El pasado martes 13 de diciembre a las 19.00 horas, en el microcine del Centro Cultural Recoleta, Dolores Pereira Duarte, junto a los escritores Claudia Cortalezzi y Marcelo di Marco, presentó en Buenos Aires su primer libro. La novela lleva por título La guarida de la nena mala, y se inscribe dentro de una tradición inoxidable: la de las mansiones poseídas por espectros. Aclaro que el acontecimiento transcurrió en Buenos Aires porque la primera presentación ya había sucedido el jueves 6 de octubre de 2011 en el espacio Apacheta de Arte Nativo, Córdoba, provincia de la cual Dolores es oriunda, y en la que además transcurre la novela —en el Barrio General Paz, exactamente—. En aquel entonces, la escritora Sonia Ravinovich estuvo a cargo de la presentación.
Repasemos la tarde del martes 13 en el Centro Cultural Recoleta. Martes 13 —repito—, un auditorio repleto y a media luz, tres escritores presentando una novela de terror, en fin: el escenario posible para que un asesino serial haga de las suyas. Pero, a Dios gracias, ningún psicópata desató su furia; quizá conmovido ya desde el vamos por las fotografías —editadas a modo de video— que dieron apertura al encuentro: las de la presentación “a la cordobesa”, en las cuales se la veía a Dolores rodeada de su círculo íntimo y demás afectos, muchos de los cuales la vieron hacer sus primeros contactos con la literatura. Finalizado el video, acto seguido, la imagen que ocupó la pared fue otra, bien distinta. Esta ya no conmovía, sino que más bien perturbaba: la genial tapa de La guarida… —diseñada por Valeria La Maestra— se proyectaba como una presencia fantasmagórica. Entonces Di Marco, en su rol de presentador, habló.
Citando sus propias palabras escritas en la contratapa del libro —“… Dolores Pereira Duarte logra una auténtica estilización del género gótico”—, Di Marco fue planteando ciertas bases de dicho momento especial de la literatura. Así comenzó a generar un contexto propicio para reconocer determinadas características del estilo de Dolores. A saber (y siguiendo a César FuentesRodríguez):
– En cuanto género literario, el gótico nace con El Castillo de Otranto, novela escrita por el londinense Horace Walpole a mediados del siglo XVIII.
– Monasterios y catedrales, básicamente, son los escenarios en los cuales en aquel entonces se narraban los acontecimientos. En el caso de Dolores, será en una antigua casona.
– El autor crea atmósferas de misterio y suspenso que, fundamentadas en un orden sobrenatural que invade lo real, son capaces de horrorizar al lector.
– Entra en juego algún tipo de maldición que pesa sobre la propiedad o sus habitantes, y que trastoca la existencia de estos últimos.
– Los personajes son arrastrados por el desenfreno de sus pasiones. Sus estados de ánimo sufren alteraciones enfermizas (angustia, celos, paranoia).
– Se perciben conflictos amorosos y oscuros impulsos sentimentales. Cuanta mayor sea la pureza de los personajes, mayores tormentos y tentaciones a ser corrompidos tendrán que atravesar —en el gótico clásico es muy frecuente el paradigma de la doncella en apuros.
– En el gótico clásico abundan también las escenas de apariciones espectrales. Los personajes sufren constantes desmayos, llantos y ataques de nervios. Por lo general —y en desmedro de la trama para un lector de la actualidad— se hace demasiado hincapié en esos acontecimientos.
– El gótico “moderno”, por llamarlo de alguna manera, nace con E. A Poe. Es él quien lo libera de ese lastre tímidamente barroco, estilizándolo hacia la efectividad de un relato más dinámico. Alcanza con nombrar cuentos tales como «Ligeia» o «La caída de la casa Usher».
– Quien estiliza, impone su estilo. Eso, precisamente, es lo que hace Dolores Pereira Duarte. Sus personajes son verosímiles porque son actuales, porque toman mate con criollitos, porque viven en Córdoba. Se los reconoce cotidianos, y además, tensionados por las contradicciones.
– Un tema fundamental y de gran actualidad se vislumbra con la lectura de la novela: la decadencia de la familia.
Claudia Cortalezzi, por su parte, se dedicó a contar su experiencia como lectora de los primeros manuscritos del texto, cuando La guarida… aún era un proyecto. En el libro, ella figura entre los agradecimientos. “A Claudia Cortalezzi —escribe Dolores—, por ayudarme a hacer de una novela un culebrón”. Cortalezzi destacó el color local que ya teñía la historia desde las primeras versiones, y cómo lo fantástico se iba entreverando en ese particular costumbrismo.
Ambos presentadores confesaron haberse asustado como pocas veces con la lectura de La guarida… Coincidían en que, con el avance de las páginas, lo pesadillesco parecía volverse una presencia real, acechante. Tal es la intensidad con que está escrita la novela.
Las palabras finales las dio Dolores. Inevitablemente emocionada, agradeció. Y después del brindis, en fila y libro en mano, varios de los presentes aguardaron su turno para recibir la dedicatoria.