por Sergio Bonomo*
La lectura de Barro Nocturno, el segundo libro de cuentos de Daniel De Leo (Santiago Arcos editor, 2013, Tercer Premio Fondo Nacional de las Artes 2011) me acaba de confirmar eso que ya sabía: que escribir bien no alcanza, que hay que ser capaz de pegar una buena piña y lograr que el lector quede grogui y boqueando contra las cuerdas.
Es que este libro me ha dejado perplejo, absorto y hacia adentro, como sin entender que la existencia de cualquier hombre es eso que me aguijoneó en cada página.
Los once relatos que componen el volumen van más allá de lo que dicen —y no solo me refiero a esa otra historia subyacente que todo buen cuento debe tener—. Y esa es su mayor virtud: narrarnos lo inaprensible.
Cada historia es un golpe, un gancho al alma, un directo que se recibe con mezcla de placer, de dolor, y con unas ganas tremendas de que la aventura — ¿desventura?— de Barro Nocturno no se termine nunca.
Todos los personajes poseen un común denominador: la soledad. Y todos buscan un destino que cumplir, pero también corren detrás de una oportunidad que los salve. Ahí está Remo, en “Aquellas farras”, mendigando migajas de placer para paliar esa marchitez que se le ha instalado en el cuerpo. Y Miguel, igual de imposibilitado, igual de solo, cumpliendo con un ritual mecánico que, lejos de rescatarlo, lo hunde aún más en su propio infierno.
Todos los habitantes de la viscosidad de este fango son náufragos a la deriva, ciegos que a los tumbos añoran que en algún sitio se les revele la claridad. Pero el camino siempre aparece sinuoso y repleto de trampas.
En el cuento que da título al libro, nos encontramos con Rossi, quien “nunca se sintió tan a la intemperie, tan desnudo”. Víctima de un robo —en el que no solo lo despojan de su auto, sino también de las cenizas de su padre—, aparece perdido en un pueblo al borde de la ruta. En ese pueblo paseará sus desdichas hasta que su encuentro con Celina encenderá una pequeña luz. Pero… ¡claro!, esa luz es siempre difusa, intermitente. Esa luz viene a advertirnos que la naturaleza de las sombras siempre resulta imponente y mayor.
A la manera de Chejov, en Barro Nocturno lo importante, lo trascendente, no está dicho, pero se vislumbra, se descubre y golpea a la cara con su verdad irrefutable. En “Almas solitarias”, el noveno relato del libro, la historia de Lanari es un ejemplo de esa condición. El aparente desencuentro entre un hombre y una mujer oculta mucho más que el miedo a quedarse solos. El terror a la muerte es lo que campea, y el abandono al que nos somete el final de la juventud: “Todavía estaba en carrera, se sentía bien físicamente y hasta se consideraba atractivo. ¿Por qué le costaría encontrar una chica que lo quisiera?”.
Como dije antes, escribir bien no alcanza. Cualquier escritor que se precie puede poseer el mejor estilo — y De Leo lo tiene—, escribir bien —y De Leo lo hace magistralmente— o desarrollar una gran historia y hacer alardes de ingenio u originalidad. Es más, hasta puede emocionar, divertir, o hacer pensar. Pero no basta. ¡Y está muy bien que no baste! Porque todo libro debe ser una sacudida para el lector, debe dolerle en el cuerpo y revolverle las tripas en el mejor de los sentidos. Barro Nocturno cumple con creces esa premisa. Y deja, a quien se atreve a asomarse a sus páginas, enfermo de buena literatura.
*Sergio Bonomo realiza espectáculos de narración oral en escuelas y otros ámbitos. Su cuento «Historia de extramuros» obtuvo el premio al autor local en el Primer Certamen Nacional de Cuentos San Martín 2008 . Ángela Pradelli, Agustín Romano y Fernando Sorrentino fueron los miembros del jurado. Su relato “Fairlane” resultó finalista en el Premio Domingo Santos 2010, organizado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror. Es miembro del TCyC.