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Addictus

Por Julián San Miguel *

 

Antes que nada, para ponernos de acuerdo: dictum es una palabra latina, y a- es un prefijo privativo, ¡pero del griego! Así que, psicoanalistas con pajeras interpretaciones lacanianas salidas de sus más taponadas fantasías lingüi-eróticas, ¡por favor, eh!, no me vengan con eso, porque hago berrinche. Y cuando yo berrincheo, agarrate porque rasguño.

Para que quede más claro: “adicto” no significa que no dice, o que no puede expresar, o alguna bosta de ese olor. No es la suma de a más dicto. Y la causa es que a y dicto tienen distinta procedencia, entonces sólo me queda decir:
―¡Dios, ayúdame a no maldecir las escenas de diván, hazme “a-dicto”, en este mismo instante!

Esta palabra es mucho más vieja que la reflexión onanista anteriormente desnudada. Viene de addictus, y no perdamos tiempo metiéndonos en más quilombos ―con que el participio de addicere, y la mierda pelotas―: concretamente, estamos hablando del guacho que no pagaba sus deudas. Y el Imperio Romano era –cómo decirlo– ¿algo grandioso?, ¿fulminante?, ¿cruel? Bueno, por lo menos, atractivo.

Entonces, te agarraba el juez, delante de toda la fanfarria ―me gusta imaginarlo así―, y como dictaminaba el protocolo para comenzar toda audiencia, exponía con espíritu de inclusión e igualdad, en este caso particular, con prologoso flemón:
―Grgrgr, a ver, manga de putes. Me callan esos cornos y esos flautines, o se los meto por el ojete. A todetes.

Y sin putocracias que retrasaran el proceso, increpaba:
―Usted, enfermito, sí, sí, el que está rogando a su esposa. Se acabó la teta que mamaba. ¿Esos que le están dando patadas en los huevos son sus hijos?

Y respondía el acusado:
―Sí, señor, patean fuerte.
―¿Fuerte? ―preguntaba retóricamente, y se respondía―, si están más chupados que culo de perro. Y se empezaba a cagar ―literalmente― de la risa el representante de la ley, sí, sí. ¡El hijo de puta lanzaba mierda a más no poder, de tanta risotada!

Y les daba más justicia a los hijos del tahúr, entre moco:
―Métanle, grgrgr, borreguines, denle en las bolas, pa que tenga su pa, que se la jugó toda y los dejó sin techo y sin comida.

Y si, después de divertirse y de pedirle también a todo el piberío de la muchedumbre que le diera bien duro, hasta que las bolas se le hincharan como cabeza de holigan de Espartaco y sus Gladiadores, el juez veía que el Gamer todavía no se encontraba doblado, triturado, mutilado por completo, entonces, con ojitos traviesos, sugería a los estudiantes ―sobre todo a los de Filosofía, que conocían la joda―:
―Muchachos, esta se la dedican a los pedagogos griegos, pa’ que aprendan. Encáusenle a este un poco de Eros, pa’ transformarlo en un romano de bien. Denle murra a este estropeador de familias.

Y hacían cola, y debutaban. Y cabalgaban. Y le bailaban, al ludopatín, los dos huevos, como dos dados sangrones disparados de un cubilete eléctrico.
Finalmente, el juez cerraba el asunto:
―Lo declaro culpable; lo entrego como esclavo a su acreedor. Por pelotudo. Le sugiero que, de ahora en más, se lamente por haber jodido todo.
―Muchas gracias, juez ―devolvía el addictus―, por no continuar con mi tortura.

Y el viejo magistrado, nomás por sádico, alargaba la agonía del deudor:
―Grgrgr, a ver, usted señora ―y señalaba a una pordiosera que, tirada contra una pared, chupaba una piedra―, venga y gánese unos denarios. Patéele las bolas a nuestro amigo. ¡Más fuerte, señora, imagínese que son las bolas de su padre! Buo, listo.

Y se despedía del condenado:
―Oiga: lo veo la semana que viene, ¡eh!, y revisamos esos testículos, que ya deberían verse deshinchados. En ese caso les damos otra dosis de amor, pero más fuerte ―y largaba una carcajada sucia―. Jajaja, grgrgr, es broma, hombre: usted ya está a mano con la justicia. Vaya, manso, a vivir su vida de opresión.

Esta era la suerte de un adicto en la Roma Imperial. Addictus, entregado a otro, por insolvente. Dado al reclamante, por culpable de irresponsabilidad. Y punto. Y nada más.

Ah: más tarde se vio al magistrado tragando vino a lo loco y gastando sus denarios ―cortesía del demandante― a los dados.

 

 

 

* Julián San Miguel nació en 1978. Mientras cursaba el Profesorado, se desempeñó durante varios años como docente en escuelas secundarias, dictando clases de Lengua y Literatura. Cuando le quedaban cuatro
materias para recibirse de Profesor en Letras, un sorpresivo rechazo
a la institución lo obligó a salir corriendo. Fueron furiosas treinta y
cinco cuadras, hasta que en la calle Borges se cruzó con un
cuchillero de barba candado que lo invitó a tomar un café con leche.
Desde entonces se forma en el TCyC. Es docente de Actuación.

Esta es su primera publicación.

 

 

 

 

 

 

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