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Más allá de la ventana

por Alicia Mastandrea*

 

Te nombro sin respuestas

 

No guardaste la tarde para nosotros

ni la verde mañana ni la noche profunda.

 

Las azucenas perdieron su esplendor,

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Paisaje helado con molino de viento, de Sir Lawrence Alma-Tadema

los lirios lloran,

los jacarandás ya no florecen.

 

Mi vida

frágil en esta hora

no sobrevive

a este paisaje desconocido.

 

 

 Libro

 

Me acompañas.

Tiritas a mi lado

en el frío nocturno

y cantas como el agua

que no vuelve atrás.

 

Tus hojas sangran

letras de alivio

para el que pudo decir

todo lo que quiso.

 

 

Más allá de la ventana

 

La luz de esta noche

fluye entre la niebla.

Y en esta turbia vaguedad

no alcanzo las flores.

 

Con el alba

podré

lejos de la noche en que lloró el poema.

Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí

Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí

 

 

FotoAlicia

*Alicia Carmen Mastandrea (Buenos Aires, 1953) es miembro del Taller de Corte y Corrección. Publicó el libro Primeros años (2010) junto a Graciela Paleari y Micaela Bara, con ilustraciones de Esteban Siderakis. Trabaja en el Centro Cultural General San Martín.

Los presentes poemas pertenecen a su libro Más allá de la ventana (El Suri Porfiado Ediciones, 2011).

 

Viaje hacia lo inalcanzable

por Javier Rodríguez*

 

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Novela de carácter autobiográfico, escrita por Jack Kerouac en los años cuarenta, En el camino (On the road), finalmente se publicó en 1957. Digo finalmente, porque el autor visitó y visitó sellos editoriales. En suma: su texto era rechazado una y otra vez.
Gracias a esa novela, cuando mi adolescencia ya me abandonaba, descubrí a los poetas beatsCorso, Ferlinghetti y Ginsberg. Y a los narradores como el mismo Kerouac (poeta y novelista), y también al más viejo de ellos: Burroughs. Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti no aparecen en la novela, pero sí en Big Sur y en Los subterráneos.En definitiva: el autor me llevó, por así decirlo, al continuum beat. A la beatitud, como a él le gustaba decir.
Es lógico; después de leer En el camino, a uno le asalta un fervor: tomar un auto y conducir hasta el final de la noche, como si fuéramos Kerouac. O Céline, tal vez su fuente a la hora de escribir —escribirse— la vida en la odisea, un peregrinaje hacia lo desgarrador. Así nace la Generación Beat, con un golpe en lo hondo: en  testimoniar la locura, la tristeza, el dolor inmarcesible que le punza la época en la que le tocó vivir.
El autor nos lleva, con su monólogo interior—no exento de lenguaje poético en muchos pasajes—, a través de calles y pueblos y fronteras de América: primero en colectivo desde Nueva York hasta Chicago, después realizando autostop hasta Denver, San Francisco y para luego regresar a casa, y volver a partir. Y partir, cruzando de este a oeste más de tres mil kilómetros. Siempre partir, con apenas una bolsa deshilachada como equipaje y con su alma que no lo dejaba en paz.

Desde aquellos páramos, sobre la ruta 6 y, en otras ocasiones, ante la vertiginosa 66, Kerouac se encuentra con seres cercanos a él: otros hipsters deambulando en bares—donde ardía el jazz estilo Bop de Charly Parker—, o haciendo autostop en el derrotero de su profunda América. Allí conocería a una mexicana, Terry, en una terminal de Ómnibus: “Sentí una punzada en el corazón como me ocurre siempre cada vez que veo a una chica que me gusta y que va en dirección opuesta a la mía en este mundo”.
En el transcurso de su viaje, también se detendría para saludar  a alguno que otro amigo: Allen Ginsberg, que por aquel entonces no había escrito su poema Howl, y al yonqui William Burroughs que vivía —o intentaba hacerlo, junto a su arsenal de barbitúricos y demás— en las afueras de New Orleans.
Por aquellos rumbos y otros abismos, nuestro caminante grabaría toda imagen para luego trazar, golpe a golpe, en su máquina de escribir: “Sólo me interesan los dementes, los que arden por hablar, por vivir”. O cuando las palabras de Dean Moriarty, su amigo inseparable en la desolación: “Dios existe. Mientras rodemos por esta carretera, hará todo lo posible para protegernos”.
En la cuarta parte del libro, Kerouac nos narra un tercer viaje: de Nueva York hacia la Ciudad de México. Y es la parte más nostálgica, más descarnada. Se presiente el final del viaje, de todo aquello por conocer: “No podía imaginarme un viaje así. Era el más fabuloso de todos. Ya no era en dirección Este-Oeste, sino hacia el mágico Sur. Tuvimos una visión de todo el hemisferio occidental hundiéndose hasta la Tierra del Fuego y de nosotros volando y siguiendo la curvatura del planeta y penetrando en otros trópicos y otros mundos”.

Jazz, alcohol y la carretera. Y poesía, la eterna búsqueda de Sal Paradise, su alter images (3)ego, por entre los más desesperados paisajes de Estados Unidos y México.
Con aquel Dean Moriarty como compañero, el héroe pródigo de la novela, el alma brillante y oscura, siempre en jeans y camiseta, esposo de la rubia Marylou y amante de Camille, con arranques de un romántico y salvaje misticismo es, como nos cuenta Kerouac, el deseoso aprendiz de escritor. Él lo acompaña contemplándolo todo, atravesando el país a bordo de un Cadillac, otras veces a pie y otras marchando en un ferry o un tren de carga. Ellos se abalanzan hacia los periplos, bajo relámpagos de la luna sobre los rieles y el asfalto de aquella luz salvaje: la vida misma.
Como la poesía, un viaje hacia lo inalcanzable.

 

Javier

*Javier Rodríguez (Buenos Aires, 1975) es miembro del Taller de corte y corrección.
Poeta y narrador, entre sus autores favoritos se encuentran Ezra Pound, Edgar A. Poe, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Allen Ginsberg y Fernando Pessoa entre otros.
En FIN ya hemos publicado algunos poemas de su libro La rosa líquida (Huesos de jibia, 2010).

Espiral de la vida

por Claudia Marcela de los Santos*

 

Rosana pegó un salto. Imposible controlar su respiración entrecortada y rápida. Desde las sábanas espió su cuarto, aliviada: solo había sido una pesadilla. La pesadilla, en realidad. La misma que venía sufriendo desde tres noches atrás.
Volvió a recostarse, asimilando lo que había soñado. Y se dio cuenta: ese sueño lo había tenido de chiquita.
Cerró los ojos para intentar recordar… y se vio de seis o siete años, un día lluvioso en su casa con la madre mirándola fijo y diciendo: “¡Me tenés harta con tu amiga invisible! ¡Ahora te vas a tu habitación hasta que te llame. Y no prendas la luz!”.
Hizo un esfuerzo para evocar el resto de la situación, pero el inconsciente estimulaba vagos rodeos que desdibujaban esa figura de chica asustadiza. También diluían sus palabras. Las vivencias de la infancia se relacionaban con su pesadilla, pero todo lo referente a su madre se asemejaba a un mundo de abstracciones inanimadas. ¡Cuánta angustia le generaba eso! Su  terapeuta  le repetía siempre: la memoria constituye la vida, Rosana. Sin memoria, no hay existencia posible.
Ella se sentía amnésica de su amnesia. Y, sin embargo, el pato de colores estridentes, fosforescentes, que la vigilaba desde una de las aristas de la cuna, seguía habitando en alguna madriguera de su cabeza: enorme apariencia de salvavidas que la ahogó antes de aprender a hablar. Qué de estupideces suele pensar una, boca arriba en la cama.
Y también reflotó en su conciencia aquello que la había despertado. Lo que aterrorizaba sus noches infantiles, lo que le había arrancado aquel grito de horror.
El cuadro.
El cuadro, que hizo que arremetieran, intactos, la desesperación y el miedo.
Todos tenemos sueños recurrentes. Pero, al paso de los años, aquella pesadilla había desaparecido. Entonces…  ¿por qué volvía? ¿Por qué ella soñaba de nuevo con el cuadro aquel? Su cabeza se comprimía bajo el eco de la pregunta, y ese vacío de respuestas giraba en un espiral sin fin.
―Bueno ―dijo en voz alta estrujando en un puño el borde de las sábanas―, es solo un mal sueño. No le des más importancia. Rosana: las pesadillas nunca tienen explicación.
Se dio vuelta de cara a la pared, intentó pensar en otra cosa. El perfume de su almohada  hizo que por fin se durmiera.
Y no soñó. Al menos, no recordaba haber soñado.

El día pasó en la vorágine acostumbrada, en la sucesión de  repeticiones absurdas: levantarse, ducharse, llegar a la oficina después de un viaje agotador, sentarse a su escritorio, revisar las cuentas de los morosos, desgañitarse en llamados de rigor y disparar preguntas harto conocidas por haber sido recitadas una y mil veces. Día tras día. Recordó el mito de Sísifo y no pudo evitar una mueca irónica: ¿alguna  vez la piedra quedaría en la montaña, y ella bajaría para que la vida la sorprendiese?
Las seis, por fin. El viaje de vuelta siempre le resultaba menos tedioso.
Llegó a la soledad de su departamento, se dejó caer en el sillón y cerró los ojos.
Y el recuerdo de la pesadilla reapareció.
Pese al cansancio, no quería dormirse. Así que prendió la computadora. Deambuló por la red evitando pensar.
Pero el sueño amenazaba. Y lo peor: esa amenaza le resultaba atractiva.

El cenicero atiborrado era toda una evidencia: llevaba horas sentada ahí buscando respuestas en la web.
¿Por qué uno sufría pesadillas? ¿Solo para no enloquecerse?
Un estado emocional débil, como diría la licenciada.
O bien, según una página psi, un recuerdo consciente o inconsciente de un acontecimiento traumático.
O bien, un factor externo, un ruido ambiente diferente que detecta nuestro cerebro.
O bien, una personalidad insegura, nerviosa, ansiosa.
O bien, o bien, o bien.
Bien.
Se restregó los ojos y siguió buscando: miles de páginas se abrían ante su mirada exhausta.
Se ve que es un tema muy visitado, se dijo. Veamos acá.
1. Controlar las pesadillas recurrentes. Sí, claro. ¿Y cómo?
2. Evitar el consumo de alcohol durante la cena. Descontado: no tomo alcohol.
3. Evitar el consumo de estimulantes, antes de dormir: café, té, bebidas energizantes, ya que aumentan la ansiedad. Tampoco. Antes de dormir, solo tomo una taza de leche con miel. Según dicen en el grupo, es efecto mamadera.
Si todo falla, probar con la técnica de los sueños lúcidos. Es decir: darse cuenta, mientras uno sueña, de que está soñando.
―¡Es como sentirse el director del propio sueño! ―le dijo Rosana a la pantalla, que no le llevó el apunte―. ¡Esto suena genial!

El despertador.
¡Las siete de la mañana!
Casi sin darse cuenta se había pasado toda la noche en vela, frente a la computadora. Estaba agotada, y ya debía ir a la oficina.
Las horas en el trabajo pasaban lentas, interminables. En contraste, imaginaba cuán interesante le resultaría aquello de dirigir el propio mundo onírico. Un plan muy tentador.
A las cinco de la tarde, no soportó tanto pensar y pensar: inventó una excusa para irse.
Durante el viaje de regreso se inquietaba mucho más por develar qué escondía aquel maldito cuadro del sueño, tenía que descubrir la verdad.
Llegó por fin, apenas comió una porción de tarta de ayer. Se tiró en su sillón y sintonizó el canal de documentales que tanto la predisponía a dormirse. Cerró los ojos y, concentrándose, empezó a seguir los pasos estudiados la noche anterior.
Esperó.
Una vuelta… otra vuelta…
¡Nada!
La angustia la hizo levantarse de un salto y fue hacia la cocina ―necesitaba masticar, morder―, y de manera impulsiva abrió la puerta.
No vio la escenografía habitual de sillas  rodeando la mesa de ratán de Indonesia. Lo que vio la dejó paralizada: la puerta daba ahora a un largo pasillo. Un pasillo muy estrecho, que terminaba ―si es que terminaba― en la oscuridad más negra.
¿Estaba soñando, lo había logrado?
Pero algo no andaba bien. Era consciente de que no controlaba sus movimientos. Temblor y rigidez se sucedían: las piernas se le agarrotaban, y los brazos aleteaban como si fuera a echar a volar.
Inmóvil, no podía evitar la sensación de que era el pasillo el que la atravesaba a ella, y no al revés. El pasillo cavernoso. No reconocía ese nuevo espacio, y sin embargo sentía atractiva esa inducción. Los pensamientos se le volvían confusos y se deslizaban junto a ella por el túnel extendiéndose en una larga sombra. Las paredes recubiertas de una estridencia  fosforescente no tenían fin. El suelo crujía bajo sus pies descalzos, y cada madera que pisaba iba esfumándose.
Aterrada, su cuerpo no le respondía: una fuerza imperturbable al miedo tiraba de él.
Al final del recorrido le cerraba el paso una puerta. Pensó que, si tocaba esa madera carcomida, la puerta se convertiría en una montaña de polvo.
Se dio vuelta y miró hacia el extremo de donde había venido. No vio nada.
No había nada.
Palpando entre la penumbra y con el corazón latiéndole sin control, encontró el picaporte y lo giró hacia la izquierda. La puerta cedió, y Rosana se encontró con un lugar… ―¿una habitación?― más oscuro aún.
Su frágil figura tembló: la humedad la estremecía de frío. Todo ―incluso ella misma― olía a muebles viejos.  Su camisón estaba empapado, pero no tenía otra opción que seguir avanzando.
Atravesó el umbral y caminó sin retorno, sus ojos adaptándose a la nueva oscuridad.
Recorrió el salón  vacío. El eco de sus pisadas la devolvía de tanto en tanto a la realidad. Naufragaba intentando concentrarse en buscar la respuesta.
Movió su cabeza, oteó en todas las direcciones: debería de haber una ventana que la sustrajera del sueño. Una ventana que la condujera a un lugar cotidiano y seguro.
Empezó a transpirar, otra vez palpitaciones…
…hasta que, sobre el renegrido blanco de la pared donde había querido imaginar una ventana, apareció aquello. A unos siete metros apareció, según pudo calcular.
El cuadro, grande como un fresco, tenía el marco desgastado, hecho astillas. Lo que era ver algo en él, no se veía nada.
Jamás alguien lo cuidó, se dijo ella.
No se atrevía a acercarse. Y ahora apenas divisaba  una silueta humana, casi borrada dentro de los límites del marco. Pero a la distancia que se encontraba no podía distinguirla. ¿Era una mujer?
La habitación giró frenética, las paredes se movían cercándola. Rosana quería correr hacia adelante, pero sus piernas estaban entumecidas.
Entre náuseas y mareos, un miedo que le congelaba el alma se le derretía en lágrimas que le nublaban la visión.
En su intento por escapar perdió la fuerza, cayó al suelo. El movimiento cesó. Para su sorpresa, ella podía controlar su propio cuerpo: se levantó, dio media vuelta para pasar la puerta nuevamente.
Algo se lo impedía.
Ya no era una fuerza externa. Era su propio pensamiento. Y le repetía, una y otra vez, que mirara el cuadro.
Solo debía caminar unos pasos, girar la cabeza levemente, un gesto sutil… y todo ese tormento  ―obsesiones, miedos, pesadilla― acabaría.
Secó sus ojos y apretó los puños en un intento de atreverse, de recobrar su débil fortaleza.
Un paso. Dos. Un escalofrío.
El cuadro estaba delante de ella.
Su mirada chocó con la figura… ¡y su cordura se perdió en el último intento por escapar!
Corrió hasta la puerta, que se alejaba velozmente.
El cuadro no tenía tela. Era un espejo de marco estropeado.

 

cuadro espiral de la vida

«Espiral de la vida», obra de Claudia Marcela de los Santos

 

 

yo*Claudia Marcela de los Santos es escritora y artista plástica.
Desde 2008 participa de talleres literarios y clínica de obra. En 2011 hizo un curso de narrativa aplicada al guión cinematográfico con la escritora Claudia Piñeiro en la fundación Tomás Eloy Martinez.
Desde 2012 asiste al Taller de corte y corrección de Marcelo di Marco.
Ganó un premio en la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el cuento “Sentencia de olvido”. Fue publicado en la antología Yo te cuento Buenos Aires III, presentada en la feria del libro.
Dice que la lapicera y el pincel son sus compañeros de ruta. El papel y el lienzo donde plasma sus sentimientos.

Taller de Corte y Corrección: El mejor programa

por Pablo Vigliano*

 

El presente texto fue la respuesta ganadora a una pregunta que Marcelo di Marco lanzó en Facebook: «¿Cuál es tu programa favorito del Canal Taller de Corte y Corrección en YouTube (https://www.youtube.com/user/TallerCyC?feature=watch), y por qué?»

 

Aprovechamos para recordarles que el próximo sábado 1 de marzo de 2014 el canal cumple un año. Y lo festejamos con un programa en vivo a las 22:00. ¡No se lo vayan a perder!

 

Toda obra literaria debe transmitir sensaciones y emociones al lector.

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Esa es la premisa de mi programa preferido, el número seis, llamado “Qué es la literatura (para cinturones blancos y cinturones negros)”. Marcelo di Marco nos explica quela estética literaria tiene que ver con la sugerencia, la vida, la sensación, la transmisión de emociones y no meramente con un tipo de escritura funcional o utilitaria, que se corresponde más con lo verbal. Por ejemplo, un e mail, la lista de las compras, un mensaje de texto, etc.

¿Qué estamos diciendo? Marcelo di Marco lo ejemplifica con su apreciación al ver la película Django desencadenado. Dice: A mí me pareció sensacional, porque me produjo muchas sensaciones”.

Yo, particularmente (y a muchos les sucederá lo mismo), cuando veo a Marcelo me emociono y me predispongo de una manera positiva por su modo de construir el mensaje, ya bien desde el inicio, antes de que pronuncie una sola palabra.  Me pregunto qué tendrá esta semana para nosotros este particular escritor que nos enseña a escribir llevando puesta una remera de la película Psicosis, libros de Stephen King de fondo, machete, guantes de box y muñequito de Alien. Uno piensa “mejor me quedo a ver de qué se trata”.

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Utiliza una serie de herramientas para desarrollar una clase en cada capítulo, y el espectador ni se da cuenta de que se trata de una clase. Mientras dure el video, estaremos insertos en un ámbito fantástico, de ficción, de creatividad, y no en la cocina de un chef ni en el diván de un terapeuta.

Después, Marcelo comienza a hablar y lo hace de un modo muy coloquial, sin grandilocuencias y con mucho amor por la literatura. Al final, uno aprendió un secreto, un truco para mejorar su texto.  Y ni se enteró.

Lo mismo debe suceder cuando se escribe. La contundencia del efecto deseado para el lector de nuestras obras dependerá de la adecuada elaboración durante el proceso de redacción y corrección que hagamos sobre ellas.

Di Marco explica con mucha claridad que, por ejemplo, no se debe decir: Juan estaba triste por la muerte de su madre”. ¿Por qué? Porque se trata de un aporte meramente informativo, no expresa emociones y además es un lugar común: nadie dejaría de estar triste en una situación así (salvo que fuera Norman Bates, claro).

Marcelo estimula a los talleristas a expresarnos y ejemplifica cuánta diferencia hay entre aquella idea en blanco y negro, y la misma idea “traducida” al lenguaje literario: La última palada de tierra cayó sobre el ataúd. Juan, entre lágrimas, recordaba los tiempos en que su madre lo llevaba al parque”.

Es un capítulo que me resultó motivador, porque nos desafía a aprender a encontrar y transmitir el latido de cada una de nuestras historias. El secreto: al lector se llega por las emociones.

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* Pablo Fabián Vigliano es Licenciado en Comunicación Social. Asiduo lector, su género favorito es el fantástico. Entre sus autores preferidos se encuentran Poe, King, Bradbury, Maupassant. Participa del Taller de Corte y Corrección desde el año 2012.

En FIN ya hemos publicado sus artículos  “Con las llaves desde lo más alto de la Torre” y «Una escena para taparse los ojos«.

Obsesión homicida por el poder sin reglas

por Germán Masserdotti*

 

La Compañía Teatro Argentino de Cámara – Teatro El Convento nos brindó durante 2013 (y lo seguirá haciendo hasta abril del 2014) Ricardo III de William Shakespeare  —la última de las cuatro piezas de teatro[1] sobre la historia de Inglaterra—, que nos remite al reinado de Ricardo III de York (1452-1485). El dramaturgo se inspira en la segunda edición de las Chronicles de Raphael Holinshed para elaborar el argumento de su obra.

El pasado 28 de septiembre asistí a una de las funciones que ofrece a las 21 horas todos los sábados. Martín Barreiro dirige y adapta con inteligencia el texto de Shakespeare e incorpora novedades a la puesta en escena que resultan fieles al espíritu del autor. El elenco de la compañía lo componen el mismo Martín (Ricardo/Buckingham); Bruno Chmelik (Ricardo/Clarence); Fernando Blanes (Ricardo/Hasting); Mimi Ferraro (Margarita/Soldado/Espectro); Lilia Cruz (Isabel/La Patria); Graciela Rovero (Ana/Asesino/Soldado/Espectro) y Gabriela Caponetto (Duquesa/Soldado/Espectro).

En un ámbito “de cámara”, apreciamos el despliegue de la psicología esquizoide y camaleónica de Ricardo, obsesionado con el poder hasta convertirse en homicida. A propósito, el director desdobla el personaje de Ricardo mediante el recurso de la triple interpretación sucesiva, que remata al final de la obra con la simultaneidad de los actores en escena.

La fealdad del rey jorobado y deforme no es más que el efecto del desorden moral de un alma perversa e inescrupulosa. Los tres Ricardos que contemplamos en escena se asocian armoniosamente para revelar todavía mejor la disolución del alma atormentada del rey.

Merece destacarse la banda musical en vivo a cargo de Gustavo Lospennato. El clímax que logra comunicar en los espectadores se complementa maravillosamente con la tragedia representada en el escenario.Ricardo-III-de-William-Shakespeare-temporada-2013-Teatro-El-Convento

El director de la obra también se esmeró en proporcionar a la puesta una excelente escenografía que nos ubica enseguida en el mundo medieval. A su vez, el vestuario está muy cuidado.

Esta versión de la obra nos demuestra que no se requiere contar con abundancia de recursos para lograr una representación digna y que haga honor a la genialidad de su autor.

Mis felicitaciones para cada uno de los miembros de la Compañía. Desde 1996 hasta la fecha, ellos nos brindan auténticas realizaciones culturales. Como dice Martín Barreiro:

“…nunca quisimos sobrevivir; destino que parecería ser inevitable en un país sudamericano, sino que elegimos perdurar como una compañía de teatro estable. Para lograr esa meta no nos bastó con tener las paredes de un teatro, ni siquiera alcanzó con la hospitalidad que los frailes mercedarios nos brindaron y nos brindan con tanta generosidad, tampoco fueron suficientes los viajes al exterior ni el reconocimiento que a nuestra labor hicieron los jurados de los premios más importantes que se otorgan en Argentina a nuestra profesión; fue necesario el compromiso de los hombres y mujeres que componen el Teatro Argentino de Cámara – Teatro El Convento.
Y de eso se trata nuestra compañía, de compromiso”.

Para conocer mejor la Compañía, remitimos a su sitio web http://www.teatroelconvento.com.ar/index.php, en el cual podremos leer directamente la trayectoria y propuesta artística que ella lleva a cabo a través de las obras que con esfuerzo, pero enorme placer, ofrece cada año.

 

Funciones: Sábados a las 21:00
Teatro El Convento
Reconquista 269, CABA


[1] Las primeras tres están dedicadas a Enrique VI (1422-1461).

 

 

Foto personal*Germán es profesor universitario de Filosofía. Licenciado en Filosofía y Magister en Estudios Humanísticos y Sociales (Universitat Abat Oliba CEU, Barcelona). Traductor en colaboración de obras de Santo Tomás de Aquino. En el ámbito literario, cultiva el género del cuento. Amante del cine y de la música.
Es miembro del TCyC.
En FIN ya hemos publicado su crítica Amores burgueses y súplicas de redención.

 

Eterno enamorado del peligro y de las letras

por Gustavo Durant *

A varios escritores famosos se les podría aplicar la descripción que da título a esta nota, pero a ninguno le cae mejor que al gran Jack London. Desde su juventud fue amante de las aventuras sin importar los riesgos, al mismo tiempo que, disciplinado y metódico, escribía un mínimo de seis horas diarias, aunque fuera en medio de una tormenta en el mar. Para conocerlo más en detalle, presentamos un breve resumen de vida y obra de este notable literato.

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Vida y carrera literaria

Nació el 12 de enero de 1876, en San Francisco (Estados Unidos). Falleció el 22 de noviembre de 1916, a los 40 años. A pesar de su corta vida, publicó más de cincuenta libros, que le generaron importantes ingresos. Hombre de extremos, buceador incansable de los fondos del alma, trasladó esas inclinaciones a su obra, que sería llevada al cine en muchas ocasiones.

Se inició como escritor a los diecisiete años al presentarse en un concurso periodístico donde consiguió el primer premio con la descripción de un tifón, una experiencia vivida durante su labor de marinero. Esencialmente, fue un autodidacta, se educó en la biblioteca pública de su ciudad natal. En 1896 comenzó a estudiar en la Universidad de California, pero los problemas financieros de ese entonces lo obligaron a abandonar en 1897.

Hasta que pudo vivir de la literatura, realizó sufridas y variadas tareas: trabajó en un molino de yute, en una central eléctrica del ferrocarril y en una fábrica de productos enlatados; se embarcó a Japón como marinero; fue vagabundo (debido a lo cual pasó treinta días en una penitenciaría); se dedicó a la pesca de ostras; formó parte de la Patrulla Pesquera de California…

Pero ninguna actividad fue más arriesgada que el viaje emprendido en 1897 hacia Alaska, atraído por la fiebre del oro, hecho que marcaría sus textos, ya que en ese lugar ambientaría algunas de sus historias más significativas. La experiencia resultó perjudicial para su salud y —al igual que muchos otros que trabajaban mal alimentados en los yacimientos de oro— desarrolló escorbuto. Esta diaria lucha contra la muerte inspiró la que a menudo es catalogada como su mejor cuento: “To Build a Fire”  («Encender una hoguera»). Si bien London sobrevivió a esas duras condiciones, regresó a su ciudad en 1899 enfermo y fracasado, de modo que durante la convalecencia decidió dedicar su tiempo a formarse intelectual y literariamente a través de heterodoxas lecturas (Kipling, Spencer, Darwin, Stevenson, Malthus, Marx, Poe, y, sobre todo, la filosofía de Nietzsche).

La fama le llegó en 1900, a los 24 años, cuando publicó una colección de relatos titulada El hijo del lobo, que le proporcionó un gran éxito popular y la seguridad económica. A partir de la publicación de La llamada de la selva (conocida también como La llamada de lo salvaje,1903) y El lobo del mar (1904), se convirtió en uno de los autores más vendidos y famosos de Estados Unidos. Fue pionero en publicar en las entonces florecientes revistas de ficción, con lo cual obtuvo celebridad mundial en la época.

Sus relatos breves se consideran obras maestras del cuento moderno, e impusieron un estilo en una época en la que el género, habiendo nacido de Edgar Poe, se estaba consolidando. En sus narraciones, los personajes siempre están al borde de las posibilidades, a puntos de ser vencidos por el frío, los animales u otros hombres. Y es por eso que cuesta dejar por la mitad un texto de London, ya que a las pocas líneas el lector quiere saber qué le depara el destino a esos pobres seres que, en el imposible caso de poder elegir, preferirían no ser protagonistas de estas atrapantes historias.

Su productividad decayó en los últimos años de su vida, a causa del alcohol y de múltiples problemas de salud. Quienes lo estudiaron dicen que ni la fama y ni la riqueza calmaron el desencanto permanente de su espíritu.

 

London

Vida familiar

Jack London contrajo matrimonio con Bess Maddern el 17 de abril de 1900, el mismo día que The Son of the Wolf fue publicado. Ambos reconocieron en público que no se casaban por amor, pero sí por amistad y por la creencia de que concebirían hijos fuertes. Fueron padres de Joan y Bessie London.

Se separó en 1904, y volvió a casarse en 1905, esta vez con Charmian Kittredge, con quien estuvo hasta su fallecimiento.

 

Militancia política

Jack London se hizo socialista en 1896. Tal como detalla en su ensayo «Cómo me convertí en socialista», su filiación comenzó cuando abrió sus ojos a los miembros más bajos del foso social. Dio charlas acerca de socialismo en lugares públicos aun cuando era un desconocido —actividad por la cual fue arrestado en 1897.

Inspirado en Friedrich Nietzsche, decía que el individuo debía alzarse frente a las masas y las adversidades. La contradicción individualidad-colectividad está presente en su obra. Sostenía que el ser humano no es bueno por naturaleza. Ya famoso, London hizo una gira por el país conferenciando sobre socialismo en el año 1906 y publicó colecciones de ensayos sobre el tema (La guerra de las clases, 1905; Revolución y otros ensayos, 1910).

En otra de las tantas facetas que abordó, se candidateó como alcalde de Oakland (ciudad cercana a San Francisco) en 1901 y en 1905, pero sin alcanzar su objetivo.

En 1916, poco antes de su muerte, renunció al Partido Socialista, declarando categóricamente que lo hacía “debido a su carencia de fuego y lucha, y la pérdida de énfasis en la lucha de clases”. Sus biógrafos afirman que ya desde 1911 “London estaba más aburrido de la lucha de clases que lo que quería admitir”, y que “le gustaba mostrarse como un intelectual de la clase trabajadora cuando era apropiado a sus propósitos”. En suma, también en eso fue pionero: practicaba un deporte que sería muy popular en años siguientes.

 

Circunstancias de su muerte

Existe bastante controversia sobre el tema. Muchas fuentes antiguas lo describen como un suicidio, y algunas todavía lo hacen. Sin embargo, su certificado de muerte establecía la causa en una uremia. Se sabe que sufría un dolor extremo y que le suministraban morfina, por lo que es posible que una sobredosis de esa droga, accidental o deliberada, pudo contribuir.

Los periódicos europeos dedicaron más espacio a la noticia de su muerte que a la del emperador Francisco José de Austria, fallecido el día anterior.

 

Títulos recomendados

Dentro de las subjetividades que puede haber al apreciar un hecho artístico, les detallo lo que considero lo mejor de su producción:

Cuentos:

–  “Encender un fuego” (To build a fire) – 1908.

–  “Amor a la vida” (Love of live) – 1905.

–    “El burlado” (Lost face) – 1910.

–    “Un pedazo de carne” o “Un buen bistec” o “Por un bistec” (A piece of steak) – 1909.

–    “Diablo” (Batard) – 1902.

–    “La fuerza de los fuertes” (The Strengh of the strong) – 1914.

Novelas o novelas cortas:

   Colmillo Blanco (White fang) – 1906.

–    El llamado de la selva (The call of the wind) – 1903.

–    La peste escarlata (The scarlet plague) – 1912.

–   La huelga general (The dream of Debs) – 1909.

Se acepta enriquecer la lista (siempre hay omisiones imperdonables). Para quien no leyó nada de JL, le recomiendo buscar estos títulos en internet.

 

Frases famosas de Jack London

– Tirarle el hueso al perro no es caridad. Caridad es compartir el hueso con el perro cuando se está tan hambriento como él.

– La función del ser humano es vivir, no existir. No voy a gastar mis días tratando de prolongarlos, voy a aprovechar mi tiempo.

– No vivo de lo que el mundo piensa de mí, sino de lo que yo pienso de mí mismo.

– No se puede esperar a la inspiración, hay que ir a buscarla.

– La vida no siempre es una cuestión de tener buenas cartas sino, a veces, de jugar bien una mala mano.

 

 

*  Gustavo Durant (Rosario, 1969) publicó en 2013, por elaleph.com, su primer libro de cuentos llamado Fieles al instinto, y concurre desde hace cinco años al Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco. Está trabajando en nuevos relatos con vistas a la publicación de un segundo libro, para lo cual le roba tiempo a su profesión de contador público.44- Camino a Capri 4

Quién es quién en el Taller de Corte y Corrección

Hoy responde…

 

Pablo di Marco  Pablo Hernán Di Marco

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cuáles son tus autores preferidos en literatura, cine y música?

Voy a cometer la injusticia de elegir sólo a dos artistas de cada rama. Literatura: Victor Hugo, Coetzee. Cine: Aristarain, Coppola. Música: McCartney, Miles Davis.

 

 ¿Qué libro/s estás leyendo en este momento?

Hoy terminé de leer 84, Charing Cross Road de Helen Hanf (lo recomiendo: las últimas páginas me hicieron llorar). Mañana empiezo Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas.
 

¿Qué cinco títulos creés necesarios para la formación del escritor?

La Biblia, Los miserables (Victor Hugo), El Quijote (Cervantes), Cartas a un joven poeta (Rilke), La guerra y la paz (Tolstoi). Debería haber agregado alguna mala novela: de ahí también se aprende.
 

¿Qué publicaste ya en medios electrónicos y/o en papel?

En 2012 mi novela Tríptico del desamparo ganó la XIII Bienal Internacional de novela “José Eustasio Rivera”. En noviembre de ese año, los organizadores me invitaron a viajar a Colombia para la premiación y presentación del libro, que también se presentó en la Feria del Libro de Bogotá en mayo de 2013. Hace poco, recibí la propuesta de la editorial madrileña Palabras de agua para reeditar la novela en España en abril de 2014. Ganar la Bienal tuvo un premio extra: el ofrecimiento de la revista Libros&Letras, de Bogotá; y de Facetas, el suplemento cultural del Diario El Huila, para ser corresponsal cultural en Argentina. Me encargo de notas de opinión y de una sección de entrevistas a escritores llamada “Un café en Buenos Aires”.
 

¿En qué te está ayudando más tu participación en el Taller de Corte y Corrección?

Tomé (y pienso seguir tomando) clases individuales con Marcelo di Marco. Mi experiencia como alumno suyo es fascinante. Marcelo no solo me dio las herramientas que me hacían falta para ser mejor escritor: también me ayudó a ser mejor persona. No se me ocurre mayor elogio.

 

 

marcelo  ¡Muchas gracias, Pablo!

¿Dónde está mi caballito?

por Marina di Marco *

 

KristinaSwarmer-TheFlyingHorse

The Flying Horse, de Kristina Swarmer (Cricket, 2010)

 

¿Dónde está mi caballito
de madera de naranjo,
el que se me escapa cuando
yo miro para otro lado?

Su flequillo es tierna estopa
(porque, si fuera de paja,
podría sacarme un ojo:
lo dijo un nene en la plaza).

 

Sus ojos son de botones
(así me puede mirar:
“si fueran de vidrio, no”,
insiste siempre mamá).

Sus pies son la mecedora
que me había hecho mi abuelo
(si fuera otra, no andaría:
me lo avisó el carpintero).

Además, tiene dos alas
que un ángel le dio hace tiempo.
(“Si fueran de tela oscura
no volarían”, dijo el viento.)

¿Dónde está mi caballito?
¿Saben qué? Lleva en su lomo,
tiritando entre dos tapas,
a Gepetto y a Pinocho.

¡Mi caballo me llevaba
hasta la escuela y más lejos,
volando, mientras Pinocho
perdía en el mar a Gepetto!

Mi caballo (¿no lo vieron
volando sobre sus casas?)
trota y trota, vuela y vuela,
por el cielo o la montaña.

Si ustedes lo ven, avisen.
¡No saben cuánto lo extraño!
Y también extraño al libro:
no lo había terminado.

Si ustedes lo ven, avisen.
Tendrán una recompensa.

Verán qué lindo lo que arman

jugando con estas piezas:

les daré estopa y botones
y madera de naranjo
y la otra mecedora
que mi abuelito me trajo.

Rezaré al ángel, de noche,
para que baje y les lleve
las alas. Y haré dibujos
de caballos que planeen

para ilustrar el poema
que ahora mismo termino,
y dejarles, hecho libro,
“Dónde está mi caballito”.

 

 

fotocv1 Marina di Marco escribe desde muy chica, y concurrió al Taller de Corte & Corrección de su padre, Marcelo di Marco, entre los once y los quince años. Cursó la Licenciatura en Letras en la Pontificia Universidad Católica Argentina, y presentó ponencias sobre el género de la canción de cuna —tema de investigación al que está dedicando su tesis de licenciatura— en varios congresos. Su cuento “Mateo” fue publicado en el suplemento cultural del diario Perfil en junio de 2011. Actualmente, se encuentra realizando la Especialización en Literatura Infantil y Juvenil en la Universidad Nacional de San Martín.

 

 

 

Duplicidades de lo siniestro: No hay una sola forma de morir, de Jorgelina Etze

por Alejandra Vaca*

 

“Un cuento siempre cuenta dos historias”, dice Ricardo Piglia en su Tesis sobre el cuento. Julio Cortázar, en sus Clases de literatura, compara al cuento con una esfera, “la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central”. Cortázar se refiere también a los conceptos de intensidad y de tensión como elementos constitutivos del cuento.

Los relatos que componen No hay una sola forma de morir (Buenos Aires, Pasoborgo, 2013), el primer libro de Jorgelina Etze, cumplen todas estas características: son cuentos compactos, donde nada sobra, donde cada elemento está en función de la construcción de esa esfera perfecta.  La intensidad y la tensión le permiten a la autora lograr el efecto (no confundir con efectismo) esperado en el lector.

Compacto, sin embargo, no significa simple. Los cuentos de Etze cumplen la premisa de “las dos historias”. Bajo la superficie hay algo más, lo no-dicho se filtra por los resquicios de la narración. La aparente sorpresa del final nunca es tal, sino más bien la revelación (la develación) de eso que circulaba en un segundo plano.

Muchos de los cuentos de Jorgelina Etze se codean con el concepto de lo siniestro: lo extraño que se oculta detrás de lo cotidiano, de lo aparentemente “normal”. Lo familiar que progresivamente se enrarece. Campos, playas, balnearios y rutas, poco a poco van mostrando un aspecto oscuro. Los personajes, en principio, son gente común: parejas que salen de vacaciones, gente de campo, mujeres enamoradas. Estos personajes rápidamente se ven obligados a enfrentar situaciones atípicas, espacios que se vuelven hostiles. A veces, son ellos mismos quienes muestran un costado perturbador.

Tapa Jorgelina

En este sentido, podríamos decir que uno de los conceptos que articula los cuentos de No hay una sola forma de morir es el de dualidad. Dualidad de los espacios, dualidad de los personajes. Así, por ejemplo, el personaje de “Epílogo y prólogo de una noche de insomnio” transita entre dos identidades, al igual que el narrador de “El deseo de ser rey”. En “Volviste a ser vos” nos encontramos con un magistral uso del lenguaje (que nos recuerda a Cortázar) para dar cuenta otra vez de la ambigüedad de las identidades. Hay en el libro de Etze identidades perdidas (“Depredador”, “Paria”), falseadas; personajes que no son lo que parecen (“El taller de don Mario”, “Una laucha en un agujero”), que tienen dos caras. Incluso en los relatos más realistas, los personajes se enfrentan a esta duplicidad. El padre de “El hombre que no era” se debate entre quien es y quien fue. La anciana de “Otro programa” añora su pasado (su otra vida) y toma una decisión fundamental al ver su reflejo en el televisor.

La dualidad aparece también respecto a los conceptos de sueño y realidad. Aquí, los límites son difusos, ambos espacios se entremezclan. “La noche se inventó para dormir” juega con estas fronteras hasta disolverlas. En “Mi lugar en el mundo” el relato aparentemente realista va dejando lugar a lo fantástico, el espacio va adquiriendo poco a poco características oníricas. Algo similar sucede en “Balneario Bahía Crest”, un lugar paradisíaco invadido por extraños seres.

En “Las uvas de Severino Roldán”, la vida y la muerte se encuentran en un mismo instante. En este  cuento (que tiene elementos de fábula, de leyenda), la magia aparece para conectar lo real y lo sobrenatural, así como también lo hace en “El pago”.

No hay una sola forma de morir. Hay muertes reales y muertes metafóricas. Muertes causadas por otros y por uno mismo. Hay muertes que se parecen mucho a la vida, vidas que se parecen a la muerte. Probablemente, un buen escritor es aquel que logra que el lector vea y sienta lo que le está contando. ¿Cómo parar en medio de la ruta sin pensar en “Mensajes”? ¿Cómo llevar el auto al mecánico sin inquietarse recordando “El taller de don Mario”? Los personajes de No hay una sola forma de morir tienen la fuerza de traspasar el papel y, aún los menos realistas, la suficiente verosimilitud como para perturbarnos. Con un lenguaje atrapante, Jorgelina Etze nos permite adentrarnos en estos mundos tan parecidos y tan diferentes al nuestro.
 

 

Ale vaca   * Alejandra Vaca es Profesora y Licenciada en Letras. Trabaja como profesora de español para extranjeros. Participa del taller literario El aleph (con Marcelo Di Marco) y de Arjé, la escuela de dramaturgia de Cecilia Propato. Es parte del Taller para coordinadores de grupos de escritura, dictado también por Marcelo. Su cuento “Tan verdadero como un amanecer” ganó  el Tercer Premio del concurso Honorarte 2011.  Obtuvo una Mención de Honor en el concurso literario Emilio Salgari 2012 con su cuento “Babel”, y también  en el concurso de poesía Paco Urondo 2011. Su relato “Cacería” resultó finalista del concurso UrbandinaTinta Fresca 2010.  Fue finalista en el concurso  Mujeres Poeta Internacional y su poema fue incluido en la antología Yo soy mujer, editada por Lulu. Publicó el cuento “Sala de espera” en la revista Susana de enero de 2013.

 

 

 

Felicidades

Queremos desearles una muy feliz y santa Navidad y un excelente 2014.

Que en este nuevo año de trabajo con la palabra sigamos poniendo en acción nuestro talento, a la caza del mejor lector posible.

 

"La Adoración de los Reyes Magos", óleo sobre lienzo, Rubens 1577-1640.

«La Adoración de los Reyes Magos», Peter Paul Rubens (1577-1640). Óleo sobre lienzo.

 

¡Gracias por habernos acompañado!

Será un placer reencontrarnos. Hasta el año que viene.
Staff de FIN