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Breve biografía de Ernesto Sabato

Por Sandra Rebrij *

El 24 de junio de 1911, en la ciudad de Rojas, provincia de Buenos Aires, nació Ernesto Sabato, quien con los años se convertiría en uno de los escritores más destacados de la Argentina.

Fue el décimo de los once hijos que tuvieron Francesco Sabato y Giovanna Ferrari, un matrimonio de inmigrantes italianos. Para entonces tres de sus hermanos habían fallecido, de modo que él quedó como el séptimo hijo varón. Por tal motivo, algunos dicen que fue el ahijado del presidente [1], que en esa época era Roque Sáenz Peña, y que por eso Roque fue su segundo nombre. Otros afirman que no contó con el padrinazgo presidencial y aseguran que se llamó Roque, simplemente, porque su familia simpatizaba con el mandatario.

Su padre, arisco y violento, le causaba terror. Su madre, bondadosa pero austera y reservada, se aferró a él con desesperación, quizá porque hacía poco había perdido a Ernesto ―uno de los tres hijos fallecidos―, de quien el recién nacido heredó el nombre. Y fue tan sobreprotectora y posesiva que resultó ser muy perniciosa para él, como si los mismos brazos que lo acunaban se convirtieran de pronto en furiosas serpientes capaces de estrangularlo.

Fue un chico introvertido y tímido, que sufrió alucinaciones, pesadillas y sonambulismo durante mucho tiempo. Ya en esta época de su infancia descubrió su gusto por la pintura y la escritura.

Estudió en su pueblo hasta los doce años y luego lo enviaron a La Plata para cursar el colegio secundario. Allí se deslumbró con las matemáticas, simpatizó con el anarquismo y reafirmó su pasión por la literatura.

Siendo adolescente, empezó a relacionarse con jóvenes anarquistas y comunistas. En una reunión de esos grupos conoció a Matilde Kusminsky-Richter, su futura esposa, con quien tendría dos hijos: Jorge Federico y Mario.

En 1930, tuvo lugar el primer golpe de Estado, que se prolongó hasta 1943. Entre 1933 y 1934, Sabato fue secretario de la Federación Juvenil Comunista, razón por la que fue perseguido. Por eso decidió huir de La Plata y establecerse en Avellaneda, en donde, en ocasiones, debía cambiar de vivienda y de nombre para mantenerse a salvo de los represores.

Pocos años más tarde, comenzaron sus diferencias ideológicas con el movimiento comunista a causa de la tiranía de Stalin. En 1934, el partido, que se había percatado de sus «desviaciones», decidió enviarlo a la Unión Soviética para que ingresara en las Escuelas Leninistas, donde permanecería por dos años con el objetivo de volver a «encarrilarlo». Previamente, como parte de ese mismo itinerario, lo mandaron a Bruselas para que participara del Congreso contra el Fascismo y la Guerra. Allí comprendió que su situación era peligrosa debido a sus divergencias políticas y filosóficas, por lo que decidió huir a París, ciudad que lo encontró material y espiritualmente arruinado. Los ideales que había abrazado con tanto ahínco se desvanecieron, igual que si en sueños hubiera estado sosteniendo con fuerza un tesoro y de pronto se despertara con las manos apretadas y vacías.

Sin dinero, logró contactarse, gracias a un amigo, con el portero de una escuela, quien le permitió dormir en su cuarto. Para mitigar el crudo invierno parisino debían abrigarse no solo con mantas, sino también con periódicos.

Angustiado y sin rumbo fijo por las calles de París, entró en una librería y robó un libro de análisis matemático. Al leer sus primeras páginas, sintió que ese mundo abstracto le devolvía la paz y decidió regresar a la Argentina para continuar sus estudios.

Su vuelta no fue fácil porque tuvo que soportar los insultos y el desprecio de quienes consideraban que había traicionado al comunismo, sin comprender que su abandono se debió a las torturas y a los asesinatos cometidos por el estalinismo en nombre de los principios que decía defender.

En 1936, se casó con Matilde, previa autorización de un juez de menores, porque ella tenía tan solo diecisiete años.

En 1937, terminó su doctorado en Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Nacional de La Plata.

En 1938, gracias a Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina, obtuvo una beca para trabajar en Francia en el Laboratorio Curie. Y hacia allí partió con Matilde y Jorge, recién nacido. De día se sepultaba entre tubos de ensayo y electrómetros. De noche revivía entre pintores surrealistas, con quienes pasaba horas en algún bar bebiendo, conversando y creando cadáveres exquisitos. Quizás necesitaba esos momentos delirantes para equilibrar la balanza y sobrellevar el desesperanzador universo científico, ya que las tareas que realizaba en el laboratorio, lejos de apasionarlo, lo desalentaban y desilusionaban. Sentía que el mundo de las matemáticas era perfecto y hermoso, pero totalmente ajeno al mundo de los hombres. Creía que la ciencia acarrearía alienación y destrucción mediante la ingeniería genética y las bombas atómicas. La sabía culpable de una gran crisis mediante la cual la cosificación del hombre era inevitable. Por ese motivo, en los años 40, decidió renunciar a ella y dedicarse a la literatura. Así comenzaba su alejamiento, no exento de una inmensa culpa por abandonar un ámbito al que había dedicado tantos años y con el miedo y la incertidumbre de emprender un nuevo rumbo que sabía repleto de pozos y arenas movedizas. Esta determinación le causó muchos inconvenientes y varias decepciones de amigos y colegas: Houssay, al enterarse de su decisión, le quitó el saludo. El entonces director del Observatorio Astronómico de Córdoba, el doctor Enrique Gaviola, lo acusó de entregarse a la charlatanería. El profesor Guido Beck, discípulo de Albert Einstein, lamentó perderlo porque lo consideraba un físico muy competente.

Ya de regreso en Argentina, en 1942, con Matilde y Jorge, que en ese momento tenía cuatro años, se fueron a vivir a un rancho en Córdoba, sin luz ni agua corriente.

En ese lugar inhóspito enfrentó su crisis espiritual causada por la dicotomía ciencia/arte. Finalmente, enterró con nostalgia números y átomos, y floreció su primer libro, Uno y el Universo.

Aun así, por compromiso hacia quienes le habían otorgado la beca, dictó cátedra en la Universidad de La Plata. Enseñó Teoría Cuántica y Relatividad. Entre sus alumnos se encontraron Mario Bunge, quien posteriormente sería un renombrado físico y filósofo; y José Antonio Balseiro, que también se convertiría en un prestigioso físico y uno de los fundadores del célebre instituto que lleva su nombre en la ciudad de San Carlos de Bariloche.

En 1945, fue despedido de su cargo en la universidad tras firmar una petición para que se suspendieran las clases. Era en protesta por la violencia policial ejercida contra estudiantes que festejaban en las calles el fin de la Segunda Guerra Mundial. En una de estas represiones no solo hubo lesionados y detenidos, sino también muertos.

En 1948, publicó El túnel, su primera novela. Su amigo Alfredo Weiss se ofreció a pagar la edición, ya que él carecía del dinero necesario y todas las editoriales la habían rechazado. En París, Albert Camus gestionó su publicación en francés. Esto provocó que aquellas editoriales que al principio se habían negado luego se la disputaran.

En 1956, el gobierno militar de Aramburu obligó a Sabato a renunciar a la revista Mundo Argentino, de la que era director desde hacía un año, porque allí había denunciado torturas y fusilamientos de obreros peronistas en los sótanos del Congreso y en diferentes centros del país.

En 1958, bajo el mandato de Arturo Frondizi, Sabato fue director de Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Al año siguiente renunció por discordancias con el Gobierno.

En 1961, apareció la primera edición de Sobre héroes y tumbas, considerada su obra cumbre y una de las mejores novelas argentinas.

En 1973, publicó Abaddón el exterminador, por la que en Francia obtuvo el Premio a la Mejor Novela Extranjera.

En 1976, se impuso el gobierno de facto encabezado por Videla. Sabato, al principio, lo apoyó, argumentando que un Estado de derecho no contaba con los medios para rebatir la debacle que atravesaba el país: era necesario terminar con el desorden general, el desastre económico y los crímenes tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha.

Con el Estado de hecho, sin embargo, estos crímenes no se detuvieron; muy por el contrario, se intensificaron, desencadenando actos terroristas aún peores, porque fueron amparados por el régimen totalitario. Sabato escribió varios artículos denunciando estas atrocidades. Por tal motivo sufrió amenazas, agravios y persecuciones, con lo cual más de una vez él y su familia debieron permanecer ocultos; aun así, nunca consideró la posibilidad de exiliarse. Muchos años después nos enteraríamos de que su refugio no fue otro que el sótano de su hoy emblemática casa de Santos Lugares [2].

En 1983, encabezó la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), creada por el presidente Raúl Alfonsín para indagar los trágicos acontecimientos ocurridos durante la dictadura y producir un documento que los deje asentados para que jamás vuelvan a perpetrarse. Este documento lleva el nombre de Nunca Más, también conocido como Informe Sabato.

Además de sus novelas —traducidas a más de quince idiomas—, escribió ensayos, que tratan sobre el hombre, la ciencia y la tecnología, el arte, la soledad, la muerte y la desesperanza: un mundo globalizado en el que la masificación y la pérdida de valores e identidad nos van adormeciendo, convirtiéndonos en autómatas, como si un demonio nos hipnotizara para siempre. Estos eran los temas que lo obsesionaban y sobre ellos escribía. Escribía con furia y desesperación. Escribía para resistir la existencia. Una existencia contradictoria donde se debatía entre el sentido de la vida y el absurdo.

Fue mundialmente reconocido y obtuvo gran cantidad de premios, entre los que se destaca el Premio Miguel de Cervantes, otorgado en 1984. Ese mismo año, la Municipalidad de Buenos Aires lo nombró ciudadano ilustre. Además, recibió múltiples títulos honoríficos y homenajes en todo el mundo.

La pintura, una de sus primeras pasiones, también formó parte de su vida. En 1989 expuso en el Centro Pompidou, en París, y en 1992 en el Centro Cultural de la Villa, en Madrid.

Los años 90 fueron muy duros para él: en 1995 murió su hijo Jorge Federico en un accidente automovilístico y en 1998 falleció Matilde, que desde hacía mucho tiempo estaba postrada y padecía arterioesclerosis.

Con frecuencia se preguntaba si creía o no en Dios, aunque nunca pudo responderse de manera unívoca. Perdió y recuperó la fe varias veces, como alguien que en medio del delirio fuese asaltado por raptos de lucidez, solo que ignoramos si esa lucidez se debía a haber recuperado la fe o al hecho de haberla perdido.

Así fue como transitó por diversos caminos y, aunque vio desmoronarse torres y montañas, de aquellas ruinas pudo crear su propia obra, como si un minero hubiera atravesado peligrosos volcanes y hubiese logrado extraer los diamantes más valiosos.

Autorretrato, por Ernesto Sabato

Sabato murió el 30 de abril de 2011 a los noventa y nueve años en su casa de Santos Lugares. Y nos dejó una herencia invaluable: sus ensayos, sus pinturas y sus novelas con esos personajes tan complejos como entrañables; algunos siniestros, otros bondadosos, con los que podemos reír y llorar, sentirnos identificados u odiarlos profundamente. Todos ellos se gestaron en lo más profundo del alma de este ser atormentado y frágil. Y fueron ellos quienes escribieron sus páginas. Como si una bonita casa estuviese habitada por espíritus rebeldes y, sin embargo, capaces de una creación tan humana y estremecedora como lo es toda la obra de Ernesto Sabato.

 

 

 

[1] Según la tradición, que posteriormente se convirtió en ley en Argentina, el presidente apadrina al séptimo hijo o hija, siempre que los anteriores sean del mismo sexo y los padres lo soliciten. El objetivo era contrarrestar la superstición de que podían convertirse en lobizón o bruja, ya que por tal creencia muchos de estos niños eran abandonados, entregados en adopción o incluso asesinados. Con este padrinazgo, se lograba «romper el hechizo» y se evitaba que se los perjudicase.

[2] Actualmente, la casa de Ernesto Sabato está abierta al público. Sus nietos ofrecen visitas guiadas en las que comparten sus historias, anécdotas y videos caseros. Nos muestran su biblioteca, sus pinturas, el escritorio con su máquina de escribir, el atelier donde creaba sus cuadros. También se pueden ver los jardines y la famosa estatua de Ceres. Es una experiencia que permite conocer un poco más sobre la vida de uno de los escritores más importantes y extraordinarios de la Argentina.

 

Sandra Rebrij nació en la ciudad de Buenos Aires. Se recibió de correctora literaria en el Instituto Superior de Letras «Eduardo Mallea». Actualmente, trabaja de forma independiente para distintas editoriales e imparte cursos relacionados con su profesión.

Las imágenes han sido generadas por la autora mediante Leonardo IA.

 

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