Por Pablo Grossi *
Un año más el Señor nos convoca frente al Portal de Belén para que contemplemos el misterio del Nacimiento. La Segunda Persona de la Trinidad se reviste de carne, y asume la fragilidad de nuestra humanidad para salvarnos. La escena conmueve y mueve al agradecimiento. Allí está el Salvador, el Mesías, el Señor, sin el cual todo (todo) lo demás carece de sentido. También está su Madre (nuestra Madre, desde que Él nos la legó en el Calvario), Virgen antes, durante y después del parto. Están los pastores, sus ovejas, y los reyes. Y no nos olvidemos de los ángeles, quienes prorrumpieron en alabanzas y júbilo al… esperen. Ciertamente me olvido de alguien: no lo mencioné a San José. Olvido que, por habitual, no deja de ser injusto.
Dicen que Dios manda a los santos con un mensaje específico para su época. A San José, creo yo, lo mandó con un mensaje para todas las épocas. Porque su carácter de modelo va justo a la esencia del ser humano, a la médula misma de la santidad. Por algo se le encomendó el patronazgo, ni más ni menos, que de todas las vocaciones, de la familia en particular y de la Iglesia universal. Pidámosle que su ejemplo nos marque el norte de nuestra vida en tres aspectos fundamentales.
En primer lugar, que podamos aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas, tal y como él la aceptó en la suya. Cualquier misión que el Señor nos pida a nosotros será siempre poca cosa al lado de la tutela del Hijo de Dios. Si el glorioso San José pudo con eso, ¿cómo no vamos a poder nosotros con lo nuestro?
En segundo lugar, que nunca dudemos en aceptar los segundos lugares. El primero es de Dios. Siempre. San José vivió su vida entera siendo el segundo (o incluso el tercero, después de Cristo y de María). Y ello, sin dejar de ser cabeza del hogar. Y no fue nada sencillo. Claro: él nació con pecado original, y careció probablemente de todas las gracias especiales de las que gozó la Madre del Redentor. Sin embargo, cumplió cabalmente con su misión, sin reclamar títulos de grandeza ni honores. Renunció a todo tipo de protagonismos. Tan grandes fueron su humildad y su caridad, que al momento de sentirse traicionado por María (cuando aún ignoraba el plan de Dios) prefirió sacrificar su propio nombre, quedando como un “padre abandónico”, antes que manchar el nombre de su joven prometida. Fuerte mensaje para una sociedad que se regodea en la «cultura» del escrache, en el modus operandi de crecer pisando cabezas y en la difamación generalizada. Que San José, pues, nos enseñe a aceptar los segundos (los últimos) lugares que Dios nos asigne, para luego ser los primeros en el Reino.
En tercer lugar, que él nos lleve a la virtud. Él fue ejemplo de caridad, porque con su vida demostró amor a Dios sobre todas las cosas. También fue ejemplo de fe, pues primero creyó con firmeza aquello que Dios le anunció. Fue ejemplo de esperanza, porque toda su vida fue un peregrinar al Cielo. Modelo de castidad, justicia, laboriosidad y mansedumbre, encarna el modelo perfecto de santidad.
En los días previos a la Fiesta de la Epifanía, pongámonos en el lugar de José. Él fue un testigo privilegiado de la manifestación gloriosa del redentor. Afinemos nuestra mirada para poder ver con los ojos del justo José, para que luego podamos obrar como él:
Que se nos gaste el alma de tanto descansar en la contemplación del Niño Dios.
Que pongamos nuestra vida, nuestras fuerzas, nuestros talentos en el servicio del Padre.
Que busquemos siempre la gloria de su Santo Nombre antes que cualquier otra cosa.
Que persigamos el reconocimiento divino antes que el humano.
Que aceptemos ciegamente la voluntad de Dios.
* Pablo Grossi nació en Buenos Aires en 1986. Es maestro de nivel primario, catequista y profesor de filosofía. Se dedica a la docencia en escuela primaria y a la formación de docentes, y está escribiendo su tesis de licenciatura. Desde muy chico se apasiona por los relatos de aventuras. Participa del TC&C desde 2012, escribiendo (y corrigiendo) cuentos. Disfruta mucho de la música y la gastronomía, con una amplia variedad de gustos en ambos campos. Su principal interés académico pasa por la apologética de la fe católica, la relación entre la ciencia y la fe, el pensamiento medieval y la educación.