Por Franco Schiavoni *
“…Todo es una evocación de otra realidad”.
El retorno de los brujos, Pauwels y Bergier.
¿Es posible hallar los límites entre lo real y lo fantástico? ¿Acaso existen tales límites? ¿No será aquello que llamamos fantástico lo que más influye en nuestros pensamientos, decisiones, y, por último, lo que va moldeando nuestro destino? Suele lo fantástico filtrarse en lo que conocemos como realidad. Basta con estar lúcidos, escrutar señales, percepciones, chispazos fugaces que suelen emerger desde ese otro mundo desconocido al mundo material. A veces, sin darnos cuenta, atravesamos portales, y de lo ordinario, pasamos a lo extraordinario, y viceversa. Como en un cuento, o como en la vida.
Entrar y salir —de lo realista a lo fantástico—, esa es la cuestión: la invitación. Tal vez en cierto momento uno ya no sepa en qué regiones anda pisando. Por eso se necesita de valor.
¿Acaso el mundo invisible no es una continuidad del mundo grosero?
Todas las anteriores preguntas nacen a partir de la lectura de “El Horla”, cuento recomendado por el maestro Di Marco, en el taller, y escrito por Guy de Maupassant.
Se me ocurre que este cuento bien podría convertirse en un tratado —un tratado metafórico— de lo fantástico. Lo fantástico, que nos atraviesa con su amplio, insondable espectro a nosotros, los humanos —como deja entrever la pluma de Maupassant—, reducidos a la condición de cinco sentidos. “¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe?”, le dice el monje al protagonista del cuento. Y después ejemplifica esa idea con el poder del viento, que no se ve, que es invisible, pero capaz de hacer estragos y provocar cualquier tipo de catástrofe a nuestro alrededor.
Seguro que, como existe esa potencia invisible que es el viento —que al menos podemos reconocer por sus gemebundas embestidas—, también hay otros principios incorpóreos pero silentes, que escapan de nuestras percepciones humanas. No obstante, nos penetran y sobrevuelan por nuestras narices sin que los percibamos. Y en efecto, también hacen lo suyo, como el viento, jugando por ejemplo con nuestros estados emocionales: “¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia?”, se pregunta el protagonista de “El Horla”, en su confusión. Lo cierto es que algo advierte.
Por fortuna, nos es posible espiar, asirnos de la intuición —en algunos humanos más aguda que en otros—. Sin embargo, el mundo invisible se nos escurre, es huidizo. Eso sí: sentimos que estamos atados a sus influjos.
¿Acaso los escritores fantásticos como Maupassant, no son también atraídos por esos poderes, y así, por una fuerte necesidad, tratan de vislumbrar el mundo invisible?
Pienso que el escritor —el escritor de literatura fantástica tal vez más—, consciente o inconscientemente, arma lazos con las palabras, y trata de enlazar —para “dejar constancia”—, algo de eso que escapa a los sentidos humanos. Al menos busca crear una suerte de representación del mundo invisible. Quiere extender un brazo y prolongarlo, desde el mundo material y ordinario, hacia aquel que lo seduce y lo llena de misterio. Y ese brazo del que se vale, del que crea y recrea, es nada menos que la literatura.
* Franco David Schiavoni (Chacabuco, Buenos Aires, 1991) participó en varias antologías de poesías selectas en editorial Dunken y en el Instituto Cultural Panamericano. Además, uno de sus cuentos, “Sueño y vigilia”, fue seleccionado para formar parte de la revista digital Encuentro a la Distancia, publicada por la Asociación de Amigos de Haroldo Conti.
Hace diez meses es tallerista en TCyC, su producción va en aumento, y sueña con publicar su primer libro de cuentos.
Ilustración 1: «El-Horla», por Guillaume Sorel (En «https://lasoga.org/horla-la-obra-maestra-guy-maupassant-visitada-guillaume-sorel/)