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Entre lo adecuado y lo correcto

 

A veces, lo correcto es enemigo de lo adecuado. Pero… ¿cómo saberlo? Acudiendo a la ayuda de uno de los grandes amigos del escritor: el contexto. Él nos determina el largo de las frases, el uso de los sustantivos, la validez de la adjetivación. Nos señala qué está bien y qué está mal en el texto.

El contexto le permitió a Marcelo di Marco escribir la siguiente puntuación “errónea” en su atrapante novela Victoria entre las sombras, capítulo 15, página 79, segundo párrafo: “Pino dijo, sin parar, con voz de nenita que llora y haciéndose cada vez más chiquito, hasta caer de rodillas en el pavimento, no flaca no qué vas a hacer con el cuchillo por favor a mí no me cortés que yo soy de Mar del Plata como vos y también les tengo bronca a los de Buenos Aires que son todos trolos y caretas no como vos y tus amigos que tienen los huevos del país y se cagan en cualquiera por favor por favor no me vas a cortar porque le tengo mucho miedo a lo que vas a a hacerme por favor por favor…”.
Comienza con veintitrés palabras más cuatro comas, y después ochenta y cuatro palabras sin puntuación y arrancando en un tempo rápido, a todo trapo, como Charlie Parker tocando el saxo o Toulouse Lautrec pintando una bailarina de cancán.
¿Por qué esa intencionada puntuación “errónea”? Leamos cómo escribiría esa frase un purista del lenguaje:
“Pino dijo, sin parar, con voz de nenita que llora y haciéndose cada vez más chiquito, hasta caer de rodillas en el pavimento: No flaca, no. ¿Qué vas a hacer con el cuchillo? Por favor, a mí no me cortés. Yo soy de Mar del Plata, como vos, y también les tengo bronca a los de Buenos Aires. Son todos trolos y caretas. No como vos y tus amigos, que tienen los huevos del país y se cagan en cualquiera. Por favor, por favor… No me vas a cortar, porque le tengo mucho miedo a lo que vas a hacerme. Por favor, por favor… ”.
Suena diferente, ¿no es cierto? Le falta vida a la frase, ha perdido el tono nervioso y apresurado del personaje: el temeroso Pino frente al cuchillo de Palmira.
Marcelo, a mil por hora, le ha otorgado agilidad, un valor agregado a las palabras.
En contraposición, lean qué mal suenan las primeras veintitrés palabras sin comas: “Pino dijo sin parar con voz de nenita que llora y haciéndose cada vez más chiquito hasta caer de rodillas en el pavimento”. Horrible: el ritmo narrativo para esa acotación necesita descansos, para que el lector imagine la escena: Pino llorando, chiquito, de rodillas… y hablando rápido por el temor a que Palmira le clave el cuchillo que sostiene en la mano.
En suma: literatura, la magia del lenguaje.
Para generar la sensación de vértigo de uno de los personajes, yo he usado este efecto en mi novela inédita Razones de un homicidio, y también para describir la vorágine de una pelea en el cuento «Hugy»publicado en la revista NM.
En «Pan comido», del libro Historias extraordinarias, Roald Dahl escribió su propia experiencia de guerra. Él usa sesenta y una palabras en tres frases para describir el rápido derribo de su avión Gladiator: “Recuerdo que el morro del aeroplano se inclinó hacia abajo y que yo lo seguí con la vista hacia el suelo y vi unos arbustos que crecían aislados de cualquier otra clase de vegetación. Recuerdo que vi algunas rocas en la arena al lado de los arbustos, y los arbustos y la arena y las rocas saltaron del suelo hacia mí. Eso lo recuerdo muy claramente”.
Pero después escribe casi tres páginas para describir cómo sale del avión derribado. Y nuevamente, el contexto justifica lo opuesto: atontado por el golpe, le fallaba la memoria, perdía la noción del tiempo, no razonaba bien.
Otra vez el contexto definiendo el tempo de la narración.
No dejen de leer el cuento de Julio Cortázar «No se culpe a nadie», una joyita de nuestra literatura (http://www.literatura.org/Cortazar/culpe.html) que arranca y termina quemando gomas.
Busquen más referencias y detalles de este y otros efectos especiales en Taller de corte & corrección.
Que los disfruten.

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