por Claudia Cortalezzi*
Seguro que has visto algún cuadro hecho con una hoja de almanaque de Alpargatas, porque fueron esas láminas las que impulsaron su arte hasta el presente.
Molina Campos, agudo observador de la vida rural, contaba con una admirable memoria fotográfica. Hijo de Florencio Molina Salas y Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, había nacido en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891.
Los veranos de su infancia —en la estancia paterna Los Ángeles en Tuyú (hoy General Madariaga), y más tarde en La Matilde en Chajarí, Entre Ríos— le brindaban detalles de paisajes pampeanos y hombres de campo. Detalles que marcarían su obra.
Después volvía a Buenos Aires y pasaba el resto del año estudiando y aguardando las vacaciones para volver a internarse en la naturaleza.
Cuentan que en 1907, tras el fallecimiento de su padre, a Florencio lo alcanzó el recuerdo de aquel mundo perdido de su niñez. Y empezó a volcar sobre cartones esas queridas escenas camperas.
Los artistas de la época no aprobaban sus horizontes tan bajos. Pero eran justamente esos horizontes los que llevaban al espectador a recorrer sus pampas eternas. También se le cuestionaba que en algunos dibujos los caballos tenían las cuatro patas en el aire. Él decía que pintaba lo que veía. Y, con el tiempo, el cine le dio la razón: cuando fue posible observar las filmaciones cuadro por cuadro se pudo comprobar que hay un momento en el galope del caballo en que las patas sobrepasan a las manos, y el animal está completamente en el aire.
Pintaba porque le gustaba pintar. Durante la guerra, cuando no entraba al país el papel canson que él utilizaba, buscó un material que le sirviera como soporte para su arte y pintó sobre cajas de ravioles. No proyectaba su obra a futuro. Vendía sus pinturas a precios que solo le permitían vivir dignamente.
Leo que en el desarrollo de su extensa obra probó distintas técnicas. Leo que disfrutaba trabajando durante la noche, con música clásica de fondo. Leo sobre su vida y veo mil veces sus cuadros y me lo imagino rodeado de gauchos que le cuentan historias. Lo imagino buscando en esos relatos la estampa más significativa, lo imagino inmortalizándola con un fondo de horizonte bajo y rústico como sus personajes.
Lo imagino llevando sus acuarelas a su primera exposición en el Galpón de Palermo de la Sociedad Rural Argentina en 1926, cuando se hizo presente Marcelo T. De Alvear, Presidente de la Nación. ¿Cómo se habrá sentido este pintor de gauchos al oír que el presidente lo premiaba otorgándole una cátedra en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda?
Después, poco pasó hasta que el diario La Razón empezó a publicar sus Picapiedras criollos.
Cinco años más tarde, exponía en París. Pronto se convirtió en el representante cultural argentino, y le llovieron invitaciones de distintos puntos del planeta. En esa época lo contrató la firma Alpargatas para que pintara sus almanaques. Y así lo hizo: de los años 1931 a 1936, 1940 a 1945, 1961 y 1962. Láminas que aún hoy —originales o copias— cuelgan de las paredes de tantos hogares argentinos.
Y, tras obtener una beca de la Comisión Nacional de Cultura, viajó a los Estados Unidos.
Desde 1942 hasta mediados de los ’50, trabajó para los Estudios Disney. Participó en la realización de la película animada Bambi, ambientada en la Patagonia argentina. Walt Disney lo contrató como asesor de dibujantes para tres películas basadas en sus obras y en paisajes de nuestro país. Como él no compartía la visión que tenían sus colegas del gaucho argentino, renunció. Ya sin su colaboración, Disney decidió convertir las tres películas en una sola: Saludos, amigos.
Molina Campos falleció en noviembre de 1959, en Buenos Aires.
Florencio Molina Campos, un artista que permanece vivo en sus llanuras, caballos y jinetes.
*Claudia Cortalezzi, Trenque Lauquen, 1965. Cofundadora de La Abadía de Carfax —con Marcelo di Marco y otros—, y antóloga del 3º libro. Integra el grupo Heliconia. Escribe ficción, libros de información y coordina talleres de corrección literaria en narrativa. Tiene varios cuentos premiados y participó en antologías en Argentina, España, Libia y Perú. Su novela, Una simple palabra, fue editada por Andrómeda, en 2010.