Me tocó a mí, pero pudo haber sido cualquiera de los pibes de primer contrato, los recién promovidos. Ese martes, después del entrenamiento, me llamó el Tito y me dijo que quería tomar un café conmigo en la confitería del club.
Cagamos, pensé: otra vez me manda a entrenar con la Cuarta.
—Te veo bien, nene —empezó a decir—. Bien en lo físico, y mejor en lo futbolístico. Con confianza y muchas ganas. El domingo sos titular.
¡La puta si habré soñado ese momento! Otra que ir a entrenar de nuevo con las inferiores. Estuve a punto de caerme de jeta contra el piso.
Salí de la confitería y crucé el estacionamiento del club, ya vacío: los muchachos se rajan al toque después de la ducha. Solo Rodrigo me esperaba con cara de feliz cumpleaños. Me abrazó sin decir agua va.
—¡Grande, Nachito, grande! —el guacho no me largaba—. Tito me contó que debutás el domingo.
—Gracias, Rodri. No sé qué decir…
—¡Y no digas nada, boludo! Disfrutá a full este momento, y el domingo a la noche salimos a tomar unas birras.
Mi vieja me volvió loco toda la semana con la comida: que hoy te toca pastas, que esta noche te hago una tortillita de espinaca como a vos te gusta, que tenés que desayunar cereales, que llevate una bananita; por el potasio, ¿viste? ¡Una tortura!
Mi viejo se portaba raro. Nunca un abrazo, una palabra de aliento, ni hablar de un beso. Nunca. Pero ahora yo lo notaba distinto. Sonreía y hablaba más que de costumbre… y también chupaba más que de costumbre. “Para festejar, che”, decía, y se bajaba la botella de Toro Viejo. Entera se la bajaba.
Si Dios me ayuda, pensé, pronto le voy a comprar, aunque más no sea, un Valmont. ¡Pobre!
En cuanto a Romina, ni bola me dio. Apenas una frasecita en facebook: Nacho en primera el domingo. Re groso!!!!!!!! Y varias de las chetas de sus amigas, dale contestar boludeces en su muro. Y también escribiendo en el mío. Pichones de botineras, le mandé a Romina. ¡Andá, forro!, fue la respuesta de mi hermanita.
Andrés ni me hablaba. Solo me miraba emocionado antes de apagar la luz de la pieza, y sonreía como Claudio María Domínguez, el muy pelotudo. Le prometí la camiseta que usaría el día del debut. ¡Pobre!
¡Cómo me costó dormir esa semana! Adrenalina a full, me decían los muchachos más experimentados.
Y llegó el jueves y la práctica de futbol. Y la rompí. ¡Hasta un gol hice! Y eso que voy de carrilero por derecha.
Carrilero. Mi viejo se calienta mal cuando digo carrilero. ¡Insái derecho!, me dice. ¡Qué carrilero ni qué ocho cuartos! Y yo ni se qué carajo quiere decir insái o insider como leí por ahí que se le decía al ocho hace mil años.
Después del entrenamiento, nos quedamos con Rodri imaginando mi partido del domingo. Con Rodri siempre nos decimos la posta: ya desde Infantiles nos venimos marcando las cagadas. Él es cuatro, así que los dos jugamos por la misma banda. Nos conocemos de memoria.
No me acuerdo cuánto nos habremos demorado en el vestuario, pero por la cara de culo de Brítez, el utilero, debe haber sido más de una hora.
—La seguimos mañana, Rodri. Mi vieja ya me debe estar esperando con la comida.
Lo dejé juntando sus cosas y salí del vestuario pensando en tomar un taxi, porque en bondi iba a llegar a cualquier hora.
En el pasillo me crucé con Bernardi, el vice del club. Venía con un tipo a quien nunca había visto en mi vida. Un periodista, pensé.
—¿Conocés al señor? —mandó Bernardi.
—No.
—Raro que no lo conozcas… —dijo, y noté que mi “No” le había caído como un planchazo en los huevos—. Es uno de los principales representantes de jugadores del país.
Me quedé duro. No era un periodista. Era un capo. Y me estaba esperando a mí.
Y tiró Bernardi, con la vocecita del Padre Farinello:
—Vos debutabas el domingo, ¿no?
Yo ni pude contestar. Hice que sí con la cabeza.
—Bueno, querido, solo te pedimos que cambies de representante. Así de simple.
—No entiendo…
—Ponés una firmita acá, ¿ves? Eso es todo.
Un hijo de puta. Mejor dicho: ¡dos hijos de puta! Y encima la iban de buenitos.
¡Minga que lo iba a cagar a Alfredo! Fue mi primer representante. Y el único que me bancó desde el vamos. Por supuesto que no firmé un carajo.
En casa no conté nada. Me la banqué solo.
A la mañana siguiente, lo agarré al Tito antes de empezar el entrenamiento.
—¿Voy a jugar el domingo, no?
—No sé, pibe, no sé. Hoy doy la lista de los concentrados.
—Pe… pero, usted me dijo que el domingo jugaba seguro.
—Sí, sí. Pero vos sabés cómo son las cosas en este club.
Se hizo bien el boludo.
Pasó más de un año ya, y acá estoy: entrenando con los pibes de la Cuarta. De nuevo.
Ni para hacer de sparring en las prácticas me llaman. Y, en casa, papá sigue dándole al Toro, Andrés esperando la camiseta del debut, y Romina y sus amigas boludeando con el Facebook.
Solamente la vieja parece ni haberse enterado de que no voy a debutar en primera por un tiempo largo. La pobre me sigue persiguiendo con las pastas. “Por los hidratos de carbono, ¿viste”.
Cuentazo!!!me gusta lo dinamico del relato.Felicitaciones!!!
Estimado Nicolás, ¡muchísimas gracias por tu comentario! Me alegro que te haya gustado el estilo. Es fruto del trabajo en el Taller de Marcelo. Y para ponerlo en el contexto del cuento, sería del estilo: «cortito y al pié». Un abrazo!!!