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Permanencia

por María Fernanda Castilla*

 

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«Støvkornenes dans i solstrålerne», Vilhelm Hammershøi

Albedrío

 

Dicen que la muerte
nos alerta en vano.
Aparece desde la oscuridad del canto
extiende su mano decidida
y con suavidad nos acompaña
hacia el encuentro de los encuentros.

Y nos deja allí
al borde del alma.
Frente a nuestra vida.
Para descifrar los signos
de esta libertad.

Allí
ante el infinito.
Con nuestras luces.
Con nuestras sombras.

 

 

Desvaída

 

La birome
huele a lluvia
huele
a tormenta de cabezas amadas.
Pero repiquetea apenas
sobre mi desierto de palabras.
Y tiñe de leve azul
de acuoso azul
de ilegible azul
los vaivenes de la vida.
Y
pétrea
sin tinta
se acalla mi mano.

 

La expresión del silencio

 

Un grupo de estrellas brilla
como algunas muertes.

Se conforman con ser
un instante, tan sólo
simple luz
de un cuento de hadas.

 

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«When the Ligths Were Out», Rob Gonsalves

Permanencia

 

Huellas
de manos enlazadas bajo el río.
Huellas
de lo que no es dolor, pero parece.
Huellas que
al copiarse a sí mismas
alteran el oriente
y
tan sólo la locura
podrá borrarlas.

 

 

FOTO2*María Fernanda Castilla (Buenos Aires, 1944) integró el taller de Marcelo di Marco.

Los presentes poemas pertenecen a su libro En esta tierra última (Ediciones Último Reino, 2006). Pueden leer una excelente reseña haciendo clic aquí.

 

 

 

Florencio Molina Campos, un artista popular

por Claudia Cortalezzi*

 Dibujo

Seguro que has visto algún cuadro hecho con una hoja de almanaque de Alpargatas, porque fueron esas láminas las que impulsaron su arte hasta el presente.
Molina Campos, agudo observador de la vida rural, contaba con una admirable memoria fotográfica. Hijo de Florencio Molina Salas y Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, había nacido en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891.
Los veranos de su infancia —en la estancia paterna Los Ángeles en Tuyú (hoy General Madariaga), y más tarde en La Matilde en Chajarí, Entre Ríos— le brindaban detalles de paisajes pampeanos y hombres de campo. Detalles que marcarían su obra.
Después volvía a Buenos Aires y pasaba el resto del año estudiando y aguardando las vacaciones para volver a internarse en la naturaleza.

Cuentan que en 1907, tras el fallecimiento de su padre, a Florencio lo alcanzó el recuerdo de aquel mundo perdido de su niñez. Y empezó a volcar sobre cartones esas queridas escenas camperas.
Los artistas de la época no aprobaban sus horizontes tan bajos. Pero eran justamente esos horizontes los que llevaban al espectador a recorrer sus pampas eternas. También se le cuestionaba que en algunos dibujos los caballos tenían las cuatro patas en el aire. Él decía que pintaba lo que veía. Y, con el tiempo, el cine le dio la razón: cuando fue posible observar las filmaciones cuadro por cuadro se pudo comprobar que hay un momento en el galope del caballo en que las patas sobrepasan a las manos, y el animal está completamente en el aire.
Pintaba porque le gustaba pintar. Durante la guerra, cuando no entraba al país el papel canson que él utilizaba, buscó un material que le sirviera como soporte para su arte y pintó sobre cajas de ravioles. No proyectaba su obra a futuro. Vendía sus pinturas a precios que solo le permitían vivir dignamente.

Leo que en el desarrollo de su extensa obra probó distintas técnicas. Leo que disfrutaba trabajando durante la noche, con música clásica de fondo. Leo sobre su vida y veo mil veces sus cuadros y me lo imagino rodeado de gauchos que le cuentan historias. Lo imagino buscando en esos relatos la estampa más significativa, lo imagino inmortalizándola con un fondo de horizonte bajo y rústico como sus personajes.
Lo imagino llevando sus acuarelas a su primera exposición en el Galpón de Palermo de la Sociedad Rural Argentina en 1926, cuando se hizo presente Marcelo T. De Alvear, Presidente de la Nación. ¿Cómo se habrá sentido este pintor de gauchos al oír que el presidente lo premiaba otorgándole una cátedra en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda?

Después, poco pasó hasta que el diario La Razón empezó a publicar sus Picapiedras criollos.
Cinco años más tarde, exponía en París. Pronto se convirtió en el representante cultural argentino, y le llovieron invitaciones de distintos puntos del planeta.Almanaque Alpargatas Florencio Molina Campos En esa época lo contrató la firma Alpargatas para que pintara sus almanaques. Y así lo hizo: de los años 1931 a 1936, 1940 a 1945, 1961 y 1962. Láminas que aún hoy —originales o copias— cuelgan de las paredes de tantos hogares argentinos.

Y, tras obtener una beca de la Comisión Nacional de Cultura, viajó a los Estados Unidos.
Desde 1942 hasta mediados de los ’50, trabajó para los Estudios Disney. Participó en la realización de la película animada Bambi, ambientada en la Patagonia argentina. Walt Disney lo contrató como asesor de dibujantes para tres películas basadas en sus obras y en paisajes de nuestro país. Como él no compartía la visión que tenían sus colegas del gaucho argentino, renunció. Ya sin su colaboración, Disney decidió convertir las tres películas en una sola: Saludos, amigos.

Molina Campos falleció en noviembre de 1959, en Buenos Aires.
Florencio Molina Campos, un artista que permanece vivo en sus llanuras, caballos y jinetes.

 

Claudia Cortalezzi*Claudia Cortalezzi, Trenque Lauquen, 1965. Cofundadora de La Abadía de Carfax —con Marcelo di Marco y otros—, y antóloga del 3º libro. Integra el grupo Heliconia. Escribe ficción, libros de información y coordina talleres de corrección literaria en narrativa. Tiene varios cuentos premiados y participó en antologías en Argentina, España, Libia y Perú. Su novela, Una simple palabra, fue editada por Andrómeda, en 2010.

Tarzanito

por María Antonieta Danielo*

 

 

Aunque su nombre real era Juan Carlos, le decían Tarzanito. Ya estaba en cuarto grado, pero seguía pareciendo de Jardín. Sus compañeros lo tenían de punto.

—Che, Tarzanito, decile a tu mamá que te compre una carretilla: tu mochila es más grande que vos… Cualquier día te aplasta…

Tarzanito se fue alejando de los juegos del recreo. A veces se sentaba a la sombra del único árbol del patio, comiendo su manzana y mirando a los otros chicos. Lo sorprendía la patada de un compañero, que se reía mientras le decía:

—Perdoname, Tarzanito, pensé que eras la pelota.

Él no contestaba: apenas miraba al burlador con ojos desolados.

Otras veces, los chicos organizaban juegos con múltiples pelotas de trapo… Al final, todas iban a dar contra Tarzanito, contra su triste carita y su delgado cuerpo. Él  trataba de protegerse y corría a esconderse en el baño, mientras escuchaba las risotadas a sus espaldas.

Las maestras se dieron cuenta y hablaron con los otros chicos y, a pesar de que cesaron un poco las agresiones, Tarzanito se fue retrayendo, encapsulándose. Cada vez más esquivo, en la clase contestaba sólo lo justo, y aunque sus padres fueron a ver a la maestra, no hubo mucho que hacer, más que darle cariño y hablar con él las veces que pudieran y que él lo permitiera.

 

Un día vino al colegio una pareja de mimos: el dúo Esponjita y Firulete. La Directora de Jardín los había contratado, y combinaron con la Primaria para que, por esa vez, asistieran hasta los de cuarto grado.

Tarzanito, en primera fila, observaba deslumbrado a una joven y un muchacho que se caracterizaban delante de los chicos, para que los nenes de Jardín no se asustaran. Los mimos se pintaron de blanco las caras, se pusieron holgados mamelucos de colores, todos remendados; destacaron sus labios y sus ojos; se dibujaron pestañas sobre los párpados y corazones en las mejillas. Al fin, todos vieron cómo Marcela y Sergio se habían convertido en Esponjita y Firulete.

Cuando los actores pidieron la ayuda de los alumnos, ninguno se animó a pasar. Hubo un momento de silencio.

Hasta que, con gran sorpresa de compañeros y maestros, Tarzanito levantó la mano y se puso de pie. Sin decir palabra, sólo con gestos muy graciosos, los mimos le pedían algunos objetos; él les entendía de inmediato y se los alcanzaba con deleite.

Una vez que bajó del escenario, todos vieron cómo su esmirriado cuerpito se convulsionaba rítmicamente de un modo raro.

—Che, mirá —se decían unos a otros los pequeños y los adultos—. Fijate ese pibe, parece otro…

Es que jamás habían oído la risa de Tarzanito.

Una historia de equivocaciones, que era la rutina más fascinante del dúo, hizo reír tanto a Tarzanito que empezó a ahogarse. Pero no podía parar de reírse. Se asustaron, llamaron a la ambulancia.

Si esta se hubiera demorado un poco, Tarzanito habría muerto.

 

Años después, un famoso payaso llamado Tarzanito se dedicó a cubrir las necesidades recreativas de escuelas de niños discapacitados. Lo hacía casi siempre de forma gratuita, aunque muchas veces recibió premios a la solidaridad. Todavía sigue con su obra.

La risa lo salvó para siempre.

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anto*María Antonieta Danielo nació el 2 de julio de 1941, en Bialett Massé, Córdoba. Es maestra, profesora de Música y profesora en Letras; trabajó en la docencia durante cincuenta años.

Actualmente reside en Buenos Aires.

Entrevista a Marcelo di Marco

por Nicolás Harari*

 

«Si a mí me dicen que me van a lobotomizar para que no pueda escribir ni una sola línea más,
me defiendo con uñas y dientes».

Marcelo di Marco

 

Llego a la casa de Marcelo di Marco el día de su cumpleaños, cerca de las nueve de la noche. Me recibe su hija y me dice que él está arriba con un grupo de talleristas. Luego de una corta espera, me atiende. Subo las escaleras y me recibe en su estudio. Comienzo a grabar.

 

-Usted es un personaje conocido en el medio. ¿Cómo maneja eso?

-Bueno, a mí me gusta mucho la exposición. Hay gente que quizás es muy tímida, que tiene terror de que lo miren por la calle. Pero a mí eso me encanta, porque me da la posibilidad de tener más lectores y, concretamente, más alumnos. Pero el reconocimiento viene por añadidura, no es que uno lo esté buscando. Como decía Abelardo Castillo: “Si ustedes quieren que sea famoso, me paro sobre la mesa, me bajo los pantalones, muestro el culo y mañana salgo en todos los diarios”. Mi fama es la resultante de muchos años de trabajo, en los que uno pierde la proyección de su obra.

-¿Es una especie de retribución?

Y claro, sí, yo le estoy agradecido a Dios infinitamente por eso; es como tocar el cielo con las manos, siempre lo busqué. Desde que empecé a escribir el primer cuento y luego cuando me tocó ganar un concurso, ahí fue cuando decidí que me iba a dedicar a esto en serio.

-Hubo un espacio entre que usted comenzó a dar clases y entre que usted empezó a publicar. ¿Fue por algo en especial?

-En realidad, no. Pero igual, a mí la enseñanza me gustó siempre. Por ejemplo, había un muchacho, cuando yo tenía quince años, que nunca había leído un libro ni nada. Y yo agarraba y le pasaba libros y le escribía comentarios sobre qué tenía que leer en ellos. Y eso que empecé de una forma amateur, luego lo hice profesionalmente. Mi publicación más conocida es un libro sobre escritura: Taller de corte y corrección.

-¿Y a su amigo le terminó interesando la literatura?

-Sí, sí, yo soy un hinchapelotas de marca mayor. Hasta que no me digan que pare, no paro. Y de esa forma, a la gente de mi entorno le empieza a gustar la ópera, el cine, la historieta… y así.

-Usted dice que le gusta mucho el cine. Relacionándolo con su trabajo como escritor, ¿alguna vez se le ocurrió guionar una película?

-En este momento lo estoy haciendo: estoy trabajando con Nicolás Amelio Ortiz para llevar mi novela Victoria ente las sombras a la pantalla grande. Nos divertimos muchísimo mientras preparamos algo que creo que nunca se vio en el cine argentino.

-Y sobre esa novela, ¿cómo fue adaptarse a un público nuevo para usted, como es el público juvenil?

-Eso del “público juvenil” es un poco relativo: como el juego del ludo, a Vels la pueden disfrutar chicos de entre nueve y noventa años. Si bien los personajes son gente muy joven, pre-adolescentes, no hay persona que no se involucre emocionalmente con la historia que cuento.

 

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-Me refería a los códigos que continuamente utilizan los personajes dentro de la novela…

-Ah, sí: Tomás, el protagonista, hace comparaciones con cosas que él ve en los libros, la tele y el cine. Sería un personaje muy especial, poco creíble, si dijera: “Se arrastró como el dragón Fafner en las óperas de Wagner”. En Victoria entre las sombras se dice: Aparecieron de golpe como Cosmo y Wanda, y así los chicos lo ven perfectamente. Por ejemplo, con la referencia a Magneto, la gente grande piensa que es el magnate de los medios de comunicación… y no: es el villano de los X-Men. Y los adultos quedan un poco excluidos de esos códigos, aunque eso no detiene su lectura. Lo mismo les pasa a los chicos cuando leen que el padre de Tomás dice: Es como ese cuento de Lacan, “La carta robada”. A lo que el hijo responde: “La carta robada” lo escribió Edgar Allan Poe.  El chiste reside en que Lacan tiene un seminario sobre ese cuento de Poe, cosa que solo saben los adultos, o aquellos que tengan una cultura general lo suficientemente amplia.

-Cuando usted comenzó a escribir, ¿tenía pensada una idea sobre qué trataría la novela?

-Yo parto de una idea. En el caso de Victoria entre las sombras eran dos chicos, dos varones (en aquella primitiva versión, Victoria se llamaba Víctor), que estaban aburridos y deciden fundar un club, el club de chicos que se porten mal. El club de los Sin Cara se iba a llamar esa versión, que Sudamericana rechazó. Después, cambiando algunas cosas, se convirtió en Victoria entre las sombras. Calculá que tardó catorce años en escribirse, quizá porque yo desconocía lo que implicaba escribir una novela. En cambio, la segunda parte de esta, que se titulará Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes, tardó un año y medio en escribirse. Ahora ya sé de qué se trata, cuál es el truco para no aburrir.

-Volviendo a su carrera como escritor, el reconocimiento del medio llega en 1995 con el libro de cuentos El fantasma del Reich.

-Sí, en esa época comenzó a difundirse mucho más la obra. Por una razón muy sencilla: yo comenzaba a jugar en “Primera A”, digamos. Mis primeros  libros fueron editados en sellos chicos. Y publicar en Sudamericana fue cumplir un sueño dorado: gran cantidad de los libros que leí se los debo a esta tradicional casa editora; entre ellos, Cien años de soledad.

Y no solo eso. De hecho, me puedo dar el lujo de decir que estoy publicando en el mismo sello que mi autor favorito, Stephen King.

-¿Stephen King es su autor preferido, entonces? ¿Cómo se sentiría usted si le dijese que en una crítica que le hicieron lo catalogan como el “Stephen King del subdesarrollo”?

-Me gusta el mote. Eso lo decía mi amigo Guillermo Hernández. Como también me halaga mucho el hecho de que, por ejemplo, mi editora me diga que Victoria entre las Sombras no se parece a nada de lo que se está escribiendo hoy. Eso te pone en un lugar diferente. Porque yo siempre trato de crear y contar cosas nuevas. Como si uno no supiera que los militares fueron unos señores muy malos, te lo recuerdan hasta el hartazgo. Mientras tanto, hay partes de la historia que no se cuentan porque  es mejor que no se sepan. Como el Operativo Traviata, el asesinato por parte de la asociación Montoneros del líder sindical José Ignacio Rucci, en 1997, en plena democracia. Podría filmarse una película apasionante con ese tema poco conveniente.

-Usted, como educador, ¿cree que es una responsabilidad del ámbito educativo informar sobre estas cosas que para los gobiernos es mejor que no se sepan?

-Por supuesto, todo el tiempo. Otro ejemplo: pocos saben que el mayor genocidio del siglo XX fue el Holodomor, que en ucraniano significa «Hambre impuesta». Jamás habrás oído hablar de esta matanza en la que murieron cerca de diez millones de personas. Y eso es porque no conviene que se sepa: Stalin, el responsable de semejante masacre, en la Segunda Guerra Mundial estaba en el bando de los “buenos”.

-¿Tiene alguna cuenta pendiente consigo mismo, algo que le falte a su carrera como escritor?

-Hay un libro que estoy terminando ahora, que se va a titular Corregido y aumentado. El TETRA: un método claro y sencillo para perfeccionar tus escritos. En un principio se iba a llamar Lo que me quedó en el tintero, pero me di cuenta de que no era la realidad, ya que en mis libros anteriores yo ya había dicho todo lo que tenía para decir, mientras que lo que figurará en este es un método completamente nuevo que aprendí sobre la práctica durante los últimos quince años.

-Usted reparte su tiempo entre la escritura, la enseñanza, ahora también está guionando una película. De todas sus actividades laborales, ¿cuál sería a la que no podría renunciar?

-Yo no podría dejar de escribir. Sería imposible, es como dejar de respirar. La enseñanza parte de una pasión por la literatura, y es una especie de retroalimentación. Pero si a mí me dicen que me van a lobotomizar para que no pueda escribir ni una sola línea más, me defiendo con uñas y dientes. Jamás de los jamases podría renunciar a la escritura.

-Para finalizar, ¿usted se considera una persona que tiene un impacto positivo en la sociedad? ¿Por qué?

Yo pienso que las personas son seres para. Uno es para los demás. Sé positivamente, por los frutos que he cosechado, qué benéfica es mi función para con la sociedad. Creo que el artista es el contador de las historias de la tribu, un ser vital que contagia vida.

 

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 Con tener talento no te alcanza…

 

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*Nicolás Harari (Buenos Aires, 1996) cursa actualmente el cuarto año en la secundaria del Martín Buber.

Es fanático de la música, las películas y los libros. Al terminar la secundaria, se inclinará seguramente por alguna carrera social. 

 

 

Día del Escritor

por Mariláu Sánchez

 

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“El hierro sufre en lo hondo de la fragua encendida,/ pero hasta hoy nadie ha visto las lágrimas del hierro», escribió Leopoldo Lugones (Córdoba, 1874) en su primera obra Las montañas del oro. Poeta, ensayista, periodista y político, fue fundador de la SAE y uno de los precursores del modernismo en Argentina.

El Día del Escritor se celebra el 13 de junio, fecha de su nacimiento.
Esta semana queremos rendir homenaje a todos los escritores, gigantes capaces de vislumbrar las lágrimas del hierro.

A todos ellos les deseamos un muy feliz día.

 

Emet

 

En el principio existía la Palabra. Y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Dicen que cuando los hombres se reduzcan a guijarros en la noche más oscura, los libros arderán aun desde las cenizas. Ellos seguirán narrando, por los evos sempiternos, las tristezas, las alegrías, las pasiones de la carne.
En esas tinieblas absolutas, de nuevo Dios pronunciará la Palabra, y la Palabra devendrá signo y correrá en sangre a través de las piedras.
Y de nuevo los versos se escribirán. Serán plasmados en la sombra de la montaña. En la piel del tigre. En los círculos del tronco de un roble. En el corazón de la rosa. En los ojos de los hombres.
Pero antes de que Dios dé a luz el caleidoscopio de lunas y soles en el Universo, el hombre existirá solamente como un muñeco de trapo. Trastabillará por la noche eterna, los pies urdidos con húmedos harapos, los ojos escocidos por la escarcha, los oídos atestados de plumas, el corazón henchido de barro.
Una de esas noches, al filo del océano, la marioneta dará con una cueva, encendida por las estrellas del Antiguo Oriente. Y en esa caverna, entre el polvo, hallará un pergamino. Y en ese manuscrito iluminado estallará la verdad, y los harapos caerán al suelo. Y de esos jirones manchados nacerá el hombre. Y sus ojos verán. Y sus oídos escucharán. Y su corazón temblará.
Se abrirán códices, se descifrarán todos los jeroglíficos. Todos los anales formarán parte de una misma historia.
Y se replicarán los scriptoriums, y los monjes volverán a referir las crónicas antiguas, una y otra vez.
Y entonces los hombres escribirán sus propios deseos en el cáliz del vino, en la primera puerta construida, en la hoja de la última espada forjada. Acaso hagan esto de la misma manera en que lo hicieron los vampiros, garrapateando el Legendarium en las Tablas de Tartaria.  Acaso como brillaban los huesos oraculares, más allá de la Edad de Bronce, profetizando la llegada de los samuráis en los siglos venideros.
Por la literatura se rescatará a la princesa de la torre vigilada.
Se desatarán nudos imposibles.
Se volará en alfombras mágicas.
Se combatirá al dragón.
Se viajará al País de Nunca Jamás.
Se revelarán los arcanos más herméticos.
Sí: en el principio existía la Palabra. Y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Y el profeta tomará su cayado, el sagrado Libro y la lámpara.
Y nos mostrará el portal que deberemos atravesar.

 

Atlas of wonder

«Atlas of Wander», de Vladimir Kush

Quién es quién en el Taller de Corte y Corrección

Hoy responde…

 

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     Gustavo Durant

 

 

 

 

 

 

¿Cuáles son tus autores preferidos en literatura, cine y música?

En literatura, mi pasión por la aventura, la psicología humana y lo extraño de este insólito mundo se dirige a Jack London, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Ray Bradbury y Herman Hesse.

El cine que más me atrae, y con el cual asimismo intento darle sustancia a mis narraciones, es el creado por Quentin Tarantino, Steven Spielberg, Woody Allen, Groucho Marx y Alfred Hitchcock.

En música, además de volver con gozosa frecuencia a Bach y a Mozart, escucho preferentemente rock británico: Oasis, The Cure, Crowded House, Supertramp, Queen, Pink Floyd. Y The Beatles, of course.

 

¿Qué libro/s estás leyendo en este momento?

La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Es notable el parentesco que guarda Ignatius Reilly con los inadaptados personajes de mis ficciones.

 

¿Qué cinco títulos creés necesarios para la formación del escritor?

Narciso y Goldmundo, de Hermann Hesse; Hamlet, de William Shakespeare; Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury; “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, de Edgar Allan Poe; “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde.

 

¿Qué publicaste ya en medios electrónicos y/o en papel?

Estoy editando con elaleph.com mi primer libro de cuentos, Fieles al instinto. Y sigo trabajando otros relatos con miras a publicar en algún momento un segundo libro.

 

¿En qué te está ayudando más tu participación en el Taller de Corte y Corrección?

En dirigir con claridad mis ideas. En equilibrar los textos, eliminando palabras sin que el relato pierda robustez.

 

 

fin

¡Muchas gracias, Gustavo!

Yo le compro armas de juguete a mi hijo, ¿y qué?

por Pablo Profili*

 

 

De cómo el escritor y su obra detectan los malestares profundos en la cultura. Y de cómo lidiar responsablemente con eso.
Es de lo que trata, en parte Guns, un ensayo que Stephen King publicó en enero de 2013, después de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook (en la Argentina, reproducido por el suplemento «Radar» de Página12http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8604-2013-02-10.html).
King habla sobre su novela Rabia, en la que Charlie Decker, un adolescente perturbado por su entorno familiar y escolar, toma un aula a punta de pistola y mata a un profesor. Decker logra, incluso, poner de su lado a casi todos sus compañeros de curso ahí presentes. Un texto (además) basado en las experiencias escolares del propio King, y también en los abusos que viven muchos alumnos y que son moneda corriente en los colegios de EE.UU. Un poco a la manera de J.D.Salinger y su obra El guardián en el centeno, libro que obsesionó a John W. Hinckley Jr., quien intentó matar al presidente Reagan el 30 de mayo de 1981. O a la de Mark Chapman, que asesinó a John Lennon el 8 de diciembre de 1980. Ambos identificados con Holden Caulfield, el protagonista de la obra de Salinger.
King escribió su novela en 1965 con el título de Getting It On. Diez años después, bajo el seudónimo de Richard Bachman y con su popularidad en ascenso, la publicó como Rabia. Apenas se vendieron unos pocos miles de ejemplares y pronto pasó al olvido.

Hasta abril de 1988: Jeff Cox, adolescente perturbado de San Gabriel, California, tomó de rehenes a sus compañeros de curso, armado con un rifle de asalto .223. Cuando se entregaba, confesó haberse inspirado en un secuestro de aviones visto en la televisión. Y en una novela llamada Rabia.
Diecisiete meses más tarde, y empuñando una Magnum .44, Dustin Pierce, de Kentucky, repite la ColtAnacondaescena, estimulado también por dicha obra de King.

Lo mismo, pero trágicamente, en febrero de 1996: Barry Loukatis, en el estado de Washington, entró en su clase de matemáticas y con un rifle de caza mató a la maestra Leona Caires, y a dos estudiantes. Y en 1997, de nuevo en Kentucky, y basado en el mismo libro, Michael Carneal, de 14 años, mató con una pistola semiautomática Ruger MK II a tres estudiantes e hirió a cinco de un grupo que estaba rezando.
Fue suficiente: King ordenó retirar de circulación Rabia. Fue por decisión propia; se hubiera podido amparar en la Constitución y en las leyes, pero prefirió no arriesgar más. Según afirma: “Mi libro no quebró a Cox, Pierce, Carneal o Loukatis, ni los convirtió en asesinos: encontraron algo en mi libro que sintieron que les hablaba porque ya estaban quebrados. Pero sí veo a Rabia como un posible catalizador, y por eso es que lo saqué de circulación”. En otras palabras, “podía estar lastimando a la gente y por eso era responsable retirarla”.

Responsabilidad que King hace extensiva a los partidarios de las armas. Incluso a la poderosa NRA (National Rifle Association), organización de gran influencia política que agrupa a propietarios y defensores de la portación de armas en EE.UU. “Las armas de asalto van a permanecer accesibles a los locos hasta que las poderosas fuerzas pro armas en este país decidan hacer un cambio”, sostiene el escritor. “Deben aceptar la responsabilidad, reconociendo que la responsabilidad no es lo mismo que la culpabilidad”. Sugiere apoyar las iniciativas de control de armas «no porque lo pide la ley, sino porque es lo más prudente”.

Rabia
Y hasta acá llega Stephen King. A las armas como el eslabón final de las matanzas masivas. A las armas usadas como medio inaceptable para expresar o canalizar situaciones conflictivas de abuso emocional, familiar, escolar. Incomparables con otros elementos ocasionalmente usados para asesinar, tales como cucharas, por ejemplo (o un martillo, agregaría yo). Las armas de fuego son las responsables, ellas y sólo ellas, por su poder y su fin específico.
Armas sí, pero cucharas no. ¿Y si hubiese sido al revés en el caso de alguno, o de todos estos chicos perturbados? Matar a una sola persona, en cualquier caso, ya es una tragedia. Y para esto tampoco se precisan las armas de fuego como elemento indispensable. Y si no pregúntenles a Ted Bundy, John Wayne Gacy, Estrangulador BTK y otros tantísimos asesinos seriales de la historia de los EE.UU. que se valieron de otros instrumentos de muerte. (Curiosamente, El Hijo de Sam parece ser la excepción que confirma la regla: fue uno de los pocos que usó armas de fuego.)

Incluso en el plano simbólico. Porque hoy en día está mal visto comprar armas de juguete. En la Ciudad de Buenos Aires, de hecho, prácticamente ninguna de las grandes cadenas de jugueterías las ofrecen, salvo pistolas estilo “Guerra de las galaxias”, o las que tiran proyectiles de gomaespuma.
Lástima. Las armas de juguete y los soldados de plástico formaron una parte importante de la niñez de los que hoy pasaron los cuarenta años. Una de las últimas generaciones, tal vez, que jugó con ellos. O casi. Quizá por eso mismo, algunos de esa generación sí compren armas de juguete y soldados de plástico.
Aún para disgusto de alguna madre, y por experiencia propia de padre, puedo asegurar que el chico al que se las regalaron ha resultado ser un buen chico. Mucho mejor chico, posiblemente, que otros criados con las pautas de lo que hoy se considera «políticamente correcto». Y no por el juguete en sí, claro (y ahí reside el equívoco al criticar a las armas de juguete), sino por educarlo según criterios considerados «antiguos», y siendo criticado por exigírselos. Pautas tales como decir «gracias», «hola», y otras que nos enseñaban hace tiempo. Tales como no tirar papeles al piso y sí en un cesto, o darle el asiento a la gente mayor y a mujeres embarazadas. Pautas y valores, en fin, con los que se han criado la generación de cuarenta y pico y todas las anteriores. Las que hoy se consideran reprimidas y out. Bah, no solamente estas pautas. En general, educarlos con todo lo que ello implica: ponerles límites, retarlos… Esto está mal visto, o visto como antiguo, cuando no definitivamente fascista.

En síntesis, criar a un hijo es una cuestión de convicción íntima y personal de uno como padre. De lo que es correcto y de qué valores hemos asumido como nuestros y legítimos. No de lo que los demás nos digan que hay que hacer, o de lo que se considere “moderno”.
O sea, no comprarle un arma de juguete, no porque nos miren mal, sino porque estamos convencidos de que obramos correctamente. Y de educarlo en consecuencia.
Hace treinta y cinco años se jugaba con armas de juguete, y ni de lejos se daban los problemas de violencia y delincuencia de hoy en día. Ni siquiera entre niños o adolescentes, ni mucho menos en los colegios. Claro que era otro el contexto. No se veía esta pauperización económica, cultural y social de nuestros días (aunque los setenta estuvieron lejos de ser una época dorada). No se hubieran exaltado ni mirado con simpatía ni consideradas populares (o “nac&pop”) la «cultura chorra” y la «cultura tumbera”. Lo marginal y delincuencial era muy mal visto. De haber existido los celulares en esa época, a ningún chorro se le hubiera ocurrido sacarse una foto sonriendo con una pistola, como si fuera un chiste, o con aire canchero.
Lo más paradójico es que quienes insisten con esta teoría de los juguetes nocivos fueron los que en los setenta miraron con simpatía, ensalzaron o (directamente) se unieron a la violencia política. Y (¡feliz coincidencia!) son aquellos que miraban con simpatía y consideraban popular (“nac&pop”) la marginalidad y la cultura de la delincuencia.
Bueno, paradoja, no. Tampoco coincidencia, sino hecho con toda intención.

pROFILI*Pablo Luis Profili (Capital Federal, 1969) egresó como periodista del Instituto Grafotécnico en 1996.
Realizó varios cursos de Periodismo Científico. Asiste al Taller de corte y corrección desde 1999.
Esta es su primera publicación en FIN.

Única voz

por Javier Rodríguez*

 

Partir al cristal

 

Partir
es irse a uno mismo,
a un lugar.
Aquí,
donde una lágrima
hace estallar la palabra.

Partir
es volver,
siempre volver.
Aquí,
donde la sangre
encuentra su cauce.

Partir
es dolerse,
nunca llegar.
Aquí
donde el silencio
atraviesa la mirada.

Partir
es arder,
pero también contemplar.
Aquí
donde mis ojos
se parten como cristales.

 

 

Ilustración de Bob Doucette

Ilustración de Bob Doucette

 

Llama/da

 

Para saber morir
hay que saber decir,
escuchar
la palabra de fuego
en la llama de la rosa.

Para saber vivir
hay que saber desear,
escribir
la contemplación del lápiz
en el papel del cuerpo.

Para saber morir
hay que saber mirar,
resistir.

Ser testigo de la rosa.

 

 

Única voz

 

Arriba de la tierra,
entre el musgo las hojas,
papeles envoltorios abandonados,
existe el poema.
Sobre la cáscara de naranja
derramándose por un tacho de basura.
O desde una luz muerta
perdida encontrada en el patio,
existe el poema.
Debajo de nuestros pies,
nuestras suelas desoladas,
los montones de piedras,
existe el poema.
Sobre el jardín, la antesala,
el pasillo de nuestra casa,
el olor a humedad, la madera,
que se rasga en formas,
existe el poema.
Hacia la calle, cualquier camino,
la soledad de los pasos,
la estación del ferrocarril,
las flores traspasadas por vías,
existe el poema.
Existe el poema en el subterráneo,
en los afiches, las botellas
reflejando el brillo, esa luz
de faroles en el andén.
O en los boletos pasajes ya viejos,
—fechas de un ayer—,
existe el poema. Existe el poema
entre el humo del café,
las servilletas
dobladas sobre la mesa,
en los tenedores y cuchillos desordenados
contra el esplendor de la cocina.
Existe el poema
en las resquebrajadas paredes,
las gotas últimas de la canilla.
Existe el poema en la vendedora
—una nena con cara de Dios—
ofreciéndome caracolas.
Yo me las llevo,
las deslizo hacia mis oídos.
Y escucho un susurro, estos versos:

Ilustración de Margaret Keane

Ilustración de Margaret Keane

tristeza

tristeza

tristeza.

 

 

 

 

 

 

Emo*Javier Rodríguez (Buenos Aires, 1975) es miembro del Taller de corte y corrección.
Poeta y narrador, entre sus autores favoritos se encuentran Ezra Pound, Edgar A. Poe, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Allen Ginsberg y Fernando Pessoa entre otros.
Los presentes poemas pertenecen a su libro La rosa líquida (Huesos de jibia, 2010).

 

De forenses y viejas chismosas

por Pablo Moar*

 

En ocasión de la trivia semanal del TCyC, Marcelo di Marco nos desafió a desarrollar un texto ilustrativo de la siguiente sentencia de León Surmelian: “Ni siquiera un ligero incidente puede verterse en su totalidad, y si se lo hiciera resultaría confuso e incoherente. El escritor sólo puede recrear una mínima parte de él, y en la ficción la parte representa al todo. Es un retrato simbólico, una metáfora”.
Lo que sigue a continuación es lo que volqué en el papel aquella vez, y cuyos méritos hicieron posible esta publicación.

leon

Los médicos forenses y las viejas chismosas comparten una extraordinaria capacidad de observación. Los ojos del forense recorren la piel y penetran las vísceras muertas. Toman nota de cada centímetro, registran el mínimo hematoma, se detienen en la sangre seca alrededor del orificio de bala, inspeccionan la pútrida degradación de los órganos. Por su parte, la mirada de la chismosa disecciona sin escrúpulos cada rincón del barrio, saltando del vientre sospechosamente hinchado de la jovencita del 2º B a la nueva camioneta del sucio del verdulero, pasando por esas visitas nocturnas que recibe el señor Gutiérrez.

Esta similitud en la captura de la realidad, desaparece, se derrumba al momento de comunicar al mundo aquello que ha sido observado.

El informe del médico forense calla lo que a la muerte le sobra. Un puñado de datos  (sexo, edad, peso, altura) nos introducen en materia. Luego despliega con morbosa precisión los olores que sugieren venenos, la carne desgarrada de un navajazo, la hinchazón azul del ahogado. Renglón tras renglón, va enhebrando tiempos, impactos, agonías. Nos convierte en admiradores de la muerte, y —¡oh, vergüenza!— nos deja con sed de más sangre.

La chismosa nos abruma con su verborragia. Se le atropellan sus noticias, mezcla los martes con los jueves, confunde los personajes. Es Gutiérrez quien ha sido preñado, y la del 2º B parece que anda con el verdulero. Nos escupe la misma historia una y otra vez, ora solitaria, ora envuelta en un nuevo chisme. Queremos escapar. Escapamos de ella sin haber entendido nada.

Detrás de cada historia del forense descubrimos, imaginamos una segunda historia. Las cien historias de la chismosa se desangran y terminan sin ser siquiera una.

«La Caligrafía de Roldán», uno de mis primeros cuentos, trata sobre un fraude al seguro. En los primeros borradores me comporté como la más chismosa de las viejas chismosas. Incluí cuanto detalle pude sobre el funcionamiento de una aseguradora: ida y vuelta de las pólizas, cobros, pagos, denuncias de robo, hasta un par de secretarias voluptuosas  y totalmente prescindibles (al menos, para el cuento). Creía que todo eso era necesario para que la historia se entendiera, para otorgar el mejor marco al nudo del cuento.

La verdad era diametralmente distinta: la historia se diluía, el texto rebosaba de párrafos enteros sin propósito alguno. Así presentada, lo mejor que el lector habría podido hacer era salir corriendo. En caso, claro, de no haber sido vencido por el sueño.

taller

Me concentré en elegir —cual forense— un puñado de datos para ilustrar el día a día de una empresa de seguros. Escogí, además, aquellos datos que colaboraban para entender el fraude que buscaba relatar. Volaron varias páginas. Lo que el texto adelgazó en palabras, lo ganó en precisión y potencia.

A la hora de volcar al papel nuestras historias, por pequeñas o grandes que sean, abrevemos en la parquedad del forense y huyamos de la incontinencia de la chismosa.

Siguiendo el modelo del primero, seguramente tendremos muchas posibilidades de capturar y retener al lector.  Copiando a las viejas chismosas, bueno…, a lo sumo podremos aspirar a redactar algo parecido a la guía telefónica.

 

PABLO MOAR

* Pablo Andrés Moar (Capital Federal, 1971) es miembro del Taller de Corte y Corrección, y combina la literatura con su profesión de actuario.

Se ha destacado con varios premios literarios: Primer Premio Concurso de Cuentos Consejo Profesional Ciencias Económicas, Segundo Premio Concurso Narrativa Editorial Algazul, y Mención Especial Certamen Literario de narrativa breve, organizado por la Federación de Asociaciones Gallegas de la República Argentina.

Quién es quién en el Taller de Corte y Corrección

Hoy responde…

 

foto

 

 

  Eduardo Poggi

 

 

 

 

¿Cuáles son tus autores preferidos en literatura, cine y música?

En literatura: Salgari, London y Verne me vieron crecer; Quiroga, Conrad, Hugo y Poe acompañaron mi crecimiento. Después vinieron Chéjov, Maupassant, Arlt, Denevi, Cortázar, Bradbury, Stevenson, Kafka, Highsmith, Dahl, entre muchos otros queridos.

En cine: la sensibilidad de Eastwood, la potencia de Coppola y Scorsese. Pero no puedo dejar de mencionar a dos genios: John Ford y Alfred Hitchcock.

En música: la estructura de Beethoven, la espiritualidad de Bach, el manejo de cuerdas de Tchaikovsky, los coros de Verdi, el talento precoz de Mozart y la orquestación de Wagner. Las bandas de sonido de John Barry, John Williams y Hans Zimmer; la música no convencional de Vangelis, Enigma, Gregorian, Kítaro, Mars Lasar, Nicholas Gunn, Mike Oldfield. Y lo mejor del rock y de la música de Buenos Aires: The Beatles y Piazzola, respectivamente.

¿Qué libro/s estás leyendo en este momento?

Hace meses que vengo leyendo muy salteado —en papel o electrónicamente, escapándole a las novelas—: cuentos de Kawabata, Bradbury, Castillo, Dahl, Chejov, Bierce, Shua, Asimov, Heker, Cattenazzi, Kon, Mishima, Borges, Turgueniev, Scerbanenco. Y poemas de Baudelaire, Rimbaud y Pound.

¿Qué cinco títulos creés necesarios para la formación del escritor?

Sin duda, Taller de corte & corrección y Hacer el verso. Agrego: Zen en el arte de escribir (Ray Bradbury), Mientras escribo (Stephen King), Ser escritor (Abelardo Castillo).

¿Qué publicaste ya en medios electrónicos y/o en papel?

Papel: cuentos en las antologías de La Abadía de Carfax y en el suplemento cultural del diario Perfil.

Electrónicos: notas en FIN y Axolotl; cuentos en Axolotl, Axxón, BNTB, elaleph, Ficciones Argentinas, Literareafantástica, NM, QI.

¿En qué te está ayudando más tu participación en el Taller de Corte y Corrección?

Me ayuda en construir estructuras sólidas y en desarrollar un estilo claro y eficaz. Me brinda herramientas para evitar caer en los mismos errores.

 

 

fin

¡Muchas gracias, Eduardo!