrando”.
Y sí, me estoy concentrando.

Repartir correspondencia no es una pavada. Con el bolsón repleto de cartas, salir a sobrepasar a rápidos adolescentes, a señores de traje entrando a boxes para el reemplazo de gomas, a rezagadas viejitas con un problema en los cambios, es para alguien de nervios bien templados. Para alguien que pueda desoír las voces de la cordura.
Y cuando veo que estoy con otro “piloto” de igual a igual,  desde atrás lo voy midiendo… hasta que unos metros antes de la ochava saco la trompa, estiro la frenada y lo paso limpito. Y, evitando toques, en una esquina poblada de peatones por cruzar, me ubico en la pole position. Miro por los retrovisores, y con el semáforo en verde pico en punta.

Monaco_Grand_Prix-1242632771

«Monaco Grand Prix», por Andrea del Pesco

Es hora de que toda esta proeza sirva, al fin, para lograr un contrato sin precedentes en la historia de la Fórmula 1. Debo hablar con el jefe de equipo: es de los que entienden, de los que no hablan por detrás. Vieja gloria, hoy tiene un forzoso puesto de mando detrás de un escritorio, pero anclado a una silla de ruedas. Sí, claro: los accidentes también nos ocurren a los buenos carteros. Y él fue de los buenos. De los mejores fue. Solo que un error al cruzar entre autos estacionados…
―Permiso, jefe.
―Pasá, sentate―dice cómplice. Parecía que me estaba esperando.
―Gracias.
Me siento frente a un escritorio prolijamente desordenado. Él acomoda la silla de ruedas, y quedamos frente a frente.
―¿Así que estás en busca de un contrato para el campeonato que viene?
Se me ha adelantado, lo cual me entusiasma.
―El mejor contrato ―digo―. El próximo campeonato es el último. Pienso retirarme.
―¿Cómo, campeón? ¡¿El año que viene y nada más?!
Entonces me disperso, solo atino a inclinar la cabeza y mirar por la ventana: en la avenida, un desfile de autos, colectivos, motos, taxis y camionetas nos regala una propicia música de motores.
―Bien, un piloto como vos vale lo que pidas ―dice el jefe revolviendo entre sus papeles―. Tomá. ―Me extiende un memo del correo―. Poné la cifra.
Garabateo un montón de ceros y se lo devuelvo con mi firma.
―Un solo temita que agregar ―dice en un tono menos cómplice y entregándome un segundo papelito―. Antes de seguir con lo nuestro, pasate mañana por esta dirección. Te esperan a primera hora.
Lo miro sonriendo en silencio, pero él pierde la mirada en la ventana.
Ya ha terminado mi turno.
―Hasta mañana, jefe.
―Hasta siempre, campeón. Hasta un nuevo día de trabajo.
Al cerrar la puerta, ese “hasta siempre” me dejó pensando. Palabras extrañas en el jefe. ¿Y lo segundo que dijo, eso del “nuevo día de trabajo”?
Me culpé de imaginar lo inimaginable: El enemigo también puede estar en tu propio equipo.

No hubo “un nuevo día de trabajo”. Y no lo habrá por ahora.
Vaya a saber cuándo volveré al monótono trabajo sin aderezar. Quizás en el futuro pueda aspirar a un escritorio desordenado y a una silla ―si tengo suerte― sin ruedas.
El memo, mi contrato, mi pasaporte a la gloria no fue más que, firma mía mediante, un consentimiento para la terapia.
A partir de esas sesiones, una vertiginosa carrera de malentendidos entre el psiquiatra y yo terminó con un profesional de las pistas en el hospicio. Pero aquí, entre los internos, nadie lo pone en duda: el más campeón soy yo.

 

Para Biblio*Miguel Ángel Di Giovanni (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1957) es técnico mecánico, artesano, músico amateur, motociclista y sufrido hincha de River.
Los escritores que lo han empujado a escribir son: Poe, Kafka, Daumal, Maupassant, Borges.
Participa desde hace un año del Taller de Corte y Corrección, y su cuento «La sorpresa fue tan grande, que no se me ocurre ningún nombre para el relato» fue finalista en el VI Certamen Nacional de Poesía y Cuento de Editorial Ruinas Circulares.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De cómo el hierro no tiene nada de frío

por Mariláu Sánchez*

 

Conversación con Gustavo Anglese 

 

Gustavo Anglese es un escultor del hierro. Nacido en Quilmes, provincia de Buenos Aires, ha recibido numerosos premios, y varias de sus piezas están dispersas por todo el mundo.

Dragones, gárgolas, aliens, criaturas mitológicas y personajes extraños conforman su Olimpo. Obras que, en su mayoría, pertenecen al género oscuro, fantástico, y han sido sutilmente impregnadas con rasgos futuristas. Imposible no extasiarse frente a lo que ellas nos evocan.

En esta charla Gustavo nos demuestra que es un artista tan cálido como el hierro con el que trabaja.

 DSCN4773

Mariláu Sánchez: Gustavo, un placer volver a encontrarnos en ExpoArte 2013. Gracias por acceder a responder un par de preguntas.
¿Cómo se te ocurrió trabajar con estos materiales? ¿Cómo empezaste?

Gustavo Anglese: ¿Cómo empezó mi historia? Bueno, hubo varias facetas para que yo llegue a esto. Primero incursioné en la pintura naif, en mis épocas de adolescente.

Después pasé por una etapa de trabajos en madera, hasta que me atrapó el hierro, que es lo que hoy hago y manejo y me encanta y lo amo.

MS: El hierro es hermoso. A mí también me encanta.

Hace un rato charlábamos acerca de los snobs y de los falsos artistas. Tu arte es muy tuyo, muy particular. A propósito quiero preguntarte si alguna vez te sentiste “descolgado”, afuera de este ambiente tan difícil.

GA: Sí, en realidad, creo que aparte de amar lo que hago, siempre quise hacer cosas distintas. No distintas del resto de los artistas, sino dentro de los gustos míos. O sea, no hacer quizá las cosas más “vendibles”…

Porque puedo hacer cosas para vender y sacar mucha plata. Pero hago esculturas que pertenecen a un círculo muy chico de venta, pero que a mí me llenan el corazón. El dinero va y viene, los sentimientos quedan, perduran como las obras verdaderas.

MS: Exacto. Creo que eso es el arte también (el verdadero, claro): la perduración que va más allá del objeto en sí mismo. Y es la perpetuidad del sentimiento del artista, como vos decís.

Ahora bien, si tuvieras que definirlo, ¿qué dirías de tu arte?

GA: No sé si tengo alguna palabra para definirlo. Sé que mi arte tiene una fusión. Y esta fusión se trata de unir la cabeza, el corazón y las manos. Si vos llegás a lograr esto y tener un paralelismo y un sentimiento que una todo, las obras salen solas. Esto para mí es lo fundamental. Ser auténtico.

MS: ¿Alguna vez creaste una obra para alguien en especial? ¿O alguien especial? ¿Se puede contar?

DSCN4776

GA: Sí, y tenés una acá mismo a la vista. Es una obra acerca de un cuadro de Ciruelo, “Rey Vultán”. Por suerte, y gracias a Dios, Ciruelo me propuso recrear en mi arte una obra suya. Y esta pieza está hoy acá porque se la pedí prestada:  fue, y seguirá después de ExpoArte, recorriendo toda la Argentina en distintas muestras de su pintura. Para mí es un orgullo que uno de los artistas fantásticos más grosos del mundo haya acudido a mí para que yo le represente una obra.

 

MS: Es que tenés algo especial con los dragones, ¿no? Acá estoy viendo uno que tiene la cabeza de hueso…

GA: Me encanta la mitología, el arte fantástico. Sobre todo me gusta mucho el género oscuro.

Sí, también fusiono el hueso con el metal, aunque a mucha gente le da impresión. A veces voy escondiendo un poco, las dejo al final, para que las personas que vienen de paso no digan: “¡Acá no entramos!”.

MS: Y sí, quizá piensan que hay huesos humanos…

GA: Mirá, por ejemplo (señalando una escultura), este fue el último perro que me mordió en Quilmes.

mini-71

MS: ¡No! (Risas.)

GA: Hablando en serio: gente que ya me conoce me consigue los cráneos, vértebras, etc. Y hay gente a la que le gusta y gente a la que no. Lo importante es que me guste a mí para así poder permitirle a mi escultura que ella transmita algo, ya sea un disgusto (risas), o una sensación agradable.

MS: Bueno, sé que sos de Quilmes, el año pasado hablamos al respecto. ¿Siempre fuiste del barrio?

GA: Sí, tengo 52 años y siempre viví exactamente en el mismo lugar. Amo a Quilmes, Quilmes barrio, ¿eh?, no confundamos con alguna remera deportiva…

MS: O con una cervecería…

GA: Quilmes es mi lugar. Si yo ahora me tuviese que morir, quisiera que fuese en mi casa.

MS: Hace un rato me comentabas que recientemente ganaste un premio.

GA: Sí, gané varios premios, pero no me gusta hablar de ellos. En mi página están todos los datos.

MS: Sé que sos humilde, pero yo sí quiero hablar de ellos. Porque un artista como vos se los merece. Y se merece también que esto se sepa. Porque siempre, para la vista del montón, parecería que les dan premios solo a los artistas snobs.

GA: Está bueno recibir premios, claro que sí. Me reconocieron varias veces en distintos lugares. Y esto para mí es un orgullo, un placer. Porque la obra sigue vigente, y yo con eso también sigo creciendo como artista.

MS: Bueno, Gustavo, ¿querés agregar algo más? ¿Las últimas palabras?

GA: No, porque antes de empezar el reportaje me dijiste que eran dos preguntas. Y al final me hiciste un montón más, y yo me solté y hablé… y ahora si querés seguimos hasta las 21:00, que cierra la exposición…

MS: (Risas) Mirá, acabo de entrar en la expo, y te vi a vos —mejor dicho, vi mini-64primero a tu alien— y paré para saludarte y charlar un poco. Siempre es un placer. ¡No me lo iba a perder! Por eso me aproveché de tu amabilidad en esta entrevista. Te agradezco por el tiempo que me dedicaste, nos hemos divertido mucho y pude conocer más de un artista al que admiro profundamente.

GA: ¡No, yo te agradezco a vos por la nota!

 

http://www.gustavoanglese.com/

http://www.gustavoanglese.com/galeria/galeria.html

http://gustarteenhierro.blogspot.com.ar/2011/04/biografia-y-premios.html

https://es-es.facebook.com/gustavo.anglese

 

foto retocada

*Mariláu Sánchez (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1980) es miembro de La Abadía de Carfax y asiste al Taller de Corte y Corrección desde el año 2006.
 Sus cuentos «Amarillo«, «Una batalla personal«, «Carnavales en Venecia» y «Un Armani» han sido publicados en Axxón.
Con la obra Primera Sangre obtuvo el Primer Premio en el Certamen Nuevas Promociones SESAM de Poesía 2010, organizado por la Sociedad de Escritores de San Martín.

To be or not to be (human)

por Sebastián Campanello*

The Walking Dead es una serie de terror y ciencia ficción, y a la vez una metáfora acerca de la humanidad. Mejor dicho, una metáfora acerca de cómo conservar la humanidad cuando las circunstancias nos ponen a prueba.

Una tarde como cualquier otra, el alguacil Rick Grimes es internado de urgencia luego de haberse agarrado a corchazos con unos gratas, quienes lo hieren de gravedad. Cae en un coma profundo, del cual sale bastante después. Lo que encuentra al despertar es tan horrible que más le valdría haber muerto.
Una plaga de zombies asuela el país y, tal vez ―toda red ha caído―, al mundo. Los muertos vivos andan de acá para allá morfándose a la gente. Interviene el Ejército, se declara la ley marcial. Y con la catástrofe se instala el caos, el sálvese quien pueda. Y, desde luego, el tema que nos ocupa en este artículo: el imperio del más fuerte. Todo esto supone un retorno a la naturaleza en su estado puro.

fd557dc2

Fabián Casas suele decir que la naturaleza es de derecha: el que no se adapta, el que no evoluciona, el que no camina al ritmo de los demás, desaparece. Como definición, no sé si es acertada, pero al menos resulta interesante. Yo más bien diría que la naturaleza es cruel por la sencilla razón de que en ella no hay tregua ni compasión por el débil. No hay un orden humano ―aunque sí, obviamente, hay uno natural―, no hay valores, no hay ética. No hay nada, salvo el paso inexorable de los ciclos. La naturaleza es inhumana, y lo que es inhumano jamás puede ser bueno. No para el hombre.
Sin embargo tenemos la capacidad de amoldarnos a lo que sea, y en el proceso descripto en la serie podemos convertirnos en criaturas rapaces y sanguinarias. Es lo que ocurre con Shane Walsh, coprotagonista ―y antagonista― de Rick Grimes.
Cuando el hombre se ve enfrentado a una situación límite, tiene ante sí dos alternativas: o se vuelve uno con la naturaleza, o se aferra a su parte humana. Shane elige lo primero: entiende que la única manera de sobrevivir es siendo duro e implacable, indiferente al dolor y al sufrimiento ―a los ajenos, por supuesto―. Rick intuye que, si pierde su humanidad, dejará de ser quien es; esa misma intuición le dice que, sin símbolos, ninguna sociedad es posible. De ahí su empecinamiento en seguir invistiendo su viejo uniforme de policía.
Pero.. ¿qué es, exactamente, la “humanidad”? ¿Qué se entiende por “parte humana”?
Ernesto Sabato afirmaba que el hombre tiende al mal. De lo contrario, decía, no habría necesidad de predicar el bien.
No comparto esa visión pesimista.
Pienso que, si bien el hombre es un ser dual, hay en él una cualidad innata que sale a relucir cuando las papas queman. Un impulso hacia el bien, una tozudez por hacer lo correcto. Ese impulso, esa tozudez, eso, para mí, es “la humanidad”. La “parte humana”.
Parte que en TWD se asume en varias facetas: encarnar la ley en una tierra devastada, criar a un hijo, enseñarle que no está bien cagarse en el prójimo ni abandonarlo a su suerte, permitirnos apreciar la belleza que nos rodea, acariciar un ciervo, cantar una canción. No dejar de ser nunca los portadores de la llama, los que traen la luz a un mundo en tinieblas. Esto es, los buenos.

Shane-and-Rick

Si nos despojamos de nuestra humanidad, terminaremos devorándonos los unos a los otros. Y valga la aclaración: llegado el caso, podemos convertirnos en monstruos mucho más jodidos que un tambaleante zombie.

 

 

73817_460700020633350_2076376536_n-300x225* Sebastián Oscar Campanello tiene 40 años y escribe desde los 11. Actualmente cursa la carrera de Traductor en Inglés en el Lenguas Vivas. Su primera experiencia fue reescribir la trama de una película de Roman Polansky, The Fearless Vampire Killers. Para él, ver este film fue como presenciar el descenso del hombre en la Luna.
En FIN ya hemos publicado su artículo «La ceguera de Montresor».

 

Más allá de la ventana

por Alicia Mastandrea*

 

Te nombro sin respuestas

 

No guardaste la tarde para nosotros

ni la verde mañana ni la noche profunda.

 

Las azucenas perdieron su esplendor,

sir-lawrence-alma-tadema-paisaje-helado-con-molino-de-viento

Paisaje helado con molino de viento, de Sir Lawrence Alma-Tadema

los lirios lloran,

los jacarandás ya no florecen.

 

Mi vida

frágil en esta hora

no sobrevive

a este paisaje desconocido.

 

 

 Libro

 

Me acompañas.

Tiritas a mi lado

en el frío nocturno

y cantas como el agua

que no vuelve atrás.

 

Tus hojas sangran

letras de alivio

para el que pudo decir

todo lo que quiso.

 

 

Más allá de la ventana

 

La luz de esta noche

fluye entre la niebla.

Y en esta turbia vaguedad

no alcanzo las flores.

 

Con el alba

podré

lejos de la noche en que lloró el poema.

Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí

Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí

 

 

FotoAlicia

*Alicia Carmen Mastandrea (Buenos Aires, 1953) es miembro del Taller de Corte y Corrección. Publicó el libro Primeros años (2010) junto a Graciela Paleari y Micaela Bara, con ilustraciones de Esteban Siderakis. Trabaja en el Centro Cultural General San Martín.

Los presentes poemas pertenecen a su libro Más allá de la ventana (El Suri Porfiado Ediciones, 2011).

 

Viaje hacia lo inalcanzable

por Javier Rodríguez*

 

images (2)

Novela de carácter autobiográfico, escrita por Jack Kerouac en los años cuarenta, En el camino (On the road), finalmente se publicó en 1957. Digo finalmente, porque el autor visitó y visitó sellos editoriales. En suma: su texto era rechazado una y otra vez.
Gracias a esa novela, cuando mi adolescencia ya me abandonaba, descubrí a los poetas beatsCorso, Ferlinghetti y Ginsberg. Y a los narradores como el mismo Kerouac (poeta y novelista), y también al más viejo de ellos: Burroughs. Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti no aparecen en la novela, pero sí en Big Sur y en Los subterráneos.En definitiva: el autor me llevó, por así decirlo, al continuum beat. A la beatitud, como a él le gustaba decir.
Es lógico; después de leer En el camino, a uno le asalta un fervor: tomar un auto y conducir hasta el final de la noche, como si fuéramos Kerouac. O Céline, tal vez su fuente a la hora de escribir —escribirse— la vida en la odisea, un peregrinaje hacia lo desgarrador. Así nace la Generación Beat, con un golpe en lo hondo: en  testimoniar la locura, la tristeza, el dolor inmarcesible que le punza la época en la que le tocó vivir.
El autor nos lleva, con su monólogo interior—no exento de lenguaje poético en muchos pasajes—, a través de calles y pueblos y fronteras de América: primero en colectivo desde Nueva York hasta Chicago, después realizando autostop hasta Denver, San Francisco y para luego regresar a casa, y volver a partir. Y partir, cruzando de este a oeste más de tres mil kilómetros. Siempre partir, con apenas una bolsa deshilachada como equipaje y con su alma que no lo dejaba en paz.

Desde aquellos páramos, sobre la ruta 6 y, en otras ocasiones, ante la vertiginosa 66, Kerouac se encuentra con seres cercanos a él: otros hipsters deambulando en bares—donde ardía el jazz estilo Bop de Charly Parker—, o haciendo autostop en el derrotero de su profunda América. Allí conocería a una mexicana, Terry, en una terminal de Ómnibus: “Sentí una punzada en el corazón como me ocurre siempre cada vez que veo a una chica que me gusta y que va en dirección opuesta a la mía en este mundo”.
En el transcurso de su viaje, también se detendría para saludar  a alguno que otro amigo: Allen Ginsberg, que por aquel entonces no había escrito su poema Howl, y al yonqui William Burroughs que vivía —o intentaba hacerlo, junto a su arsenal de barbitúricos y demás— en las afueras de New Orleans.
Por aquellos rumbos y otros abismos, nuestro caminante grabaría toda imagen para luego trazar, golpe a golpe, en su máquina de escribir: “Sólo me interesan los dementes, los que arden por hablar, por vivir”. O cuando las palabras de Dean Moriarty, su amigo inseparable en la desolación: “Dios existe. Mientras rodemos por esta carretera, hará todo lo posible para protegernos”.
En la cuarta parte del libro, Kerouac nos narra un tercer viaje: de Nueva York hacia la Ciudad de México. Y es la parte más nostálgica, más descarnada. Se presiente el final del viaje, de todo aquello por conocer: “No podía imaginarme un viaje así. Era el más fabuloso de todos. Ya no era en dirección Este-Oeste, sino hacia el mágico Sur. Tuvimos una visión de todo el hemisferio occidental hundiéndose hasta la Tierra del Fuego y de nosotros volando y siguiendo la curvatura del planeta y penetrando en otros trópicos y otros mundos”.

Jazz, alcohol y la carretera. Y poesía, la eterna búsqueda de Sal Paradise, su alter images (3)ego, por entre los más desesperados paisajes de Estados Unidos y México.
Con aquel Dean Moriarty como compañero, el héroe pródigo de la novela, el alma brillante y oscura, siempre en jeans y camiseta, esposo de la rubia Marylou y amante de Camille, con arranques de un romántico y salvaje misticismo es, como nos cuenta Kerouac, el deseoso aprendiz de escritor. Él lo acompaña contemplándolo todo, atravesando el país a bordo de un Cadillac, otras veces a pie y otras marchando en un ferry o un tren de carga. Ellos se abalanzan hacia los periplos, bajo relámpagos de la luna sobre los rieles y el asfalto de aquella luz salvaje: la vida misma.
Como la poesía, un viaje hacia lo inalcanzable.

 

Javier

*Javier Rodríguez (Buenos Aires, 1975) es miembro del Taller de corte y corrección.
Poeta y narrador, entre sus autores favoritos se encuentran Ezra Pound, Edgar A. Poe, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Allen Ginsberg y Fernando Pessoa entre otros.
En FIN ya hemos publicado algunos poemas de su libro La rosa líquida (Huesos de jibia, 2010).

Espiral de la vida

por Claudia Marcela de los Santos*

 

Rosana pegó un salto. Imposible controlar su respiración entrecortada y rápida. Desde las sábanas espió su cuarto, aliviada: solo había sido una pesadilla. La pesadilla, en realidad. La misma que venía sufriendo desde tres noches atrás.
Volvió a recostarse, asimilando lo que había soñado. Y se dio cuenta: ese sueño lo había tenido de chiquita.
Cerró los ojos para intentar recordar… y se vio de seis o siete años, un día lluvioso en su casa con la madre mirándola fijo y diciendo: “¡Me tenés harta con tu amiga invisible! ¡Ahora te vas a tu habitación hasta que te llame. Y no prendas la luz!”.
Hizo un esfuerzo para evocar el resto de la situación, pero el inconsciente estimulaba vagos rodeos que desdibujaban esa figura de chica asustadiza. También diluían sus palabras. Las vivencias de la infancia se relacionaban con su pesadilla, pero todo lo referente a su madre se asemejaba a un mundo de abstracciones inanimadas. ¡Cuánta angustia le generaba eso! Su  terapeuta  le repetía siempre: la memoria constituye la vida, Rosana. Sin memoria, no hay existencia posible.
Ella se sentía amnésica de su amnesia. Y, sin embargo, el pato de colores estridentes, fosforescentes, que la vigilaba desde una de las aristas de la cuna, seguía habitando en alguna madriguera de su cabeza: enorme apariencia de salvavidas que la ahogó antes de aprender a hablar. Qué de estupideces suele pensar una, boca arriba en la cama.
Y también reflotó en su conciencia aquello que la había despertado. Lo que aterrorizaba sus noches infantiles, lo que le había arrancado aquel grito de horror.
El cuadro.
El cuadro, que hizo que arremetieran, intactos, la desesperación y el miedo.
Todos tenemos sueños recurrentes. Pero, al paso de los años, aquella pesadilla había desaparecido. Entonces…  ¿por qué volvía? ¿Por qué ella soñaba de nuevo con el cuadro aquel? Su cabeza se comprimía bajo el eco de la pregunta, y ese vacío de respuestas giraba en un espiral sin fin.
―Bueno ―dijo en voz alta estrujando en un puño el borde de las sábanas―, es solo un mal sueño. No le des más importancia. Rosana: las pesadillas nunca tienen explicación.
Se dio vuelta de cara a la pared, intentó pensar en otra cosa. El perfume de su almohada  hizo que por fin se durmiera.
Y no soñó. Al menos, no recordaba haber soñado.

El día pasó en la vorágine acostumbrada, en la sucesión de  repeticiones absurdas: levantarse, ducharse, llegar a la oficina después de un viaje agotador, sentarse a su escritorio, revisar las cuentas de los morosos, desgañitarse en llamados de rigor y disparar preguntas harto conocidas por haber sido recitadas una y mil veces. Día tras día. Recordó el mito de Sísifo y no pudo evitar una mueca irónica: ¿alguna  vez la piedra quedaría en la montaña, y ella bajaría para que la vida la sorprendiese?
Las seis, por fin. El viaje de vuelta siempre le resultaba menos tedioso.
Llegó a la soledad de su departamento, se dejó caer en el sillón y cerró los ojos.
Y el recuerdo de la pesadilla reapareció.
Pese al cansancio, no quería dormirse. Así que prendió la computadora. Deambuló por la red evitando pensar.
Pero el sueño amenazaba. Y lo peor: esa amenaza le resultaba atractiva.

El cenicero atiborrado era toda una evidencia: llevaba horas sentada ahí buscando respuestas en la web.
¿Por qué uno sufría pesadillas? ¿Solo para no enloquecerse?
Un estado emocional débil, como diría la licenciada.
O bien, según una página psi, un recuerdo consciente o inconsciente de un acontecimiento traumático.
O bien, un factor externo, un ruido ambiente diferente que detecta nuestro cerebro.
O bien, una personalidad insegura, nerviosa, ansiosa.
O bien, o bien, o bien.
Bien.
Se restregó los ojos y siguió buscando: miles de páginas se abrían ante su mirada exhausta.
Se ve que es un tema muy visitado, se dijo. Veamos acá.
1. Controlar las pesadillas recurrentes. Sí, claro. ¿Y cómo?
2. Evitar el consumo de alcohol durante la cena. Descontado: no tomo alcohol.
3. Evitar el consumo de estimulantes, antes de dormir: café, té, bebidas energizantes, ya que aumentan la ansiedad. Tampoco. Antes de dormir, solo tomo una taza de leche con miel. Según dicen en el grupo, es efecto mamadera.
Si todo falla, probar con la técnica de los sueños lúcidos. Es decir: darse cuenta, mientras uno sueña, de que está soñando.
―¡Es como sentirse el director del propio sueño! ―le dijo Rosana a la pantalla, que no le llevó el apunte―. ¡Esto suena genial!

El despertador.
¡Las siete de la mañana!
Casi sin darse cuenta se había pasado toda la noche en vela, frente a la computadora. Estaba agotada, y ya debía ir a la oficina.
Las horas en el trabajo pasaban lentas, interminables. En contraste, imaginaba cuán interesante le resultaría aquello de dirigir el propio mundo onírico. Un plan muy tentador.
A las cinco de la tarde, no soportó tanto pensar y pensar: inventó una excusa para irse.
Durante el viaje de regreso se inquietaba mucho más por develar qué escondía aquel maldito cuadro del sueño, tenía que descubrir la verdad.
Llegó por fin, apenas comió una porción de tarta de ayer. Se tiró en su sillón y sintonizó el canal de documentales que tanto la predisponía a dormirse. Cerró los ojos y, concentrándose, empezó a seguir los pasos estudiados la noche anterior.
Esperó.
Una vuelta… otra vuelta…
¡Nada!
La angustia la hizo levantarse de un salto y fue hacia la cocina ―necesitaba masticar, morder―, y de manera impulsiva abrió la puerta.
No vio la escenografía habitual de sillas  rodeando la mesa de ratán de Indonesia. Lo que vio la dejó paralizada: la puerta daba ahora a un largo pasillo. Un pasillo muy estrecho, que terminaba ―si es que terminaba― en la oscuridad más negra.
¿Estaba soñando, lo había logrado?
Pero algo no andaba bien. Era consciente de que no controlaba sus movimientos. Temblor y rigidez se sucedían: las piernas se le agarrotaban, y los brazos aleteaban como si fuera a echar a volar.
Inmóvil, no podía evitar la sensación de que era el pasillo el que la atravesaba a ella, y no al revés. El pasillo cavernoso. No reconocía ese nuevo espacio, y sin embargo sentía atractiva esa inducción. Los pensamientos se le volvían confusos y se deslizaban junto a ella por el túnel extendiéndose en una larga sombra. Las paredes recubiertas de una estridencia  fosforescente no tenían fin. El suelo crujía bajo sus pies descalzos, y cada madera que pisaba iba esfumándose.
Aterrada, su cuerpo no le respondía: una fuerza imperturbable al miedo tiraba de él.
Al final del recorrido le cerraba el paso una puerta. Pensó que, si tocaba esa madera carcomida, la puerta se convertiría en una montaña de polvo.
Se dio vuelta y miró hacia el extremo de donde había venido. No vio nada.
No había nada.
Palpando entre la penumbra y con el corazón latiéndole sin control, encontró el picaporte y lo giró hacia la izquierda. La puerta cedió, y Rosana se encontró con un lugar… ―¿una habitación?― más oscuro aún.
Su frágil figura tembló: la humedad la estremecía de frío. Todo ―incluso ella misma― olía a muebles viejos.  Su camisón estaba empapado, pero no tenía otra opción que seguir avanzando.
Atravesó el umbral y caminó sin retorno, sus ojos adaptándose a la nueva oscuridad.
Recorrió el salón  vacío. El eco de sus pisadas la devolvía de tanto en tanto a la realidad. Naufragaba intentando concentrarse en buscar la respuesta.
Movió su cabeza, oteó en todas las direcciones: debería de haber una ventana que la sustrajera del sueño. Una ventana que la condujera a un lugar cotidiano y seguro.
Empezó a transpirar, otra vez palpitaciones…
…hasta que, sobre el renegrido blanco de la pared donde había querido imaginar una ventana, apareció aquello. A unos siete metros apareció, según pudo calcular.
El cuadro, grande como un fresco, tenía el marco desgastado, hecho astillas. Lo que era ver algo en él, no se veía nada.
Jamás alguien lo cuidó, se dijo ella.
No se atrevía a acercarse. Y ahora apenas divisaba  una silueta humana, casi borrada dentro de los límites del marco. Pero a la distancia que se encontraba no podía distinguirla. ¿Era una mujer?
La habitación giró frenética, las paredes se movían cercándola. Rosana quería correr hacia adelante, pero sus piernas estaban entumecidas.
Entre náuseas y mareos, un miedo que le congelaba el alma se le derretía en lágrimas que le nublaban la visión.
En su intento por escapar perdió la fuerza, cayó al suelo. El movimiento cesó. Para su sorpresa, ella podía controlar su propio cuerpo: se levantó, dio media vuelta para pasar la puerta nuevamente.
Algo se lo impedía.
Ya no era una fuerza externa. Era su propio pensamiento. Y le repetía, una y otra vez, que mirara el cuadro.
Solo debía caminar unos pasos, girar la cabeza levemente, un gesto sutil… y todo ese tormento  ―obsesiones, miedos, pesadilla― acabaría.
Secó sus ojos y apretó los puños en un intento de atreverse, de recobrar su débil fortaleza.
Un paso. Dos. Un escalofrío.
El cuadro estaba delante de ella.
Su mirada chocó con la figura… ¡y su cordura se perdió en el último intento por escapar!
Corrió hasta la puerta, que se alejaba velozmente.
El cuadro no tenía tela. Era un espejo de marco estropeado.

 

cuadro espiral de la vida

«Espiral de la vida», obra de Claudia Marcela de los Santos

 

 

yo*Claudia Marcela de los Santos es escritora y artista plástica.
Desde 2008 participa de talleres literarios y clínica de obra. En 2011 hizo un curso de narrativa aplicada al guión cinematográfico con la escritora Claudia Piñeiro en la fundación Tomás Eloy Martinez.
Desde 2012 asiste al Taller de corte y corrección de Marcelo di Marco.
Ganó un premio en la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el cuento “Sentencia de olvido”. Fue publicado en la antología Yo te cuento Buenos Aires III, presentada en la feria del libro.
Dice que la lapicera y el pincel son sus compañeros de ruta. El papel y el lienzo donde plasma sus sentimientos.

Taller de Corte y Corrección: El mejor programa

por Pablo Vigliano*

 

El presente texto fue la respuesta ganadora a una pregunta que Marcelo di Marco lanzó en Facebook: «¿Cuál es tu programa favorito del Canal Taller de Corte y Corrección en YouTube (https://www.youtube.com/user/TallerCyC?feature=watch), y por qué?»

 

Aprovechamos para recordarles que el próximo sábado 1 de marzo de 2014 el canal cumple un año. Y lo festejamos con un programa en vivo a las 22:00. ¡No se lo vayan a perder!

 

Toda obra literaria debe transmitir sensaciones y emociones al lector.

default

Esa es la premisa de mi programa preferido, el número seis, llamado “Qué es la literatura (para cinturones blancos y cinturones negros)”. Marcelo di Marco nos explica quela estética literaria tiene que ver con la sugerencia, la vida, la sensación, la transmisión de emociones y no meramente con un tipo de escritura funcional o utilitaria, que se corresponde más con lo verbal. Por ejemplo, un e mail, la lista de las compras, un mensaje de texto, etc.

¿Qué estamos diciendo? Marcelo di Marco lo ejemplifica con su apreciación al ver la película Django desencadenado. Dice: A mí me pareció sensacional, porque me produjo muchas sensaciones”.

Yo, particularmente (y a muchos les sucederá lo mismo), cuando veo a Marcelo me emociono y me predispongo de una manera positiva por su modo de construir el mensaje, ya bien desde el inicio, antes de que pronuncie una sola palabra.  Me pregunto qué tendrá esta semana para nosotros este particular escritor que nos enseña a escribir llevando puesta una remera de la película Psicosis, libros de Stephen King de fondo, machete, guantes de box y muñequito de Alien. Uno piensa “mejor me quedo a ver de qué se trata”.

default (1)

Utiliza una serie de herramientas para desarrollar una clase en cada capítulo, y el espectador ni se da cuenta de que se trata de una clase. Mientras dure el video, estaremos insertos en un ámbito fantástico, de ficción, de creatividad, y no en la cocina de un chef ni en el diván de un terapeuta.

Después, Marcelo comienza a hablar y lo hace de un modo muy coloquial, sin grandilocuencias y con mucho amor por la literatura. Al final, uno aprendió un secreto, un truco para mejorar su texto.  Y ni se enteró.

Lo mismo debe suceder cuando se escribe. La contundencia del efecto deseado para el lector de nuestras obras dependerá de la adecuada elaboración durante el proceso de redacción y corrección que hagamos sobre ellas.

Di Marco explica con mucha claridad que, por ejemplo, no se debe decir: Juan estaba triste por la muerte de su madre”. ¿Por qué? Porque se trata de un aporte meramente informativo, no expresa emociones y además es un lugar común: nadie dejaría de estar triste en una situación así (salvo que fuera Norman Bates, claro).

Marcelo estimula a los talleristas a expresarnos y ejemplifica cuánta diferencia hay entre aquella idea en blanco y negro, y la misma idea “traducida” al lenguaje literario: La última palada de tierra cayó sobre el ataúd. Juan, entre lágrimas, recordaba los tiempos en que su madre lo llevaba al parque”.

Es un capítulo que me resultó motivador, porque nos desafía a aprender a encontrar y transmitir el latido de cada una de nuestras historias. El secreto: al lector se llega por las emociones.

pablo face 2

 

* Pablo Fabián Vigliano es Licenciado en Comunicación Social. Asiduo lector, su género favorito es el fantástico. Entre sus autores preferidos se encuentran Poe, King, Bradbury, Maupassant. Participa del Taller de Corte y Corrección desde el año 2012.

En FIN ya hemos publicado sus artículos  “Con las llaves desde lo más alto de la Torre” y «Una escena para taparse los ojos«.

Obsesión homicida por el poder sin reglas

por Germán Masserdotti*

 

La Compañía Teatro Argentino de Cámara – Teatro El Convento nos brindó durante 2013 (y lo seguirá haciendo hasta abril del 2014) Ricardo III de William Shakespeare  —la última de las cuatro piezas de teatro[1] sobre la historia de Inglaterra—, que nos remite al reinado de Ricardo III de York (1452-1485). El dramaturgo se inspira en la segunda edición de las Chronicles de Raphael Holinshed para elaborar el argumento de su obra.

El pasado 28 de septiembre asistí a una de las funciones que ofrece a las 21 horas todos los sábados. Martín Barreiro dirige y adapta con inteligencia el texto de Shakespeare e incorpora novedades a la puesta en escena que resultan fieles al espíritu del autor. El elenco de la compañía lo componen el mismo Martín (Ricardo/Buckingham); Bruno Chmelik (Ricardo/Clarence); Fernando Blanes (Ricardo/Hasting); Mimi Ferraro (Margarita/Soldado/Espectro); Lilia Cruz (Isabel/La Patria); Graciela Rovero (Ana/Asesino/Soldado/Espectro) y Gabriela Caponetto (Duquesa/Soldado/Espectro).

En un ámbito “de cámara”, apreciamos el despliegue de la psicología esquizoide y camaleónica de Ricardo, obsesionado con el poder hasta convertirse en homicida. A propósito, el director desdobla el personaje de Ricardo mediante el recurso de la triple interpretación sucesiva, que remata al final de la obra con la simultaneidad de los actores en escena.

La fealdad del rey jorobado y deforme no es más que el efecto del desorden moral de un alma perversa e inescrupulosa. Los tres Ricardos que contemplamos en escena se asocian armoniosamente para revelar todavía mejor la disolución del alma atormentada del rey.

Merece destacarse la banda musical en vivo a cargo de Gustavo Lospennato. El clímax que logra comunicar en los espectadores se complementa maravillosamente con la tragedia representada en el escenario.Ricardo-III-de-William-Shakespeare-temporada-2013-Teatro-El-Convento

El director de la obra también se esmeró en proporcionar a la puesta una excelente escenografía que nos ubica enseguida en el mundo medieval. A su vez, el vestuario está muy cuidado.

Esta versión de la obra nos demuestra que no se requiere contar con abundancia de recursos para lograr una representación digna y que haga honor a la genialidad de su autor.

Mis felicitaciones para cada uno de los miembros de la Compañía. Desde 1996 hasta la fecha, ellos nos brindan auténticas realizaciones culturales. Como dice Martín Barreiro:

“…nunca quisimos sobrevivir; destino que parecería ser inevitable en un país sudamericano, sino que elegimos perdurar como una compañía de teatro estable. Para lograr esa meta no nos bastó con tener las paredes de un teatro, ni siquiera alcanzó con la hospitalidad que los frailes mercedarios nos brindaron y nos brindan con tanta generosidad, tampoco fueron suficientes los viajes al exterior ni el reconocimiento que a nuestra labor hicieron los jurados de los premios más importantes que se otorgan en Argentina a nuestra profesión; fue necesario el compromiso de los hombres y mujeres que componen el Teatro Argentino de Cámara – Teatro El Convento.
Y de eso se trata nuestra compañía, de compromiso”.

Para conocer mejor la Compañía, remitimos a su sitio web http://www.teatroelconvento.com.ar/index.php, en el cual podremos leer directamente la trayectoria y propuesta artística que ella lleva a cabo a través de las obras que con esfuerzo, pero enorme placer, ofrece cada año.

 

Funciones: Sábados a las 21:00
Teatro El Convento
Reconquista 269, CABA


[1] Las primeras tres están dedicadas a Enrique VI (1422-1461).

 

 

Foto personal*Germán es profesor universitario de Filosofía. Licenciado en Filosofía y Magister en Estudios Humanísticos y Sociales (Universitat Abat Oliba CEU, Barcelona). Traductor en colaboración de obras de Santo Tomás de Aquino. En el ámbito literario, cultiva el género del cuento. Amante del cine y de la música.
Es miembro del TCyC.
En FIN ya hemos publicado su crítica Amores burgueses y súplicas de redención.