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Breve historia de un regalo de papel

Por Nomi Pendzik

 

Decía Horacio Quiroga que no es conveniente escribir bajo el imperio de la emoción, que la literatura exige decantar los sentimientos para poder expresarlos. Pero, al escribir esto, no puedo hacerlo. Tampoco quiero hacerlo. Por eso les pido que me permitan acá algunas efusiones muy personales.

La mañana del 6 de octubre de 1989 –la mañana del día en que Marcelo di Marco y yo íbamos a casarnos–, cuando bajé de la cama encontré sobre mis pantuflas un sobre tamaño A4, con un corazón dibujado en él. Era un regalo. Pero no de los Reyes, no. Era el regalo de bodas que Marcelo me hizo ese día, y para toda la vida: el manuscrito de un libro de poemas que él venía componiendo paciente y ardorosamente durante el último mes. Cármina marina. Cantos del mar. Poemas de amor. Recibir ese libro fue –es– una de esas emociones contundentes que sacuden y que desarman. Y que a la vez alientan a avanzar, a vivir, a amar.

Después, los caminos de la literatura llevaron a Di Marco hacia otros rumbos, y el libro permaneció guardado, secreto. Solamente unos pocos poemas se publicaron sueltos en Internet o en algunas antologías mías: siempre les tuve fe a esas treinta y tres canciones marítimas, plenas de luz y fervor.

El 23 de junio, como muchos saben, cumplí sesenta años. Apenas empezó el día, a la medianoche del 22, y con muchos besos y abrazos, Flor y Marcelo me dieron sus regalos. Unos regalos preciosos. Esa misma noche, partíamos con Marcelo hacia nuestro refugio a orillas del mar. Pero antes fuimos con Flor, Maru, Pablo y Magda, a cenar afuera –a Guido´s, más precisamente, un bodegón italiano zarpado y acogedor, atrás del Zoo–: festejo íntimo para las dos familias. Cuando ya estábamos sentados a la mesa, aparece el mozo con una caja fucsia adornada con un inmenso moño blanco. Se la da a Marcelo, y él me la entrega a mí. Después de la grandiosa Biblia de Straubinger y del inminente fin de semana en Las Gaviotas, yo ya no esperaba otro regalo de mi esposo. Es decir: no tenía ni la menor idea de lo que podía haber en esa caja. Pesaba bastante, eso sí. En Guido's, abriendo caja

Al abrirla, casi no pude mantenerme parada. Fue encontrarme con un sueño que ya había dejado de soñar, pero hecho papel: decenas de primorosos ejemplares de Cármina marina. En la tapa habían impreso un ramo de edelweiss –hay quienes la llaman “la flor del amor eterno”: purísima, casi inalcanzable–. En la solapa y contratapa –que apenas logré leer, por las lágrimas–, una declaración de amor tan manifiesta que todavía no puedo recordarla sin emocionarme. Adentro, los amados poemas. Y, según me enteré después, corregidos y remozados. Ahora maduros, definitivos; Dios sabía lo que hacía al permitir que mi manuscrito de Cármina marina juntara polvo durante casi treinta años.

Portada de Cármina marinaTambién supe después que hacía varios meses, pensando en qué regalarme, Marcelo consideró el poemario, la situación que le había dado origen –cómo se parecen, según él, el mar y mi mirada­– y el cariño que yo les tenía a esos textos. Y encontró el regalo. Se contactó con Diego Ruiz –¡bravísimo por elaleph.com!­– y, entre nuestro querido webmaster, su esposa Victoria Monti y él, en absoluto secreto –no lo sabían ni nuestras mellis–, trabajaron amorosa, minuciosa y sigilosamente durante dos meses para lograr que este sueño se cristalizara.

Decirle a Marcelo di Marco “¡Muchas gracias, mi amor!”, por más énfasis que le ponga, suena tibio, incompleto. Se supone que ya ha pasado algún tiempo de mi cumpleaños, y sin embargo, gracias a Cármina marina, todavía sigo sintiéndome bajo ese glorioso dominio de lo inefable. Y sé que será para siempre.

Con marcelo y libros

 

Pero todo esto hay que celebrarlo con amigos. Así que los esperamos el martes 9 de agosto de 2016, a las 19:00, en el Museo del Libro y de la Lengua –Av. Gral. Las Heras 2555, pegadito a la Biblioteca Nacional–. Ese mismo día, Di Marco presenta Cármina marina conjuntamente con su nuevo libro de cuentos La mayor astucia del demonio (Buenos Aires, Zona Borde, 2016).

 

Flyer presentación 2

 

Mientras tanto, los dejo con las palabras que Analía Pinto escribió sobre el libro, en su blog Fauna Abisal: http://abisalfauna.blogspot.com.ar/2016/07/regreso-con-poesia.html.

También el poeta Javier Rodríguez publicó una nota sobre Cármina marina en El barco ebrio: http://thebarcoebrio.blogspot.com.ar/2016/07/el-naufragio-de-una-voz.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una novia para el vampiro

Por Fernanda Valienti *

Ilustraciones de Cynthia Ferrer **

 

Encontrar novia puede ser un problema para muchos. Pero para el calamar vampiro es un problemón. Y claro: no resulta nada fácil conquistar a una chica si uno vive espantando a todo el mundo.

Por eso Draculamar se ha vuelto solitario. No está acostumbrado a relacionarse con las mujeres, así que actúa con mucha torpeza y más de una vez se gana una cachetada.

—Cómo me gustaría hundir mis colmillos en ese cuellito rechoncho —le dice a la ballena.

Y la ballena, furiosa, responde:

—A mí nadie me llama gorda, ¡desubicado!   Draculamar

Pero el calamar no se da por vencido y empieza a seguir a una morsa.

—Cómo me gustaría que esos bigotes fuesen las cuerdas de mi guitarra, para tocarte una serenata, bombón —le susurra.

La morsa se enfurece:

—Más bigotuda será tu abuela, ¡atrevido! —y le da un aletazo en la cabeza.

Draculamar se peina el jopo, pone ojitos románticos y hace un nuevo intento:

—Hola, pequeña belleza —le dice a la anchoíta—. Cómo me gustaría ponerte de adorno sobre mi sarcófago.

La anchoa, horrorizada, se escapa a toda velocidad, no sin antes contestarle:

—No le voy a permitir que me diga petisa, ¡sinvergüenza!

 

Cabizbajo, el calamar regresa a su castillo. Se pasea por el cementerio, desplegando su lánguida capa entre la bruma. Después, se sienta sobre la tumba de su abuelito, el conde de Transilmares, y toma su guitarra.

—Oh, triste destino —canta, entre pucheros—. Parece que nací para ser solterón…

Su lamento es interrumpido por una visita inesperada.

—Disculpe, caballero —le pregunta una coqueta pez murciélago de labios rojos—, ¿sabe cómo puedo llegar a “El Averno Bailable”? Dicen que allí hay peces muy guapos…

ESCENA VAMPIRODraculamar se queda mirándola, boquiabierto.

—¿Qué le pasa? —lo increpa ella—. ¿Lo asusté?

—No, bueno… Es que… —se pone nervioso él.

—No se preocupe: estoy acostumbrada a que me tengan miedo.

—Yo también —dice el vampiro—. ¿A usted no le da pánico mi aspecto terrorífico?

—¿Terrorífico? —se ríe ella—. Por favor, hombre, no exagere —y agrega, con los cachetes colorados de vergüenza—. Si usted es todavía más buenmozo que el pez lobo…

—Y usted no se queda atrás, eh —dice con voz grave Draculamar, como un verdadero galán de telenovela—. Esa boca roja, esos ojos saltones…

 

Y así, piropo va, piropo viene, doña Murcia y Draculamar deciden compartir una deliciosa cena de camarón podrido y ensalada de larvas en la torre del castillo.

Escena 2

Los desconocidos charlan toda la noche. Y terminan conociéndose. Hablan de su niñez, intercambian recetas de platos repugnantes, traman un plan para darle un susto al tiburón y hasta cuentan chistes de monstruitos.

Y así, risa va, risa viene, el calamar vampiro se olvida de lo que tanto buscaba: un amor.

Y como ya no lo busca, lo encuentra.

 

 

* Fer 2Fernanda Valienti (Buenos Aires, 1971) es Licenciada en Comunicación Social y traductora de portugués e inglés. Desde 2007 dirige Lexical, estudio dedicado a la producción multilingüe de contenidos.

Ha recibido varios premios (SADE, “Contextos” de relato breve, “Barracas al Sud”, “Luz y Fuerza”), coordinó los talleres literarios del Instituto de Letras de Avellaneda durante más de diez años, y fue jurado de dos concursos de relatos (EDEA, Secretaría de Cultura de Avellaneda).

Sus trabajos literarios y periodísticos han sido publicados en diferentes medios de prensa y antologías. También ha escrito guiones y monólogos para espectáculos teatrales y de stand up, y letras de rock. En los últimos años ha trabajado en la producción de cuentos infantiles y relatos humorísticos, de la mano de Nomi Pendzik y Marcelo di Marco.

 

* * Cynthia Ferrer  nació en Buenos Aires. Es traductora de inglés, y se formó en Artes Visuales y en talleres de ilustración. Dibuja y pinta a mano la mayoría de sus trabajos, pero también combina las nuevas herramientas digitales con técnicas pictóricas. Se especializa en ilustraciones infantiles para el ámbito editorial y para marcas de indumentaria. Su blog: http://cynthia-ilustrando.blogspot.com.ar.

 

¿A qué juega tu hijo?

Por Marto Guagnini *

 

Los que somos apasionados de los videojuegos sabemos que muchos de ellos son verdaderas obras de arte. The Last Of Us, GTA V, Spec Ops: The Line, Catherine, Portal son solo algunos ejemplos. Quizá no te guste el estilo o la mecánica de juego, o pueden tener alguna que otra falla técnica; pero se nota cuando están bien hechos.

Juegos 1

En los juegos de deportes, la calidad se define por lo bien lograda que está la esencia. También ahí hay obras de arte: los últimos FIFA son excelentes. Existen juegos para celulares que son una maravilla: si la idea es buena y la realización también, la limitación técnica no resulta un problema. Pero donde más se aprecia el arte es en los juegos de PC o consola que cuentan una historia. Ahí se deben seguir las reglas de toda buena película ―o cuento, o novela―. Los personajes deben ser convincentes y atractivos, y tener motivaciones. Por lo general, siguen el camino del héroe, con la complejidad del agregado interactivo. Algunos juegos logran combinar todo esto de gran manera; estamos hablando de títulos inolvidables (BioShock, GoldenEye, Metal Gear Solid).

A la gente que no juega es muy difícil explicarle por qué un juego es bueno y otro es malo. Y, más llamativamente, es duro explicarle por qué un juego es “sólo para adultos”. Convivo con muchas personas que no juegan ―o sólo juegan al de “fútbol” o a “los de carreras”―. El otro día tuve la siguiente conversación con la madre de un preadolescente:

Ella: A mi hijo le encanta el Call of Duty.

Yo: El Call of Duty no es para chicos.

Ella: (Risas) ¿Cómo no va a ser para chicos? ¿Qué va a ser, para grandes? Si son jueguitos.

Me quedé mirándola por unos segundos. Después traté de explicarle las calificaciones de los juegos: E (Everyone: para todos), T (Teens: adolescentes), M (Mature: +18), etcétera.

Le dije que era como con las películas; si al hijo no lo dejaba ver porno, por qué sí lo dejaba jugar juegos para adultos. En fin, no logré mucho con mi perorata, porque a los pocos días me dijo que le había comprado el último God Of War.

 

Juegos 3

Podría ser un caso aislado, pero otro padre me dijo que le había comprado el GTA al hijo de 9, a quien después de jugar tenía que calmar porque quedaba muy exaltado. Le dije que en ese juego consumían drogas y lo hacían ver como algo divertido, y que podías matar a golpes a una prostituta para no pagarle sus servicios; y repetí mi discurso de las edades. Nadie parece comprender la verdadera dimensión del problema.

Juegos 4No siempre estoy de acuerdo con las calificaciones de las películas o de los juegos. De hecho, yo tenía once años cuando vi a un tipo bañado en ácido explotando al ser atropellado por un patrullero (Robocop), y no salí a matar gente por eso. Pero si todavía me acuerdo de la escena es porque esa imagen era fuerte para alguien tan chico, y quizás me hubiera convenido verla cuando fuera un poco mayor.

Lo que realmente me preocupa es que la gente siga creyendo que los juegos son un entretenimiento exclusivamente para niños. Los chicos siempre quieren ver películas para adultos; pero, a pesar de que el límite se ha estirado de más, ahí sí los padres suelen fijarse que los chicos no estén viendo programas inadecuados en la tele ―si mínimamente se preocupan por sus hijos, claro―. Pero con los juegos es diferente: dejan a sus hijos/nietos elegir sin censura. Y el tipo de la tienda/puestito sólo se preocupa por vender. No cumple el rol de acomodador del cine Gran Rivadavia, ese que te pedía documentos si tenías cara de 15 e ibas con un amigo a ver una sólo apta para mayores de 16.

Hay desinformación, una idea preconcebida. Los videojuegos eran para chicos en los ‘80, cuando se inventaron, porque eran algo nuevo y difícil de adoptar para un adulto. Pero los que crecimos con ellos no los abandonamos al cumplir 18. Algunos juegos no solo no son apropiados para menores por su contenido sexual o violento, sino que alcanzan niveles de complejidad que un chico no podría superar fácilmente, y eso lo frustraría. Los puzles de Catherine, por ejemplo, pueden parecer sencillos, pero a medida que avanza el juego se van tornando imposibles; eso, sin tener en cuenta la historia adulta que enmarca el juego.

El caso de “las chicas sexys” es un tema aparte: los gráficos, cada vez más realistas, pueden crear en una mente en formación un falso ideal de belleza. Y eso conllevará problemas para relacionarse con chicas reales en la vida real.

Juegos 6

“Pero a él le gusta” es la respuesta de esos padres; y ante eso, yo renuncio a la discusión. Está a la vista de todos en cualquier restorán, en parques y plazas, y en la calle: ponerle límites a los niños es represor y está mal. Los niños deben sentirse libres y hacer lo que tengan ganas. Aunque eso complique sus propias vidas a futuro, y también las del resto de los mortales. Si a él le gusta saltarte alrededor, hay que dejarlo. Si quiere rodar por el piso y gritar, pobrecitoesunnene.

Aunque parezca un tema menor, no lo es; debemos crear conciencia al respecto. Que los padres, más allá de su propio interés en los videojuegos, sepan que no todos son inocentes divertimentos para toda la familia. Porque la desinformación hará que después sean ellos los primeros en pedir la prohibición de ciertos títulos que “ofenden la moral”. Y eso sí que nos afecta a todos.

En conclusión, ese pensamiento de juegos = niños es algo paradójico. Cuando uno viaja en bondi o en subte, la mayoría de los pasajeros va revisando Facebook o… jugando al Candy Crush. ¡Adultos jugando! ¡Horror!

Juegos 7Aunque, pensándolo bien, no es tan paradójico: el máximo contacto de estos adultos con el bello mundo del gaming es ese: el “Candy”, un juego repetitivo y pésimo, pero altamente adictivo. Y es lógico que gente desacostumbrada a jugar se posesione con algo tan básico; en el mejor de los casos, puede servir de entrada a este universo. Pero si llevás años de experiencia, sabés perfectamente que el Candy Crush y sus imitaciones son el reggaetón de los videojuegos: sirven para recaudar toneladas de dinero, pero no son ARTE.

 

 

Marto Guagnini * Marto Guagnini nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1980. Recién se inicia en esto de escribir.
Le gustan los policiales, la ciencia ficción, el terror; y ahora también la fantasía.  Además es fanático de Stephen King.
Desde 2014 forma parte del Taller de Corte y Corrección.

 

 

 

Épica

Por Rafael Gutiérrez *

 

El artillero

A José María Paz,

en la Batalla de Salta

 

El rostro aún imberbe

y el uniforme prolijo,

los ojos adiestrados

en el cálculo

del alza y la deriva,

todavía ambas manos

guían la boca

rugiente hacia el campo

 

Mientras ordena

la recarga se vuelve

y ve la bandera

y a su mentor.

 

Sabe que están

escribiendo la historia

 

Aún no sabe

que él deberá seguirla

y hacer los trazos

con sus cálculos

matemáticos de precisión,

pero la certeza de los números

no le asegurarán

cuál es la causa justa

de la Patria.

 

No sabe que él es sólo

una cifra en la trama

de los siglos en los que será

tan necesario y contingente

como todos en la historia.

 

 

 

 

Hombres de honor

 

Hombres de honor

 

A Carl Brashear

Su Almirante
lo está mirando
y por su mirada
sabe qué está
viendo en esa sala.

No ve el color
de su piel
sino al hombre
que la lleva

No ve su mutilación
sino el cuerpo
que la soporta
y al espíritu que lo mueve

Ve a un soldado
más que a un hombre
y sabe que
si tuviera dos como ellos
ganaría una batalla
y si tuviera cien
derrotaría a diez mil

Sabe que si contara
con más hombres
como ese cojo
no libraría más guerras.

 

 

Rafael Gutiérrez* Rafael Fabián Gutiérrez nació en Salta, Argentina, el 20 de diciembre de 1965. Se recibió de Profesor y Licenciado en Letras en la Universidad Nacional de Salta y de Especialista en Lingüística en la Universidad Católica de Salta. Trabaja como docente en las cátedras de Literatura argentina y de Problemáticas de la literatura argentina e hispanoamericana en dicha institución. Es creador y conductor del ciclo radial “Al otro lado de la pluma”, que se emitió por F.M. 93.9 de la Universidad Nacional de Salta.
Ha publicado “Las imágenes de héroe argentino en dos versiones de El Eternauta”;  “La pasión de Eva según Posse. Una lectura”; “Rosismo y peronismo en la historieta”, en Gutiérrez, Lotufo y Vergara,  Abordajes y perspectivas (Salta, Secretaría de Cultura, 2000); Por la tierra de Manuel. Homenaje a Manuel J. Castilla, en colaboración con Valeria Graboski (Salta,  Edición de los autores, 2005); A doscientos años de la Batalla de Salta, con Felipe Mendoza (Editorial Hanne, 2015).

Regalo de Pascua

En estos días fuertes, anímense a vencer a la muerte junto con Cristo, y sigan ayudándonos a resucitar la cultura.

Todos los que hacemos FIN les mandamos un amoroso saludo en esta nueva Pascua del Señor. ¡Muchas felicidades, queridos lectores!

 

Quién es quién en el Taller de Corte y Corrección

Hoy responde…

unnamed Rosiña Iglesias

 

 

 

 

 

¿Cuáles son tus autores preferidos en literatura, cine y música?
Leí y leo cuanto me cae en la mano. A los diez años me deslumbró El Quijote, y decidí ser escritora. De adolescente, iba del Mío Cid y el Discurso del método a Mark Twain, Salgari, Dumas, Víctor Hugo y Galdós. Después me maravillaron los intelectuales del Siglo de Oro: Quevedo y Góngora, la perfecta imbricación visual, sonora y significativa de Garcilaso de la Vega y Fray Luis de León. Los esperpentos de Valle Inclán (el protagonista de El otoño del patriarca me recordó a Tirano Banderas) y cómo usa argots y lenguajes populares. Las “nivolas” de Unamuno. Dostoievski, García Márquez, Jack London, Quiroga, Cortázar, Felisberto Hernández, Borges, Kafka, Poe, Maupassant, Chejov, Mansfield, Rulfo, Cela, Delibes, Tolkien, Saramago, Almudena Grandes, los relatos cortos de Arlt, Hemingway, Dino Buzzati, Mujica Láinez y Manuel Rivas. No pude con La montaña mágica ni con el Ulyses.
Prefiero el cine italiano.
Soy hipoacúsica severa. Cuando todavía podía oír, me encantaba Vivaldi.

¿Qué libro estás leyendo en este momento?
Siempre leo varios al mismo tiempo: La sombra del águila, de Pérez Reverte (una joyita lamentablemente agotada) y La república de los sueños, de Nélida Piñon. Y, en forma desordenada, textos sobre migraciones y cuestiones de género.

¿Qué cinco libros creés necesarios para la formación del escritor?
Pedro Páramo, El lazarillo de Tormes, San Manuel Bueno mártir, Colmillo Blanco, La metamorfosis. Y los de Marcelo di Marco: Taller de corte & corrección, Atreverse a corregir y Hacer el verso.

¿Qué publicaste ya en medios electrónicos y/o en papel?
Me publicaron cuatro o cinco relatos (uno de ellos acá, en FIN: http://fin.elaleph.com/los-fabuladores/la-tristeza). Soy muy haragana para buscar dónde hacerlo. Y un ensayo, “Con las raíces al aire: la experiencia de las emigrantes gallegas a través de nueve protagonistas”, en el libro Buenos Aires Gallega. Inmigración, pasado y presente, publicado por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. (Está agotado pero se puede bajar de internet.)

¿En qué te está ayudando tu participación en el Taller de Corte y Corrección?
Me enseñó a estructurar el relato y a articular todas sus partes para darle solidez y coherencia. A recortar. A no temerles a la sencillez ni a las palabras del idioma corriente (“agarrar” y “cara”, en lugar de “tomar” y “rostro”). A mejorar la sintaxis.

 

marcelo  ¡Muchas gracias, Rosiña!

 

 

 

 

 

Vapor

Por Marisa Chanampa *

 

 

Ella ha encontrado el sobre.

Un sobre rosa, dirigido a su esposo. El nombre aparece delineado en rulos rimbombantes: un filete no muy bien trazado.

Ella sonríe, un poco: es un sobre que alguien elegiría para enviar una invitación… a una fiesta, por ejemplo.

Y está a punto de obviarlo. Pero no: esos sobres, los de invitaciones para cumpleaños o casamientos, se entregan abiertos.

Entonces lo huele: alguien lo ha perfumado con una loción empalagosa.

El aroma concentrado y los rulos de las letras le hacen pensar en una mujer de pestañas cuidadosamente arqueadas por el rímel.

vapor, ELLA RECIBE UN SOBRE

El sobre tiene peso. Debe de contener una carta de muchos pliegos: si está escrita con la misma letra del anverso del sobre, esa letra de enormes tirabuzones, debe de haberle llevado al autor ―a la autora, mejor dicho― muchas páginas. Con muchas palabras. ¿Qué palabras? ¿Palabras edulcoradas como ese perfume? ¿Palabras adornadas como la curva de su maldita caligrafía?

Ella todavía sostiene el sobre. Ella está temblando.

Es una broma. Seguramente es una broma.

Pero necesita saber.

Confirmar.

 

vapor imagenes

Anochece.

Ella ha pasado todo el día masticando veneno.

Sus manos despegan el sobre usando el vapor de la pava, que hierve a todo trapo.

Él llegará muy pronto, y ella tiene que saber. Por eso el apuro. Ha pensado tantas cosas, que la angustia la está estrangulando.

Y se quema los dedos, pero sigue. Poco a poco, logra separar una punta del sobre. Y ella imagina a la otra mujer sellando el sobre con su saliva, abriendo sus fauces para devorarse todo.

Todo lo que ella tiene: ese amor, esa casa, esa historia. El compromiso, frente al altar, de querer a Ricardo para siempre. El compromiso de que él la ame a pesar de cualquier cosa.

¿Duelen los dedos? No. Y ese algo que la quema por dentro no es vapor.

El sobre cede. Es como abrir una ventana en un incendio. Brotan palabras y fotos, brotan llamaradas.

Es demasiado.

Ella quiere irse. Se deja ir, cae en los mosaicos.

La pava desborda. El agua apaga la llama.

Y, en el desvanecimiento, ella deja de sentir el olor dulzón que la mortifica.

Y aparece otro olor.

Un olor que es un aviso, una advertencia. Avisa que algo se ha apagado. Avisa que la fatalidad llega, sin invitación.

 

 

NOTA: Este cuento fue íntegramente trabajado por Marcelo di Marco y la autora. Click acá: Cómo corregir un cuento completo/ TCyC #121

 

foto*  Marisa Chanampa nació el 21 de septiembre de 1967 en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires. Es docente y guionista.

Participó como invitada en las antologías Los Poetas del Encuentro (2001) y Miradas Nocturnas. 9 Obras Breves (Ediciones Del Pilar, 2002), con la obra teatral Y me voy, estrenada bajo la dirección de Rubén Pires en la sala Argentores.

En 2007 realizó el seminario de dramaturgia dictado por Ricardo Halac.

Estudió guión de cine con Aida Bortnik y Juan José Campanella en 2013.

En 2014, cursó Introducción al cine documental (a cargo del profesor Juan Carlos Domínguez) en UNSAM, y el Seminario de Cuento fantástico dictado por Pablo De Santis en Casa de letras.

Participa del Taller de Corte y Corrección desde 2015.

¡Muchas felicidades!

Queridos amigos:  desde FIN y el Taller de Corte y Corrección, les deseamos una feliz Navidad y un 2016  esplendente de  buena literatura y buenos lectores. Y  les dejamos un regalo especial. Hagan clic acá: Saludo navideño en forma de cuentazo

 

Pesebre

Muchas gracias por acompañarnos durante este año. Los esperamos siempre.

¿Qué habría que decir de la literatura?

Por Francisco Videla *

 

Hace unos días se desencadenó un debate en el grupo del TCYC de Facebook, a partir de una nota publicada en el diario La Nación que trataba acerca de cómo un escritor puede hacerse conocido hoy a través de los medios de comunicación modernos y las redes sociales.

Esa nota me llevó a brindar mi opinión acerca de la manera y asiduidad con la cual la prensa argentina aborda la literatura, y a dialogar con mi colega Adrián Granatto, escritor de un humor inagotable. Acá reproduzco, palabras más, palabras menos, lo que escribí.

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Sí, yo me quedé pensando. El artículo da en la tecla cuando habla del prestigio de la figura del escritor, lo relacionada que está con el ego y cómo eso explica que tanta gente que no ama la literatura quiera tener algo publicado para dar la ilusión de que es “escritor”. Por supuesto, “escritor” sobreentiende culto, sofisticado, superior al común de los mortales y ser alguien destinado a trascender este mundo. Pero a mí no me deja de parecer muy triste que se hable tanto de ser escritor sin decir nada de la literatura: muy propio de esta época vacía y superficial. Al final, lo importante es cómo venderse y hacerse conocido, y no tener algo importante o bello para decir.

Sale una nota de literatura cada muerte de obispo en el diario, y encima, cuando lo hace, termina hablando de redes sociales y demás. Nunca entenderé el fetichismo de los medios con las redes sociales. Forman un círculo vicioso que me asquea: pareciera que no pudiesen ver el mundo de otra forma. Así como los amantes de los libros comprendemos el mundo a través de los libros (de aquellos libros que nos marcaron, de experiencias nuestras que se parecen a las que leímos en algún libro: hasta cuando queremos comprender un tema o acontecimiento, si no leemos un libro acerca de él, nos parece que no lo entendemos), los periodistas ven el mundo a través de las nuevas tecnologías. Las cosas sólo existen en tanto se reflejan en los nuevos medios de comunicación. El fetichismo de la máquina.

Pero entonces, ¿qué habría que decir de la literatura?

Que es bellísima. Que me ha hecho cagar de risa, haciéndome ver cosas de todos los días de manera distinta. Que nos da una pequeña ventana hacia nuestro inconsciente y hacia nuestros peores miedos. Que nos lleva a pensar en otras épocas y otros hombres, que nos hace darnos cuenta de que no son tan lejanos. Leyendo El poema de Gilgamesh descubrís que hace 4000 años un hombre sumerio no podía soportar saber que se iba a morir. La primera vez que me asomé a la Odisea, me vi reflejado en un Ulises que vive lejos de su hogar y que llora en la playa cada día recordando su casa. Me sorprendió descubrir que el Cid era un hombre que puede ser un héroe y llorar como un niño. Que Fausto de Goethe explora el ansia de todo hombre (¡mi ansia!) que siente que este mundo no es suficiente, que quiere saberlo todo, pero que ese conocimiento no lo llena, y cómo su búsqueda y su dolor lo llevan hacia lo trascendente. Cuando me asomé a San Juan de la Cruz, escuché por primera vez qué era «la secreta escala disfrazada», expresado en versos tan bellos que el castellano no ha vuelto a producir en cinco siglos unos semejantes. Frente a esa mole, ¿qué son las redes sociales? ¿Scioli, Macri, Perón, incluso Hitler y Stalin? ¿Qué es la fama, frente a miles de escritores sin nombre que nos han hecho recordar y profundizar lo que significa ser hombre en esta vida? Hay que hablar de lo que hace a los hombres amar la literatura, qué hace que miles de tipos se rompan el culo escribiendo y leyendo y disfrutando del placer de contar historias y que nos las cuenten.

¿Y por qué no se habla de eso, que parece más importante, y sí de cosas que, a fin de cuentas, no lo son tanto? Porque vivimos en una época sin Verdad, y lo banal se hace importante y se habla de lo pequeño como si fuera lo grande. La Verdad pone todas las cosas en su lugar, en su justa medida, les da la importancia que realmente les corresponde. Una época sin un centro trascendente está condenada a la dictadura del relativismo y a la banalización: lo verdadero tiene el mismo nivel que lo trascendente, y se ahoga en un mar de trivialidades que pretenden tener el mismo valor.

Sí, leo las notas de Maximiliano Tomás (periodista cultural de La Nación, y el único que escribe regularmente sobre literatura), reconozco que tiene algo de estilo y que a veces recomienda buen material, pero no se puede sacar de encima esa actitud hipster de querer hablar siempre de lo nuevo, de lo que nadie vio, de los autores más nóveles; y, buscando lo nuevo, dice siempre lo mismo. Y escribiendo esto recordé unos versos de Atahualpa: “Yo canto, por ser antiguos, cantos que ya son eternos. Y que hasta parecen modernos por lo que en ellos vichamos”. Busquemos lo viejo, lo que siempre nos preocupó y angustió, y también lo que nos hizo felices: ahí está la literatura. Y la verdadera literatura es siempre actual. Lean el Eclesiastés, o Job, o El Quijote. Son tres personajes con los que cualquier hombre de cualquier época puede sentirse identificado: el que está cansado de la vida, el justo que sufre y el alma noble pero necia que quiere mejorar el mundo. Y todo eso no aparece nunca en el diario.

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Buscar su escritura, «y el resto llegará por añadidura”. Granatto, vos escribís porque te encanta escribir, y a nosotros nos encanta leerte. Reírnos nos hace bien (en fin, hoy ya se dijo de todo sobre el poder de la risa y sus efectos sobre la salud), y tiene una larga tradición en nuestra cultura. Los romanos, que eran grandes jodones (no sólo en el sentido de la fiesta, sino también en las bromas, las chanzas y los apodos graciosos), seguían el principio de castigat ridendo mores (castigar las costumbres riendo), con el cual se nos muestran nuestros rasgos más risibles tan exagerados y desautomatizados, sacados de su contexto normal (la vanidad de peinarse de más, empilcharse, la tacañería y un largo etcétera) que te hacen cagarte de risa y reflexionar sobre esas cosas que todos tenemos. Autores de sátiras como Horacio, que en sus Epodos nos muestra una ironía gigante: el mayor elogio del campo y la vida rural de toda la literatura occidental… lo hace un hombre que vive en la ciudad. O Juvenal, que muestra un hombre tan obsesionado por la virginidad de su hija que pone soldados en su puerta, y después reflexiona: “Pero ¿quién vigila a los vigilantes?”. O Marcial, o el propio Quevedo, ya en nuestra lengua. Sentite orgulloso de ser parte de una tradición que está en la sangre latina hace años.

 

fran_4x4  * Francisco Videla es Profesor en Letras de la Universidad Católica Argentina. Aunque nació en Buenos Aires, vivió durante su infancia y adolescencia en Neuquén y España. Es amante de la historia y de la literatura, sobre todo alemana, y actualmente trabaja como corrector de una editorial jurídica.

 

Las horas derramadas (fragmento)

Por Pablo Di Marco *

 

 

La enfermera lo llevó por el largo pasillo de paredes descascaradas. En el salón central lo envolvió el hedor agrio: la piel de los viejos enfermos.

Veinte o treinta cuerpos se aferraban a las horas, la vista ciega en un televisor sin sonido. Veinte o treinta despojos apenas manteniéndose a flote en aquel mar muerto.

La enfermera le murmuró algo al oído a uno de ellos y empujó la silla de ruedas hasta una esquina de la sala. Gabriel se quitó del hombro una pelusa inexistente y se sentó frente al anciano.

—¿Cómo estás? —dijo.

Dos ranuras se entreabrieron, dieron lugar a dos perlas opacas. Un pliegue profundo: la sonrisa sin dientes.

—Lo felicito, don Nicolás —dijo la enfermera—: su hijo está cada día más buen mozo y elegante. Tengo que custodiarlo para que las empleadas no lo secuestren en el camino. —Y, antes de retirarse, se acercó a Gabriel y le dijo por lo bajo—: Tuvimos que quitarle la dentadura postiza.

—¿Por?

—El mes pasado casi se la traga durmiendo.

El viejo enderezó el cuello, alzó las cejas apergaminando aún más la frente. Lo miró.

—¿Te gusta el traje? —preguntó Gabriel ajustándose el nudo de la corbata—. ¿Lindo, no? Me están yendo bien las cosas en La Empresa, papá.

—Empresa…

—Muy bien me están yendo las cosas. El mes pasado me ascendieron y me mejoraron el sueldo. Ahora trabajo más que antes, estoy al frente de un departamento con muchos empleados. Bastante responsabilidad, pero estoy contento. Si sigo así, en poco tiempo te voy a poder sacar de acá. Quiero que estés en un lugar mejor.

La humedad de los ojos del viejo, ya incapaz de darle brillo a su mirada, se pronunció y se derramó en las ojeras. Una leve agitación en el pecho.

—F… facultad.

—Ya la terminé, papá. Hace varios años. ¿Cuántas veces te lo dije?

El viejo apoyó la mano temblorosa sobre la de su hijo. Sobresaltado al notar la piel fría y venosa, Gabriel intentó ahuyentar la aversión. Vio al resto de aquellos desechos amodorrarse delante de un televisor que lanzaba estúpidos dibujos animados. Después se perdió varios segundos en una rajadura profunda que zigzagueaba en el cielo raso. Le recordó a una serpiente.

—¿Necesitás algo? Me tengo que ir.

El viejo simulaba no oírlo, Gabriel se daba cuenta.

—Se me hace tarde, papá, me esperan en el trabajo. Si te portás bien, te prometo que vuelvo la semana que viene.

—Bien… —trataba de sujetarle la mano—. Bien me porto yo.

—¿Querés que te lleve con tus amigos? —Gabriel liberó la mano, se levantó.

El viejo parecía desprenderse del soplo de vida, ya se dejaba llevar en la silla de ruedas.

—Acá estás bien, papá —dijo tras colocarlo cerca del televisor—. Te quiero. Portate bien.

 

Imagen para texto de Pablo Di Marco

(…)

Gabriel se alejó maquinalmente, y cuadras después se dejó tragar por la boca del subte. La masa de gente lo arrastró hasta un vagón repleto.

Apretujada frente a él, una adolescente con el brazo pegado al cuerpo sostenía un libro. Leía, ávida.

Gabriel echó el cuello hacia atrás, y mientras el chirriar de las ruedas del vagón le castigaba los oídos, leyó en la cubierta: Viaje al fin de la noche. Sorprendente: alguien concentrado en una novela. ¿Por qué una chica tan joven leería ese libro? Un ejemplar viejo, sus páginas amarillas y los bordes de la tapa desgastados. Se lo debía de haber prestado un familiar, o lo habría canjeado en un negocio de algún pasadizo perdido. Él en su biblioteca tenía Viaje, lo había comprado en la Gran Librería años atrás. Otros tiempos: ni aquel laberinto de galerías rebosantes de libros ni su amor por la lectura seguían de pie.

Ni siquiera leí el cuento que escribió Aída, pensó. Ya hace dos meses: ilusionada, me pidió que lo leyera. Pero no pasé de la segunda página.

—Aída —murmuró, y se dejó arrastrar por otra marea de gente que lo lanzó del vagón.

Subía uno a uno los escalones, y la rajadura del cielo raso del geriátrico se desplegaba inmensa en las paredes de su mente.

El techo del geriátrico. Podría quebrarse de una vez.

Y pensó: Así nos termina de matar a todos.

 

 

 

12019316_822489331200152_1478298609_o  *  Pablo Hernán Di Marco (Buenos Aires, 1972) es autor de las novelas Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Tríptico del desamparo (ganadora de la XIII Bienal Nacional & I Internacional de Novela “José Eustasio Rivera” 2012, Colombia) y Espiral.

Colabora en la Agencia Cultural de Noticias Libros&Letras y de Facetas, suplemento cultural del Diario del Huila, Colombia, y fue jurado de la XIV Bienal Nacional & II Internacional de Novela “José Eustasio Rivera”.