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El vendedor de almas

Por Sandra Rodríguez *

 

Pese a su juventud, Lorenzo no se sentía ni satisfecho ni feliz. Cabizbajo, solía afirmar que había nacido con un alma miserable.

Un día se sentó en un banco de la plaza de su aldea, quejándose, como siempre.

—¿Por qué te quejas tanto? —oyó que le preguntaron.

Al girarse, vio sentado junto a él a un hombre vestido con unas raras túnicas blancas. Lo miró con un poco de extrañeza, y luego le respondió:

—Es que mi alma es muy miserable. Entonces, yo me siento todo el tiempo miserable, y hago cosas de gente miserable.

—Pero tu alma no es la que toma las decisiones de tu vida, eres tú el que lo hace. Podrías tomar mejores decisiones. Por ejemplo: decidir ser feliz.

Pensativo, Lorenzo miró las palomas que habían bajado a comer las semillas que el hombre les arrojaba.

—¿Cómo podría ser feliz con el alma que me tocó? —Suspiró apesadumbrado—. Si yo tuviese el alma de un héroe o de un noble, muy diferente sería mi vida.

—¡Pues ve y cómprate otra, entonces!

Lorenzo miró al hombre, ilusionado por lo que le decía.

—¿Y dónde las venden?

—Ve por el camino al cerro. En la bifurcación junto a la fuente, verás a un mercader: él vende almas.

Lorenzo se levantó, agradeció al desconocido, y partió a toda prisa para buscar al mercader.

En la bifurcación, vio a un anciano de cabellos grises y larga barba, que alimentaba a su mula, y un poco más allá, una carreta con el típico toldo de los mercaderes. Lorenzo se acercó a la carreta, y el anciano le preguntó:

—¿Qué andas buscando, joven?

—Quiero comprar un alma, porque la que tengo no me gusta ni me hace feliz.

—Muy bien —dijo el anciano, y descorrió una lona que cubría un cajón de madera con compartimentos más pequeños, todo cubierto por un vidrio. En cada compartimento se podían ver las diferentes almas—. Puedes elegir la que quieras. Te costará una moneda de plata.

—¿Una moneda de plata? —preguntó Lorenzo. Si bien era mucho dinero, le parecía poco por un alma nueva.

—Exactamente. Además, deberás dejar la tuya, porque no puedes andar por la vida con dos almas.

Lorenzo asintió con la cabeza.

—Tienes diez días para probar las almas que quieras —le explicó el anciano—. Si no regresas, daré por sentado que te gustó tu alma nueva. Pero, si no te gustó, al décimo día te llevarás de nuevo la que traes ahora. Eso sí: cada vez que pruebes un alma diferente, cortaré un pedacito de la tuya.

Convencido de que era un buen negocio, Lorenzo aceptó el trato. Empezó a buscar con ojos ilusionados entre todas las almas que el mercader tenía en su carreta. Algunas eran más pequeñas, otras más grandes, algunas más brillantes y otras más apagadas.

—Yo quiero el alma de un guerrero —dijo al fin—. Quiero ser valiente, fuerte y decidido.

—Muy bien, esta será perfecta —le dijo el anciano, extendiéndole un alma que parecía latir con una luminosidad celeste.

Lorenzo se marchó contento con su alma nueva.

Al día siguiente volvió a lo del mercader, cabizbajo como de costumbre.

—Esta no me gustó —le dijo—. Me sentía valeroso y con ganas de librar batallas, pero por esta zona ya no hay guerras. Y qué sentido tiene un alma de guerrero, si no hay donde guerrear. Mejor quiero el alma de un enamorado.

—Muy bien, esta será perfecta —le dijo el anciano, extendiéndole un alma que parecía un algodón de azúcar color lila.

Y Lorenzo se marchó, nuevamente entusiasmado con su alma enamorada.

Al día siguiente regresó, porque la joven a quien amaba ni sabía de su existencia, y ella amaba a un noble de la ciudad, así que esa alma lo hacía sufrir.

Esta vez pidió el alma de un noble, quizás para poder ganar el corazón de la joven, y ser rico y dichoso.

Pero al día siguiente regresó y pidió el alma de un poeta. Y al siguiente, la de un sabio. Después, las de un alcalde, un bibliotecario, un mago, un médico.

Luego de tantas tentativas fracasadas, el décimo día Lorenzo llegó arrastrando los pies, la mandíbula tensa, las cejas fruncidas y la espalda encorvada.

—Este es tu último día —le dijo el anciano.

Lorenzo pensó que tendría que elegir muy bien: si esta vez no funcionaba, volvería a tener su alma miserable, y estaría peor que al principio. Y además, habría perdido una moneda de plata.

Observó todas las almas que se exhibían en los compartimentos de la carreta. Le llamó la atención una pequeña: de color blanco, esponjosa, casi etérea, como una nube. Seguramente es el alma de un niño, dedujo. Los niños son felices, sólo piensan en crecer, aprender cosas nuevas, jugar y divertirse. Esa es el alma que yo necesito.

—¿Esta vez estás seguro de tu elección? —le preguntó el mercader.

—Muy seguro.

Así, Lorenzo se marchó con su nueva alma.

Y esa sí le gustó. A partir de entonces siempre se sentía feliz, jugaba como un niño, veía la vida con otros ojos, le gustaba aprender cosas nuevas y disfrutaba cada momento. Nunca supo que esa alma era la suya: había quedado tan pequeñita por todos los pedacitos que el mercader le había ido cortando.

 

 

 * Sandra Rodríguez es argentina, nacida en La Rioja, y reside en Mar del Plata desde hace veinte años.

De naturaleza artística y creativa: actriz, bailarina, maquilladora y diseñadora gráfica. Asidua lectora, amante del género de terror y el fantástico. Escribe desde la adolescencia. En 2023 comenzó a participar en el Taller de Corte y Corrección con Marcelo di Marco y su equipo, y ya ha corregido varios textos y está en el proceso de revisión de una novela.

Una primera versión de este cuento fue leída por Rodolfo Barone en su canal de YouTube Los cuentos de Rodo, en el que también publicó “El gato de la señora Pepper”. El relato “Una pared tan suave como el piso” puede encontrarse en el canal de YouTube y Spotify Noches de pluma y tinta. Su relato «Atrapado» apareció en el suplemento Cultura del diario La Capital, de Mar del Plata, el 9 de febrero de 2025.

La ilustración fue realizada por la autora mediante la IA Copilot.

 

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