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Desde el eco de Olga Orozco

Por Agustín Mazzini *

 

 

 

–Nada más que un indefenso corazón enamorado

–nada más que eso tuve

en la vibrante palma de mis manos

 

 

Con este diálogo de cita y de respuesta, mecánica que se mantendrá en lo formal a lo largo de toda la obra, comienza Orozquianas, de la poeta y editora Analía Pinto[1], quien decide traer a una de sus influencias más importantes para ubicarla en el centro de la escena. Aquí, las citas de Olga Orozco (Toay, La Pampa, 1920 – Buenos Aires, 1999) lejos están de funcionar como una mera inspiración, anticipación al poema o de contexto para el lector. Olga Orozco –una de las más destacables, innovadoras y potentes poetas de nuestro país– camina a lo largo del libro como un personaje más que intercambia con y en la voz de la hablante. Es una suerte de entelequia, fantasma que toma de la mano su lirismo y el de la hablante (esto es, el sujeto que construye Analía) para guiar al lector por los pasillos del decir, esos vericuetos por donde se desarrolla y anda el decir de la poesía.

Amén de esta relación maestra-discípula que se desprende no sólo del título sino también del juego mencionado y de las distintas aristas con notorias reminiscencias a la poesía de Orozco –hay múltiples similitudes en la construcción de la expresión; por ejemplo aquello tan precisamente “orozquiano” de hacer que el adjetivo preceda al sustantivo: “la oscura señal de lo prohibido, qué infernal diferencia me separa, nadie te librará/ de la fantástica prisión, remotos tesoros del perdón”–, la hablante sabe qué es lo que quiere: el yo poético, con llamativa precisión, transita por el delicado hilo que separa lo templado de lo solemne, lo sobrio de lo suntuoso, con un estilo depurado y conciso que, en su homenaje y en su tono, decide prescindir del característico versículo de la homenajeada. Quiero decir: Analía Pinto no se presenta como una copia de nadie. Por el contrario, su poesía se pone de pie para afirmar, negar, sufrir y buscar dentro de sí misma, pero retomando la bandera de una tradición que dista muchísimo de la chatura, la llaneza anecdótica y la impronta de diario íntimo que se suele encontrar muy a menudo en los poetas de su generación.

Orozquianas aborda –exitosamente– la conjunción de dos riesgos. Por un lado, homenajear a una voz ya riesgosa de por sí, la voz de Orozco, una autora que huye del facilismo a la hora de escribir y de ser interpretada, junto con el vivir verso a verso –y golpe a golpe– la frescura de un tópico unas veces maltratado o glorioso, desprestigiado unas veces y ensalzado hasta la exageración otras. El (¿des?)amor toma la forma de pequeñas oraciones que tocan cierta luz de abandono, vacío y soledad que se ve en la poesía de San Juan de la Cruz y de Sor Juana Inés de la Cruz (Orozco también retoma esto; la idea de rezo y de plegaria como canto hacia el amor, el paso del tiempo, la melancolía):

 

debo aferrarme

debo creer que aún es posible

que en un recóndito sueño

sucederás, metida dentro de este haz

de estas dentelladas ciegas que doy sin respiro

metida dentro de esta luz

tan metida que sólo se inquieta la superficie

cuando la ronda tu figura, mis ojos buscan los tuyos

cazadores

arma en mano

atentos a todo

al vuelo de la misma ave.

 

En cuanto a los aspectos formales y estéticos, se respira un ritmo que, de manera premeditada, busca la pausa y la meditación (por momentos oscura, no en el sentido hermético, sino en el ánimo del yo poético) que se contrapone a la acostumbrada verborragia que suele suscitar un tópico amoroso.

Al mismo tiempo, es un libro de conjunto que no deja librado al azar el concepto “libro”. No es una “antología” de poemas; hay un deseo de amalgamarse en sí mismo, de ser un solo nudo destinado a desatarse en la experiencia de un lector al que, tácitamente, se lo trata con mucha delicadeza. La hablante interpela desde el color más lírico de la revelación personal, con versos cortos que se suman a un detallado trabajo del manejo de la palabra entendida como música.

En resumen, Orozquianas ofrece no sólo un homenaje a la (casi perdida) figura de guía o de maestra, sino que también, desde su propia voz, desenvuelve un yo poético y un tono que a través de su licor de olvido corto y sereno, lanza sus cánticos y extrae de sus entrañas/ gemas para los orfebres del viento y un huracán de fuego furioso mientras, invadida/ hecha trizas por la sombra más esquiva/ columpiada en el éxtasis (…), juega con la señal oscura de lo prohibido y la lengua demorada en la poesía.

 

 

 

 

* Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) poeta y estudiante de la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (Buenos Aires) y de la Cátedra abierta de poesía latinoamericana en la Universidad Nacional de San Martín. Ha ganado el primer premio del “Concurso Nacional Homenaje a Jorge Luis Borges” de la Fundación ProArte de Córdoba, con su libro Los pantanos de la incertidumbre (sobre el artista y su oficio) en 2015, y el Premio Nacional de Poesía Joven “Bustriazo Ortiz” en 2017 con El cielo no termina de quemarse. Ha publicado poemas y entrevistas en revistas de Perú, Venezuela, Chile, México y Argentina. Fue redactor de la revista Por qué tiemblan, y antologado en Apología. Volumen 2. (Letras del sur, 2015), Buenos Aires respira poesía (INCAA, 2013) y la argentino-española Orillas, 2015. Participó en la versión 2013 del “Festival de Poesía Joven” de la Asociación de Poetas Argentinos.

 

 

[1] Analía Pinto (Argentina, 1974). Poeta, editora y correctora. Recientemente recibida de Especialista Universitaria en Edición. Ha publicado los libros de poesía: Peaches en Regalia (Ediciones Hespérides, 2008) y Pequeño manual de anatomía masculina (Peces de Ciudad, 2017). Participó en numerosas antologías de poesía y como editora ha sido responsable de las tres ediciones del libro Multimedial Cirugía. Bases clínicas y terapéuticas y ¿Por qué escribo? (selección de textos producidos en sus talleres), ambos dos de libre descarga en el repositorio institucional de la Universidad Nacional de La Plata, SEDICI, en donde se desempeña como referencista. Desde el 2010 brinda talleres literarios de forma particular y pública, desde el 2013, en la UNLP.

 

 

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