por Nicolás Harari*
«Si a mí me dicen que me van a lobotomizar para que no pueda escribir ni una sola línea más,
me defiendo con uñas y dientes».
Marcelo di Marco
Llego a la casa de Marcelo di Marco el día de su cumpleaños, cerca de las nueve de la noche. Me recibe su hija y me dice que él está arriba con un grupo de talleristas. Luego de una corta espera, me atiende. Subo las escaleras y me recibe en su estudio. Comienzo a grabar.
-Usted es un personaje conocido en el medio. ¿Cómo maneja eso?
-Bueno, a mí me gusta mucho la exposición. Hay gente que quizás es muy tímida, que tiene terror de que lo miren por la calle. Pero a mí eso me encanta, porque me da la posibilidad de tener más lectores y, concretamente, más alumnos. Pero el reconocimiento viene por añadidura, no es que uno lo esté buscando. Como decía Abelardo Castillo: “Si ustedes quieren que sea famoso, me paro sobre la mesa, me bajo los pantalones, muestro el culo y mañana salgo en todos los diarios”. Mi fama es la resultante de muchos años de trabajo, en los que uno pierde la proyección de su obra.
-¿Es una especie de retribución?
Y claro, sí, yo le estoy agradecido a Dios infinitamente por eso; es como tocar el cielo con las manos, siempre lo busqué. Desde que empecé a escribir el primer cuento y luego cuando me tocó ganar un concurso, ahí fue cuando decidí que me iba a dedicar a esto en serio.
-Hubo un espacio entre que usted comenzó a dar clases y entre que usted empezó a publicar. ¿Fue por algo en especial?
-En realidad, no. Pero igual, a mí la enseñanza me gustó siempre. Por ejemplo, había un muchacho, cuando yo tenía quince años, que nunca había leído un libro ni nada. Y yo agarraba y le pasaba libros y le escribía comentarios sobre qué tenía que leer en ellos. Y eso que empecé de una forma amateur, luego lo hice profesionalmente. Mi publicación más conocida es un libro sobre escritura: Taller de corte y corrección.
-¿Y a su amigo le terminó interesando la literatura?
-Sí, sí, yo soy un hinchapelotas de marca mayor. Hasta que no me digan que pare, no paro. Y de esa forma, a la gente de mi entorno le empieza a gustar la ópera, el cine, la historieta… y así.
-Usted dice que le gusta mucho el cine. Relacionándolo con su trabajo como escritor, ¿alguna vez se le ocurrió guionar una película?
-En este momento lo estoy haciendo: estoy trabajando con Nicolás Amelio Ortiz para llevar mi novela Victoria ente las sombras a la pantalla grande. Nos divertimos muchísimo mientras preparamos algo que creo que nunca se vio en el cine argentino.
-Y sobre esa novela, ¿cómo fue adaptarse a un público nuevo para usted, como es el público juvenil?
-Eso del “público juvenil” es un poco relativo: como el juego del ludo, a Vels la pueden disfrutar chicos de entre nueve y noventa años. Si bien los personajes son gente muy joven, pre-adolescentes, no hay persona que no se involucre emocionalmente con la historia que cuento.
-Me refería a los códigos que continuamente utilizan los personajes dentro de la novela…
-Ah, sí: Tomás, el protagonista, hace comparaciones con cosas que él ve en los libros, la tele y el cine. Sería un personaje muy especial, poco creíble, si dijera: “Se arrastró como el dragón Fafner en las óperas de Wagner”. En Victoria entre las sombras se dice: Aparecieron de golpe como Cosmo y Wanda, y así los chicos lo ven perfectamente. Por ejemplo, con la referencia a Magneto, la gente grande piensa que es el magnate de los medios de comunicación… y no: es el villano de los X-Men. Y los adultos quedan un poco excluidos de esos códigos, aunque eso no detiene su lectura. Lo mismo les pasa a los chicos cuando leen que el padre de Tomás dice: Es como ese cuento de Lacan, “La carta robada”. A lo que el hijo responde: “La carta robada” lo escribió Edgar Allan Poe. El chiste reside en que Lacan tiene un seminario sobre ese cuento de Poe, cosa que solo saben los adultos, o aquellos que tengan una cultura general lo suficientemente amplia.
-Cuando usted comenzó a escribir, ¿tenía pensada una idea sobre qué trataría la novela?
-Yo parto de una idea. En el caso de Victoria entre las sombras eran dos chicos, dos varones (en aquella primitiva versión, Victoria se llamaba Víctor), que estaban aburridos y deciden fundar un club, el club de chicos que se porten mal. El club de los Sin Cara se iba a llamar esa versión, que Sudamericana rechazó. Después, cambiando algunas cosas, se convirtió en Victoria entre las sombras. Calculá que tardó catorce años en escribirse, quizá porque yo desconocía lo que implicaba escribir una novela. En cambio, la segunda parte de esta, que se titulará Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes, tardó un año y medio en escribirse. Ahora ya sé de qué se trata, cuál es el truco para no aburrir.
-Volviendo a su carrera como escritor, el reconocimiento del medio llega en 1995 con el libro de cuentos El fantasma del Reich.
-Sí, en esa época comenzó a difundirse mucho más la obra. Por una razón muy sencilla: yo comenzaba a jugar en “Primera A”, digamos. Mis primeros libros fueron editados en sellos chicos. Y publicar en Sudamericana fue cumplir un sueño dorado: gran cantidad de los libros que leí se los debo a esta tradicional casa editora; entre ellos, Cien años de soledad.
Y no solo eso. De hecho, me puedo dar el lujo de decir que estoy publicando en el mismo sello que mi autor favorito, Stephen King.
-¿Stephen King es su autor preferido, entonces? ¿Cómo se sentiría usted si le dijese que en una crítica que le hicieron lo catalogan como el “Stephen King del subdesarrollo”?
-Me gusta el mote. Eso lo decía mi amigo Guillermo Hernández. Como también me halaga mucho el hecho de que, por ejemplo, mi editora me diga que Victoria entre las Sombras no se parece a nada de lo que se está escribiendo hoy. Eso te pone en un lugar diferente. Porque yo siempre trato de crear y contar cosas nuevas. Como si uno no supiera que los militares fueron unos señores muy malos, te lo recuerdan hasta el hartazgo. Mientras tanto, hay partes de la historia que no se cuentan porque es mejor que no se sepan. Como el Operativo Traviata, el asesinato por parte de la asociación Montoneros del líder sindical José Ignacio Rucci, en 1997, en plena democracia. Podría filmarse una película apasionante con ese tema poco conveniente.
-Usted, como educador, ¿cree que es una responsabilidad del ámbito educativo informar sobre estas cosas que para los gobiernos es mejor que no se sepan?
-Por supuesto, todo el tiempo. Otro ejemplo: pocos saben que el mayor genocidio del siglo XX fue el Holodomor, que en ucraniano significa «Hambre impuesta». Jamás habrás oído hablar de esta matanza en la que murieron cerca de diez millones de personas. Y eso es porque no conviene que se sepa: Stalin, el responsable de semejante masacre, en la Segunda Guerra Mundial estaba en el bando de los “buenos”.
-¿Tiene alguna cuenta pendiente consigo mismo, algo que le falte a su carrera como escritor?
-Hay un libro que estoy terminando ahora, que se va a titular Corregido y aumentado. El TETRA: un método claro y sencillo para perfeccionar tus escritos. En un principio se iba a llamar Lo que me quedó en el tintero, pero me di cuenta de que no era la realidad, ya que en mis libros anteriores yo ya había dicho todo lo que tenía para decir, mientras que lo que figurará en este es un método completamente nuevo que aprendí sobre la práctica durante los últimos quince años.
-Usted reparte su tiempo entre la escritura, la enseñanza, ahora también está guionando una película. De todas sus actividades laborales, ¿cuál sería a la que no podría renunciar?
-Yo no podría dejar de escribir. Sería imposible, es como dejar de respirar. La enseñanza parte de una pasión por la literatura, y es una especie de retroalimentación. Pero si a mí me dicen que me van a lobotomizar para que no pueda escribir ni una sola línea más, me defiendo con uñas y dientes. Jamás de los jamases podría renunciar a la escritura.
-Para finalizar, ¿usted se considera una persona que tiene un impacto positivo en la sociedad? ¿Por qué?
Yo pienso que las personas son seres para. Uno es para los demás. Sé positivamente, por los frutos que he cosechado, qué benéfica es mi función para con la sociedad. Creo que el artista es el contador de las historias de la tribu, un ser vital que contagia vida.
Con tener talento no te alcanza…
*Nicolás Harari (Buenos Aires, 1996) cursa actualmente el cuarto año en la secundaria del Martín Buber.
Es fanático de la música, las películas y los libros. Al terminar la secundaria, se inclinará seguramente por alguna carrera social.