por Daniel Echeverría*
Leí una vez, no recuerdo dónde, que un escritor americano decía lo siguiente: en la Antigüedad se veneraba la sabiduría. Ya en el siglo XX comenzó a privilegiarse el conocimiento; luego, la información. Hoy, la sociedad valora el dato.
No creo que esto ocurra porque la sabiduría o el conocimiento hayan perdido su importancia, sino porque hoy los hombres, para sus cosas, pueden arreglarse con datos.
No soy una autoridad en comunicación ni en ciencia alguna, tampoco es mi objetivo establecer algún nuevo paradigma. Soy solo un observador de este tipo de fenómenos. Pero también, en mis ratos libres, escribo. Y, como todo escritor inédito —que es casi lo mismo que decir «escritor sin acceso posible a una editorial»—, encontré en Facebook una oportunidad furtiva para difundir mis textos.
Por lo general, comparto fragmentos de una novela que escribo hace tiempo, y con eso consigo, de vez en cuando, algún “me gusta” de un amigo o, en el mejor de los casos —en esos casi me emociono—, un comentario alentador de algún desconocido. En este ejercicio fue que comencé a notar que es muy poca la gente que genera textos. Solo se difunden (postean) fotos con sentencias o frases atribuidas a celebridades. Cosas ingenuas, obvias, lugares comunes de los que los supuestos autores renegarían de inmediato. Eso es lo que se consume y propaga, por una sencilla razón: muy pocas personas leen más allá de tres o cuatro renglones.
Claro está que no soy ingenuo y sé que no es Facebook un lugar para leer de corrido Crimen y castigo, pero es una maravillosa vía de comunicación y promoción de ideas y textos. Ahora bien, aquí se plantea una paradoja. ¿Cómo hacer para que sí lo sea, si la gente que lo utiliza no lee? ¿ Cómo hacer —reitero— no para que se pueda leer Crimen y castigo, sino al menos veinticinco renglones de cualquier texto?
La respuesta es sencilla a priori, difícil en la práctica: utilizando las herramientas básicas de la buena literatura. Escribir bien. No solo escribir bien, mejor dicho, utilizar todas las trampas, recursos, ardides que se ponen en juego para atrapar al lector de una novela. ¿Cuáles son? No pienso revelarlas tan impunemente: son los secretos del arte.
Captar la atención de un lector que no tiene tiempo, que lee Facebook como pasatiempo —como entretenimiento, a veces en un teléfono—, un lector acostumbrado al estímulo de una imagen, es todo un desafío. No solo un desafío, sino que es un estupendo ejercicio.
Podrá la mayoría conformarse con datos, con frases de Cortázar o de Borges que nunca dijeron Cortázar o Borges. Podrán muchos contentarse solamente con ver fotos o con chistes malos, pero alcanzará con que alguien proponga una buena oración —una inquietante, enigmática, inteligente— para que algunos muerdan el anzuelo y sientan la necesidad de leer la oración siguiente. “Bastará con saber que soy Juan Pablo Castell, el hombre que mató a María Iribarne”. Es un ejemplo de cómo hacer para que quien haya leído esa magnífica trampa se pregunte: ¿Por qué la mató? O ¿quién es este tipo? ¿O esa mujer? Pero claro, eso ya lo hizo Ernesto Sabato; habrá que buscar nuevos recursos. Los hay, debe haberlos.
Vi hace poco un video sensacional de García Márquez que duraba 2.32 minutos. Me dirán que soy un consumidor de datos. No, responderé. Fueron varias oraciones, mucha información, conocimiento, sabiduría. Decía García Márquez que la lectura es un acto hipnótico, y que el escritor debe no solo inducir ese efecto, sino mantenerlo en quien lee. ¿Cómo? Generando una música, una cadencia hipnótica cuyo objetivo es el de evitar que el lector despierte. Esa es la fórmula. Fácil, no. Imposible, tampoco. Poco probable para un mortal: decididamente.
Hace veinte años que escribo. Esto no quiere decir nada. Todo el mundo sabe que en literatura el esfuerzo no es garantía de escribir bien. Y, como corresponde a todo gran escritor —y esto es lo único que tengo de gran escritor—, es mucho más el material que tiré a la basura que el que publiqué. Rescato, cada tanto, solo unas pocas líneas que comparto en Facebook, y que ahora están leyendo.
*Daniel Echeverría (Olivos, 1962) escribió dos novelas, algunos cuentos y un ensayo. Todo este material se halla inédito o desaparecido. Lo inédito, a la espera de revisión; el resto ya no existe: no tenía remedio. Trabaja en TCyC desde 2014.