Fin Rotating Header Image

Tres tipos de personas frente a la lengua

Por Manuel Ayes Calleja *

 

Todos experimentamos la lengua de manera diferente, aunque nos servimos de las mismas palabras y la misma gramática. Algunos la usan sin pensar. Otros la patrullan con rigor normativo, siempre listos para señalar errores. Y unos pocos comprenden que no es un código riguroso, sino un entramado en movimiento, moldeado por quienes la hablan y la configuran.

A partir de estas distinciones, a mi juicio existen tres categorías que resumen la relación de las personas con la lengua, para las cuales propongo los siguientes neologismos:

 

  1. Lingüilegos: no saben ni les importa

Para estas personas, la lengua es sólo un medio: la usan con el único propósito de darse a entender. No distinguen entre una tilde y una respiración entrecortada, pero tampoco les inquieta. Hablarles de ortografía, sintaxis o semántica es perder el tiempo. Bostezan sin disimular, revisan sus uñas o se ensimisman en el teléfono. No porque estén ocupadas en una mejor actividad, sino porque simplemente no les importa.

No ven en la lengua un sistema que merezca ser analizado, sino un simple instrumento: mientras comunique, es suficiente. Si el otro entiende, ¿qué más da si se omiten letras, si se atropellan las reglas, si las palabras quedan inconclusas? Escriben como les salga, hablan como les salga, y no tienen intención de corregir. Creen que preocuparse por la lengua es una excentricidad, un pasatiempo de gente que no halla nada mejor que hacer.

Pero su despreocupación acarrea un precio. No cuestionan la lengua ni la exploran ni la aprovechan. Son como quien nunca ha sembrado nada, pero espera encontrar frutas en el camino. No es que no logren aprender, es que no les parece necesario.

Y, sin proponérselo, son también los que más influyen en la transformación de la lengua. Con sus negligencias, con sus deformaciones, con sus atajos, terminan moldeándola. Su descuido, irónicamente, es uno de los motores del cambio lingüístico.

 

  1. Lingüílatras: los que se interesan con espíritu reaccionario y casi policial

Estas personas no sólo usan la lengua: la vigilan y la defienden con ahínco. Y eso es bueno, siempre que no se convierta en una cruzada. Viven convencidas de que el léxico es un castillo que hay que proteger del ataque de los ignorantes y las «aberraciones» del habla popular. Creen que la corrección es un deber sagrado y que cualquier error es una deshonra.

Para ellas, Real Academia Española no es sólo un referente, es la última instancia. Si dicta que una palabra no existe, no existe. Si la acepta, es legítima. No entienden que la academia no inventa el léxico, sino que lo documenta cuando ya está instalado en el habla. Se aferran a reglas como si fueran leyes inmutables, sin preguntarse de dónde vienen ni por qué se alteran o anulan.

Corrigen con ímpetu, como quien disfruta de un deporte. No les importa si la idea es buena, si el texto es valioso o si el mensaje se comprende. Si hay un error, todo lo demás deja de importar. Su placer no está en el lenguaje, sino en corregir. Y sí, corregir es necesario, porque la ortografía y la gramática aportan claridad y evitan ambigüedades, pero no todo lo que condenan es una equivocación. Su hermetismo les impide distinguir entre un descuido real y una transformación natural. Ven en cada cambio una amenaza, cuando la lengua no se protege con rigidez, sino que se preserva con criterio. No necesita custodios, requiere observadores. Con humildad y estudio podrían entender que la lengua no es un museo, sino un río que fluye con su propia lógica.

 

  1. Acróglotas: los que comprenden su esencia

Estas personas saben que la lengua no es una lista de normas inmutables. Es un organismo vivo, un sistema en constante evolución, un reflejo de la historia y la sociedad. La estudian en dos dimensiones. Por un lado, la analizan en su estado actual, desentrañando sus estructuras y dinámicas internas. Por otro, la examinan a lo largo del tiempo. Y, a su vez, la entienden en su dimensión pragmática.

Saben que las palabras no tienen un significado invariable, porque cambian según la intención, el entorno y quienes las aplican. Que el lenguaje no se reduce a normas, ya que depende del uso, la transformación y la necesidad que surgen en el diario vivir. Que el sentido de una palabra no siempre está en el diccionario, sino en el diálogo cotidiano y en la forma en que los significados se intercambian con naturalidad.

No temen la aparición de neologismos léxicos o semánticos. No ven la evolución como un error ni como una amenaza, sino como lo que es: la naturaleza misma de la lengua. La respetan y la defienden más que todo de extranjerismos innecesarios e imposturas ideológicas inclusivas. Saben que el idioma no cambia por imposiciones artificiales ni presiones políticas que pretenden moldearlo a conveniencia. No confunden la adaptación natural con la adulteración artificial, ni aceptan que se fuerce la gramática para ajustarla a discursos ideológicos. Entienden que muchas palabras que hoy son «correctas» fueron errores en su momento. Que lo vulgar de ayer puede ser lo culto de mañana. Que la lengua no se anquilosa, porque está compuesta por hablantes y no por leyes inquebrantables.

Todos hemos estado más cerca de un grupo que de otro. Algunos pasan de la indiferencia a la rigidez y, con el tiempo, llegan a una comprensión más profunda. Otros nunca cruzan esa frontera.

Pero lo cierto es que la lengua no necesita ni ignorantes satisfechos ni policías. Necesita exploradores. Necesita gente que la mire con curiosidad y no con dogmas. Gente que la ame sin fanatismos, que la disfrute sin rigidez, que la viva con la certeza de que nunca se deja de aprender. Gente que la entienda como lo que realmente es: un organismo vivo, inmenso e inagotable.

 

 

 

Manuel Ayes Callejas (4 de agosto de 1990) es profesor de Letras, abogado y escritor hondureño nacido en San José, Costa Rica. En 2014 ganó el Concurso Literario Nacional “Lira de Oro” Olimpia Varela y Varela. En 2017 publicó Infortunios, su primer libro de cuentos, como ganador en la Primera Convocatoria para publicaciones del Sistema Editorial Universitario, de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. En ese mismo año participó en el Taller de Creación Literaria impartido por el premio Cervantes Sergio Ramírez en Masatepe, Nicaragua. En 2021 ganó el primer lugar en el concurso de los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán. En 2023, la revista Casapaís, de Uruguay, publicó su cuento “Desconocida para todos” en el libro La vida oculta. Ha sido publicado en varias antologías y revistas a nivel nacional e internacional, y también obtuvo menciones honoríficas en concursos en España (por ejemplo, en el Concurso “Letras como Espadas”). Desde hace varios años, forma parte del Taller de Corte y Corrección del escritor argentino Marcelo di Marco.

 

Créditos de las imágenes:
  1. Man looking into another man’s head, de Alberto Ruggieri
  2. El vigilante, de Gálvez Blanco
  3. Libertad, de Faye Hall

Deja un comentario