por Ivana Zacarías*
La cita era un domingo al mediodía en la Biblioteca Nacional. La excusa: el I Encuentro Internacional de Literatura Fantástica. A pesar de la lluvia, a pesar de las pastas, uno a uno fuimos acercándonos a la Sala A.R. Cortázar, acaso atraídos por aullidos de lobos y zurridos de murciélagos.
Y el eco de Carfax. Carfax convocaba, y así bien rápido supimos que nos asustaríamos, que nos divertiríamos, que reflexionaríamos. La Abadía de Carfax es un círculo de escritores de horror y fantasía, y fue fundada por Marcelo di Marco en el año 2005. Hace tan solo unos pocos meses —y luego de un escalofriante rito de iniciación— me aceptaron como miembro del grupo.
Marcelo di Marco, junto a las cofrades Nomi Pendzik y Claudia Cortalezzi, fue quien guió la reflexión sobre la creación de la literatura de horror y fantástica.
Claudia Cortalezzi se enfocó en relatar la historia de la Abadía, en particular describiendo aquel hito que fue la publicación de cada uno de los libros del grupo: hasta el momento, tres antologías; y una cuarta, que será conocida en breve. Además, y a través de su propia experiencia, Claudia habló de esa necesidad irrefrenable de darle vuelo a una historia, cueste lo que cueste, sea lo que fuese que el escritor tenga que decir… por más que ello nos obligue a poner en palabras las aberraciones más bestiales que puedan cruzarse por nuestra imaginación.
La presentación de Nomi se centró en una pregunta: ¿cómo hacer para enseñar a los adolescentes sobre este género de la literatura? Resulta extraño pensar que el sistema educativo abrace a los vampiros o los hombres lobo, si hoy los escritos acerca de lo sobrenatural son concebidos como “literatura de segunda” por aquellos que creen que lo real es más valioso. O, alternativamente, que lo fantástico o terrorífico no pueden ser verosímiles. Sin embargo, ¿qué niño no se aseguró de estar bien cubierto de noche, por miedo a que los fantasmas de sus cuentos se aparecieran? ¿Qué joven no empezó a escuchar ruidos en la habitación de al lado, mientras leía “Casa tomada”?
Cerebro, corazón y coraje. Estos tres elementos necesita un buen escritor, según di Marco. Y, tras escuchar su experiencia con la novela Victoria entre las sombras, yo agregaría también “paciencia”: después de catorce años de escribir, corregir, pensar, compartir, repensar, volver a corregir y —por sobre todo— de entregarse al terror y al más allá, finalmente dibujó ese punto final que tanto nos desvela a los escritores.
Quién sabe cuál será la ilusión de aquellos que encuentran, per se, mayores dosis de esa magia y emoción en los relatos que reflejan aspectos de la vida “real”. Ojalá el horror y la fantasía fueran irreales.
No sé ustedes, amigos lectores, pero yo necesito juntar coraje para leer Drácula, porque el miedo que siento es tan verdadero que casi instintivamente necesito acariciarme el cuello, como si ello me asegurara que ningún colmillo hambriento se tentará. Cuando camino por la arena, aún espero encontrarme al Principito: ¡el día que volvió a su asteroide fue uno de los más tristes de mi vida! Y si ando por la ruta —amigos escritores, también cuídense—, tengo la precaución de disfrazarme: no vaya a ser que Misery se haya obsesionado con los personajes de mis cuentos…
*Ivana Zacarías (Munro, 1981) es miembro de La Abadía de Carfax. Estudió en Argentina y también en el exterior. Trabaja en proyectos educativos desde los ámbitos académicos y públicos.
En FIN ya hemos publicado sus cuentos «Catáfilas» y «Los últimos sesenta».